Peribáñez y el comendador de Ocaña (Acto Primero)

Lope de Vega, Peribáñez y el comendador de Ocaña
Personajes
| Acto I | Acto II | Acto III

Acto Primero

Boda de villanos. El CURA; INÉS, madrina;
COSTANZA, labradora; CASILDA, novia;
PERIBÁÑEZ; MÚSICOS, de
labradores
 
 
INÉS: Largos años os gocéis.
COSTANZA: Si son como yo deseo,
 casi inmortales seréis.
CASILDA: Por el de serviros, creo
 que merezco que me honréis.
CURA: Aunque no parecen mal,
 son excusadas razones
 para cumplimiento igual,
 ni puede haber bendiciones
 que igualen con el misal.
 Hartas os dije; no queda
 cosa que deciros pueda
 el más deudo, el más amigo.
INÉS: Señor doctor, yo no digo
 más de que bien les suceda.
CURA: Espérolo en Dios, que ayuda
 a la gente virtüosa.
 Mi sobrina es muy sesuda.
PERIBÁÑEZ: Sólo con no ser celosa
 saca este pleito de duda
CASILDA: No me deis vos ocasión,
 que en mi vida tendré celos.
PERIBÁÑEZ: Por mi no sabréis qué son.
INÉS: Dicen que al amor los cielos
 le dieron esta pensión.
CURA: Sentaos, y alegrad el día
 en que sois uno los dos.
PERIBÁÑEZ: Yo tengo harta alegría
 en ver que me ha dado Dios
 tan hermosa compañía.
CURA: Bien es que a Dios se atribuya,
 que en el reino de Toledo
 no hay cara como la suya.
CASILDA: Si con amor pagar puedo,
 esposo, la afición tuya,
 de lo que debiendo quedas
 me estás en obligación.
PERIBÁÑEZ: Casilda, mientras no puedas
 excederme en afición,
 no con palabras me excedas.
 Toda esta villa de Ocaña
 poner quisiera a tus pies,
 y aun todo aquello que baña
 Tajo hasta ser portugués,
 entrando en el mar de España.
 El olivar más cargado
 de aceitunas me parece
 menos hermoso, y el prado
 que por el mayo florece,
 sólo del alba pisado.
 No hay camuesa que se afeite
 que no te rinda ventaja,
 ni rubio y dorado aceite
 conservado en la tinaja,
 que me cause más deleite.
 Ni el vino blanco imagino
 de cuarenta años tan fino
 como tu boca olorosa,
 que como al señor la rosa
 le güele al villano el vino.
 Cepas que en diciembre arranco
 y en octubre dulce mosto,
 ni mayo de lluvias franco,
 ni por los fines de agosto
 la parva de trigo blanco,
 igualan a ver presente
 en mi casa un bien, que ha sido
 prevención más excelente
 para el invierno aterido
 y para el verano ardiente.
 Contigo, Casilda, tengo
 cuanto puedo desear,
 y sólo el pecho prevengo;
 en él te he dado lugar,
 ya que a merecerte vengo.
 Vive en él; que si un villano
 por la paz del alma es rey,
 que tú eres reina está llano,
 ya porque es divina ley,
 y ya por derecho humano.
 Reina, pues, que tan dichosa
 te hará el cielo, dulce esposa,
 que te diga quien te vea:
 la ventura de la fea
 pasóse a Casilda hermosa.
CASILDA: Pues yo ¿cómo te diré
 lo menos que miro en ti,
 que lo más del alma fue?
 Jamás en el baile oí
 son que me bullese el pie,
 que tal placer me causase
 cuando el tamboril sonase,
 por más que el tamborilero
 chíllase con el guarguero
 y con el palo tocase.
 En mañana de San Juan
 nunca más placer me hicieron
 la verbena y arrayán,
 ni los relinchos me dieron
 el que tus voces me dan.
 ¿Cuál adufe bien templado,
 cuál salterio te ha igualado?
 ¿Cuál pendón de procesión,
 con sus borlas y cordón,
 a tu sombrero chapado?
 No hay pies con zapatos nuevos
 como agradan tus amores;
 eres entre mil mancebos
 hornazo en Pascua de Flores
 con sus picos y sus huevos.
 Pareces en verde prado
 toro bravo y rojo echado;
 pareces camisa nueva,
 que entre jazmines se lleva
 en azafate dorado.
 Pareces cirio pascual
 y mazapán de bautismo,
 con capillo de cendal,
 y paréceste a ti mismo,
 porque no tienes igual.
CURA: Ea, bastan los amores,
 que quieren estos mancebos
 bailar y ofrecer.
PERIBÁÑEZ: Señores,
 pues no sois en amor nuevos,
 perdón.
MÚSICO: Ama hasta que adores.
 
Canten y danzan
 
 
 "Dente parabienes
 el mayo garrido,
 los alegres campos,
 las fuentes y ríos.
 Alcen las cabezas
 los verdes alisos,
 y con frutos nuevos
 almendros floridos.
 Echen las mañanas,
 después del rocío,
 en espadas verdes
 guarnición de lirios.
 Suban los ganados
 por el monte mismo
 que cubrió la nieve,
 a pacer tomillos."
 
 Folia
 
 
 "Y a los nuevos desposados
 eche Dios su bendición;
 parabién les den los prados,
 pues hoy para en uno son."
 
