Lope de Vega - La dama boba (Acto Primero)

Lope Félix de Vega y Carpio
(1562- 1635)

Acto Primero

Salen LISEO, caballero, y TURÍN, lacayo,
los dos de camino


LISEO: ¡Qué lindas posadas!
TURÍN: ¡Frescas!
LISEO: ¿No hay calor?
TURÍN: Chinches y ropa
tienen fama en toda Europa.
LISEO: ¡Famoso lugar en Illescas!
No hay en todos los que miras
quien le iguale.
TURÍN: Aun si supieses
la causa...
LISEO: ¿Cuál es?
TURÍN: Dos meses
de guindas y de mentiras.
LISEO: Como aquí, Turín, se juntan
de la corte y de Sevilla,
Andalucía y Castilla,
unos a otros preguntan:
unos de las Indias cuentan,
y otros, con discursos largos
de provisiones y cargos,
cosas que al vulgo alimentan.
¿No tomaste las medidas?
TURÍN: Una docena tomé.
LISEO: ¿E imágenes?
TURÍN: Con la fe
que son de España admitidas
por milagrosas en todo
cuanto en cualquiera ocasión
les pide la devoción
y el nombre.
LISEO: Pues, de ese modo,
lleguen las postas, y vamos.
TURÍN: ¿No has de comer?
LISEO: Aguardar
a que se guise es pensar
que a media noche llegamos;
y un desposado, Turín,
ha de llegar cuando pueda
lucir.
TURÍN: Muy atrás se queda
con el repuesto Marín;
pero yo traigo que comas.
LISEO: ¿Qué traes?
TURÍN: Ya lo verás.
LISEO: Dilo.
TURÍN: Guarda.
LISEO: Necio estás.
TURÍN: ¿De esto, pesadumbre tomas?
LISEO: Pues ¿para decir lo que es...?
TURÍN: Hay a quien pesa de oír
su nombre. Basta decir
que tú lo sabrás después.
LISEO: ¿Entretiénese la hambre
con saber qué ha de comer?
TURÍN: Pues sábete que ha de ser...
LISEO: ¡Presto!
TURÍN: Tocino fiambre.
LISEO: Pues ¿a quién puede pesar
de oír nombre tan hidalgo?
Turín, si me has de dar algo,
¿qué cosa me puedes dar
que tenga igual a ese nombre?
TURÍN: Esto y una hermosa caja.
LISEO: Dame de queso una raja;
que nunca el dulce es muy hombre.
TURÍN: Esas liciones no son
de galán, ni desposado.
LISEO: Aún agora no he llegado.
TURÍN: Las damas de corte son
todas un fino cristal;
transparentes y divinas.
LISEO: Turín, las más cristalinas
comerán.
TURÍN: ¡Es natural!
Pero esta hermosa Finea
con quien a casarte vas
comerá...
LISEO: Dilo.
TURÍN: No más
de azúcar, maná y jalea.
Pasaráse una semana
con dos puntos en el aire
de azúcar.
LISEO: ¡Gentil donaire!
TURÍN: ¿Qué piensas dar a su hermana?
LISEO: A Nise, su hermana bella,
una rosa de diamantes,
que así tengan los amantes
tales firmezas con ella;
y una cadena también,
que compite con la rosa.
TURÍN: Dicen que es también hermosa.
LISEO: Mi esposa parece bien;
si doy crédito a la fama.
De su hermana poco sé;
pero basta que me dé
lo que más se estima y ama.
TURÍN: ¡Bello golpe de dinero!
LISEO: Son cuarenta mil ducados.
TURÍN: ¡Bravo dote!
LISEO: Si contados
los llego a ver, como espero.
TURÍN: De un macho con guarniciones
verdes y estribos de palo,
se apea un hidalgo.
LISEO: ¡Malo,
si la merienda me pones!

Sale LEANDRO, estudiante, de camino



LEANDRO: Huésped, ¿habrá qué comer?
LISEO: Seáis, señor, bien llegado.
LEANDRO: Y vos en la misma hallado.
LISEO: ¿A Madrid...?
LEANDRO: Dejéle ayer,
cansado de no salir
con pretensiones cansadas.
LISEO: Esas van adjetivadas
con esperar y sufrir.
Holgara, por ir con vos
lleváramos un camino...
LEANDRO: Si vais a lo que imagino,
nunca lo permita Dios.
LISEO: No llevo qué pretender;
a negocios hechos voy.
¿Sois de ese lugar?
LEANDRO: Sí, soy.
LISEO: Luego podéis conocer
la persona que os nombrare.
LEANDRO: Es Madrid una talega
de piezas, donde se anega
cuanto su máquina pare.
Los reyes, roques y arfiles
conocidas casas tienen;
los demás que van y vienen
son como peones viles;
todo es allí confusión.
LISEO: No es Octavio pieza vil,.
LEANDRO: Si es quien yo pienso, es arfil,
y pieza de estimación.
LISEO: Quien yo digo es padre noble
de dos hijas.
LEANDRO; Ya sé quién;
pero dijérades bien
que de una palma y de un roble.
LISEO: ¿Cómo?
LEANDRO; Que entrambas lo son;
pues Nise bella es la palma;
Finea, un roble sin alma
y discurso de razón.
Nise es mujer tan discreta,
sabia, gallarda, entendida,
cuanto Finea encogida,
boba, indigna e imperfeta.
Y aun pienso que oí tratar
que la casaban...

