Calderón de la Barca - La Dama Duende (Acto Tercero)

Acto Tercero

Sale don MANUEL como a escuras, guiándole ISABEL


ISABEL: Espérame en esta sala,
luego saldrá a verte aquí
mi señora.

Vase como cerrando


MANUEL: No está mala
la tramoya. ¿Cerró? Sí.
¿Qué pena a mi pena iguala?
Yo volví del Escorial
y este encanto peregrino,
este pasmo celestial,
que a traerme la luz vino
y me deja en duda igual,
me tiene escrito un papel
diciendo muy tierna en él,
"Si vos atrevéis a venir
a verme, habéis de salir
esta noche, con aquel
criado que os acompaña.
Dos hombres esperarán
en el cementerio--¡extraña
parte!--de San Sebastián,
y una silla." Y no me engaña.
En ella entré y discurrí
hasta que el tino perdí
y, al fin, a un portal de horror
lleno de sombra y temor,
solo y a escuras salí.
Aquí llegó una mujer
--al oír y al parecer--
y a escuras y por el tiento
de aposento en aposento
sin oír, hablar, ni ver,
me guió. Pero ya veo
luz, por el resquicio es
de una puerta. Tu deseo
lograste, Amor, pues ya ves
la dama. Aventuras leo.

Acecha

¡Qué casa tan alhajada!
¡Qué mujeres tan lucidas!
¡Qué sala tan adornada!
¡Qué damas tan bien prendidas!
¡Qué beldad tan extremada!

Salen todas las mujeres con toallas, conservas y
agua y, haciendo reverencias todas, salen doña Angela [y
doña BEATRIZ] ricamente vestida[s]


ÁNGELA: Pues presumen que eres ida
a tu casa mis hermanos,
quedándote aquí escondida,
los recelos serán vanos
porque una vez recogida,
ya no habrá que temer nada.
BEATRIZ: ¿Y qué ha de ser mi papel?
ÁNGELA: Agora el de mi crïada,
luego el de ver retirada
lo que pasa con él.

[A don MANUEL]


¿Estaréis muy disgustado
de esperarme?
MANUEL: No, señora,
que quien espera al aurora,
bien sabe que su cuidado
en la sombras sepultado
de la noche oscura y fría
ha de tener; y así hacía
gusto el pesar que pasaba
pues cuanto más se alargaba,
tanto más llamaba al día.
Si bien no era menester
pasar noche tan oscura
si el sol de vuestra hermosura
me había de amanecer;
que, para resplandecer,
vos soberano arrebol,
la sombra ni el tornasol
de la noche no os había
de estorbar, que sois el día
que amanece sin el sol.
Huye la noche, señora,
y pasa a la dulce salva
[.................el alba;]
que ilumina mas no dora
después el alba. La aurora,
de rayos y luz escasa,
dora más no abrasa. Pasa
la aurora, y tras su arrebol
pasa el sol, y sólo el sol
dora, ilumina y abrasa.
El alba para brillar
quiso a la noche seguir.
La aurora para lucir
al alba quiso imitar.
El sol, deidad singular,
a la aurora desafía.
Vos al sol. Luego, la fría
noche no era menester
si podéis amanecer
sol del sol después del día.
ÁNGELA: Aunque agradecer debiera
discurso tan cortesano,
quejarme quiero, no en vano,
de ofensa tan lisonjera.
Pues, no siendo ésta la esfera
a cuyo noble ardimiento
fatigas padece el viento
sino un albergue piadoso,
os viene a hacer sospechoso
el mismo encarecimiento.
No soy alba, pues la risa
me falta en contento tanto,
ni aurora, pues que mi llanto
de mi dolor nos avisa.
No soy sol, pues no divisa
mi luz la verdad que adoro,
y así lo que soy ignoro;
que sólo sé que no soy
alba, aurora o sol, pues hoy
ni alumbro, río, ni lloro.
Y así os ruego que digáis,
señor don Manuel, de mí
que una mujer soy, y fui
a quien vos sólo obligáis
al extremo que miráis.
MANUEL: Muy poco debe de ser
pues, aunque me llego a ver
aquí, os pudiera argüir
que tengo más que sentir,
señora, que agradecer.
Y así me doy por sentido.
ÁNGELA: ¿Vos de mí sentido?
MANUEL: Sí,
pues que no fiáis de mí
quién sois.
ÁNGELA: Solamente os pido
que eso no mandéis, que ha sido
imposible de contar.
Si queréis venirme a hablar,
con condición ha de ser
que no lo habéis de saber
ni lo habéis de preguntar;
porque para con vos hoy
una enigma a ser me ofrezco;
que ni soy lo que parezco
ni parezco lo que soy.
Mientras encubierta estoy
podréis verme y podré veros;
porque si a satisfaceros
llegáis y quién soy sabéis,
vos quererme no querréis
aunque yo quiera quereros.
Pincel, que lo muerto informa,
tal vez un cuadro previene
que una forma a una luz tiene
y a otra luz tiene otra forma.
Amor, que es pintor, conforma
dos luces que en mí tenéis.
Si hoy aquesta luz me veis
y por eso me estimáis
cuando a otra luz me veáis,
quizá me aborreceréis.
Lo que deciros me importa
es en cuanto haber creído
que de don Luis dama he sido,
y esta sospecha reporta
mi juramento y la acorta.
MANUEL: Pues. ¿qué, señora, os moviera
a encubriros de él?
ÁNGELA: Pudiera
ser tan principal mujer
que tuviera qué perder
si don Luis me conociera.
MANUEL: Pues, decidme solamente,
¿cómo a mi casa pasáis?
ÁNGELA: Ni eso es tiempo que sepáis
que es el mismo inconveniente.
BEATRIZ: (Aquí entro yo lindamente.) Aparte
Ya el agua y dulce está aquí.
Vuestra excelencia mire si...