Vuelva a danzar
 
 
 "Montañas heladas
 y soberbios riscos,
 antiguas encinas
 y robustos pinos,
 dad paso a las aguas
 en arroyos limpios,
 que a los valles bajan
 de los hielos fríos.
 Canten ruiseñores,
 y con dulces silbos
 sus amores cuenten
 a estos verdes mirtos.
 Fabriquen las aves
 con nuevo artificio
 para sus hijuelos
 amorosos nidos."
 
Folia
 
 
 "Y a los nuevos desposados
 eche Dios su bendicion;
 parabien les den los prados,
 pues hoy para en uno son."
 
Hagan gran ruido y entre BARTOLO, labrador
 
 
CURA: ¿Qué es aquello?
BARTOLO: ¿No lo veis
 en la grita y el rüido?
CURA: ¿Mas que el novillo han traído?
BARTOLO: ¿Cómo un novillo? Y aun tres.
 Pero el tiznado que agora
 traen del campo, ¡voto al sol,
 que tiene brío español!
 No se ha encintado en una hora.
 Dos vueltas ha dado a Bras,
 que ningún italiano
 se ha vido andar tan liviano
 por la maroma jamás.
 A la yegua de Antón Gil,
 del verde recién sacada,
 por la panza desgarrada
 se le mira el perejil.
 No es de burlas, que a Tomás,
 quitándole los calzones,
 no ha quedado en opiniones,
 aunque no barbe jamás.
 El nueso Comendador,
 señor de Ocaña y su tierra,
 bizarro a picarle cierra,
 más gallardo que un azor.
 ¡Juro a mi, si no tuviera
 cintero el novillo!
CURA: ¿Aquí
 no podrá entrar?
BARTOLO: Antes si.
CURA: Pues, Pedro, de esa manera,
 allá me subo al terrado.
COSTANZA: Dígale alguna oración,
 que ya ve que no es razón
 irse, señor licenciado.
CURA: Pues oración ¿a qué fin?
COSTANZA: ¿A qué fin? De resistillo.
CURA: Engáñaste, que hay novillo
 que no entiende bien latín.
 
Éntrese
 
 
COSTANZA: Al terrado va sin duda.
 La grita creciendo va.
 
Voces
 
 
INÉS: Todas iremos allá,
 que, atado, al fin, no se muda.
BARTOLO: Es verdad, que no es posible
 que más que la soga alcance.
 
Vanse
 
 
PERIBÁÑEZ: ¿Tú quieres que intente un lance?
CASILDA: ¡Ay no, mi bien, que es terrible!
PERIBÁÑEZ: Aunque más terrible sea,
 de los cuernos le asiré,
 y en tierra con éI daré,
 por que mi valor se vea.
CASILDA: No conviene a tu decoro
 el día que te has casado,
 ni que un recién desposado
 se ponga en cuernos de un toro.
PERIBÁÑEZ: Si refranes considero,
 dos me dan gran pesadumbre;
 que a la cárcel, ni aun por lumbre,
 y de cuernos, ni aun tintero.
 Quiero obedecer.
 
Ruido dentro
 
 
CASILDA: ¡Ay Dios!
 ¿Qué es esto?
 
Dentro
 
 
 ¡Que gran desdicha!
CASILDA: Algún mal hizo por dicha.
PERIBÁÑEZ: ¿Cómo, estando aquí los dos?
 
BARTOLO vuelve
 
 
BARTOLO: ¡Oh, que nunca le trujeran,
 pluguiera al cielo, del soto!
 A la fe, que no se alaben
 de aquesta fiesta los mozos.
 Oh, mal hayas, el novillo!
 ¡Nunca en el abril llovioso
 halles yerba en verde prado,
 más que si fuera en agosto;
 siempre te venza el contrario
 cuando estuvieres celoso,
 y por los bosques bramando,
 halles secos los arroyos;
 mueras en manos del vulgo,
 a pura garrocha, en coso;
 no te mate caballero
 con lanza o cuchillo de oro;
 mal lacayo por detrás,
 con el acero mohoso,
 te haga sentar por fuerza,
 y manchar en sangre el polvo!
PERlBANEZ: Repórtate ya, si quieres,
 y dinos lo que es, Bartolo;
 que no maldijera más
 Zamora a Bellido Dolfos.
BARTOLO: El Comendador de Ocaña,
 mueso señor generoso,
 en un bayo que cubrían
 moscas negras pecho y lomo,
 mostrando por un bozal
 de plata el rostro fogoso,
 y lavando en blanca espuma
 un tafetán verde y rojo,
 pasaba la calle acaso,
 y viendo correr el toro,
 caló la gorra y sacó
 de la capa el brazo airoso.
 Vibró la vara, y las piernas
 puso al bayo, que era un corzo
 y al batir los acicates,
 revolviendo el vulgo loco,
 trabó la soga al caballo
 y cayó en medio de todos.
 Tan grande fue la caída,
 que es el peligro forzoso.
 Pero ¿qué os cuento, si aquí
 le trae la gente en hombros?
 
El COMENDADOR entre algunos labradores; dos lacayos de
librea, MARÍN y LUJÁN;
borceguíes, capa y gorra
 
 
SANCHO: Aquí estaba el licenciado
 y lo podrán absolver.
INÉS: Pienso que se fue a esconder.
PERlBANEZ: Sube, Bartolo, al terrado.
BARTOLO: Voy a buscarle.
 