Habla LISEO a TURÍN


LISEO: ¿No escuchas?
LEANDRO: Verdad es que no habrá muchas
que la puedan igualar
en el riquísimo dote;
mas ¡ay de aquel desdichado
que espera una bestia al lado!
Pues más de algún marquesote
a codicia del dinero,
pretende la bobería
de esta dama, y a porfía
hacen su calle terrero.

A TURÍN


LISEO: Yo llevo lindo concierto.
¡A gentiles vistas voy!
TURÍN: Disimula.
LISEO: Tal estoy
que apenas a hablar acierto.
En fin, señor, ¿Nise es bella
y discreta?...
LEANDRO: Es celebrada
por única, y deseada
por las partes que hay en ella
de gente muy principal.
LISEO: ¿Tan necia es Finea?
LEANDRO: Mucho sentís que lo sea.
LISEO: Contemplo, de sangre igual,
dos cosas tan desiguales...
Mas ¿cómo en dote lo son:
Que, hermanas, fuera razón
que los tuvieran iguales.
LEANDRO: Oigo decir que un hermano
de su padre la dejó
esta hacienda, porque vio
que sin ella fuera en vano
casarla con hombre igual
a su noble nacimiento,
supliendo el entendimiento
con el oro.
LISEO: Él hizo mal.
LEANDRO: ¡Antes bien!, porque con esto
tan discreta vendrá a ser
como Nise.
TURÍN; ¿Has de comer?
LISEO: Ponme lo que dices, presto.
Aunque ya puedo excusallo.
LEANDRO: ¿Mandáis, señor, otra cosa?
LISEO: Serviros. (¡Qué linda esposa!) Aparte

Vase LEANDRO


TURÍN: ¿Qué haremos?
LISEO: Ponte a caballo
que ya no quiero comer.
TURÍN: No te aflijas, pues no es hecho.
LISEO: Que me ha de matar, sospecho,
si es necia y propia mujer.
TURÍN: Como tú no digas "sí,"
¿quién te puede cautivar?
LISEO: Verla ¿no me ha de matar;
aunque es basilisco en mí?
TURÍN: No, señor.
LISEO: También advierte
que, siendo tan entendida
Nise, me dará la vida,
si ella me diere la muerte.

Vanse los dos

Salen OCTAVIO y MISENO


OCTAVIO: ¿Ésa fue la intención que tuvo Fabio?
MISENO: Parece que os quejéis.
OCTAVIO: ¡Bien mal emplea
mi hermano tanta hacienda! No fue sabio.
Bien es que Fabio, y que no sabio sea.
MISENO: Si en dejaros hacienda os hizo agravio,
vos propio lo juzgad.
OCTAVIO: Dejó a Finea,
a título de simple, tan gran renta
que a todos, hasta agora, nos sustenta.
MISENO: Dejóla a la que más le parecía,
de sus sobrinas.
OCTAVIO; Vos andáis discreto,
pues a quien heredó su bobería
dejó su hacienda para el mismo efeto.
MISENO: De Nise la divina gallardía,
las altas esperanzas y el conceto
os deben de tener apasionado.
¿Quién duda que le sois más inclinado?
OCTAVIO: Mis hijas son entrambas; mas yo os juro
que me enfadan y cansan, cada una
por su camino. Cuando más procuro
mostrar amor e inclinación a alguna,
si ser Finea simple es caso duro,
ya lo suplen los bienes de fortuna
y algunos que le dio Naturaleza,
siempre más liberal, de la belleza;
pero ver tan discreta y arrogante
a Nise, más me pudre y martiriza,
y que, de bien hablada y elegante,
el vulgazo la aprueba y soleniza.
Si me casara agora --y no te espante
esta opinión, que alguno lo autoriza--,
de dos extremos; boba o bachillera,
de la boba elección, sin duda, hiciera.
MISENO: ¡No digáis tal, por Dios!, que están sujetas
a no acertar en nada.
OCTAVIO: Eso es engaño;
que yo no trato aquí de las discretas;
sólo a las bachilleras desengaño.
De una casada son partes perfetas
virtud y honestidad.
MISENO: Parir cada año,
no dijérades mal, si es argumento
de que vos no queréis entendimiento.
OCTAVIO: Está la discreción de una casada
en amar y servir a su marido;
en vivir recogida y recatada,
honesta en el hablar y en el vestido;
en ser de la familia respetada,
en retirar la vista y el oído,
en enseñar los hijos, cuidadosa;
preciada más de limpia que de hermosa.
¿Para qué quiero yo que, bachillera,
la que es propia mujer concetos diga?
Esto de Nise por casar me altera;
lo más, como los menos, me fatiga;
resuélvome en dos cosas que quisiera;
pues la virtud es bien que el medio siga
que Finea supiera más que sabe,
y Nise menos.
MISENO: Habláis cuerdo y grave.
OCTAVIO: Si todos los extremos tienen vicio,
yo estoy, con justa causa, descontento.
MISENO: ¿Y qué hay de vuestro yerno?
OCTAVIO: Aquí el oficio
de padre y dueño alarga el pensamiento.
Caso a Finea; que es notable indicio
de las leyes del mundo, al oro atento.
Nise, tan sabia, docta y entendida,
apenas halla un hombre que la pida;
y por Finea, simple, por instantes
me solicitan tantos pretendientes,
del oro, más que del ingenio, amantes,
que me cansan amigos y parientes.
MISENO: Razones hay, al parecer, bastantes.
OCTAVIO: Una hallo yo, sin muchas aparentes,
y es el buscar un hombre en todo estado,
lo que le falta más, con más cuidado.
MISENO: Eso no entiendo bien.
OCTAVIO: Estadme atento.
Ningún hombre nacido a pensar viene
que le falta, Miseno, entendimiento,
y con esto no busca lo que tiene;
ve que el oro le falta y el sustento,
y piensa que buscalle le conviene,
pues como ser la falta el oro entienda,
deja el entendimiento y busca hacienda.
MISENO: ¡Piedad del cielo! Que ningún nacido
se queje de faltarle entendimiento.
OCTAVIO: Pues a muchos que nunca lo han creído,
les falta, y son sus obras argumento.
MISENO: Nise es aquésta.
OCTAVIO: Quítame el sentido
su desvanecimiento.
MISENO: Un casamiento
os traigo yo.
OCTAVIO: Casémosla; que temo
alguna necedad, de tanto extremo.