Lleguen todas con toallas, vidr[i]o y algunas
cajas


ÁNGELA: ¡Qué error y qué impertinencia!
Necia, ¿quién es excelencia?
¿Quieres engañar así
al señor don Manuel
para que con eso crea
que yo gran señora sea?
BEATRIZ: Advierte...
MANUEL: (De mi crüel Aparte
duda salí con aquel
descuido. Agora he creído
que una gran señora ha sido
que por serlo se encubrió
y que con el oro vio
su secreto conseguido.)

Llama dentro don JUAN, y túrbanse todas


JUAN: Abre aquí. Abre esta puerta.
ÁNGELA: ¡Ay, cielos! ¿Qué ruido es éste?
ISABEL: ¡Yo soy muerta!
BEATRIZ: ¡Helada estoy!
MANUEL: ¿Aún no cesan mis crüeles
fortunas? ¡Válgame el cielo!
ÁNGELA: Señor, mi esposo es aquéste.
MANUEL: ¿Qué he de hacer?
ÁNGELA: Fuerza es que os vais
a esconderos a un retrete.
Isabel, llévale tú
hasta que oculto le dejes
en aquel cuarto que sabes
apartado. ¿Ya me entiendes?
ISABEL: Vamos presto.

Vase


JUAN: ¿No acabáis
de abrir la puerta?
MANUEL: ¡Valedme,
cielos, que vida y honor
van jugadas a una fuerte!

Vase


JUAN: La puerta echaré en el suelo.
ÁNGELA: Retírate tú, pues puedes,
en esa cuadra, Beatriz.
No te hallen aquí.

Vase BEATRIZ. Sale don JUAN


¿Qué quieres
a estas horas en mi cuarto
que así a alborotarnos vienes?
JUAN: Respóndeme tú primero.
Angela, ¿qué traje es ése?
ÁNGELA: De mis penas y tristezas
es causa el mirarme siempre
llena de luto, y vestirme,
por ver si hay con que me alegre,
estas galas.
JUAN: No lo dudo;
que tristezas de mujeres
bien con galas se remedian,
bien con joyas convalecen,
si bien me parece que es
un cuidado impertinente.
ÁNGELA: ¿Qué importa que así me vista
donde nadie llegue a verme?
JUAN: Dime, ¿volvióse Beatriz
a su casa?
ÁNGELA: Cuerdamente.
Su padre, por mejor medio
en paz su enojo convierte.
JUAN: Yo no quise saber más
para ir a ver si pudiese
verla y hablarla esta noche.
Quédate con Dios, y advierte
que ya no es tuyo ese traje.

Vase


ÁNGELA: Vaya Dios contigo, y vete.