Vase
 
 
PERlBANEZ: Camina.
LUJÁN: Por silla vamos los dos
 en que llevarle, si Dios
 llevársele determina.
MARÍN: Vamos, Luján, que sospecho
 que es muerto el Comendador.
LUJÁN: El corazón de temor
 me va saltando en el pecho.
 
Vanse
 
 
CASlLDA: Id vos, porque me parece,
 Pedro, que algo vuelve en sí,
 y traed agua.
PERIBÁÑEZ: Si aquí
 el Comendador muriese,
 no vivo más en Ocaña.
 ¡Maldita la fiesta sea!
 
Vanse todos. Queden CASILDA y el COMENDADOR en una
silla, y ella tomándole las manos
 
 
CASILDA: ¡Oh qué mal el mal se emplea
 en quien es la flor de España!
 ¡Ah gallardo caballero!
 ¡Ah valiente lidiador!
 ¿Sois vos quien daba temor
 con ese desnudo acero
 a los moros de Granada?
 ¿Sois vos quien tantos mató?
 ¡Una soga derribó
 a quien no pudo su espada!
 Con soga os hiere la muerte;
 mas será por ser ladrón
 de la gloria y opinión
 de tanto capitán fuerte.
 ¡Ah señor Comendador!
COMENDADOR: ¿Quién llama? ¿Quién está aquí?
CASILDA: ¡Albricias, que habló!
COMENDADOR: ¡Ay de mí!
 ¿Quién eres?
CASILDA: Yo soy, señor.
 No os aflijáis, que no estáis
 donde no os desean más bien
 que vos mismo, aunque también
 quejas, mi senor, tengáis
 de haber corrido aquel toro.
 Haced cuenta que esta casa
 aunque es vuestra hoy.
COMENDADOR: ¡Pasa
 todo el humano tesoro!
 Estuve muerto en el suelo,
 y como ya lo creí,
 cuando los ojos abrí,
 pensé que estaba en el cielo.
 Desengañadme, por Dios,
 que es justo pensar que sea
 cielo donde un hombre vea
 que hay ángeles como vos.
CASILDA: Antes por vuestras razones
 podría yo presumir
 que estáis cerca de morir.
COMENDADOR: ¿Cómo?
CASILDA: Porque veis visiones.
 Y advierta vueseñoría
 que, si es agradecimiento
 de hallarse en el aposento
 desta humilde casa mía,
 de hoy solamente lo es.
COMENDADOR: ¿Sois la novia, por ventura?
CASILDA: No por ventura, si dura
 y crece este mal después,
 venido por mi ocasión.
COMENDADOR: ¿Que vos estáis ya casada?
CASILDA: Casada y bien empleada.
COMENDADOR: Pocas hermosas lo son.
CASILDA: Pues por eso he yo tenido
 la ventura de la fea.
COMENDADOR: (¡Que un tosco villano sea Aparte
 desta hermosura marido!)
 ¿Vuestro nombre?
CASILDA: Con perdón,
 Casilda, señor, me nombro.
COMENDADOR: (De ver su traje me asombro Aparte
 y su rara perfección:
 diamante en plomo engastado.)
 ¡Dichoso el hombre mil veces
 a quien tu hermosura ofreces!
CASILDA: No es él el bien empleado;
 yo lo soy, Comendador;
 créalo su señoría.
COMENDADOR: Aun para ser mujer mía
 tenéis, Casilda, valor.
 Dame licencia que pueda
 regalarte.

PERIBÁÑEZ entre
 
 
PERIBÁÑEZ: No parece
 el licenciado. Si crece
 el accidente...
CASILDA: Ahí te queda,
 porque ya tiene salud
 don Fadrique, mi señor.
PERIBÁÑEZ: Albricias te da mi amor.
COMENDADOR: Tal ha sido la virtud
 desta piedra celestial.
 
Salen MARÍN y LUJÁN,
lacayos
 
 
MARÍN: Ya dicen que ha vuelto en sí.
LUJÁN: Señor, la silla está aquí.
COMENDADOR: Pues no pase del portal,
 que no he menester ponerme
 en ella.
LUJÁN: ¡Gracias a Dios!
COMENDADOR: Esto que os debo a los dos,
 si con salud vengo a verme,
 satisfaré de manera
 que conozcáis lo que siento
 vuestro buen acogimiento.
PERIBÁÑEZ: Si a vuestra salud pudiera,
 señor, ofrecer la mía,
 no lo dudéis.
COMENDADOR. Yo Io creo.
LUJÁN: ¿Qué sientes?
COMENDADOR: Un gran deseo
 que cuando entré no tenía.
LUJÁN: No lo entiendo.
COMENDADOR: Importa poco.
LUJÁN: Yo hablo de tu caída.
COMENDADOR: En peligro está mi vida
 por un pensamiento loco.
 
