Lope de Vega - La dama boba (Acto Tercero)

Acto Tercero

Sale FINEA

FINEA: ¡Amor, divina invención
de conservar la belleza
de nuestra naturaleza,
o accidente o elección!
Extraños efectos son
los que de tu ciencia nacen,
pues las tinieblas deshacen,
pues hacen hablar los mudos;
pues los ingenios más rudos
sabios y discretos hacen.
No ha dos meses que vivía
a las bestias tan igual,
que aun el alma racional
parece que no tenía.
Con el animal sentía
y crecía con la planta;
la razón divina y santa
estaba eclipsada en mí,
hasta que en tus rayos vi,
a cuyo sol se levanta.
Tú desataste y rompiste
la escuridad de mi ingenio;
tú fuiste el divino genio
que me enseñaste y me diste
la luz con que me pusiste
el nuevo ser en que estoy.
Mil gracias, Amor, te doy,
pues me enseñaste tan bien,
que dicen cuantos me ven
que tan diferente soy.
A pura imaginación
de la fuerza de un deseo,
en los palacios me veo
de la divina razón.
¡Tanto la contemplación
de un bien pudo levantarme!
Ya puedes del grado honrarme,
dándome a Laurencio, Amor,
con quien pudiste mejor,
enamorada, enseñarme.

Sale CLARA


CLARA: En grande conversación
están de tu entendimiento.
FINEA: Huélgome que esté contento
mi padre en esta ocasión.
CLARA: Hablando está con Miseno
de cómo lees, escribes
y danzas; dice que vives
con otra alma en cuerpo ajeno.
Atribúyele al amor
de Liseo este milagro.
FINEA: En otras aras consagro
mis votos, Clara, mejor;
Laurencio ha sido el maestro.
CLARA: Como Pedro lo fue mío.
FINEA: De verlos hablar me río
en este milagro nuestro.
¡Gran fuerza tiene el Amor,
catedrático divino!

Salen MISENO y OCTAVIO


MISENO: Yo pienso que es el camino
de su remedio mejor.
Y ya, pues habéis llegado
a ver con entendimiento
a Finea, que es contento
nunca de vos esperado,
a Nise podéis casar
con este mozo gallardo.
OCTAVIO: Vos solamente a Düardo
pudiérades abonar.
Mozuelo me parecía
de estos que se desvanecen,
a quien agora enloquecen
la arrogancia y la poesía.
No son gracias de marido
sonetos. Nise es tentada
de académica endiosada,
que a casa los ha traído.
¿Quién le mete a una mujer
con Petrarca y Garcilaso,
siendo su Virgilio y Taso
hilar, labrar y coser?
Ayer sus librillos vi,
papeles y escritos varios;
pensé que devocionarios,
y de esta suerte leí:
Historia de dos amantes,
sacada de lengua griega;
Rimas, de Lope de Vega;
Galatea, de Cervantes;
el Camoes de Lisboa,
Los pastores de Belén,
comedias de don Guillén
de Castro, liras de Ochoa;
canción que Luis Vélez dijo
en la academia del duque
de Pastrana; obras de Luque;
cartas de don Juan de Arguijo;
cien sonetos de Liñán,
obras de Herrera el divino,
el libro del Peregrino,
y El pícaro, de Alemán.
Mas ¿qué os canso? Por mi vida,
que se los quise quemar.
MISENO: Casalda y veréisla estar
ocupada y divertida
en el parir y el crïar.
OCTAVIO: ¡Qué gentiles devociones!
Si Düardo hace canciones,
bien los podemos casar.
MISENO: Es poeta caballero;
no temáis. Hará por gusto
versos.
OCTAVIO: Con mucho disgusto
los de Nise considero.
Temo, y en razón lo fundo,
si en esto da, que ha de haber
un Don Quijote mujer
que dé que reír al mundo.

Hablan OCTAVIO y MISENO a un lado


LISEO: Trátasme con tal desdén,
que pienso que he de apelar
adonde sepan tratar
mis obligaciones bien;
pues advierte, Nise bella,
que Finea ya es sagrado;
que un amor tan desdeñado
puede hallar remedio en ella.
Tu desdén, que imaginé
que pudiera ser menor,
crece al paso de mi amor,
medra al lado de mi fe;
y su corto entendimiento
ha llegado a tal mudanza,
que puede dar esperanza
a mi loco pensamiento.
Pues, Nise, trátame bien;
o de Finea el favor
será sala en que mi amor
apele de tu desdén.
NISE: Liseo, el hacerme fieros
fuera bien considerado
cuando yo te hubiera amado.
LISEO: Los nobles y caballeros,
como yo, se han de estimar,
no lo indigno de querer.
NISE: El amor se ha de tener
adonde se puede hallar;
que como no es elección,
sino sólo un accidente,
tiénese donde se siente,
no donde fuera razón.
El amor no es calidad,
sino estrellas que conciertan
las voluntades que aciertan
a ser una voluntad.
LISEO: Eso, señora, no es justo;
y no lo digo con celos,
que pongáis culpa a los cielos
de la bajeza del gusto.
A lo que se hace mal,
no es bien decir: "Fue mi estrella."
NISE: Yo no pongo culpa en ella
ni en el curso celestial;
porque Laurencio es un hombre
tan hidalgo y caballero
que pude honrar...
LISEO: ¡Paso!
NISE: Quiero
que reverenciéis su nombre.
LISEO: A no estar tan cerca Octavio...
OCTAVIO: ¡Oh, Liseo!
LISEO: ¿Oh, mi señor!
NISE: (¡Que se ha de tener amor Aparte
por fuerza. ¡Notable agravio!)