Sale BEATRIZ


Cierra esa puerta, Beatriz.
BEATRIZ: Bien hemos salido de este
susto. A buscarme tu hermano
va.
ÁNGELA: Ya, hasta que se sosiegue
más la casa y don Manuel
vuelva de su cuarto a verme,
para ser menos sentidas
entremos a este retrete.
BEATRIZ: Si esto te sucede bien
te llaman la dama duende.

Vanse. Salen por el alacena don MANUEL e ISABEL


ISABEL: Aquí has de quedarte, y mira
que no hagas ruido, que pueden
sentirte.
MANUEL: Un mármol seré.
ISABEL: (Quieran los cielos que acierte Aparte
a cerrar; que estoy turbada.)

Vase [cerrando el alacena detrás]



MANUEL: Oh, ¿a cuánto, cielos, se atreve
quien se atreve a entrar en parte
donde ni alcanza. ni entiende,
que daños se le aperciben,
que riesgos se le previenen?
Venme aquí a mí en una casa
que dueño tan notable tiene,
¡de excelencia por lo menos!,
lleno de asombros crüeles,
y tan lejos de la mía.
Pero, ¿qué es esto? Parece
que a esta parte alguna puerta
abren. Sí, y ha entrado gente.

Sale COSME


COSME: Gracias a Dios, que esta noche
entrar podré libremente
en mi aposento sin miedo,
aunque sin luz salga y entre.
Porque el duende, mi señor,
puesto que a mi amo tiene,
¿para qué me quiere a mí?
Pero para algo me quiere.

Topa con don MANUEL


¿Quién va? ¿Quién es?
MANUEL: Calle, digo.
¿Quién quiera que es, si no quiere
que le mate a puñaladas?
COSME: No hablaré más que un pariente
pobre en la casa del rico.
MANUEL: (Crïado sin duda es éste Aparte
que a caso ha entrado hasta aquí.
De él informarme conviene
dónde estoy.) Di, ¿qué casa
es ésta) ¿Y qué dueño tiene?
COSME: Señor, el dueño y la casa
son el diablo que me lleve,
porque aquí vive una dama
que llaman la dama duende
que es un demonio en figura
de mujer.
MANUEL: Y tú, ¿quién eres?
COSME: Soy un fámulo o crïado.
Soy un súbdito, un sirviente,
que sin qué ni para qué
estos encantos padece.
MANUEL: ¿Y quién es tu amo?
COSME: Es
un loco, un impertinente.
un tonto, un simple, un menguado,
que por tal dama se pierde.
MANUEL: ¿Y es su nombre?
COSME: Don Manuel
Enríquez.
MANUEL: ¡Jesús, mil veces!
COSME: Yo, Cosme Catiboratos
me llamo.
MANUEL: Cosme, ¿tú eres?
Pues, ¿Cómo has entrado aquí?
Tu señor soy. Dime, ¿vienes
siguiéndome tras la silla?
¿Entraste tras mí a esconderte
también en este aposento?
COSME: Lindo desenfado es ése.
Dime, ¿cómo estás aquí?
¿No te fuiste muy valiente
solo donde te esperaban?
Pues, ¿cómo tan presto vuelves?
¿Y cómo, en fin, has entrado
aquí trayendo yo siempre
la llave de aqueste cuarto?
MANUEL: Pues dime, ¿qué cuarto es éste?
COSME: El tuyo o el del demonio.
MANUEL: ¡Viven los cielos que mientes!
Porque lejos de mi casa
y en casa bien diferente
estaba en aqueste instante.
COSME: Pues cosas serán del duende
sin duda, porque te he dicho
la verdad pura.
MANUEL: ¿Tú quieres
que pierda el juicio?
COSME: ¿Hay más
de desengañarte. Vete
por esa puerta y saldrás
al portal adonde puedes
desengañarte.
MANUEL: Bien dices.
Iré a examinarle y verle.

Vase


COSME: Señores, ¿cuándo saldremos
de tanto embuste aparente?

Sale ISABEL por la alacena


ISABEL: (Volvióse a salir don Juan Aparte
y porque a saber no llegue
don Manuel adónde está,
sacarle de aquí conviene.)
¡Ce, señor, ce!
COSME: ¡Esto es peor!
¡Ceáticas son estas cees!
ISABEL: Ya mi señor recogido
queda.
COSME: (¿Qué señor es éste?) Aparte

Sale don MANUEL


MANUEL: Éste es mi cuarto en efecto.
ISABEL: ¿Eres tú?
COSME: Sí, soy yo.
ISABEL: Vente
conmigo.
MANUEL: Tú dices bien.
ISABEL: No hay qué temer, nada esperes.
COSME: Señor, ¡que el duende me lleva!