Vanse los dos. Salen NISE y CELIA, criada


NISE: ¿Dióte el libro?
CELIA: ¡Y tal que obliga
a no abrille ni tocalle!
NISE: Pues, ¿por qué?
CELIA: Por no ensucialle,
si quieres que te lo diga.
En cándido pergamino
vienen muchas flores de oro.
NISE: Bien lo merece Heliodoro,
griego poeta divino.
CELIA: ¿Poeta? Pues parecióme
prosa.
NISE: También hay poesía
en prosa.
CELIA: No lo sabía.
Miré el principio y cansóme.
NISE: Es que no se da a entender,
con el artificio griego,
hasta el quinto libro, y luego
todo se viene a saber;
cuanto precede a los cuatro.
CELIA: En fin, ¿es poeta en prosa?
NISE: Y de una historia amorosa,
digna de aplauso y teatro.
Hay dos prosas diferentes;
poética e historial;
la historial, lisa y leal,
cuenta verdades patentes,
con frase y términos claros;
la poética es hermosa,
varia, culta, licenciosa,
y escura aun a ingenios raros.
Tiene mil exornaciones
y retóricas figuras.
CELIA; Pues, ¿de cosas tan escuras
juzgan tantos?
NISE: No le pones,
Celia, pequeña objeción;
pero así corre el engaño
del mundo.

Salen FINEA, dama con unas cartillas,
y RUFINO, maestro


FINEA: ¡Ni en todo el año
saldré con esa lección!
CELIA: Tu hermana con su maestro.
NISE: ¿Conoce las letras ya?
CELIA: En los principios está.
RUFINO: ¡Paciencia, y no letras, muestro!
¿Qué es ésta?
FINEA: Letra será.
RUFINO: ¿Letra?
FINEA: Pues, ¡es otra cosa?
RUFINO: No, sino el Alba. ¡Qué hermosa Aparte
bestia!)
FINEA: Bien, bien. Sí, ya, ya;
el alba debe de ser,
cuando andaba entre las coles.
RUFINO: Ésta es "k". Los españoles
no la solemos poner
en nuestra lengua jamás.
Úsanla mucho alemanes
y flamencos.
FINEA: ¡Qué galanes
van todos éstos detrás!
RUFINO: Éstas son letras también.
FINEA: ¿Tantas hay?
RUFINO: Veintitrés son.
FINEA: Ahora vaya de lición;
que yo la diré muy bien.
RUFINO: ¿Qué es ésta?
FINEA: Aquésta no sé.
RUFINO: ¿Y ésta?
FINEA: No sé qué responda.
RUFINO: ¿Y ésta?
FINEA: ¿Cuál? ¿Ésta, redonda?
¡Letra!
RUFINO: ¡Bien!
FINEA: ¿Luego, acerté?
RUFINO: ¡Linda bestia!
FINEA: ¡Así, así!
Bestia, ¡por Dios!, se llamaba;
pero no se me acordaba.
RUFINO: Ésta es erre, y ésta es i.
FINEA: Pues, ¿si tú lo traes errado...?
NISE: (¡Con qué pesadumbre están!) Aparte
RUFINO: Di aquí: b, a, n ; ban.
FINEA: ¿Dónde vas?
RUFINO: ¡Gentil cuidado!
FINEA: ¿Que se van, no me decías?
RUFINO: Letras son. ¡Míralas bien!
FINEA: Ya miro.
RUFINO:
B , e , n ; ven.
FINEA: ¿Adónde?
RUFINO: ¡Adónde en mis días
no te vuelva más a ver!
FINEA: ¿Ven , no dices? Pues ya voy.
RUFINO: ¡Perdiendo el jüicio estoy!
¡Es imposible aprender!
¡Vive Dios, que te he de dar
una palmeta!

Saca una palmeta


FINEA: ¿Tú, a mí?
RUFINO: ¡Muestra la mano!
FINEA: Hela aquí.
RUFINO: ¡Aprende a deletrear!
FINEA: ¡Ay, perro! ¿Aquesto es palmeta?
RUFINO: Pues, ¿qué pensabas?
FINEA: ¡Aguarda!...
NISE: ¡Ella le mata!
CELIA: Ya tarda
tu favor, Nise discreta.
RUFINO: ¡Ay, que me mata!
NISE: ¿Qué es esto?
¿A tu maestro...?
FINEA: Hame dado
causa.
NISE: ¿Cómo?
FINEA: Hame engañado.
RUFINO: ¿Yo, engañado?
NISE: ¡Dila presto!
FINEA: Estaba aprendiendo aquí
la letra bestia y la k ...
NISE: La primera sabes ya.
FINEA: Es verdad, ya la aprendí.
Sacó un zoquete de palo
y al cabo una media bola;
pidióme la mano sola
--¡mira que lindo regalo!--,
y apenas me la tomó,
cuando, ¡zas! la bola asienta,
que pica como pimienta,
y la mano me quebró.
NISE: Cuando el discípulo ignora,
tiene el maestro licencia
de castigar.
FINEA: ¡Linda ciencia!
RUFINO: Aunque me diese, señora,
vuestro padre cuanto tiene,
no he de darle otra lección.