Sale CELIA


CELIA: El maestro de danzar
a las dos llama a lección.
OCTAVIO: Él viene a buena ocasión.
Vaya un crïado a llamar
los músicos, porque vea
Miseno a lo que ha llegado
Finea.
LISEO: (Amor, engañado, Aparte
hoy volverás a Finea;
que muchas veces Amor,
disfrazado en la venganza,
hace una justa mudanza
desde un desdén a un favor).
CELIA: Los músicos y él venían.

Salen los MÚSICOS


OCTAVIO: ¡Muy bien venidos seáis!
LISEO: (¡Hoy, pensamientos, vengáis Aparte
los agravios que os hacían!)
OCTAVIO: Nise y Finea...
NISE: ¿Señor?
OCTAVIO: Vaya aquí, por vida mía,
el baile del otro día.
LISEO: ¡Todo es mudanzas Amor!) Aparte

OCTAVIO, MISENO y LISEO se sienten; los MÚSICOS canten,
y NISE y FINEA bailen ansí



MÚSICOS: "Amor, cansado de ver
tanto interés, en las damas,
y que, por desnudo y pobre,
ninguna favor le daba.
Pasóse a las Indias,
vendió el aljaba,
que más quiere doblones
que vidas y almas.
Trató en las Indias Amor,
no en joyas, seda y holandas,
sino en ser sutil tercero
de billetes y de cartas.
Volvió de las Indias
con oro y plata;
que el Amor bien vestido
rinde las damas.
Paseó la corte Amor
con mil cadenas y bandas;
las damas, como le veían,
de esta manera le hablan:
¿De dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¿De dó viene el caballero?
Viene de Panamá.
Trancelín en el sombrero.
Viene de Panamá.
Cadenita de oro al cuello.
Viene de Panamá.
En los brazos el gregüesco.
Viene de Panamá.
Las ligas con rapacejos.
Viene de Panamá.
Zapatos al uso nuevo.
Viene de Panamá.
Sotanilla a lo turquesco.
Viene de Panamá.
¿De dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¿De dó viene el hijodalgo?
Viene de Panamá.
Corto cuello y puños largos.
Viene de Panamá.
La daga, en banda, colgando.
Viene de Panamá.
Guante de ámbar adobado.
Viene de Panamá.
Gran jugador del vocablo.
Viene de Panamá.
No da dinero y da manos.
Viene de Panamá.
Enfadoso y mal crïado.
Viene de Panamá.
Es Amor; llámase indiano.
Viene de Panamá.
Es chapetón castellano.
Viene de Panamá.
En criollo disfrazado.
Viene de Panamá.
¿Do dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¡Oh, qué bien parece Amor
con las cadenas y galas;
que sólo el dar enamora,
porque es cifra de las gracias!
Niñas, doncellas y viejas
van a buscarle a su casa,
más importunas que moscas
en viendo que hay mil de plata.
Sobre cuál le ha de querer,
de vivos celos se abrasan,
y alrededor de su puerta
unas tras otras le cantan:
¡Dejas las avellanicas, moro,
que yo me las varearé!
El Amor se ha vuelto godo.
Que yo me las varearé.
Puños largos, cuello corto.
Que yo me las varearé.
Sotanilla y liga de oro.
Que yo me las varearé.
Sombrero y zapato romo.
Que yo me las varearé.
Manga ancha, calzón angosto.
Que yo me las varearé.
El habla mucho y da poco.
Que yo me las varearé.
Es viejo, y dice que es mozo.
Que yo me las varearé.
Es cobarde, y matamoros.
Que yo me las varearé.
Ya se descubrió los ojos.
Que yo me las varearé.
¡Amor loco y amor loco!
Que yo me las varearé.
¡Yo por vos, y vos por otro!
Que yo me las varearé.
¡Deja las avellanicas, moro,
que yo me las varearé!"
MISENO: Gallardamente, por cierto.
Dad gracias al cielo, Octavio,
que os satisfizo el agravio.
OCTAVIO: Hagamos este concierto
de Düardo y de Finea.
Hijas, yo tengo que hablaros.
FINEA: Yo nací para agradaros.
OCTAVIO: ¿Quién hay que mi dicha crea?

Vanse todos. Queden allí LISEO y TURÍN


LISEO: Oye, Turín.
TURÍN: ¿Qué me quieres?
LISEO: Quiérote comunicar
un nuevo gusto.
TURÍN: Si es dar
sobre tu amor pareceres,
busca un letrado de amor.
LISEO: Yo he mudado parecer.
TURÍN: A ser dejar de querer
a Nise, fuera el mejor.
LISEO: El mismo; porque Finea
me ha de vengar de su agravio.
TURÍN: No te tengo por tan sabio
que tal discreción te crea.
LISEO: De nuevo quiero tratar
mi casamiento. Allá voy.
TURÍN: De tu parecer estoy.
LISEO: Hoy me tengo de vengar.
TURÍN: Nunca ha de ser el casarse
por vengarse de un desdén;
que nunca se casó bien
quien se casó por vengarse.
Porque es gallarda Finea
y porque el seso cobró
--pues de Nise no sé yo
que tan entendida sea--,
será bien casarte luego.
LISEO: Miseno ha venido aquí.
Algo tratan contra mí.
TURIN: Que lo mires bien te ruego.
LISEO: ¡No hay más! ¡A pedirla voy!

Vase LISEO


TURÍN: El cielo tus pasos guíe
y del error te desvíe,
en que yo por Celia estoy.
¡Que enamore Amor un hombre
como yo! ¡Amor desatina!
¡Que una ninfa de cocina,
para blasón de su nombre,
ponga "Aquí murió Turín
entre sartenes y cazos!"