Váyanse; queden CASILDA y PERIBÁÑEZ
 
 
PERlBANEZ: Parece que va mejor.
CASlLDA: Lástima, Pedro, me ha dado.
PERlBANEZ: Por mal agüero he tomado
 que caiga el Comendador.
 ¡Mal haya la fiesta, amén,
 el novillo y quien le ató!
CASlLDA: No es nada, luego me habló.
 Antes lo tengo por bien,
 por que nos haga favor
 si ocasión se nos ofrece.
PERlBANEZ: Casilda, mi amor merece
 satisfacción de mi amor.
 Ya estamos en nuestra casa,
 su dueño y mío has de ser;
 ya sabes que la mujer
 para obedecer se casa,
 que así se lo dijo Dios
 en el principio del mundo;
 que en eso estriba, me fundo,
 la paz y el bien de los dos.
 Espero amores de ti
 que has de hacer gloria mi pena.
CASlLDA: ¿Qué ha de tener para buena
 una mujer?
PERIBÁÑEZ: Oye.
CASILDA: Di.
PERlBANEZ: Amar y honrar su marido
 es letra de este abecé,
 siendo buena por la B,
 que es todo el bien que te pido.
 Haráte cuerda la C,
 la D dulce, y entendida
 la E, y la F en la vida
 firme, fuerte y de gran fe.
 La G grave, y para honrada
 la H, que con la I
 te hará ilustre, si de ti
 queda mi casa ilustrada.
 Limpia serás por la L,
 y por la M maestra
 de tus hijos, cual lo muestra
 quien de sus vicios se duele.
 La N te enseña un no
 a solicitudes locas,
 que éste no, que aprenden pocas,
 está en la N y la O.
 La P te hará pensativa,
 la Q bien quista, la R
 con tal razón que destierre
 toda locura excesiva.
 Solicita te ha de hacer
 de mi regalo la S,
 la T tal que no pudiese
 hallarse mejor mujer.
 La V te hará verdadera,
 la X buena cristiana,
 letra que en la vida humana
 has de aprender la primera.
 Por la Z has de guardarte
 de ser zelosa, que es cosa
 que nuestra paz amorosa
 puede, Casilda, quitarte.
 Aprende este canto llano,
 que con aquesta cartilla,
 tú serás flor de la villa,
 y yo el mas noble villano.
CASILDA: Estudiaré, por servirte,
 las letras de ese abecé;
 pero dime si podré
 otro, mi Pedro, decirte,
 si no es acaso licencia.
PERIBÁÑEZ: Antes yo me huelgo. Di,
 que quiero aprender de ti.
CASILDA: Pues escucha, y ten paciencia.
 La primera letra es A,
 que altanero no has de ser;
 por la B no me has de hacer
 burla para siempre ya.
 La C te hará compañero
 en mis trabajos; la D
 dadivoso, por la fe
 con que regalarte espero.
 La F de fácil trato,
 la G galán para mi,
 la H honesto, y la I
 sin pensamiento de ingrato.
 Por la L liberal,
 y por la M el mejor
 marido que tuvo amor,
 porque es el mayor caudal.
 Por la N no serás
 necio, que es fuerte castigo;
 por la O sólo conmigo
 todas las horas tendrás.
 Por la P me has de hacer obras
 de padre; porque quererme
 por la Q, será ponerme
 en la obligación que cobras.
 Por la R regalarme,
 y por la S servirme,
 por la T tenerte firme,
 por la V verdad tratarme,
 por la X con abiertos
 brazos imitarla ansí,
 
Abrázale
 
 
 y como estamos aquí
 estemos después de muertos.
PERIBÁÑEZ: Yo me ofrezco, prenda mía,
 a saber este abecé.
 ¿Quieres más?
CASILDA: Mi bien no sé
 si me atreva el primer día
 a pedirte un gran favor.
PERIBÁÑEZ: Mi amor se agravia de ti.
CASILDA: ¿Cierto?
PERIBÁÑEZ: Sí.
CASILDA: Pues oye .
PERIBÁÑEZ: Di
 cuánto se obliga mi amor.
CASILDA: El día de la Asunción
 se acerca; tengo deseo
 de ir a Toledo, y creo
 que no es gusto, es devoción
 de ver la imagen también
 del Sagrario, que aquel día
 sale en procesión.
PERIBÁÑEZ: La mía
 es tu voluntad, mi bien.
 Tratemos de la partida.
CASILDA: Ya por la G me pareces
 galán; tus manos mil veces
 beso.
PERIBÁÑEZ: A tus primas convida,
 y vaya un famoso carro.
CASILDA: ¿Tanto me quieres honrar?
PERIBÁÑEZ: Allá te pienso comprar.
CASILDA: Dilo.
PERIBÁÑEZ: ...un vestido bizarro.
 
Éntrense. Salga el COMENDADOR y LEONARDO, criado
 
 
COMENDADOR: Llámame, Leonardo, presto
 a Luján.
LEONARDO: Ya le avisé,
 pero estaba descompuesto.
COMENDADOR: Vuelve a llamarle.
LEONARDO: Yo iré .
COMENDADOR: Parte.
LEONARDO: (¿En qué ha de parar esto? Aparte
 Cuando se siente mejor,
 tiene más melancolía,
 y se queja sin dolor.
 Sospiros al aire envía:
 ¡mátenme si no es amor! )
 
Váyase
 
 
COMENDADOR: Hermosa labradora,
 más bella, más lucida
 que ya del sol vestida
 la colorada aurora;
 sierra de blanca nieve
 que los rayos de amor vencer se atreve:
 parece que cogiste
 con esas blancas manos
 en los campos lozanos
 que el mayo adorna y viste
 cuantas flores agora
 Céfiro engendra en el regazo a Flora.
 Yo vi los verdes prados
 llamar tus plantas bellas
 por florecer con ellas,
 de su nieve pisados,
 y vi de tu labranza
 nacer al corazón verde esperanza.
 ¡Venturoso el villano
 que tal agosto ha hecho
 del trigo de tu pecho
 con atrevida mano,
 y que con blanca barba
 verá en sus eras de tus hijos parva!
 Para tan gran tesoro
 de fruto sazonado
 el mismo sol dorado
 te preste el carro de oro,
 o el que forman estrellas,
 pues las del norte no serán tan bellas.
 Por su azadón trocara
 mi dorada cuchilla,
 a Ocaña tu casilla,
 casa en que el sol repara.
 ¡Dichoso tú, que tienes
 en la troj de tu lecho tantos bienes!
 