Llévale [a COSME] ISABEL


MANUEL: ¿No sabremos finalmente
de donde nace este engaño?
¿No respondes? ¿Qué necio eres!
¿Cosme? ¿Cosme? ¡Vive el cielo
que toco con las paredes!
¿Yo no hablaba aquí con él?
¿Dónde se desaparece
tan presto? ¿No estaba aquí?
Yo he de perder dignamente
el juicio. Mas, pues es fuerza,
que aquí otro cualquiera entre,
he de averiguar por dónde;
porque tengo de esconderme
hasta averiguar quién es
esta hermosa dama duende.

Vase y salen todas las mujeres, una con luces, y
otra con algunas cajas, y otra con un vidrio de agua


ÁNGELA: Pues, a buscarte ha salido
mi hermano, y pues Isabel
a su mismo cuarto ha ido
a traer a don Manuel,
esté todo apercibido.
Halle, cuando llegue aquí,
la colación prevenida.
Todas le esperad así.
BEATRIZ: No he visto en toda mi vida
igual cuento.
ÁNGELA: ¿Viene?
CRIADA: Sí,
que ya siento sus pisadas.

Sale ISABEL trayendo a COSME de la mano


COSME: (Triste de mí, ¿dónde voy? Aparte
Ya estas son burlas pesadas;
mas no, pues mirando estoy
bellezas tan extremadas.
¿Yo soy Cosme o Amadís?
¿Soy Cosmico o Belianís?)
ISABEL: Ya viene aquí. ¿Mas qué veo?
¿Señor?
COSME: (Ya mi engaño creo Aparte
pues tengo el alma en un tris.)
ÁNGELA: ¿Qué es esto, Isabel?
ISABEL: Señora,
donde a don Manuel dejé
volviendo por él agora
a su crïado encontré.
BEATRIZ: Mal tu descuido se dora.
ISABEL: Está sin luz.
ÁNGELA: ¡Ay de mí!
Todo está ya declarado.
BEATRIZ: Más vale engañarle así.
¿Cosme?
COSME: ¿Damiana?
BEATRIZ: A este lado
llegad.
COSME: Bien estoy aquí.
ÁNGELA: Llegad, no tengáis temor.
COSME: ¿Un hombre de mi valor,
temor?
ÁNGELA: Pues, ¿qué es no llegar?

[COSME habla] aparte y lléguese a ellas


COSME: Ya no se puede excusar.
En llegando al pundonor,
respeto no puede ser
sin ser espanto ni miedo,
porque al mismo Lucifer
temerle muy poco puedo.
En hábito de mujer,
alguna vez lo intentó
y, para el ardid que fragua,
cota enagua se vistió,
que esto de cotilla enagua
el demonio lo inventó,
en forma de una doncella
aseada, rica y bella
a un pastor se apareció
y él, así como la vio,
se encendió en amores de ella.
Gozó a la diabla, y después
con su forma horrible y fea
le dijo a voces, "¿No ves,
mísero de ti, cuál sea
desde el copete a los pies
la hermosura que has amado?
Desespera, pues has sido
agresor de tal pecado."
Y él, menos arrepentido
que antes de haberla gozado,
le dijo, "Si pretendiste,
oh sombra fingida y vana,
que desesperase un triste,
vente por acá mañana
en la forma que trujiste.
Verásme amante y cortés,
no menos que antes, después,
y aguardarte en testimonio
de que aún horrible no es
en traje de hembra un demonio."
ÁNGELA: Volved en vos y tomad
una conserva y bebed;
que los sustos causan sed.
COSME: Yo no la tengo.
BEATRIZ: Llegad,
que habéis de volver, mirad,
doscientas leguas de aquí.
COSME: Cielos, ¿qué oigo?
ÁNGELA: ¿Llaman?
BEATRIZ: Sí.
ISABEL: ¿Hay tormento más crüel?
ÁNGELA: ¿Ay de mí triste!

[Habla] dentro [don] LUIS


LUIS: ¿Isabel?
BEATRIZ: ¡Válgame el cielo!
LUIS: Abre aquí.

ÁNGELA: ¡Para cada susto tengo
un hermano!
ISABEL: ¡Trance fuerte!
BEATRIZ: Yo me escondo.

Vase


COSME: Éste, sin duda,
es el verdadero duende.
ISABEL: Vente conmigo.
COSME: Sí, haré.

Vanse. Sale don LUIS

ÁNGELA: ¿Qué es lo que en mi cuarto quieres?
LUIS: Pesares míos me traen
a estorbar otros placeres.
Vi ya tarde en ese cuarto
una silla, donde vuelve
Beatriz. Y vi que mi hermano
entró.
ÁNGELA: Y en fin, ¿qué pretendes?
LUIS: Como pisa sobre el mío,
me pareció que había gente,
y para desengañarme
sólo he de mirarle y verle.

Alza una antepuerta y topa con BEATRIZ


¡Beatriz! ¿Aquí estás?
BEATRIZ: Aquí
estoy, que hube de volverme
porque al disgusto volvió
mi padre, enojado siempre.
LUIS: Turbadas estáis las dos.
¿Qué notable estrago es éste
de platos, dulces y vidrios?
ÁNGELA: ¿Para qué informarte quieres
de lo que en estando a solas
se entretienen las mujeres?

Hacen ruido en la alacena ISABEL y COSME


LUIS: ¿Y aquel ruido, qué es?
ÁNGELA: (Yo muero.) Aparte
LUIS: ¡Vive Dios, que allí anda gente!
Ya no puede ser mi hermano
quien se guarda de esta suerte.

Aparta la alacena para entrar con luz


¡Ay de mí, cielos piadosos!
Que queriendo neciamente
estorbar aquí los celos
que amor en mi pecho enciende,
celos de honor averiguo.
Luz tomaré, aunque imprudente,
pues todo se halla con luz
y el honor con luz se pierde.

Vase


ÁNGELA: ¡Ay, Beatriz, perdidas somos
si le topa.
BEATRIZ: Si le tiene
en su cuarto ya, Isabel,
en vano dudas y temes
pues te asegura el secreto
de la alacena.
ÁNGELA: ¿Y si fuese
tal mi desdicha que allí
con la turbación no hubiese
cerrado bien Isabel
y él entrase allá?
BEATRIZ: Ponerte
en salvo será importante.
ÁNGELA: De tu padre iré a valerme
como él se valió de mí,
porque, trocada la suerte,
si a ti te trujo un pesar
a mí otro pesar me lleve.

Vanse. Salen por el alacena ISABEL y COSME, y por
otra parte don MANUEL


ISABEL: Entra presto.

Vase [ISABEL]


MANUEL: Ya otra vez
en la cuadra siento gente.

Sale don LUIS con luz


LUIS: Yo vi un hombre, ¡vive Dios!
COSME: Malo es esto.
LUIS: ¿Cómo tienen
desvïada esta alacena?
COSME: Ya se ve luz. Un bufete
que he topado aquí me valga.

Escóndese


MANUEL: Esto ha de ser de esta suerte.

Echa mano


LUIS: ¿Don Manuel?
MANUEL: ¿Don Luis? ¿Qué es esto?
¿Quién vio confusión más fuerte?
COSME: Oigan por donde se entró.
Decirlo quise mil veces.
LUIS: ¡Mal caballero, villano,
traidor, fementido huésped,
que al honor de quien te estima
te ampara, te favorece,
sin recato te aventuras
y sin decoro te atreves!
¡Esgrime ese infame acero!
MANUEL: Sólo para defenderme
le esgrimiré, tan confuso
de oírte, escucharte y verte,
de oírme, verme y escucharme;
que aunque a matarme te ofreces,
no podrás, porque mi vida,
hecha a prueba de crüeles
fortunas, es inmortal.
Ni podrás aunque lo intentes,
darme la muerte, supuesto
que el dolor no me da muerte
que, aunque eres valiente tú,
es el dolor más valiente.
LUIS: No con razones me venzas
sin con obras.
MANUEL: Detente.
Sólo hasta pensar si puedo,
don Luis, satisfacerte.
LUIS: ¿Qué satisfacciones hay
si así agraviarme pretendes?
Si en el cuarto de esta fiera,
por ese cuarto que tienes
entras, ¿hay satisfacciones
a tanto agravio?
MANUEL: Mil veces
rompa esa espada mi pecho,
don Luis, si eternamente
supe de esta puerta o supe
que paso a otro cuarto tiene.
LUIS: Pues, ¿qué haces aquí encerrado
sin luz?
MANUEL: ¿Qué he de responderle?
Un crïado espero.
LUIS: Cuando
yo te he visto esconder, ¿quieres
que mientan mis ojos?
MANUEL: Sí,
que ellos engaños padecen
más que otro sentido.
LUIS: Y cuando
los ojos mientan, ¿pretendes
que también mienta el oído?
MANUEL: También.
LUIS: ¿Todos al fin mienten?
¿Tú solo dices verdad?
¡Y eres tú solo el que...!
MANUEL: Tente.
Porque aún antes que lo digas
que lo imagines y pienses,
te habré quitado la vida.
Y ya arrestada la suerte
primero soy yo. Perdonen
de amistad honrosas leyes.
Y pues ya es fuerza reñir,
riñamos como se debe.
Parte entre los dos la luz
que nos alumbre igualmente.
Cierra después esa puerta
por donde entraste imprudente,
mientras que yo cierro esta otra,
y agora en el suelo se eche
la llave para que salga
el que con la vida quede.
LUIS: Yo cerraré la alacena
por aquí con un bufete
porque no puedan abrirla
por allá cuando lo intenten.
Topa con COSME


COSME: Descubrióse la tramoya.
LUIS: ¿Quién está aquí?
MANUEL: (Dura suerte Aparte
es la mía.)
COSME: No está nadie.
LUIS: Dime, don Manuel, ¿es éste
el crïado que esperabas?
MANUEL: Ya no es tiempo de hablar éste.
Yo sé que tengo razón.
Creed de mí lo quisiereis
que con la espada en la mano
sólo ha de vivir quien vence.
COSME: ¡Ea, pues, reñid los dos!
¿Qué esperáis?
MANUEL: Mucho me ofendes.
Si eso presumes de mí,
pensando estoy que ha de hacerle
del crïado. Porque echarle
es enviar quien lo cuente
y tenerle aquí ventaja
pues es cierto ha de ponerse
a mi lado.
COSME: No haré tal
si es ése el inconveniente.
LUIS: Puerta tiene aquesa alcoba
y como en ella se cierre,
quedaremos más iguales.
MANUEL: Dices bien. Entra a esconderte.
COSME: Para que yo riña, haced
diligencias tan urgentes;
que para que yo no riña
cuidado excusado es ése.

Vase


MANUEL: Ya estamos solos [los] dos.

Riñen


LUIS: Pues nuestro duelo comience.
MANUEL: No vi más templado pulso.

Desguarnécese la espada [de don LUIS]


LUIS: No vi pujanza más fuerte.
Sin armas estoy. Mi espada
se desarma y desguarnece.
MANUEL: No es defecto de valor;
de la Fortuna accidente
sí. Busca otra espada, pues.
LUIS: Eres cortés y valiente.
(Fortuna, ¿qué debo hacer Aparte
en una ocasión tan fuerte
pues cuando el honor me quita,
me da la vida y me vence?
Yo he de buscar ocasión
verdadera o aparente
para que pueda en tal duda
pensar lo que debe hacerse.)
MANUEL: ¿No vas por la espada?
LUIS: Sí,
y como a que venga, esperes.
Presto volveré con ella.
MANUEL: Presto o tarde, aquí estoy siempre.
LUIS: Adiós, don Manuel, que os guarde.

Vase


MANUEL: Adiós, que con bien os lleve.
Cierro la puerta y la llave
quito porque no se eche
de ver que está gente aquí.
¡Qué confusos pareceres
mi pensamiento combaten
y mi discurso revuelven!
¡Que bien predije que había
puerta que paso la hiciese
y que era de don Luis dama!
Todo en efecto sucede
como yo lo imaginé.
¿Mas, cuándo desdichas mienten?

Asómase COSME en lo alto


COSME: ¡Ah, señor, por vida tuya!
Que lo que solo estuvieres,
me eches allá, porque temo
que venga a buscarme el duende
con sus dares y tomares,
con sus dimes y diretes,
en un retrete que apenas
se divisan las paredes.
MANUEL: Yo te abriré, porque estoy
tan rendido a los desdenes
del discurso que no hay
cosa que más me atormente.