Salen LAURENCIO y PEDRO


LAURENCIO: Todo es poner embarazos
para que no llegue al fin.
PEDRO: ¡Habla bajo, que hay escuchas!
LAURENCIO: ¡Oh, Turín!
TURÍN: ¡Señor Laurencio!
LAURENCIO: ¿Tanta quietud y silencio?
TURÍN: Hay obligaciones muchas
para callar un discreto,
y yo muy discreto soy.
LAURENCIO: ¿Qué hay de Liseo?
TURÍN: A eso voy.
Fuése a casar.
PEDRO: ¡Buen secreto!
TURÍN: Está tan enamorado
de la señora Finea,
si no es que venganza sea
de Nise, que me ha jurado
que luego se ha de casar,
y es ido a pedirla a Octavio.
LAURENCIO: ¿Podré yo llamarme a agravio?
TURÍN: ¿Pues él os puede agraviar?
LAURENCIO: Las palabras ¿suelen darse
para no cumplirlas?
TURÍN: No.
LAURENCIO: De no casarse la dio.
TURÍN: Él no la quiebra en casarse.
LAURENCIO: ¿Cómo?
TURÍN: Porque no se casa
con la que solía ser,
sino con otra mujer.
LAURENCIO: ¿Cómo es otra?
TURÍN: Porque pasa
del no saber al saber,
y con saber le obligó.
¿Mandáis otra cosa?
LAURENCIO: No.
TURÍN: Pues adiós.

Vase TURÍN


LAURENCIO: ¿Qué puedo hacer?
Lo mismo que presumí
y tenía sospechado
del ingenio que ha mostrado,
Finea se cumpla aquí.
Como la ha visto Liseo
tan discreta, la afición
ha puesto en la discreción.
PEDRO: Y en el oro, algún deseo.
Cansólo la bobería;
la discreción le animó.

Sale FINEA

FINEA: Clara, Laurencio, me dio
nuevas de tanta alegría.
Luego a mi padre dejé,
y aunque ella me lo callara,
yo tengo quien me avisara,
que es el alma que te ve
por mil vidrios y cristales,
por donde quiera que vas
porque en mis ojos estás
con memorias inmortales.
Todo este grande lugar
tiene colgado de espejos
mi amor, juntos y parejos
para poderte mirar.
Si vuelvo el rostro, allí veo
tu imagen; si a estotra parte,
también; y ansí viene a darte
nombre de sol mi deseo;
que en cuantos espejos mira
y fuentes de pura plata,
su bello rostro retrata
y su luz divina espira.
LAURENCIO: ¡Ay, Finea! A Dios pluguiera
que nunca tu entendimiento
llegara, como ha llegado
a la mudanza que veo,
Necio, me tuve seguro,
y sospechoso discreto;
porque yo no te quería
para pedirte consejo.
¿Qué libro esperaba yo
de tus manos? ¿En qué pleito
habías jamás de hacerme
información en derecho?
Inocente te quería,
porque una mujer cordero
es tusón de su marido,
que puede traerla al pecho.
Todos habéis lo que basta
para casada, a lo menos;
no hay mujer necia en el mundo,
porque el no hablar no es defeto.
Hable la dama en la reja,
escriba, diga concetos
en el coche, en el estrado,
de amor, de engaños, de celos;
pero la casada sepa
de su familia el gobierno;
porque el más discreto hablar
no es santo como el silencio.
Mira el daño que me vino
de transformarse tu ingenio,
pues va a pedirte, ¡ay de mí!,
para su mujer, Liseo.
¡Ya deja a Nise, tu hermana!
¡Él se casa! ¡Yo soy muerto!
¡Nunca, plega a Dios, hablaras!
FINEA: ¿De qué me culpas, Laurencio?
A pura imaginación
del alto merecimiento
de tus prendas, aprendí
el que tú dices que tengo.
Por hablarte supe hablar,
vencida de tus requiebros;
por leer en tus papeles
libros difíciles leo;
para responderte, escribo;
no he tenido otro maestro
que Amor; Amor me ha enseñado.
Tú eres la ciencia que aprendo.
¿De qué te quejas de mí?
LAURENCIO: De mi desdicha me quejo;
pero, pues ya sabes tanto,
dame, señora, un remedio.
FINEA: El remedio es fácil.
LAURENCIO: ¿Cómo?
FINEA: Si, porque mi rudo ingenio,
que todos aborrecían,
se ha transformado en discreto,
Liseo me quiere bien,
con volver a ser tan necio
como primero le tuve,
me aborrecerá Liseo.
LAURENCIO: Pues, ¿sabrás fingirte boba?
FINEA: Sí; que lo fui mucho tiempo,
y el lugar donde se nace
saben andarle los ciegos.
Demás de esto, las mujeres
naturaleza tenemos
tan pronta para fingir
o con amor o con miedo,
que, antes de nacer, fingimos.
LAURENCIO: ¿Antes de nacer?
FINEA: Yo pienso
que en tu vida lo has oído.
Escucha.
LAURENCIO: Ya escucho atento.
FINEA: Cuando estamos en el vientre
de nuestras madres, hacemos
entender a nuestros padres,
para engañar sus deseos,
que somos hijos varones;
y así verás que, contentos,
acuden a sus antojos
con amores, con requiebros,
y esperando el mayorazgo,
tras tantos regalos hechos,
sale una hembra, que corta
la esperanza del suceso.
Según esto, si pensaron
que era varón, y hembra vieron,
antes de nacer fingimos.
LAURENCIO: Es evidente argumento;
pero yo veré si sabes
hacer, Finea, tan presto
mudanza de extremos tales.
FINEA: Paso, que viene Liseo.
LAURENCIO: Allí me voy a esconder.
FINEA: Ve presto.
LAURENCIO: Sígueme, Pedro.
PEDRO: En muchos peligros andas.
LAURENCIO: Tal estoy, que no los siento.

Escóndense LAURENCIO y PEDRO.

Salen LISEO y TURÍN


LISEO: En fin, queda concertado.
TURÍN: En fin, estaba del cielo
que fuese tu esposa.
LISEO: (Aquí Aparte
está mi primero dueño).
¿No sabéis, señora mía,
cómo ha tratado Miseno
casar a Dúardo y Nise,
y cómo yo también quiero
que se hagan nuestras bodas
con las suyas?
FINEA: No lo creo;
que Nise me ha dicho a mí
que está casada en secreto
con vos.
LISEO: ¿Conmigo?
FINEA: No sé
si érades vos u Oliveros.
¿Quién sois vos?
LISEO: ¿Hay tal mudanza?
FINEA: ¿Quién decís?, que no me acuerdo.
Y si mudanza os parece,
¿cómo no veis que en el cielo
cada mes hay nuevas lunas?
LISEO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
TURÍN: ¡Si le vuelve el mal pasado!
FINEA: Pues, decidme; si tenemos
luna nueva cada mes,
¿adónde están? ¿Qué se han hecho
las viejas de tantos años?
¿Daisos por vencido?
LISEO: (Temo Aparte
que era locura su mal).
FINEA: Guárdanlas para remiendo
de las que salen menguadas.
¿Veis ahí que sois un necio?
LISEO: Señora, mucho me admiro
de que ayer tan alto ingenio
mostrásedes.
FINEA: Pues, señor,
agora ha llegado al vuestro;
que la mayor discreción
es acomodarse al tiempo.
LISEO: Eso dijo el mayor sabio.
PEDRO: (Y esto escucha el mayor necio). Aparte
LISEO: Quitado me habéis el gusto.
FINEA: No he tocado a vos, por cierto.
Mirad, que se habrá caído.
LISEO: (¡Linda ventura tenemos! Aparte
Pídole a Octavio a Finea,
y cuando a decirle vengo
el casamiento tratado,
hallo que a su ser se ha vuelto).
Volved, mi señora, en vos,
considerando que os quiero
por mi dueño para siempre.
FINEA: ¿Por mi dueña? ¡Majadero!
LISEO: ¿Así tratáis un esclavo
que os da el alma?
FINEA: ¿Cómo es eso?
LISEO: Que os doy el alma.
FINEA: ¿Qué es alma?
LISEO: ¿Alma? El gobierno del cuerpo.
FINEA: ¿Cómo es un alma?
LISEO: Señora,
como filósofo, puedo
definirla, no pintarla.
FINEA: ¿No es alma la que en el peso
le pintan a San Miguel?
LISEO: También a un ángel ponemos
alas y cuerpo, y, en fin,
es un espíritu bello.
FINEA: ¿Hablan las almas?
LISEO: Las almas
obran por los instrumentos,
por los sentidos y partes
de que se organiza el cuerpo.
FINEA: ¿Longaniza come el alma?
TURÍN: ¿En qué te cansas?
LISEO: No puedo
pensar sino que es locura.
TURÍN: Pocas veces de los necios
se hacen los locos, señor.
LISEO: Pues, ¿de quién?
TURÍN: De los discretos;
porque de diversas causas
nacen efetos diversos.
LISEO: ¡Ay, Turín! Vuélvome a Nise.
Más quiero el entendimiento
que toda la voluntad.
Señora, pues mi deseo,
que era de daros el alma,
no pudo tener efeto,
quedad con Dios.
FINEA: Soy medrosa
de las almas, porque temo
que de tres que andan pintadas,
puede ser la del infierno.
La noche de los difuntos
no saco, de puro miedo,
la cabeza de la ropa.
TURIN: Ella es loca sobre necio,
que es la peor guarnición.
LISEO: Decirlo a su padre quiero.

Vanse LISEO y TURÍN. Salen LAURENCIO y PEDRO


LAURENCIO: ¿Puedo salir?
FINEA: ¿Qué te dice?
LAURENCIO: Que ha sido el mejor remedio
que pudiera imaginarse.
FINEA: Sí; pero siento en extremo
volverme a boba, aun fingida,
y pues fingida los siento,
los que son bobos de veras,
¿cómo viven?
LAURENCIO: No sintiendo.
PEDRO: Pues si un tonto ver pudiera
su entendimiento a un espejo,
¿no fuera huyendo de sí?
La razón de estar contentos
es aquella confïanza
de tenerse por discretos.
FINEA: Háblame, Laurencio mío,
sutilmente, porque quiero
desquitarme de ser boba.

Salen NISE y CELIA


NISE: ¡Siempre Finea y Laurencio
juntos! Sin duda se tienen
amor. No es posible menos.
CELIA: Yo sospecho que te engañan.
NISE: Desde aquí los escuchemos.
LAURENCIO: ¿Qué puede, hermosa Finea,
decirte el alma, aunque sale
de sí misma, que se iguale
a lo que mi amor desea?
Allá mis sentidos tienes;
escoge de lo sutil,
presumiendo que en abril
por amenos prados vienes.
Corta las diversas flores;
porque, en mi imaginación,
tales los deseos son.
NISE: Éstos, Celia, ¿son amores
o regalos de cuñado?
CELIA: Regalos deben de ser;
pero no quisiera ver
cuñado tan regalado.
FINEA: ¡Ay Dios; si llegase día
en que viese mi esperanza
su posesión.
LAURENCIO: ¿Qué no alcanza
una amorosa porfía?
PEDRO: Tu hermana, escuchando.
LAURENCIO: ¡Ay, cielos!
FINEA: Vuélvome a boba.
LAURENCIO: Eso importa.
FINEA: Vete.
NISE: Espérate, reporta
los pasos.
LAURENCIO: ¿Vendrás con celos?
NISE: Celos son para sospechas;
traiciones son las verdades.
LAURENCIO: ¡Qué presto te persüades
y de engaños te aprovechas!
¿Querrás buscar ocasión
para querer a Liseo,
a quien ya tan cerca veo
de tu boda y posesión?
Bien haces, Nise; haces bien.
Levántame un testimonio,
porque de este matrimonio
a mí la culpa me den.
Y si te quieres casar,
déjame a mí.

Vase LAURENCIO


NISE: ¡Bien me dejas!
¡Vengo a quejarme, y te quejas!
¿Aun no me dejas hablar?
PEDRO: Tiene razón mi señor.
Cásate y acaba ya.

Vase PEDRO


NISE: ¿Qué es aquesto?
CELIA: Que se va
Pedro con el mismo humor;
y aquí viene bien que Pedro
es tan ruín como su amo.
NISE: Ya le aborrezco y desamo.
¡Qué bien con las quejas medro!
Pero fue linda invención
anticiparse a reñir.
CELIA: Y el Pedro, ¿quién le vio ir
tan bellaco y socarrón?
NISE: Y tú, que disimulando
estás la traición que has hecho,
lleno de engaños el pecho,
con que me estás abrasando,
pues, como sirena, fuiste
medio pez, medio mujer,
pues, de animal, a saber
para mi daño veniste,
¿piensas que le has de gozar?
FINEA: ¿Tú me has dado pez a mí,
ni sirena, ni yo fui
jamás contigo a la mar?
¡Anda Nise, que estás loca!
NISE: ¿Qué es esto?
CELIA: A tonta se vuelve.
NISE: ¡A una cosa te resuelve!
Tanto el furor me provoca,
que el alma te he de sacar.
FINEA: ¿Tienes cuenta de perdón?
NISE: Téngola de tu traición;
pero no de perdonar.
El alma piensas quitarme
en quien el alma tenía.
Dame el alma que solía,
traidora hermana, animarme.
Mucho debes de saber,
pues del alma me desalmas.
FINEA: Todos me piden sus almas;
almario debo de ser.
Toda soy hurtos y robos;
montes hay donde no hay gente.
Yo me iré a meter serpiente;
que ya no es tiempo de bobos.
NISE: ¡Dame el alma!

Salen OCTAVIO, FENISO y DUARDO


OCTAVIO: ¿Qué es aquesto?
FINEA: Almas me piden a mí;
¿soy yo Purgatorio?
NISE: ¡Sí!
FINEA: Pues procura salir presto.
OCTAVIO: ¿No sabremos la ocasión
de vuestro enojo?
FINEA: Querer
Nise, a fuerza de saber,
pedir lo que no es razón.
Alma, sirenas y peces
dice que me ha dado a mí
OCTAVIO: ¿Hase vuelto a boba?
NISE: Sí.
OCTAVIO: Tú, pienso que la embobeces.
FINEA: Ella me ha dado ocasión;
que me quita lo que es mío.
OCTAVIO: Se ha vuelto a su desvarío,
¡muerto soy!
FENISO: Desdichas son.
DUARDO: ¿No decían que ya estaba
con mucho seso?
OCTAVIO: ¡Ay de mí!
NISE: Yo quiero hablar claro.
OCTAVIO: Di.
NISE: Todo tu daño se acaba
con mandar resueltamente
--pues, como padre, podrás,
y, aunque en todo, en esto más,
pues tu honor no lo consiente--
que Laurencio no entre aquí.
OCTAVIO: ¿Por qué?
NISE: Porque él ha causado
que ésta no se haya casado
y que yo te enoje a ti.
OCTAVIO: ¡Pues eso es muy fácil cosa!
NISE: Pues tu casa en paz tendrás.

Salen LAURENCIO y PEDRO


PEDRO: ¡Contento, en efeto, estás!
LAURENCIO: ¡Invención maravillosa!
CELIA: Ya Laurencio viene aquí.
OCTAVIO: Laurencio, cuando labré
esta casa, no pensé
que academia institüí;
ni cuando a Nise crïaba
pensé que para poeta,
sino que a mujer perfeta,
con las letras la enseñaba.
Siempre alabé la opinión
de que a la mujer prudente,
con saber medianamente,
le sobra la discreción.
No quiero más poesías;
los sonetos se acabaron,
y las músicas cesaron;
que son ya breves mis días.
Por allá los podréis dar,
si os faltan telas y rasos;
que no hay tales Garcilasos
como dinero y callar.
Éste venden por dos reales,
y tiene tantos sonetos,
elegantes y discretos,
que vos no lo haréis tales;
ya no habéis de entrar aquí
con este achaque. Id con Dios.
LAURENCIO: Es muy justo, como vos
me deis a mi esposa a mí;
que vos hacéis vuestro gusto
en vuestra casa, y es bien
que en la mía yo también
haga lo que fuere justo.
OCTAVIO: ¿Qué mujer os tengo yo?
LAURENCIO: Finea.
OCTAVIO: ¿Estáis loco?
LAURENCIO: Aquí
hay tres testigos del "sí"
que ha más de un mes me dio.
OCTAVIO: ¿Quién son?
LAURENCIO: Düardo, Feniso
y Pedro.
OCTAVIO: ¿Es esto verdad?
FENISO: Ella de su voluntad
Octavio, dársele quiso.
DUARDO: Así es verdad.
PEDRO: ¿No bastaba
que mi señor lo dijese?
OCTAVIO: Que, como simple, le diese
a un hombre que la engañaba,
no ha de valer. Di, Finea;
¿no eres simple?
FINEA: Cuando quiero.
OCTAVIO: ¿Y cuando no?...
FINEA: No.
OCTAVIO: ¿Qué espero?
Mas, cuando simple no sea,
con Liseo está casada.
A la justicia me voy.

Vase OCTAVIO


NISE: Ven, Celia, tras él; que estoy
celosa y desesperada.

Vanse NISE y CELIA


LAURENCIO: ¡Id, por Dios, tras él los dos!
No me suceda un disgusto.
FENISO: Por vuestra amistad es justo.
DUARDO: ¡Mal hecho ha sido, por Dios!
FENISO: ¿Ya habláis como desposado
de Nise?
DUARDO: Piénsolo ser.

Vanse DUARDO y FENISO


LAURENCIO: Todo se ha echado a perder;
Nise mi amor le ha contado.
¿Qué remedio puede haber
si a verte no puedo entrar?
FINEA: No salir.
LAURENCIO: ¿Dónde he de estar?
FINEA: ¿Yo no te sabré esconder?
LAURENCIO: ¿Dónde?
FINEA: En casa hay un desván
famoso para esconderte.
¡Clara!

Sale CLARA


CLARA: ¿Mi señora?
FINEA: Advierte
que mis desdichas están
en tu mano. Con secreto
lleva a Laurencio al desván.
CLARA: ¿Y a Pedro?
FINEA: También.
CLARA: Galán,
camine.
LAURENCIO: Yo te prometo
que voy temblando.
FINEA: ¿De qué?
PEDRO: Clara, en llegando la hora
de muquir, di a tu señora
que algún sustento nos dé.
CLARA: Otro comerá peor
que tú.
PEDRO: ¿Yo al desván? ¿Soy gato?

Vanse LAURENCIO, PEDRO y CLARA


FINEA: ¿Porque de imposibles trato,
esté público mi amor?
En llegándose a saber
una voluntad, no hay cosa
más triste y escandalosa
por una honrada mujer.
Lo que tiene de secreto
eso tiene Amor de gusto.

Sale OCTAVIO


OCTAVIO: (Harélo, aunque fuera justo
poner mi enojo, en efeto.
FINEA: ¿Vienes ya desenojado?
OCTAVIO: Por los que me lo han pedido.
FINEA: Perdón mil veces te pido.
OCTAVIO: ¿Y Laurencio?
FINEA: Aquí ha jurado
no entrar en la corte más.
OCTAVIO: ¿Adónde se fue?
FINEA: A Toledo.
OCTAVIO: ¡Bien hizo!
FINEA: No tengas miedo
que vuelva a Madrid jamás.
OCTAVIO: Hija, pues simple naciste,
y, por milagro de Amor,
dejaste el pasado error,
¿cómo el ingenio perdiste?
FINEA: ¿Qué quieres, padre? ¡A la fe!
De bobos no hay que fïar.
OCTAVIO: Yo lo pienso remediar.
FINEA: ¿Cómo si el otro se fue?
OCTAVIO: Pues te engañan fácilmente
los hombres, en viendo alguno,
te has de esconder, que ninguno
te ha de ver eternamente.
FINEA: ¿Pues dónde?
OCTAVIO: En parte secreta.
FINEA: ¿Será bien en un desván,
donde los gatos están?
¿Quieres tú que allí me meta?
OCTAVIO: Adonde te diere gusto,
como ninguno te vea.
FINEA: Pues, ¡alto! En el desván sea;
tú lo mandas, será justo.
Y advierte que lo has mandado.
OCTAVIO: ¡Una y mil veces!

Salen LISEO y TURÍN


LISEO: Si quise
con tantas veras a Nise,
mal puedo haberla olvidado.
FINEA: Hombres vienen. Al desván,
padre, yo voy a esconderme.
OCTAVIO: Hija, Liseo no importa.
FINEA: Al desván, padre; hombres vienen.
OCTAVIO: Pues ¿no ves que son de casa?
FINEA: No yerra quien obedece.
No me ha de ver hombre más,
sino quien mi esposo fuere.

Vase FINEA


LISEO: Tus disgustos he sabido.
OCTAVIO: Soy padre...
LISEO: Remedio puedes
poner en aquestas cosas.
OCTAVIO: Ya le he puesto, con que dejen
mi casa los que la inquietan.
LISEO: Pues, ¿de qué manera?
OCTAVIO: Fuése
Laurencio a Toledo ya.
LISEO: ¡Qué bien has hecho!
OCTAVIO: ¿Y tú crees
vivir aquí, sin casarte?
Porque el mismo inconveniente
se sigue de que aquí estés.
Hoy hace, Liseo, dos meses
que me traes en palabras...
LISEO: ¡Bien mi término agradeces!
Vengo a casar con Finea,
forzado de mis parientes,
y hallo una simple mujer.
¿Que la quiera, Octavio, quieres?
OCTAVIO: Tienes razón. ¡Acabóse!
Pero es limpia, hermosa y tiene
tanto doblón que podría
doblar el mármol más fuerte.
¿Querías cuarenta mil
ducados con una Fénix?
¿Es coja, o manca, Finea?
¿Es ciega? Y cuando lo fuese,
¿hay falta, en Naturaleza
que con oro no se afeite?
LISEO: Dame a Nise.
OCTAVIO: No ha dos horas
que Miseno la promete
a Düardo, en nombre mío;
y pues hablo claramente,
hasta mañana a estas horas
te doy para que lo pienses;
porque, de no te casar,
para que en tu vida entres
por las puertas de mi casa,
que tan enfadada tienes
haz cuenta que eres poeta.