Entre LUJÁN
 
 
LUJÁN: Perdona, que estaba el bayo
 necesitado de mí.
COMENDADOR: Muerto estoy, matóme un rayo;
 aún dura, Luján, en mí
 la fuerza de aquel desmayo.
LUJÁN: ¿Todavía persevera,
 y aquella pasión te dura?
COMENDADOR: Como va el fuego a su esfera,
 el alma a tanta hermosura
 sube cobarde y ligera.
 Si quiero, Luján, hacerme
 amigo deste villano,
 donde el honor menos duerme
 que en el sutil cortesano,
 ¿qué medio puede valerme?
 ¿Será bien decir que trato
 de no parecer ingrato
 al deseo que mostró,
 hacerle algún bien?
LUJÁN: Si yo
 quisiera bien, con recato,
 quiero decir, advertido
 de un peligro conocido,
 primero que a la mujer,
 solicitara tener
 la gracia de su marido.
 Éste, aunque es hombre de bien
 y honrado entre sus iguales,
 se descuidará también
 si le haces obras tales,
 como por otros se ven.
 Que hay marido que, obligado,
 procede más descuidado
 en la guarda de su honor:
 que la obligación, señor,
 descuida el mayor cuidado.
COMENDADOR: ¿Qué le daré por primeras
 señales?
LUJÁN: Si consideras
 lo que un labrador adulas,
 será darle un par de mulas
 más que si a Ocaña le dieras.
 Éste es el mayor tesoro
 de un labrador. Y a su esposa,
 unas arracadas de oro;
 que con Angélica hermosa
 esto escriben de Medoro:
 
 Reinaldo fuerte en roja sangre bana
 por Angélica el campo de Agramante;
 Roldán valiente, gran señor de Anglante,
 cubre de cuerpos la marcial campana;
 la furia Malgesí del cetro engaña;
 sangriento corre el fiero Sacripante;
 cuanto le pone la ocasión delante,
 derriba al suelo Ferragut de España.
 Mas, mientras los gallardos paladines
 armados tiran tajos y reveses,
 presentóle Medoro unos chapines,
 y entre unos verdes olmos y cipreses
 gozó de amor los regalados fines,
 y la tuvo por suya trece meses.
 
COMENDADOR: No pintó mal el poeta
 lo que puede el interés.
LUJÁN: Ten por opinión discreta
 la del dar, porque al fin es
 la más breve y más secreta.
 Los servicios personales
 son vistos públicamente
 y dan del amor señales.
 El interés diligente
 que negocia por metales,
 dicen que lleva los pies
 todos envueltos en lana.
COMENDADOR: ¡Pues alto, venza interés!
LUJÁN: Mares y montañas allana
 y tú lo verás después.
COMENDADOR: Desde que fuiste conmigo,
 Luján, al Andalucía,
 y fui en la guerra testigo
 de tu honra y valentía,
 huelgo de tratar contigo
 todas las cosas que son
 de gusto y secreto, a efeto
 de saber tu condición;
 que un hombre de bien discreto
 es digno de estimación
 en cualquier parte o lugar
 que le ponga su fortuna;
 y yo te pienso mudar
 deste oficio.
LUJÁN: Si en alguna
 cosa te puedo agradar,
 mándame, y verás mi amor,
 que yo no puedo, señor,
 ofrecerte otras grandezas.
COMENDADOR: Sácame destas tristezas.
LUJÁN: Este es el medio mejor.
COMENDADOR: Pues vamos, y buscarás
 el par de mulas más bello
 que él haya visto jamás.
LUJÁN: Ponles ese yugo al cuello,
 que antes de un hora verás
 arar en su pecho fiero
 surcos de afición, tributo
 de que tu cosecha espero;
 que en trigo de amor, no hay fruto
 si no se siembra dinero.
 