Vase RUFINO


CELIA: ¡Fuése!
NISE: No tienes razón.
Sufrir y aprender conviene.
FINEA: Pues, ¿las letras que allí están,
yo no las aprendo bien?
Vengo cuando dicen ven ,
y voy cuando dicen van.
¿Qué quiere, Nise, el maestro,
quebrándome la cabeza con ban, bin , bon?
CELIA: (¡Ella es pieza Aparte
de rey!)
NISE: Quiere el padre nuestro
que aprendamos.
FINEA: Yo ya sé
el Padrenuestro.
NISE: No digo
sino el maestro; y el castigo
por darte memoria fue.
FINEA: Póngame un hilo en el dedo
y no aquel palo en la palma.
CELIA: Mas que se te sale el alma,
si lo sabe.
FINEA: ¡Muerta quedo!
¡Oh, Celia! No se lo digas,
y verás qué te daré.

Sale CLARA, criada


CLARA: ¡Topé contigo, a la fe!
NISE: Ya, Celia, las dos amigas
se han juntado.
CELIA: A nadie quiere
más, en todas las crïadas.
CLARA: ¡Dadme albricias, tan bien dadas
como el suceso requiere!
FINEA: Pues, ¿de qué son?
CLARA: Ya parió
nuestra gata la Romana.
FINEA: ¿Cierto, cierto?
CLARA: Esta mañana.
FINEA: ¿Parió en el tejado?
CLARA: No.
FINEA: ¿Pues dónde?
CLARA: En el aposento.
¡Qué cierto se echó de ver
su entendimiento!
FINEA: ¡Es mujer
notable!
CLARA: Escucha un momento:
Salía, por donde suele,
el sol muy galán y rico,
con la librea del rey
colorado y amarillo;
andaban los carretones
quitándole el romadizo
que da la noche a Madrid;
aunque no sé quién me dijo
que era la calle Mayor
el soldado más antiguo,
pues nunca el mayor de Flandes
presentó tantos servicios;
pregonaban aguardiente,
agua biznieta del vino,
los hombres Carnestolendas,
todos naranjas y gritos;
dormían las rentas grandes,
despertaban los oficios,
tocaban los boticarios
sus almireces a pino,
cuando la gata de casa
comenzó, con mil suspiros,
a decir: "¡Ay, ay, ay, ay!
Que quiero parir, marido."
Levantóse Hociquimocho,
y fue corriendo a decirlo
a sus parientes y deudos;
que deben de ser moriscos,
porque el lenguaje que hablaban,
en tiple de monacillo,
si no es jerigonza entre ellos,
no es español ni latino.
Vino una gata viuda,
con blanco y negro vestido
--sospecho que era su agüela--
gorda y compuesta de hocico;
y si lo que arrastra honra,
como dicen los antiguos,
tan honrada es por la cola
como otros por sus oficios.
Trújole cierta manteca,
desayunóse y previno
en qué recibir el parto.
Hubo temerarios gritos.
No es burla. Parió seis gatos
tan remendados y lindos,
que pudieran, a ser pías,
llevar el coche más rico.
Regocijados, bajaron
de los tejados vecinos
caballetes y terrados,
todos lo deudos y amigos:
Lamicola, Arañizaldo,
Marfuz, Marramao, Micilo,
Tumbahollín, Mico, Miturrio,
Rabicorto, Zapaquildo,
unos vestidos de pardo,
otros de blanco vestidos,
y otros con forros de martas,
en cueras y capotillos.
De negro vino a la fiesta
el gallardo Golosino;
luto que mostraba entonces
de su padre el gaticidio.
Cuál la morcilla presenta;
cuál el pez, cuál el cabrito,
cuál el gorrión astuto,
cuál el simple palomino.
Trazando quedan agora,
para mayor regocijo
en el gatesco senado,
correr gansos cinco a cinco.
Ven presto, que si los oyes,
dirás que parecen niños,
y darás a la parida
el parabién de los hijos.
FINEA: ¡No pudieras contar
cosa, para el gusto mío,
de mayor contentamiento!
CLARA: Camina.
FINEA: Tras ti camino.

Vanse FINEA y CLARA


NISE: ¿Hay locura semejante?
CELIA: Y Clara es boba también.
NISE: Por eso la quiere bien.
CELIA: La semejanza es bastante;
aunque yo pienso que Clara
es más bellaca que boba.
NISE: Con esto la engaña y roba.

Salen DUARDO, FENISO, y LAURENCIO, caballeros


DUARDO: Aquí, como estrella clara,
a su hermosura nos guía.
FENISO: Y aun es del sol su luz pura.
LAURENCIO: ¡Oh, reina de la hermosura!
DUARDO: ¡Oh, Nise!
FENISO: ¡Oh, señora mía!
NISE: ¡Caballeros!
LAURENCIO: Esta vez,
por vuestro ingenio gallardo,
de un soneto de Eduardo
os hemos de hacer jüez.
NISE: ¿A mí, que doy de Finea
hermana y sangre?
LAURENCIO: A vos sola,
que sois sibila española,
no cumana ni eritrea;
a vos, por quien ya las gracias
son cuatro, y las musas diez,
es justo haceros jüez.
NISE: Si ignorancias, si desgracias
trujérades a juzgar,
era justa la elección.
FENISO: Vuestra rara discreción,
imposible de alabar,
fue justamente elegida.
Oíd, señora, a Eduardo.
NISE: ¡Vaya el soneto! Ya aguardo,
aunque de indigna, corrida.
DUARDO: La calidad elementar resiste
mi amor, que a la virtud celeste aspira
y en las mentes angélicas se mira,
donde la idea del calor consiste.
No ya como elemento el fuego viste
el alma, cuyo vuelo al sol admira;
que de inferiores mundos se retira
adonde el serafín ardiendo asiste.
No puede elementar fuego abrasarme.
La virtud celestial que vivifica
envidia al verme a la suprema alzarme;
que donde el fuego angélico me aplica,
¿cómo podrá mortal poder tocarme;
que eterno y fin, contradicción implica?
NISE: Ni una palabra entendí.
DUARDO: Pues en parte se leyera
que más de alguno dijera
por arrogancia: "Yo sí".
La intención o el argumento
es pintar a quien ya llega,
libre del amor que ciega,
con luz del entendimiento
a la alta contemplación
de aquel puro amor sin fin,
donde es fuego el serafín.
NISE: Argumento e intención
queda entendido.
LAURENCIO: ¡Profundos
conceptos!
NISE: ¡Mucho le esconden!
DUARDO: Tres fuegos, que corresponden,
hermosa Nise, a tres mundos,
dan fundamento a los otros.
NISE: ¡Bien los podéis declarar!
DUARDO: Calidad elementar
es el calor en nosotros;
la celestial, es virtud
que calienta y que recrea,
y la angélica es la idea
del calor.
NISE: Con inquietud
escucho lo que no entiendo.
DUARDO: El elemento en nosotros
es fuego.
NISE: ¿Entendéis vosotros?
DUARDO: El puro sol que estáis viendo,
en el cielo fuego es;
y fuego el entendimiento
seráfico; pero siento
que así difieren los tres:
que el que elementar se llama,
abrasa cuando se aplica;
el celeste, vivifica,
y el sobreceleste, ama.
NISE: No discurras, por tu vida;
vete a escuelas.
DUARDO: Dónde estás
lo son.
NISE: ¡Yo no escucho más,
de no entenderte, corrida!
¡Escribe fácil!
DUARDO: Platón,
a lo que en cosas divinas
escribió, puso cortinas
que, tales como éstas, son
matemáticas figuras
y enigmas.
NISE: ¡Oye, Laurencio!
FENISO: Ella os ha puesto silencio.
DUARDO: Temió las cosas escuras.
FENISO: ¡Es mujer!
DUARDO: La claridad
a todos es agradable,
que se escriba o que se hable.

Hablan aparte NISE y LAURENCIO


NISE: ¿Cómo va de voluntad?
LAURENCIO: Como quien la tiene en ti.
NISE: Yo te la pago muy bien.
No traigas contigo a quien
me eclipse el hablarte ansí.
LAURENCIO: Yo, señora, no me atrevo
por mi humildad, a tus ojos;
que, dando en viles despojos
se afrenta el rayo de Febo;
pero si quieres pasar
al alma, hallarásla rica
de la fe que amor publica.
NISE: Un papel te quiero dar;
pero, ¿cómo podrá ser
que de estos visto no sea?
LAURENCIO: Si en lo que el alma desea
me quieres favorecer
mano y papel podré aquí
asir juntos, atrevido
como finjas que has caído.

Cae


NISE: ¡Jesús!
LAURENCIO: ¿Qué es eso?
NISE: ¡Caí!
LAURENCIO: Con las obras respondiste.
NISE: Ésas responden mejor;
que no hay sin obras amor.
LAURENCIO:Amor en obras consiste.
NISE: Laurencio mío, adiós queda.
Duardo y Feniso, adiós.
DUARDO: Que tanta ventura a vos
como hermosura os conceda.

Vanse NISE y CELIA


DUARDO: ¿Qué os ha dicho del soneto
Nise?
LAURENCIO: Que es muy extremado.
DUARDO: Habréis los dos murmurado;
que hacéis versos, en efeto.
LAURENCIO: Ya no es menester hacellos
para saber murmurallos;
que se atreve a censurallos
quien no se atreve a entendellos.
FENISO: Los dos tenemos qué hacer.
Licencia nos podéis dar.
DUARDO: Las leyes de no estorbar
queremos obedecer.
LAURENCIO: ¡Malicia es ésa!
FENISO: ¡No es tal!
La divina Nise es vuestra,
o, por lo menos, lo muestra.
LAURENCIO: Pudiera tener igual.

Despídanse, y quede solo LAURENCIO


LAURENCIO: Hermoso sois, sin duda, pensamiento;
y, aunque honesto, también, con ser hermoso,
si es calidad del bien ser provechoso,
una parte de tres que os falta siento.
Nise, con un divino entendimiento,
os enriquece de un amor dichoso;
mas sois de sueño pobre, y es forzoso
que en la necesidad falte el contento.
Si el oro es blanco y centro de descanso,
y el descanso del gusto, yo os prometo
que tarda el navegar con viento manso.
Pensamiento, mudemos de sujeto;
si voy necio tras vos, y en ir me canso,
cuando vengáis tras mí seréis discreto.

Sale PEDRO, lacayo de LAURENCIO


PEDRO: ¡Qué necio andaba en buscarte
fuera de aqueste lugar!
LAURENCIO:Bien me pudieras hallar
con el alma en otra parte.
PEDRO: ¿Luego estás sin ella aquí?
LAURENCIO:Ha podido un pensamiento
reducir su movimiento
desde mí fuera de mí.
¿No has visto que la saeta
del reloj, en un lugar
firme siempre suele estar
aunque nunca está quieta,
y tal vez está en la una
y luego en las dos está?
Pues así mi alma ya,
sin hacer mudanza alguna,
de la casa en que me ves,
desde Nise, que ha querido,
a las doce se ha subido;
que en número de interés.
PEDRO: Pues, ¿cómo es esa mudanza?
LAURENCIO:Como la saeta soy,
que desde la una voy
por lo que el círculo alcanza.
¿Señalaba a Nise?
PEDRO: Sí.
LAURENCIO:Pues ya señalo a Finea.
PEDRO: ¿Eso quieres que te crea?
LAURENCIO:¿Por qué no, si hay causa?
PEDRO: Di.
LAURENCIO: Nise es una sola hermosa;
Finea las doce son;
hora de más bendición,
más descansada y copiosa.
En las doce el oficial
descansa, y bástale ser
hora entonces de comer,
tan precisa y natural.
Quiero decir que Finea
hora de sustento es,
cuyo descanso ya ves
cuánto el hombre le desea.
Denme, pues, las doce a mí,
que soy pobre, con mujer;
que dándome de comer
es la mejor para mí.
Nise es hora infortunada,
donde mi planeta airado,
de sextil y de cuadrado
me mira con frente armada.
Finea es hora dichosa,
donde Júpiter, benigno,
me está mirando de trino
con aspecto y faz hermosa.
Doyme a entender que poniendo
en Finea mis cuidados,
a cuarenta mil ducados
las manos voy previniendo.
Ésta, Pedro, desde hoy
ha de ser empresa mía.
PEDRO: Para probar tu osadía
en una sospecha estoy.
LAURENCIO: ¿Cuál?
PEDRO: Que te has de arrepentir,
por ser simple esta mujer.
LAURENCIO:¿Quién has visto de comer,
de descansar y vestir,
arrepentido jamás?
Pues esto viene con ella.
PEDRO: A Nise, discreta y bella,
Laurencio, ¿dejar podrás
por una boba ignorante?
LAURENCIO:¡Qué ignorante majadero!
¿No ves que el sol del dinero
va del ingenio adelante?
Él que es pobre, ése es tenido
por simple; el rico, por sabio.
No hay en el nacer agravio,
por notable que haya sido,
que el dinero no lo encubra,
ni hay falta en naturaleza
que con la mucha pobreza
no se aumente y se descubra.
Desde hoy quiero enamorar
a Finea.
PEDRO: He sospechado
que a un ingenio tan cerrado
no hay puerta por donde entrar.
LAURENCIO: Yo sé cuál.
PEDRO: ¡Yo no, por Dios!
LAURENCIO:Clara, su boba crïada.
PEDRO: Sospecho que es más taimada
que boba.
LAURENCIO: Demos los dos
en enamorarlas.
PEDRO: Creo
que Clara será tercera
más fácil.
LAURENCIO: De esa manera
seguro va mi deseo.
PEDRO: Ellas vienen; disimula.
LAURENCIO:Si puede ser en mi mano.
PEDRO: ¡Qué ha de poder un cristiano
enamorar una mula!
LAURENCIO: Linda cara y talle tiene.
PEDRO: ¡Así fuera el alma!

Salen FINEA y CLARA


LAURENCIO: Agora
conozco, hermosa señora,
que no solamente viene
el sol de las orientales
partes, pues de vuestros ojos
sale, con rayos más rojos
y luces piramidales;
pero si cuando salís
tan grande fuerza traéis,
al mediodía, ¿qué haréis?
FINEA: Comer, como vos decís;
no pirámides ni peros,
sino cosas provechosas.
LAURENCIO:Esas estrellas hermosas,
esos nocturnos luceros,
me tienen fuera de mí.
FINEA: Si vos andáis con estrellas,
¿qué mucho que os traigan ellas
arromadizado ansí?
Acostaos siempre temprano,
y dormid con tocador.
LAURENCIO:¿No entendéis que os tengo amor,
puro, honesto, limpio y llano?
FINEA: ¿Qué es amor?
LAURENCIO: ¿Amor? Deseo.
FINEA: ¿De qué?
LAURENCIO: De una cosa hermosa.
FINEA: ¿Es oro, es diamante, es cosas
de éstas que muy lindas veo?
LAURENCIO: No; sino de la hermosura
de una mujer como vos,
que, como lo ordena Dios,
para buen fin se procura;
y ésta, que vos la tenéis,
engendra deseo en mí.
FINEA: Y yo, ¿qué he de hacer aquí,
si sé que vos me queréis?
LAURENCIO: Quererme. ¿No habéis oído
que amor con amor se paga?
FINEA: No sé yo cómo se haga,
porque nunca yo he querido,
ni en la cartilla lo vi,
ni me lo enseñó mi madre.
Preguntarélo a mi padre.
LAURENCIO:¡Esperaos, que no es ansí!
FINEA: Pues, ¿cómo?
LAURENCIO: De estos mis ojos
saldrán unos rayos vivos
como espíritus visivos,
de sangre y de fuego rojos
que se entrarán por los vuestros.
FINEA: No, señor; arriedro vaya
cosa en que espíritus haya.
LAURENCIO:Son los espíritus nuestros,
que juntos se han de encender
y causar un dulce fuego
con que se pierde el sosiego,
hasta que se viene a ver
el alma en la posesión
que es el fin del casamiento;
que, con este santo intento,
justos los amores son,
porque el alma que yo tengo
a vuestro pecho se pasa.
FINEA: ¿Tanto pasa quien se casa?