Vase OCTAVIO


LISEO: ¿Qué te dice?
TURÍN: Que te aprestes
y con Finea te cases;
porque si veinte mereces,
porque sufras una boba
te añaden los otros veinte.
Si te dejas de casar,
te han de decir más de siete:
"¡Miren la bobada!"
LISEO: Vamos;
que mi temor se resuelve
de no se casar a bobas.
TURÍN: Que se casa, me parece,
a bobas, quien sin dineros
en tanta costa se mete.

Vanse los dos. Salen FINEA y CLARA


FINEA: Hasta agora, bien nos va.
CLARA: No hayas miedo que se entienda.
FINEA: ¡Oh, cuánto a mi amada prenda
deben mis sentidos ya!
CLARA: ¡Con la humildad que se pone
en el desván...!
FINEA: No te espantes;
que es propia casa de amantes,
aunque Laurencio perdone.
CLARA: ¡Y quién no vive en desván,
de cuanto hoy han nacido...!
FINEA: Algún humilde que ha sido
de los que en lo bajo están.
CLARA: ¡En el desván vive el hombre
que se tiene por más sabio
que Platón!
FINEA: Hácele agravio;
que fue divino su nombre.
CLARA: ¡En el desván, el que anima
a grandezas su desprecio!
¡En el desván más de un necio
que por discreto se estima...!
FINEA: ¿Quieres que te diga yo
cómo es falta natural
de necios, no pensar mal
de sí mismos?
CLARA: ¿Cómo no?
FINEA: La confïanza secreta
tanto el sentido les roba,
que, cuando era yo muy boba,
me tuve por muy discreta;
y como es tan semejante
el saber con la humildad,
ya que tengo habilidad,
me tengo por ignorante.
CLARA: ¡En el desván vive bien
un matador criminal,
cuya muerte natural
ninguno o pocos la ven!
¡En el desván, de mil modos,
y sujeto a mil desgracias,
aquél que, diciendo gracias,
es desgraciado con todos!
¡En el desván, una dama
que, creyendo a quien la inquieta,
por una hora de discreta
pierde mil años de fama!
¡En el desván, un preciado
de lindo, y es un caimán,
pero tiénele el desván,
como el espejo, engañado!
¡En el desván, el que canta
con voz de carro de bueyes,
y el que viene de Muleyes
y a los godos se levanta!
¡En el desván, el que escribe
versos legos y donados,
y el que, por vanos cuidados,
sujeto a peligros vive!
Finalmente...
FINEA: Espera un poco;
que viene mi padre aquí.

Salen OCTAVIO, MISENO, DUARDO, y FENISO


MISENO: ¿Eso le dijiste?
OCTAVIO: Sí,
que a tal favor me provoco.
No ha de quedar, ¡vive el cielo!,
en mi casa quien me enoje.
FENISO: Y es justo que se despoje
de tanto necio mozuelo.
OCTAVIO: Pidióme, graciosamente,
que con Nise le casase;
díjele que no pensase
en tal cosa eternamente,
y así estoy determinado.
MISENO: Oíd, que está aquí Finea.
OCTAVIO: Hija, escucha...
FINEA: Cuando vea,
como me lo habéis mandado,
que estáis solo.
OCTAVIO: Espera un poco;
que te he casado.
FINEA: ¡Que nombres
casamiento, donde hay hombres...!
OCTAVIO: ¿Luego, tiénesme por loco?
FINEA: No, padre; mas hay aquí
hombres, y voyme al desván.
OCTAVIO: Aquí, por tu bien, están.
FENISO: Vengo a que os sirváis de mí.
FINEA: ¡Jesús, señor! ¿No sabéis
lo que mi padre ha mandado?
MISENO: Oye; que hemos concertado
que os caséis.
FINEA: ¡Gracia tenéis!
No ha de haber hija obediente
como yo. Voyme al desván.
MISENO: Pues ¿no es Feniso galán?
FINEA: ¡Al desván, señor pariente!

Vase FINEA


DUARDO: ¿Cómo vos le habéis mandado
que de los hombres se esconda?
OCTAVIO: No sé, ¡por Dios!, qué os responda.
Con ella estoy enojado,
o con mi contraria estrella.
MISENO: Ya viene Liseo aquí.
Determinaos.
OCTAVIO: Yo, por mí,
¿qué puedo decir sin ella?

Salen LISEO, NISE y TURÍN


LISEO: Ya que me parto de ti,
sólo quiero que conozcas
lo que pierdo por quererte.
NISE: Conozco que tu persona
merece ser estimada;
y como mi padre agora
venga bien en que seas mío,
yo me doy por tuya toda;
que en los agravios de amor
es la venganza gloriosa.
LISEO: ¡Ay, Nise! ¡Nunca te vieran
mis ojos, pues fuiste sola
de mayor incendio en mí
que fue Elena para Troya!
Vine a casar con tu hermana,
y en viéndote, Nise hermosa,
mi libertad salteaste,
del alma preciosa joya.
Nunca más el oro pudo,
con su fuerza poderosa,
que ha derribado montañas
de costumbres generosas,
humillar mis pensamientos
a la bajeza que doran
los resplandores, que a veces
ciegan tan altas personas.
Nise, ¡duélete de mí,
ya que me voy!
TURÍN: Tiempla agora,
bella Nise, tus desdenes;
que se va Amor por la posta
a la casa del agravio.
NISE: Turín, las lágrimas solas
de un hombre han sido en el mundo
veneno para nosotras.
No han muerto tantas mujeres
de fuego, hierro y ponzoña
como de lágrimas vuestras.
TURÍN: Pues mira un hombre que llora.
¿Eres tú bárbara tigre?
¿Eres pantera? ¿Eres onza?
¿Eres duende? ¿Eres lechuza?
¿Eres Circe? ¿Eres Pandorga?
¿Cuál de aquestas cosas eres,
que no estoy bien en historias?
NISE: ¿No basta decir que estoy
rendida?