Váyanse. Salen INÉS, COSTANZA Y CASILDA
 
 
CASILDA: No es tarde para partir
INÉS: El tiempo es bueno y es llano
 todo el camino.
COSTANZA: En verano
 suelen muchas veces ir
 en diez horas, y aun en menos.
 ¿Qué galas llevas, Inés?
INÉS: Pobres y el talle que ves.
COSTANZA: Yo llevo unos cuerpos llenos
 de pasamanos de plata.
INÉS: Desabrochado el sayuelo,
 salen bien.
CASILDA: De terciopelo
 sobre encarnada escarlata
 los pienso llevar, que son
 galas de mujer casada.
COSTANZA: Una basquiña prestada
 me daba Inés, la de Antón.
 Era palmilla gentil
 de Cuenca, si allá se teje,
 y obligame a que la deje
 Menga, la de Blasco Gil,
 porque dice que el color
 no dice bien con mi cara.
INÉS: Bien sé yo quién te prestara
 una faldilla mejor.
COSTANZA: ¿Quién?
INÉS: Casilda.
CASILDA: Si tú quieres,
 la de grana blanca es buena,
 o la verde, que está llena
 de vivos.
COSTANZA: Liberal eres
 y bien acondicionada;
 mas si Pedro ha de reñir,
 no te la quiero pedir,
 y guárdete Dios, casada.
CASILDA: No es Peribáñez, Costanza,
 tan mal acondicionado.
INÉS: ¿Quiérete bien tu velado?
CASILDA: ¿Tan presto temes mudanza?
 No hay en esta villa toda
 novios de placer tan ricos;
 pero aún comemos los picos
 de las roscas de la boda.
INÉS: ¿Dícete muchos amores?
CASILDA: No sé yo cuáles son pocos;
 sé que mis sentidos locos
 lo están de tantos favores.
 Cuando se muestra el lucero,
 viene del campo mi esposo
 de su cena deseoso;
 siéntele el alma primero,
 y salgo a abrille la puerta,
 arrojando el almohadilla,
 que siempre tengo en la villa
 quien mis labores concierta.
 Él de la mula se arroja,
 y yo me arrojo en sus brazos;
 tal vez de nuestros abrazos
 la bestia hambrienta se enoja
 y, sintiéndola gruñir,
 dice: En dándole la cena
 al ganado, cara buena,
 volverá Pedro a salir.
 Mientras él paja les echa,
 ir por cebada me manda;
 yo la traigo, el la zaranda
 y deja la que aprovecha.
 Revuélvela en el pesebre,
 y allí me vuelve a abrazar,
 que no hay tan bajo lugar
 que el amor no le celebre.
 Salimos donde ya está
 dándonos voces la olla,
 porque el ajo y la cebolla,
 fuera del olor que da
 por toda nuestra cocina,
 tocan a la cobertera
 el villano de manera
 que a bailalle nos inclina.
 Sácola en limpios manteles,
 no en plata, aunque yo quisiera;
 platos son de Talavera,
 que están vertiendo claveles.
 Aváhole su escodilla
 de sopas con tal primor,
 que no la come mejor
 el señor de muesa villa;
 y él lo paga, porque a fe,
 que apenas bocado toma,
 de que, como a su paloma,
 lo que es mejor no me dé.
 Bebe y deja la mitad,
 bébole las fuerzas yo,
 traigo olivas, y si no,
 es postre la voluntad.
 Acabada la comida,
 puestas las manos los dos,
 dámosle gracias a Dios
 por la merced recibida,
 y vámonos a acostar,
 donde le pesa al aurora
 cuando se llega la hora
 de venirnos a llamar.
 
INÉS: ¡Dichosa tú, casadilla,
 que en tan buen estado estás!
 Ea, ya no falta más
 sino salir de la villa.
 
Entre PERIBÁÑEZ
 
 
CASILDA: ¿Esta el carro aderezado?
PERIBÁÑEZ: Lo mejor que puede está.
CASILDA: Luego ¿pueden subir ya?
PERIBÁÑEZ: Pena, Casilda, me ha dado
 el ver que el carro de Bras
 lleva alfombra y repostero.
CASILDA: Pídele a algún caballero.
INÉS: Al Comendador podrás.
PERIBÁÑEZ: El nos mostraba afición,
 y pienso que nos le diera.
CASILDA: ¿Qué se pierde en ir?
PERIBÁÑEZ: Espera,
 que a la fe que no es razón
 que vaya sin repostero.
INÉS: Pues vámonos a vestir.
CASILDA: También le puedes pedir.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué, mi Casilda?
CASILDA: ...un sombrero.
PERIBÁÑEZ: Eso no.
CASILDA: ¿Por qué? ¿Es exceso?
PERIBÁÑEZ: Porque plumas de señor
 podrán darnos por favor
 a ti viento y a mi peso.

Vanse todos. Entre el COMENDADOR, y LUJÁN
 
 
COMENDADOR: Ellas son con extremo.
LUJÁN: Yo no he visto
 mejores bestias, por tu vida y mía,
 en cuantas he tratado, y no son pocas.
COMENDADOR: Las arracadas faltan.
LUJÁN: Dijo el dueño
 que cumplen a estas yerbas los tres años,
 y costaron lo mismo que le diste,
 habrá un mes, en la feria de Mansilla,
 y que saben muy bien de albarda y silla.
COMENDADOR: ¿De qué manera, di, Luján, podremos
 darlas a Peribáñez, su marido,
 que no tenga malicia en mi propósito?
LUJÁN: Llamándole a tu casa, y previniéndole
 de que estás a su amor agradecido.
 Pero cáusame risa en ver que hagas
 tu secretario en cosas de tu gusto
 un hombre de mis prendas.
COMENDADOR: No te espantes;
 que sirviendo mujer de humildes prendas,
 es fuerza que lo trate con las tuyas.
 Si sirviera una dama, hubiera dado
 parte a mi secretario o mayordomo,
 o a algunos gentilhombres de mi casa.
 Estos hicieran joyas y buscaran
 cadenas de diamantes, brincos, perlas,
 telas, rasos, damascos, terciopelos,
 y otras cosas extrañas y exquisitas,
 hasta en Arabia procurar la fénix;
 pero la calidad de lo que quiero
 me obliga a darte parte de mis cosas,
 Luján, aunque eres mi lacayo; mira
 que para comprar mulas eres propio,
 de suerte que yo trato el amor mío
 de la manera misma que él me trata.
LUJÁN: Ya que no fue tu amor, señor, discreto,
 el modo de tratarle lo parece.
 
