Luces de Bohemia: Escena VIII

Ramón María del Valle-Inclán, Luces de Bohemia
Personajes | Escena: I | II | III | IV | V | VI | VII | VIII
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Secretaría particular de Su Excelencia. Olor de brevas habanas, malos cuadros, lujo aparente y provinciano. La estancia tiene un recuerdo partido por medio, de oficina y sala de círculo con timba. De repente el grillo del teléfono se orina en el gran regazo burocrático. Y DIEGUITO GARCÍA -Don Diego del Corral, en la Revista de Tribunales y Estrados- pega tres brincos y se planta la trompetilla en la oreja.


DIEGUITO: ¿Con quién hablo?
...............................
Ya he transmitido la orden para que se le ponga en libertad.
...............................
¡De nada! ¡De nada!
...............................
¡Un alcohólico!
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Sí... Conozco su obra.
...............................
¡Una desgracia!
...............................
No podrá ser. ¡Aquí estamos sin un cuarto!
...............................
Se lo diré. Tomo nota.
...............................
¡De nada! ¡De nada!

MAX ESTRELLA aparece en la puerta, pálido, arañado, la corbata torcida, la expresión altanera y alocada. Detrás, abotonándose los
calzones, aparece
EL UJIER.


EL UJIER: Deténgase usted, caballero.

MAX: No me ponga usted la mano encima.

EL UJIER: Salga usted sin hacer desacato.

MAX: Anúncieme usted al Ministro.

EL UJIER: No está visible.

MAX: ¡Ah! Es usted un gran lógico. Pero estará audible.

EL UJIER: Retírese, caballero. Éstas no son horas de audiencia.

MAX: Anúncieme usted.

EL UJIER: Es la orden... Y no vale ponerse pelmazo, caballero.

DIEGUITO: Fernández, deje usted a ese caballero que pase.

MAX: ¡Al fin doy con un indígena civilizado!

DIEGUITO: Amigo Mala-Estrella, usted perdonará que sólo un momento me ponga a sus órdenes. Me habló por usted la Redacción
de El Popular. Allí le quieren a usted. A usted le quieren y le admiran en todas partes. Usted me deja mandado aquí y donde sea.
No me olvide... ¡Quién sabe!... Yo tengo la nostalgia del periodismo... Pienso hacer algo... Hace tiempo acaricio la idea de una hoja
volandera, un periódico ligero, festivo, espuma de champaña, fuego de virutas. Cuento con usted. Adiós, maestro. ¡Deploro que la
ocasión de conocernos haya venido de suceso tan desagradable!

MAX: De eso vengo a protestar. ¡Tienen ustedes una policía reclutada entre la canalla más canalla!

DIEGUITO: Hay de todo, maestro.

MAX: No discutamos. Quiero que el Ministro me oiga, y al mismo tiempo darle las gracias por mi libertad.

DIEGUITO: El Señor Ministro no sabe nada.

MAX: Lo sabrá por mí.

DIEGUITO: El Señor Ministro ahora trabaja. Sin embargo, voy a entrar.

MAX: Y yo con usted.

DIEGUITO: ¡Imposible!

MAX: ¡Daré un escándalo!

DIEGUITO: ¡Está usted loco!

MAX: Loco de verme desconocido y negado. El Ministro es amigo mío, amigo de los tiempos heroicos. ¡Quiero oírle decir que no me conoce! ¡Paco! ¡Paco!

DIEGUITO: Le anunciaré a usted.

MAX: Yo me basto. ¡Paco! ¡Paco! ¡Soy un espectro del pasado!

Su Excelencia abre la puerta de su despacho y asoma en mangas de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto, y los quevedos pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole sobre la panza.


EL MINISTRO: ¿Qué escándalo es éste, Dieguito?

DIEGUITO: Señor Ministro, no he podido evitarlo.

MAX: ¡Un amigo de los tiempos heroicos! ¡No me reconoces, Paco! ¡Tanto me ha cambiado la vida! ¡No me reconoces! ¡Soy Máximo Estrella!

Secretaría particular de Su Excelencia. Olor de brevas habanas, malos cuadros, lujo aparente y provinciano. La estancia tiene un recuerdo partido por medio, de oficina y sala de círculo con timba. De repente el grillo del teléfono se orina en el gran regazo burocrático. Y DIEGUITO GARCÍA -Don Diego del Corral, en la Revista de Tribunales y Estrados- pega tres brincos y se planta la trompetilla en la oreja.


DIEGUITO: ¿Con quién hablo?
...............................
Ya he transmitido la orden para que se le ponga en libertad.
...............................
¡De nada! ¡De nada!
...............................
¡Un alcohólico!
...............................
Sí... Conozco su obra.
...............................
¡Una desgracia!
...............................
No podrá ser. ¡Aquí estamos sin un cuarto!
...............................
Se lo diré. Tomo nota.
...............................
¡De nada! ¡De nada!

MAX ESTRELLA aparece en la puerta, pálido, arañado, la corbata torcida, la expresión altanera y alocada. Detrás, abotonándose los calzones, aparece EL UJIER.


EL UJIER: Deténgase usted, caballero.

MAX: No me ponga usted la mano encima.

EL UJIER: Salga usted sin hacer desacato.

MAX: Anúncieme usted al Ministro.

EL UJIER: No está visible.

MAX: ¡Ah! Es usted un gran lógico. Pero estará audible.

EL UJIER: Retírese, caballero. Éstas no son horas de audiencia.

MAX: Anúncieme usted.

EL UJIER: Es la orden... Y no vale ponerse pelmazo, caballero.

DIEGUITO: Fernández, deje usted a ese caballero que pase.

MAX: ¡Al fin doy con un indígena civilizado!

DIEGUITO: Amigo Mala-Estrella, usted perdonará que sólo un momento me ponga a sus órdenes. Me habló por usted la Redacción de El Popular. Allí le quieren a usted. A usted le quieren y le admiran en todas partes. Usted me deja mandado aquí y donde sea. No me olvide... ¡Quién sabe!... Yo tengo la nostalgia del periodismo... Pienso hacer algo... Hace tiempo acaricio la idea de una hoja volandera, un periódico ligero, festivo, espuma de champaña, fuego de virutas. Cuento con usted. Adiós, maestro. ¡Deploro que la ocasión de conocernos haya venido de suceso tan desagradable!

MAX: De eso vengo a protestar. ¡Tienen ustedes una policía reclutada entre la canalla más canalla!

DIEGUITO: Hay de todo, maestro.

MAX: No discutamos. Quiero que el Ministro me oiga, y al mismo tiempo darle las gracias por mi libertad.

DIEGUITO: El Señor Ministro no sabe nada.

MAX: Lo sabrá por mí.

DIEGUITO: El Señor Ministro ahora trabaja. Sin embargo, voy a entrar.

MAX: Y yo con usted.

DIEGUITO: ¡Imposible!

MAX: ¡Daré un escándalo!

DIEGUITO: ¡Está usted loco!

MAX: Loco de verme desconocido y negado. El Ministro es amigo mío, amigo de los tiempos heroicos. ¡Quiero oírle decir que no me conoce! ¡Paco! ¡Paco!

DIEGUITO: Le anunciaré a usted.

MAX: Yo me basto. ¡Paco! ¡Paco! ¡Soy un espectro del pasado!

Su Excelencia abre la puerta de su despacho y asoma en mangas de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto, y los quevedos pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole sobre la panza.


EL MINISTRO: ¿Qué escándalo es éste, Dieguito?

DIEGUITO: Señor Ministro, no he podido evitarlo.

MAX: ¡Un amigo de los tiempos heroicos! ¡No me reconoces, Paco! ¡Tanto me ha cambiado la vida! ¡No me reconoces! ¡Soy Máximo Estrella!

EL MINISTRO: ¿Aceptas?

MAX: ¡Qué remedio!

EL MINISTRO: Tome usted nota, Dieguito. ¿Dónde vives, Max?

MAX: Dispóngase usted a escribir largo, joven maestro: -Bastardillos, veintitrés, duplicado, Escalera interior, Guardilla B-. Nota. Si en
este laberinto hiciese falta un hilo para guiarse, no se le pida a la portera, porque muerde.

EL MINISTRO: ¡Cómo te envidio el humor!

MAX: El mundo es mío, todo me sonríe, soy un hombre sin penas.

EL MINISTRO: ¡Te envidio!

MAX: ¡Paco, no seas majadero!

EL MINISTRO: Max, todos los meses te llevarán el haber a tu casa. ¡Ahora, adiós! ¡Dame un abrazo!

MAX: Toma un dedo, y no te enternezcas.

EL MINISTRO: ¡Adiós, Genio y Desorden!

MAX: Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de
las dos cosas, y que me das dinero, y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado
alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡Me he ganado los brazos de Su Excelencia!

MÁXIMO ESTRELLA, con los brazos abiertos en cruz, la cabeza erguida, los ojos parados, trágicos en su ciega quietud, avanza como
un fantasma. Su Excelencia, tripudo, repintado, mantecoso, responde con un arranque de cómico viejo, en el buen melodrama francés.
Se abrazan los dos. Su Excelencia, al separarse, tiene una lágrima detenida en los párpados. Estrecha la mano del bohemio, y deja en
ella algunos billetes.


EL MINISTRO: ¡Adiós! ¡Adiós! Créeme que no olvidaré este momento.

MAX: ¡Adiós, Paco! ¡Gracias en nombre de dos pobres mujeres!

Su Excelencia toca un timbre. EL UJIER acude soñoliento. MÁXIMO ESTRELLA, tanteando con el palo, va derecho hacia el fondo de la
estancia, donde hay un balcón.


EL MINISTRO: Fernández, acompañe usted a ese caballero, y déjele en un coche.

MAX: Seguramente que me espera en la puerta mi perro.

EL UJIER: Quien le espera a usted es un sujeto de edad, en la antesala.

MAX: Don Latino de Hispalis: Mi perro.

EL UJIER toma de la manga al bohemio. Con aire torpón le saca del despacho, y guipa al soslayo el gesto de Su Excelencia. Aquel gesto
manido de actor de carácter en la gran escena del reconocimiento.


EL MINISTRO: ¡Querido Dieguito, ahí tiene usted un hombre a quien le ha faltado el resorte de la voluntad! Lo tuvo todo, figura, palabra,
gracejo. Su charla cambiaba de colores como las llamas de un ponche.

DIEGUITO: ