PERIBÁÑEZ entre
PERIBÁÑEZ: No parece
el licenciado. Si crece
el accidente...
CASILDA: Ahí te queda,
porque ya tiene salud
don Fadrique, mi señor.
PERIBÁÑEZ: Albricias te da mi amor.
COMENDADOR: Tal ha sido la virtud
desta piedra celestial.
Salen MARÍN y LUJÁN,
lacayos
MARÍN: Ya dicen que ha vuelto en sí.
LUJÁN: Señor, la silla está aquí.
COMENDADOR: Pues no pase del portal,
que no he menester ponerme
en ella.
LUJÁN: ¡Gracias a Dios!
COMENDADOR: Esto que os debo a los dos,
si con salud vengo a verme,
satisfaré de manera
que conozcáis lo que siento
vuestro buen acogimiento.
PERIBÁÑEZ: Si a vuestra salud pudiera,
señor, ofrecer la mía,
no lo dudéis.
COMENDADOR. Yo Io creo.
LUJÁN: ¿Qué sientes?
COMENDADOR: Un gran deseo
que cuando entré no tenía.
LUJÁN: No lo entiendo.
COMENDADOR: Importa poco.
LUJÁN: Yo hablo de tu caída.
COMENDADOR: En peligro está mi vida
por un pensamiento loco.
Váyanse; queden CASILDA y PERIBÁÑEZ
PERlBANEZ: Parece que va mejor.
CASlLDA: Lástima, Pedro, me ha dado.
PERlBANEZ: Por mal agüero he tomado
que caiga el Comendador.
¡Mal haya la fiesta, amén,
el novillo y quien le ató!
CASlLDA: No es nada, luego me habló.
Antes lo tengo por bien,
por que nos haga favor
si ocasión se nos ofrece.
PERlBANEZ: Casilda, mi amor merece
satisfacción de mi amor.
Ya estamos en nuestra casa,
su dueño y mío has de ser;
ya sabes que la mujer
para obedecer se casa,
que así se lo dijo Dios
en el principio del mundo;
que en eso estriba, me fundo,
la paz y el bien de los dos.
Espero amores de ti
que has de hacer gloria mi pena.
CASlLDA: ¿Qué ha de tener para buena
una mujer?
PERIBÁÑEZ: Oye.
CASILDA: Di.
PERlBANEZ: Amar y honrar su marido
es letra de este abecé,
siendo buena por la B,
que es todo el bien que te pido.
Haráte cuerda la C,
la D dulce, y entendida
la E, y la F en la vida
firme, fuerte y de gran fe.
La G grave, y para honrada
la H, que con la I
te hará ilustre, si de ti
queda mi casa ilustrada.
Limpia serás por la L,
y por la M maestra
de tus hijos, cual lo muestra
quien de sus vicios se duele.
La N te enseña un no
a solicitudes locas,
que éste no, que aprenden pocas,
está en la N y la O.
La P te hará pensativa,
la Q bien quista, la R
con tal razón que destierre
toda locura excesiva.
Solicita te ha de hacer
de mi regalo la S,
la T tal que no pudiese
hallarse mejor mujer.
La V te hará verdadera,
la X buena cristiana,
letra que en la vida humana
has de aprender la primera.
Por la Z has de guardarte
de ser zelosa, que es cosa
que nuestra paz amorosa
puede, Casilda, quitarte.
Aprende este canto llano,
que con aquesta cartilla,
tú serás flor de la villa,
y yo el mas noble villano.
CASILDA: Estudiaré, por servirte,
las letras de ese abecé;
pero dime si podré
otro, mi Pedro, decirte,
si no es acaso licencia.
PERIBÁÑEZ: Antes yo me huelgo. Di,
que quiero aprender de ti.
CASILDA: Pues escucha, y ten paciencia.
La primera letra es A,
que altanero no has de ser;
por la B no me has de hacer
burla para siempre ya.