Sale CELIA


CELIA: Escucha, señora...
NISE: ¿Eres Celia?
CELIA: Sí.
NISE: ¿Qué quieres;
que ya todos se alborotan
de verte venir turbada?
OCTAVIO: Hija, ¿qué es esto?
CELIA: Una cosa
que os ha de poner cuidado.
OCTAVIO; ¿Cuidado?
CELIA: Yo vi que agora
llevaba Clara un tabaque
con dos perdices, dos lonjas,
dos gazapos, pan, toallas,
cuchillo, salero y bota.
Seguíle, y vi que al desván
caminaba...
OCTAVIO: Celia loca,
para la boba sería.
FENISO: ¡Qué bien que comen las bobas!
OCTAVIO: Ha dado en irse al desván,
porque hoy le dije a la tonta
que, para que no la engañen,
en viendo un hombre, se esconda.
CELIA: Eso fuera, a no haber sido,
para saberlo, curiosa.
Subí tras ella, y cerró
la puerta...
MISENO: Pues bien; ¿qué importa?
CELIA: ¿No importa, si en aquel suelo,
como si fuera una alfombra
de las que la primavera
en prados fértiles borda,
tendió unos blancos manteles,
a quien hicieron corona
dos hombres, ella y Finea?
OCTAVIO: ¿Hombres? ¡Buena va mi honra!
¿Conocístelos?
CELIA: No pude.
FENISO: Mira bien si se te antoja,
Celia...
OCTAVIO: No será Laurencio,
que está en Toledo.
DUARDO: Reporta
el enojo. Yo y Feniso
subiremos...
OCTAVIO: ¡Reconozcan
la casa que han afrentado!

Vase OCTAVIO


FENISO: No suceda alguna cosa...
NISE: No hará; que es cuerdo mi padre.
DUARDO: Cierto, que es divina joya
el entendimiento.
FENISO: Siempre
yerra, Düardo, el que ignora.
De esto os podéis alabar,
Nise, pues en toda Europa
no tiene igual vuestro ingenio.
LISEO: Con su hermosura conforma.

Sale con la espada desnuda OCTAVIO, siguiendo a LAURENCIO,
FINEA, CLARA y PEDRO



OCTAVIO: ¡Mil vidas he de quitar
a quien el honor me roba!
LAURENCIO: ¡Detened la espada, Octavio!
Yo soy, que estoy con mi esposa.
FENISO: ¿Es Laurencio?
LAURENCIO: ¿No lo veis?
OCTAVIO: ¿Quién pudiera ser agora,
sino Laurencio, mi infamia?
FINEA: Pues, padre, ¿de qué se enoja?
OCTAVIO: ¡Oh, infame! ¿No me dijiste
que el dueño de mi deshonra
estaba en Toledo?
FINEA: Padre,
si aqueste desván se nombra
"Toledo," verdad le dije.
Alto está, pero no importa;
que más lo estaba el Alcázar
y la Puente de Segovia
y hubo Juanelos que a él
subieron agua sin sogas.
¿El no me mandó esconder?
Pues suya es la culpa toda.
Sola en un desván, ¡mal año!
Ya sabe que soy medrosa...
OCTAVIO: ¡Cortaréle aquella lengua!
¡Rasgaréle aquella boca!
MISENO: Esto es caso sin remedio.
NISE: ¡Y la Clara socarrona,
que llevaba los gazapos!...
CLARA: Mandómelo mi señora...
MISENO: Octavio, vos sois discreto;
ya sabéis que tanto monta
cortar como desatar.
OCTAVIO: ¿Cuál me aconsejéis que escoja?
MISENO: Desatar.
OCTAVIO: Señor Feniso,
si la voluntad es obra,
recibid la voluntad.
Y vos, Düardo, la propia;
que Finea se ha casado,
y Nise, en fin, se conforma
con Liseo, que me ha dicho
que la quiere y que la adora.
FENISO: Si fue, señor, su ventura,
¡paciencia! Que el premio gozan
de sus justas esperanzas.
LAURENCIO: Todo corre viento en popa.
¿Daré a Finea la mano?
OCTAVIO: Dádsela, boba ingeniosa.
LISEO: ¿Y yo a Nise?
OCTAVIO: Vos también.
LAURENCIO: Bien merezco esta victoria,
pues le he dado entendimiento,
si ella me da la memoria
de cuarenta mil ducados.
PEDRO: ¿Y Pedro no es bien que coma
algún güeso, como perro,
de la mesa de estas bodas?
FINEA: Clara es tuya.
TURIN: ¿Y yo nací
donde a los que nacen lloran,
y ríen a los que mueren?
NISE: Celia, que fue devota,
será tu esposa, Turín.
TURÍN: Mi bota será y mi novia.
FENISO: Vos y yo sólo faltamos;
dad acá esa mano hermosa.
DUARDO: Al senado la pedid,
si nuestras faltas perdona;
que aquí, para los discretos,
da fin la comedia boba.

Fin de la Comedia


Lope de Vega - La dama boba
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