PEDRO habla con CLARA


PEDRO: Con él, como os digo, vengo
tan muerto por vuestro amor,
que aquesta ocasión busqué.
CLARA: ¿Qué es amor, que no lo sé?
PEDRO: ¿Amor? ¡Locura, furor!
CLARA: Pues ¿loca tengo de estar?
PEDRO: Es una dulce locura
por quien la mayor cordura
suelen los hombres trocar.
CLARA: Yo, lo que mi ama hiciere
eso haré.
PEDRO: Ciencia es amor,
que el más rudo labrador
a pocos cursos la adquiere.
En comenzando a querer,
enferma lo voluntad
de una dulce enfermedad.
CLARA: No me le mandes tener;
que no he tenido en mi vida
sino solos sabañones.
FINEA: ¡Agrádanme las liciones!
LAURENCIO:Tú verás, de mí querida,
cómo has de quererme aquí;
que es luz del entendimiento
amor.
FINEA: Lo del casamiento
me cuadra.
LAURENCIO: Y me importa a mí.
FINEA: ¿Pues, llevaráme a su casa
y tendráme allá también?
LAURENCIO:Sí, señora.
FINEA: ¿Y eso es bien?
LAURENCIO:Y muy justo en quien se casa.
Vuestro padre y vuestra madre
casados fueron ansí.
De eso nacistes.
FINEA: ¿Yo?
LAURENCIO: Sí.
FINEA: Cuando se casó mi padre,
¿no estaba yo allí tampoco?
LAURENCIO:(¿Hay semejante ignorancia? Aparte
Sospecho que esta ganancia
camina a volverme loco).
FINEA: Mi padre pienso que viene.
LAURENCIO:Pues voyme. Acordaos de mí.
FINEA: ¡Que me place!

Vase LAURENCIO


CLARA: ¿Fuése?
PEDRO: Sí;
y seguirle me conviene.
Tenedme en vuestra memoria.

Vase PEDRO


CLARA: Si os vais, ¿cómo?
FINEA: ¿Has visto, Clara,
lo que es amor? ¿Quién pensara
tal cosa?
CLARA: No hay pepitoria
que tenga más menudencias
de manos, tripas y pies.
FINEA: Mi padre, como lo ves,
anda en mil impertinencias.
Tratado me ha de casar
con un caballero indiano,
sevillano o toledano.
Dos veces me vino a hablar,
y esta postrera sacó
de una carta un naipecito
muy repulido y bonito,
y luego que le miró,
me dijo: "Toma, Finea,
ése es tu marido," y fuése.
Yo, como, en fin, no supiese
este de casar qué sea,
tomé el negro del marido,
que no tiene más que cara,
cuera y ropilla; mas, Clara,
¿qué importa que sea pulido
este marido o quién es,
si todo el cuerpo no pasa
de la pretina? Que en casa
ninguno sin piernas ves.
CLARA: ¡Pardiez, que tienes razón!
¿Tiénesle ahí?
FINEA: Veisle aquí.

Saca un retrato


CLARA: ¡Buena cara y cuerpo!
FINEA: Sí;
mas no pasa del jubón.
CLARA: Luego éste no podrá andar.
¡Ay, los ojitos que tiene!
FINEA: Señor, con Nise...
CLARA: ¿Si viene
a casarte...?
FINEA: No hay casar;
que éste, que se va de aquí
tiene piernas, tiene traza.
CLARA: Y más, que con perro caza;
que el mozo me muerde a mí.

Salen OCTAVIO y NISE


OCTAVIO: Por la calle de Toledo
dicen que entró por la posta.
NISE: Pues, ¿cómo no llega ya?
OCTAVIO: Algo, por dicha, acomoda.
¡Temblando estoy de Finea!
NISE: Aquí está, señor, la novia.
OCTAVIO: Hija, ¿no sabes?
NISE: No sabe;
que ésa es su dicha toda.
OCTAVIO: Ya está en Madrid tu marido.
FINEA: Siempre tu memoria es poca.
¿No me lo diste en un naipe?
OCTAVIO: Ésa es la figura sola,
que estaba en él retratada;
que lo vivo viene agora.

Sale CELIA


CELIA: Aquí está el señor Liseo,
apeado de unas postas.
OCTAVIO: Mira, Finea, que estés
muy prudente y muy señora.
Llegad sillas y almohadas.

Salen LISEO, TURÍN, y CRIADOS


LISEO: Esta licencia se toma
quien viene a ser hijo vuestro.
OCTAVIO: Y quien viene a darnos honra.
LISEO: Agora, señor, decidme;
¿quién de las dos es mi esposa?
FINEA: ¡Yo! ¿No lo ve?
LISEO: Bien merezco
los brazos.
FINEA: ¿Luego no importa?
OCTAVIO: Bien le puedes abrazar.
FINEA: ¡Clara!
CLARA: ¿Señora?
FINEA: ¡Aún agora
viene con piernas y pies!
CLARA: ¿Esto es burla, o jerigonza?
FINEA: El verle de medio arriba
me daba mayor congoja.
OCTAVIO: Abrazad vuestra cuñada.
LISEO: No fue la fama engañosa,
que hablaba en vuestra hermosura.
NISE: Soy muy vuestra servidora.
LISEO: ¡Lo que es el entendimiento!
A toda España alborota.
La divina Nise os llaman;
sois discreta como hermosa,
y hermosa con mucho extremo.
FINEA: Pues ¿cómo requiebra a esotra,
si viene a ser mi marido?
¿No es más necio?
OCTAVIO: ¡Calla, loca!
Sentaos, hijas, por mi vida.
LISEO: ¡Turín!
TURÍN: ¿Señor?
LISEO: (¡Linda tonta!) Aparte
OCTAVIO: ¿Cómo venís del camino? 935
LISEO: Con los deseos enoja;
que siempre le hacen más largo.
FINEA: Ese macho de la noria
pudierais haber pedido,
que anda como una persona.
NISE: Calla, hermana.
FINEA: Callad vos.
NISE: Aunque hermosa y virtüosa,
es Finea de este humor.
LISEO: Turín, ¿trujiste las joyas?
TURÍN: No ha llegado nuestra gente.
LISEO: ¡Qué de olvidos se perdonan
en un camino a crïados!
FINEA: ¿Joyas traéis?
TURÍN: Y le sobra
de las joyas el principio.
(¡Tanto el jó se le acomoda!) Aparte
OCTAVIO: Calor traéis; ¿queréis algo?
¿Qué os aflige, qué os congoja?
LISEO: Agua quisiera pedir.
OCTAVIO: Haráos mal el agua sola.
Traigan una caja.
FINEA: A fe
que si, como viene agora,
fuera el sábado pasado,
que hicimos yo y esa moza
un menudo...
OCTAVIO: ¡Calla necia!
FINEA: Mucha especia, ¡linda cosa!

Salen CRIADOS con agua, toalla, salva y una caja


CELIA: El agua está aquí.
OCTAVIO: Comed.
LISEO: El verla, señor, provoca;
porque con su risa dice
que la beba y que no coma.

Beba


FINEA; Él bebe como una mula.
TURÍN: (¡Buen requiebro!) Aparte
OCTAVIO: ¡Qué enfadosa
que estás hoy! ¡Calla, si quieres!
FINEA: ¡Aun no habéis dejado gota!
Esperad; os limpiaré.
OCTAVIO: Pero ¿tú le limpias?
FINEA: ¿Qué importa?
LISEO: (¡Media barba me ha quitado! Aparte
¡Lindamente me enamora!)
OCTAVIO: Que descanséis es razón.
(Quiero, pues no se reporta, Aparte
llevarle de aquí a Finea).
LISEO: (Tarde el descanso se cobra
que en tal desdicha se pierde). Aparte
OCTAVIO: Ahora bien; entrad vosotras
y aderezad su aposento.
FINEA: Mi cama pienso que sobra
para los dos.
NISE: ¿Tú no ves
que no están hechas las bodas?
FINEA: ¿Pues qué importa?
NISE: Ven conmigo.
FINEA: ¿Allá dentro?
NISE: Sí.
FINEA: Adiós, ¡hola!
LISEO: (Las del mar de mi desdicha Aparte
me anegan entre sus ondas).
OCTAVIO: Yo también, hijo, me voy
para prevenir las cosas,
que, para que os desposéis
con más aplauso, me tocan.
Dios os guarde.

Todos se van. Queden LISEO y TURÍN


LISEO: No sé yo
de qué manera disponga
mi desventura. ¡Ay de mí!
TURÍN: ¿Quieres quitarte las botas?
LISEO: No, Turín, sino la vida.
¿Hay boba tan espantosa?
TURÍN: Lástima me ha dado a mí,
considerando que ponga
en un cuerpo tan hermoso
el cielo un lama tan loca.
LISEO: Aunque estuviera casado
por poder, en causa propia
me pudiera descasar;
la ley es llana y notoria;
pues concertando mujer
con sentido, me desposan
con una bestia del campo,
con una villana tosca.
TURÍN: ¿Luego no te casarás?
LISEO: Mal haya la hacienda toda
que con tal pensión se adquiere
y con tal censo se toma;
demás que aquesta mujer,
si bien es hermosa y moza,
¿qué puede parir de mí
sino tigres, leones y onzas?
TURÍN: Eso es engaño, que vemos
por experiencias e historias,
mil hijos de padres sabios,
que de necios, los deshonran.
LISEO: Verdad es que Cicerón
tuvo a Marco Tulio en Roma,
que era un caballo, un camello.
TURÍN: De la misma suerte, consta
que de necios padres suele
salir una fénix sola.
LISEO: Turín, por lo general,
y es consecuencia forzosa,
lo semejante se engendra.
Hoy la palabra se rompa;
rásguense cartas y firmas;
que ningún tesoro compra
la libertad. ¡Aún si fuera
Nise...!
TURÍN: ¡Oh, qué bien te reportas!
Dicen que si a un hombre airado,
que colérico se arroja
le pusiesen un espejo,
en mirando en él la sombra
que representa su cara,
se tiempla y desapasiona;
así tu, como tu gusto
miraste en su hermana hermosa,
que el gusto es cara del alma.
pues su libertad se nombra,
luego templaste la tuya.
LISEO: Bien dices, porque ella sola
el enojo de su padre,
que, como ves, me alborota,
me puede quitar, Turín.
TURÍN: ¿Qué, no hay que tratar de esotra?
LISEO: Pues ¿he de dejar la vida
por la muerte temerosa,
y por la noche enlutada
el sol que los cielos dora;
por los áspides las aves,
por las espinas las rosas
y por un demonio un ángel?
TURÍN: Digo que razón te sobra;
que no está el gusto en el oro;
que son el oro y las horas
muy diversas.
LISEO: Desde aquí
renuncio la dama boba.

Fin del Primer Acto

Lope de Vega - La dama boba
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