Vanse, y salen don JUAN y doña ÁNGELA
con manto y sin chapines


JUAN: Aquí quedarás en tanto
que me informe y me aconseje
de la causa que a estas horas
te ha sacado de esta suerte
de casa, porque no quiero
que en tu cuarto, ingrata, entre
por informarme sin ti
de lo que a ti te sucede.
(De don Manuel en el cuarto Aparte
la dejo y, por si él viniere,
pondré a la puerta un crïado
que le diga que no entre.

Vase


ÁNGELA: ¡Ay, infelice de mí!
Unas a otras suceden
mis desdichas. ¡Muerta soy!

Salen don MANUEL y COSME


COSME: Salgamos presto.
MANUEL: ¿Qué temes?
COSME: Que es demonio esta mujer
y que aun allí no me deje.
MANUEL: Si ya sabemos quién es,
y en una puerta un bufete
y en otra la llave está,
¿por dónde quieres que entre?
COSME: Por donde se le antojare.
MANUEL: Necio estás.
COSME: ¡Jesús mil veces!
MANUEL: ¿Por qué es eso?
COSME: El verbi gratia
encaja aquí lindamente.
MANUEL: ¿Eres ilusión o sombra,
mujer, que a matarme vienes?
Pues, ¿cómo has entrado aquí?
ÁNGELA: ¡Don Manuel!
MANUEL: Di.
ÁNGELA: Escucha, atiende:

Llamó don Luis turbado,
entró atrevido, reportóse osado,
prevínose prudente,
pensó discreto y resistió valiente.
Miró la casa, ciego,
recorrióla advertido, hallóte, y luego
ruido de cuchilladas.
Habló, siendo las lenguas las espadas.
Yo, viendo que era fuerza
que dos hombres cerrados, a quien fuerza
su valor y su agravio,
retórico el acero, mudo el labio,
no acaban de otra suerte
que con sólo una vida y una muerte,
sin ser vida ni alma
mi casa dejo, y a la oscura calma
de la tiniebla fría,
pálida imagen de la dicha mía
a caminar empiezo.
Aquí yerro, aquí caigo, aquí tropiezo,
y torpes mis sentidos
prisión hallan de seda mis vestidos.
Sola, triste y turbada
llego de mi discurso mal guïada
al umbral de una esfera
que fue mi cárcel, cuando ser debiera
mi puerto y mi sagrado.
Mas, ¿dónde le ha de hallar un desdichado?
Estaba a sus umbrales,
como eslabona el cielo nuestros males,
don Juan, don Juan mi hermano.
Que ya resisto, ya defiendo en vano
decir quién soy, supuesto
que el haberlo callado nos ha puesto
en riesgo tan extraño.
¿Quién creerá que el callar me ha hecho daño
siendo mujer? Y es cierto,
siendo mujer, que por callarme he muerto.
En fin, él esperando
a esta puerta estaba--¡ay cielo!--cuando
yo a sus umbrales llego
hecha volcán de nieve, alpe de fuego.
Él a la luz escasa,
con que la luna mansamente abrasa,
vio brillar los adornos de mi pecho.
No es la primer traición que nos han hecho.
Pensó que era su dama
y llegó mariposa de su llama
para abrasarse en ella
y hallóme a mí por sombra de su estrella.
¿Quién de un galán creyera
que buscando sus celos conociera,
tan contrarios los cielos,
que ya se contentara con sus celos?
Quiso hablarme y no pudo,
que siempre ha sido el sentimiento mudo,
En fin, en tristes voces
que mal formadas anegó, veloces
desde la lengua al labio
la causa solicita de su agravio.
Yo responderle intento
--ya he dicho como es mudo el sentimiento--
y, aunque quise no pude,
que mal al miedo la razón acude.
Sí, bien busqué colores a mi culpa
mas cuando anda a buscarse la disculpa
o tarde o nunca llega;
mas el delito afirma que le niega.
"Ven," dijo, "hermana fiera,
de nuestro antiguo honor mancha primera,
dejaréte encerrada
donde segura estés y retirada
hasta que cuerdo y sabio
de la ocasión me informe de mi agravio."
Entré donde los cielos
mejoraron con verte mis desvelos.
Por haberte querido
fingida sombra de mi casa he sido.
Por haberte estimado
sepulcro vivo fui de mi cuidado,
porque no te quisiera
quien el respeto a tu valor perdiera,
porque no se estimara
quien su traición dijera cara a cara.
Mi intento fue el quererte,
mi fin amarte, mi temor perderte,
mi miedo asegurarte,
mi vida obedecerte, mi alma amarte,
mi deseo servirte,
y mi llanto, en efecto, persuadirte
que mi daño repares,
que me valgas, me ayudes y me ampares.
MANUEL: (Hidras parecen las desdichas mías Aparte
al renacer de sus cenizas frías.
¿Qué haré en tan ciego abismo,
humano laberinto de mí mismo?
Hermana es de don Luis cuando creía
que era dama. Si tanto, ¡ay Dios!, sentía
ofendelle en el gusto,
¿qué será en el honor? Tormento justo,
su hermana es. Si pretendo
librarla y con mi sangre la defiendo,
remitiendo a mi acero su disculpa,
es ya mayor mi culpa,
pues es decir que he sido
traidor y que a su casa he ofendido
pues en ella me halla.
Pues querer disculparme con culpalla
es decir que ella tiene
la culpa y a mi honor no le conviene.
Pues, ¿qué es lo que pretendo?
Si es hacerme traidor, si la defiendo;
si la dejo, villano;
si la guardo, mal huésped inhumano;
si a su hermano la entrego,
soy mal amigo; si aguardarla llego,
ingrato; si la libro, a un noble trato;
y si la dejo, a un noble amor ingrato.
Pues de cualquier manera
mal puesto he de quedar, matando muera.)
No receles, señora,
noble soy, y conmigo estás agora.

COSME: La puerta abren.
MANUEL: Nada temas,
pues que mi valor te guarda.
ÁNGELA: Mi hermano es.
MANUEL: Segura estás.
Ponte luego a mis espaldas.

Sale don LUIS


LUIS: Ya vuelvo. Pero, ¿qué miro?
¡Traidora

Amenázala


MANUEL: Tened la espada,
señor don Luis, yo os he estado
esperando en esta sala
desde que os fuisteis y aquí,
sin saber cómo, esta dama
entró que es hermana vuestra,
según dice, que palabra
os doy como caballero
que no la conozco. Y basta
decir que engañado pude,
sin saber a quien, hablarla.
Yo la he de poner en salvo
a riesgo de vida y alma.
De suerte que nuestro duelo,
que había a puerta cerrada
de acabarle entre los dos,
a ser escándalo pasa.
En habiéndola librado,
yo volveré a la demanda
de nuestra pendencia. Y pues,
en quien sustenta su fama
espada y honor han sido
armas de más importancia,
dejadme ir vos por honor
pues yo os dejé ir por espada.
LUIS: Yo fui por ella, mas sólo
para volver a postrarla
a vuestros pies, y cumpliendo
con la obligación pasada
en que entonces me pusisteis
pues que me dais nueva causa
puedo ya reñir de nuevo.
Esa mujer es mi hermana.
No la ha de llevar ninguno,
a mis ojos, de su casa
sin ser su marido. Así
si os empeñáis a llevarla,
con la mano podrá ser,
pues con aquesa palabra
podéis llevara y volver,
si queréis, a la demanda.
MANUEL: Volveré. Pero advertido
de tu prudencia y constancia
a sólo echarme a esos pies.
LUIS: Alza del suelo, levanta.
MANUEL: Y para cumplir mejor
con la obligación jurada
a tu hermana doy la mano.

Salen por una puerta BEATRIZ e ISABEL, y por otra
don JUAN


JUAN: Si sólo el padrino falta,
aquí estoy yo; que viniendo
a donde dejé a mi hermana
el oíros me detuvo,
no salir a las desgracias
como he salido a los gustos.
BEATRIZ: Y pues con ellos se acaban,
no se acaban sin terceros.
JUAN: Pues, ¿tú, Beatriz, en mi casa?
BEATRIZ; Nunca salí de ella, luego
te podré decir la causa.
JUAN: Logremos esta ocasión
pues tan a voces nos llama.
COSME: Gracias a Dios, que ya el duende
se declaró. Dime, ¿estaba
borracho?
MANUEL: Si no lo estás,
hoy con Isabel te casas.
COSME: Para estarlo fuera [de] eso,
mas no puedo.
ISABEL: ¿Por qué causa?
COSME: Por no malograr el tiempo;
que en estas cosas se gasta,
pudiéndolo aprovechar
en pedir de nuestras faltas
perdón, humilde el autor
os le pide a vuestras plantas.

Fin de la Comedia

Calderón de la Barca - La dama duende
Personajes | Acto I | Acto II | Acto III