La C te hará compañero
en mis trabajos; la D
dadivoso, por la fe
con que regalarte espero.
La F de fácil trato,
la G galán para mi,
la H honesto, y la I
sin pensamiento de ingrato.
Por la L liberal,
y por la M el mejor
marido que tuvo amor,
porque es el mayor caudal.
Por la N no serás
necio, que es fuerte castigo;
por la O sólo conmigo
todas las horas tendrás.
Por la P me has de hacer obras
de padre; porque quererme
por la Q, será ponerme
en la obligación que cobras.
Por la R regalarme,
y por la S servirme,
por la T tenerte firme,
por la V verdad tratarme,
por la X con abiertos
brazos imitarla ansí,
Abrázale
y como estamos aquí
estemos después de muertos.
PERIBÁÑEZ: Yo me ofrezco, prenda mía,
a saber este abecé.
¿Quieres más?
CASILDA: Mi bien no sé
si me atreva el primer día
a pedirte un gran favor.
PERIBÁÑEZ: Mi amor se agravia de ti.
CASILDA: ¿Cierto?
PERIBÁÑEZ: Sí.
CASILDA: Pues oye .
PERIBÁÑEZ: Di
cuánto se obliga mi amor.
CASILDA: El día de la Asunción
se acerca; tengo deseo
de ir a Toledo, y creo
que no es gusto, es devoción
de ver la imagen también
del Sagrario, que aquel día
sale en procesión.
PERIBÁÑEZ: La mía
es tu voluntad, mi bien.
Tratemos de la partida.
CASILDA: Ya por la G me pareces
galán; tus manos mil veces
beso.
PERIBÁÑEZ: A tus primas convida,
y vaya un famoso carro.
CASILDA: ¿Tanto me quieres honrar?
PERIBÁÑEZ: Allá te pienso comprar.
CASILDA: Dilo.
PERIBÁÑEZ: ...un vestido bizarro.
Éntrense. Salga el COMENDADOR y LEONARDO, criado
COMENDADOR: Llámame, Leonardo, presto
a Luján.
LEONARDO: Ya le avisé,
pero estaba descompuesto.
COMENDADOR: Vuelve a llamarle.
LEONARDO: Yo iré .
COMENDADOR: Parte.
LEONARDO: (¿En qué ha de parar esto? Aparte
Cuando se siente mejor,
tiene más melancolía,
y se queja sin dolor.
Sospiros al aire envía:
¡mátenme si no es amor! )
Váyase
COMENDADOR: Hermosa labradora,
más bella, más lucida
que ya del sol vestida
la colorada aurora;
sierra de blanca nieve
que los rayos de amor vencer se atreve:
parece que cogiste
con esas blancas manos
en los campos lozanos
que el mayo adorna y viste
cuantas flores agora
Céfiro engendra en el regazo a Flora.
Yo vi los verdes prados
llamar tus plantas bellas
por florecer con ellas,
de su nieve pisados,
y vi de tu labranza
nacer al corazón verde esperanza.
¡Venturoso el villano
que tal agosto ha hecho
del trigo de tu pecho
con atrevida mano,
y que con blanca barba
verá en sus eras de tus hijos parva!
Para tan gran tesoro
de fruto sazonado
el mismo sol dorado
te preste el carro de oro,
o el que forman estrellas,
pues las del norte no serán tan bellas.
Por su azadón trocara
mi dorada cuchilla,
a Ocaña tu casilla,
casa en que el sol repara.
¡Dichoso tú, que tienes
en la troj de tu lecho tantos bienes!
Entre LUJÁN
LUJÁN: Perdona, que estaba el bayo
necesitado de mí.
COMENDADOR: Muerto estoy, matóme un rayo;
aún dura, Luján, en mí
la fuerza de aquel desmayo.
LUJÁN: ¿Todavía persevera,
y aquella pasión te dura?