Entre LEONARDO
 
 
LEONARDO: Aquí está Peribáñez.
COMENDADOR: ¿Quién, Leonardo?
LEONARDO: Peribáñez, señor.
COMENDADOR: ¿Qué es lo que dices?
LEONARDO: Digo que me pregunta Peribáñez
 por ti, y yo pienso bien que le conoces.
 Es Peribánez, labrador de Ocaña,
 cristiano viejo y rico, hombre tenido
 en gran veneración de sus iguales,
 y que, si se quisiese alzar agora
 en esta villa, seguirán su nombre
 cuantos salen al campo con su arado,
 porque es, aunque villano, muy honrado.
LUJÁN: ¿De qué has perdido el color?
COMENDADOR: ¡Ay cielos!
 ¡Que de sólo venir el que es esposo
 de una mujer que quiero bien, me sienta
 descolorir, helar y temblar todo!
LUJÁN: Luego ¿no ternás ánimo de verle?
COMENDADOR: Di que entre, que del modo que a quien ama,
 la calle, las ventanas y las rejas
 agradables le son, y en las criadas
 parece que ve el rostro de su dueño,
 así pienso mirar en su marido
 la hermosura por quien estoy perdido.
 
Sale PERIBÁÑEZ con capa
 
 
PERIBÁÑEZ: Dame tus generosos pies.
COMENDADOR: ¡Oh Pedro!
 Seas mil veces bien venido. Dame
 otras tantas tus brazos.
PERIBÁÑEZ: ¡Señor mío!
 ¡Tanta merced a un rústico villano
 de los menores que en Ocaña tienes!
 ¡Tanta merced a un labrador!
COMENDADOR: No eres
 indigno, Peribáñez, de mis brazos,
 que, fuera de ser hombre bien nacido,
 y por tu entendimiento y tus costumbres
 honra de los vasallos de mi tierra,
 te debo estar agradecido, y tanto,
 cuanto ha sido por ti tener la vida,
 que pienso que sin ti fuera perdida.
 ¿Qué quieres de esta casa?
PERIBÁÑEZ: Señor mío,
 yo soy, ya lo sabrás, recién casado.
 Los hombres, y de bien, cual lo profeso,
 hacemos, aunque pobres, el oficio
 que hicieron los galanes de palacio.
 Mi mujer me ha pedido que la lleve
 a la fiesta de agosto, que en Toledo
 es, como sabes, de su santa iglesia
 celebrada de suerte que convoca
 a todo el reino. Van también sus primas.
 Yo, señor, tengo en casa pobres sargas,
 no franceses tapices de oro y seda,
 no reposteros con doradas armas,
 ni coronados de blasón y plumas
 los timbres generosos; y así, vengo
 a que se digne vuestra señoría
 de prestarme una alfombra y repostero
 para adornar el carro, y le suplico
 que mi ignorancia su grandeza abone,
 y como enamorado me perdone.
COMENDADOR: ¿Estás contento, Peribáñez?
PERIBÁÑEZ: Tanto,
 que no trocara a este sayal grosero
 la encomienda mayor que el pecho cruza
 de vuestra señoría, porque tengo
 mujer honrada, y no de mala cara,
 buena cristiana, humilde, y que me quiere
 no sé si tanto como yo la quiero,
 pero con más amor que mujer tuvo.
COMENDADOR: Tenéis razón de amar a quien os ama,
 por ley divina y por humanas leyes;
 que a vos eso os agrada como vuestro.
 ¡Hola! Dalde el alfombra mequinesa
 con ocho reposteros de mis armas,
 y pues hay ocasión para pagarle
 el buen acogimiento de su casa,
 adonde hallé la vida, las dos mulas
 que compré para el coche de camino,
 y a su esposa llevad las arracadas,
 si el platero las tiene ya acabadas.
PERIBÁÑEZ: Aunque bese la tierra, señor mío,
 en tu nombre mil veces, no te pago
 una mínima parte de las muchas
 que debo a las mercedes que me haces.
 Mi esposa y yo, hasta aquí vasallos tuyos,
 desde hoy somos esclavos de tu casa.
COMENDADOR: Ve, Leonardo, con él.
LEONARDO: Vente conmigo.
 
Vanse
 
 
COMENDADOR: Luján, ¿qué te parece?
LUJÁN: Que se viene
 la ventura a tu casa.
COMENDADOR: Escucha aparte:
 el alazán al punto me adereza,
 que quiero ir a Toledo rebozado,
 porque me lleva el alma esta villana.
LUJÁN: ¿Seguirla quieres?
COMENDADOR: Sí, pues me persigue,
 por que este ardor con verla se mitigue.
 
Váyanse. Entren con acompañamiento el
rey ENRIQUE y el CONDESTABLE
 
 
CONDESTABLE: Alegre está la ciudad,
 y a servirte apercibida,
 con la dichosa venida
 de tu sacra majestad.
 Auméntales el placer
 ser víspera de tal día.
ENRIQUE: El deseo que tenía
 me pueden agradecer.
 Soy de su rara hermosura
 el mayor apasionado.
CONDESTABLE: Ella, en amor y en cuidado,
 notablemente procura
 mostrar agradecimiento.
ENRIQUE: Es octava maravilla,
 es corona de Castilla,
 es su lustre y ornamento;
 es cabeza, Condestable,
 de quien los miembros reciben
 vida, con que alegres viven;
 es a la vista admirable.
 Como Roma, está sentada
 sobre un monte que ha vencido
 los siete por quien ha sido
 tantos siglos celebrada.
 Salgo de su santa iglesia
 con admiración y amor.
CONDESTABLE: Este milagro, señor,
 vence al antiguo de Efesia.
 ¿Piensas hallarte mañana
 en la procesión?
ENRIQUE: Iré,
 para ejemplo de mi fe,
 con la imagen soberana,
 que la querría obligar
 a que rogase por mí
 en esta jornada.
 
Un PAJE entre
 
 
PAJE: Aquí
 tus pies vienen a besar
 
 dos regidores, de parte
 de su noble ayuntamiento.
ENRIQUE: Di que lleguen.
 
Salen dos REGIDORES
 
 
REGIDOR: Esos pies
 besa, gran señor, Toledo
 y dice que, para darte
 respuesta con breve acuerdo
 a lo que pides, y es justo,
 de la gente y el dinero,
 junto sus nobles, y todos,
 de común consentimiento,
 para la jornada ofrecen
 mil hombres de todo el reino
 y cuarenta mil ducados.
ENRIQUE: Mucho a Toledo agradezco
 el servicio que me hace;
 pero es Toledo en efeto.
 ¿Sois caballeros los dos?
REGIDOR: Los dos somos caballeros .
ENRIQUE: Pues hablad al Condestable
 mañana, por que Toledo
 vea que en vosotros pago
 la que a su nobleza debo.
 
Entren INÉS y COSTANZA y CASILDA con sombreros
de borlas y vestidos de labradoras a uso de la Sagra y
PERIBÁÑEZ y el COMENDADOR, de camino,
detrás
 
 
INÉS: Pardiez, que tengo de verle,
 pues hemos venido a tiempo
 que está el Rey en la ciudad.
COSTANZA: ¡Oh qué gallardo mancebo!
INÉS: Este llaman don Enrique
 Tercero.
CASILDA: ¡Qué buen tercero!
PERIBÁÑEZ: Es hijo del Rey don Juan
 el Primero, y así, es nieto
 del Segundo don Enrique,
 el que mató al Rey don Pedro,
 que fue Guzmán por la madre,
 y valiente caballero;
 aunque más lo fue el hermano,
 pero, cayendo en el suelo,
 valióse de la fortuna,
 y de los brazos asiendo,
 a Enrique le dio la daga,
 que agora se ha vuelto cetro.
INÉS: ¿Quién es aquél tan erguido
 que habla con él?
PERIBÁÑEZ: Cuando menos
 el Condestable.
CASILDA: ¿Que son
 los reyes de carne y hueso?
COSTANZA: Pues ¿de qué pensabas tú?
CASILDA: De damasco o terciopelo.
COSTANZA: ¡Si que eres boba en verdad!
COMENDADOR: (Como sombra voy siguiendo Aparte
 el sol de aquesta villana,
 y con tanto atrevimiento,
 que de la gente del Rey
 el ser conocido temo.
 Pero ya se va al alcázar.)
 
Vase el rey y su gente
 
 
INÉS: ¡Hola! El Rey se va.
COSTANZA: Tan presto,
 que aún no he podido saber
 si es barbirrubio o taheño.
INÉS: Los reyes son a la vista,
 Costanza, por el respeto,
 imágenes de milagros,
 porque siempre que los vemos,
 de otra color nos parecen.
 
LUJÁN entre con Un PINTOR
 
 
LUJÁN: Aquí está.
PINTOR: ¿Cuál dellos?
LUJÁN: ¡Quedo!
 Señor, aquí está el pintor.
COMENDADOR: ¡Oh amigo!
PINTOR: A servirte vengo.
COMENDADOR: ¿Traes el naipe y colores?
PINTOR: Sabiendo tu pensamiento,
 colores y naipe traigo.
COMENDADOR: Pues con notable secreto,
 de aquellas tres labradoras
 me retrata la de en medio,
 luego que en cualquier lugar
 tomen con espacio asiento.
PINTOR: Que será dificultoso
 temo, pero yo me atrevo
 a que se parezca mucho.
COMENDADOR: Pues advierte lo que quiero.
 Si se parece en el naipe,
 deste retrato pequeño
 quiero que hagas uno grande
 con más espacio en un lienzo.
PINTOR: ¿Quiéresle entero?
COMENDADOR: No tanto;
 basta que de medio cuerpo,
 mas con las mismas patenas,
 sartas, camisa y sayuelo.
LUJÁN: Allí se sientan a ver
 la gente.
PINTOR: Ocasión tenemos.
 Yo haré el retrato.
PERIBÁÑEZ: Casilda,
 tomemos aqueste asiento
 para ver las luminarias.
INÉS: Dicen que al ayuntamiento
 traerán bueyes esta noche.
CASILDA: Vamos, que aquí los veremos
 sin peligro y sin estorbo.
COMENDADOR: Retrata, pintor, al cielo
 todo bordado de nubes,
 y retrata un prado ameno
 todo cubierto de flores.
PINTOR: Cierto que es bella en extremo.
LUJÁN: Tan bella que está mi amo
 todo cubierto de vello,
 de convertido en salvaje.
PINTOR: La luz faltará muy presto.
COMENDADOR: No lo temas, que otro sol
 tiene en sus ojos serenos,
 siendo estrellas para ti,
 para mi rayos de fuego.

Fin del Acto Primero


Lope de Vega - Peribañez y el comendador de Ocaña
Personajes | Acto I | Acto II | Acto III