COMENDADOR: Como va el fuego a su esfera,
el alma a tanta hermosura
sube cobarde y ligera.
Si quiero, Luján, hacerme
amigo deste villano,
donde el honor menos duerme
que en el sutil cortesano,
¿qué medio puede valerme?
¿Será bien decir que trato
de no parecer ingrato
al deseo que mostró,
hacerle algún bien?
LUJÁN: Si yo
quisiera bien, con recato,
quiero decir, advertido
de un peligro conocido,
primero que a la mujer,
solicitara tener
la gracia de su marido.
Éste, aunque es hombre de bien
y honrado entre sus iguales,
se descuidará también
si le haces obras tales,
como por otros se ven.
Que hay marido que, obligado,
procede más descuidado
en la guarda de su honor:
que la obligación, señor,
descuida el mayor cuidado.
COMENDADOR: ¿Qué le daré por primeras
señales?
LUJÁN: Si consideras
lo que un labrador adulas,
será darle un par de mulas
más que si a Ocaña le dieras.
Éste es el mayor tesoro
de un labrador. Y a su esposa,
unas arracadas de oro;
que con Angélica hermosa
esto escriben de Medoro:
Reinaldo fuerte en roja sangre bana
por Angélica el campo de Agramante;
Roldán valiente, gran señor de Anglante,
cubre de cuerpos la marcial campana;
la furia Malgesí del cetro engaña;
sangriento corre el fiero Sacripante;
cuanto le pone la ocasión delante,
derriba al suelo Ferragut de España.
Mas, mientras los gallardos paladines
armados tiran tajos y reveses,
presentóle Medoro unos chapines,
y entre unos verdes olmos y cipreses
gozó de amor los regalados fines,
y la tuvo por suya trece meses.
COMENDADOR: No pintó mal el poeta
lo que puede el interés.
LUJÁN: Ten por opinión discreta
la del dar, porque al fin es
la más breve y más secreta.
Los servicios personales
son vistos públicamente
y dan del amor señales.
El interés diligente
que negocia por metales,
dicen que lleva los pies
todos envueltos en lana.
COMENDADOR: ¡Pues alto, venza interés!
LUJÁN: Mares y montañas allana
y tú lo verás después.
COMENDADOR: Desde que fuiste conmigo,
Luján, al Andalucía,
y fui en la guerra testigo
de tu honra y valentía,
huelgo de tratar contigo
todas las cosas que son
de gusto y secreto, a efeto
de saber tu condición;
que un hombre de bien discreto
es digno de estimación
en cualquier parte o lugar
que le ponga su fortuna;
y yo te pienso mudar
deste oficio.
LUJÁN: Si en alguna
cosa te puedo agradar,
mándame, y verás mi amor,
que yo no puedo, señor,
ofrecerte otras grandezas.
COMENDADOR: Sácame destas tristezas.
LUJÁN: Este es el medio mejor.
COMENDADOR: Pues vamos, y buscarás
el par de mulas más bello
que él haya visto jamás.
LUJÁN: Ponles ese yugo al cuello,
que antes de un hora verás
arar en su pecho fiero
surcos de afición, tributo
de que tu cosecha espero;
que en trigo de amor, no hay fruto
si no se siembra dinero.
Váyanse. Salen INÉS, COSTANZA Y CASILDA
CASILDA: No es tarde para partir
INÉS: El tiempo es bueno y es llano
todo el camino.
COSTANZA: En verano
suelen muchas veces ir
en diez horas, y aun en menos.
¿Qué galas llevas, Inés?
INÉS: Pobres y el talle que ves.
COSTANZA: Yo llevo unos cuerpos llenos
de pasamanos de plata.
INÉS: Desabrochado el sayuelo,
salen bien.
CASILDA: De terciopelo
sobre encarnada escarlata
los pienso llevar, que son
galas de mujer casada.
COSTANZA: Una basquiña prestada
me daba Inés, la de Antón.
Era palmilla gentil
de Cuenca, si allá se teje,
y obligame a que la deje
Menga, la de Blasco Gil,
porque dice que el color
no dice bien con mi cara.
INÉS: Bien sé yo quién te prestara
una faldilla mejor.
COSTANZA: ¿Quién?
INÉS: Casilda.
CASILDA: Si tú quieres,
la de grana blanca es buena,
o la verde, que está llena
de vivos.
COSTANZA: Liberal eres
y bien acondicionada;
mas si Pedro ha de reñir,
no te la quiero pedir,
y guárdete Dios, casada.
CASILDA: No es Peribáñez, Costanza,
tan mal acondicionado.
INÉS: ¿Quiérete bien tu velado?
CASILDA: ¿Tan presto temes mudanza?
No hay en esta villa toda
novios de placer tan ricos;
pero aún comemos los picos
de las roscas de la boda.
INÉS: ¿Dícete muchos amores?
CASILDA: No sé yo cuáles son pocos;
sé que mis sentidos locos
lo están de tantos favores.
Cuando se muestra el lucero,
viene del campo mi esposo
de su cena deseoso;
siéntele el alma primero,
y salgo a abrille la puerta,
arrojando el almohadilla,
que siempre tengo en la villa
quien mis labores concierta.
Él de la mula se arroja,
y yo me arrojo en sus brazos;
tal vez de nuestros abrazos
la bestia hambrienta se enoja
y, sintiéndola gruñir,
dice: En dándole la cena
al ganado, cara buena,
volverá Pedro a salir.
Mientras él paja les echa,
ir por cebada me manda;
yo la traigo, el la zaranda
y deja la que aprovecha.
Revuélvela en el pesebre,
y allí me vuelve a abrazar,
que no hay tan bajo lugar
que el amor no le celebre.
Salimos donde ya está
dándonos voces la olla,
porque el ajo y la cebolla,
fuera del olor que da
por toda nuestra cocina,
tocan a la cobertera
el villano de manera
que a bailalle nos inclina.
Sácola en limpios manteles,
no en plata, aunque yo quisiera;
platos son de Talavera,
que están vertiendo claveles.
Aváhole su escodilla
de sopas con tal primor,
que no la come mejor
el señor de muesa villa;
y él lo paga, porque a fe,
que apenas bocado toma,
de que, como a su paloma,
lo que es mejor no me dé.
Bebe y deja la mitad,
bébole las fuerzas yo,
traigo olivas, y si no,
es postre la voluntad.
Acabada la comida,
puestas las manos los dos,
dámosle gracias a Dios
por la merced recibida,
y vámonos a acostar,
donde le pesa al aurora
cuando se llega la hora
de venirnos a llamar.
INÉS: ¡Dichosa tú, casadilla,
que en tan buen estado estás!
Ea, ya no falta más
sino salir de la villa.
Entre PERIBÁÑEZ
CASILDA: ¿Esta el carro aderezado?
PERIBÁÑEZ: Lo mejor que puede está.
CASILDA: Luego ¿pueden subir ya?
PERIBÁÑEZ: Pena, Casilda, me ha dado
el ver que el carro de Bras
lleva alfombra y repostero.
CASILDA: Pídele a algún caballero.
INÉS: Al Comendador podrás.
PERIBÁÑEZ: El nos mostraba afición,
y pienso que nos le diera.
CASILDA: ¿Qué se pierde en ir?
PERIBÁÑEZ: Espera,
que a la fe que no es razón
que vaya sin repostero.
INÉS: Pues vámonos a vestir.
CASILDA: También le puedes pedir.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué, mi Casilda?
CASILDA: ...un sombrero.
PERIBÁÑEZ: Eso no.
CASILDA: ¿Por qué? ¿Es exceso?
PERIBÁÑEZ: Porque plumas de señor
podrán darnos por favor
a ti viento y a mi peso.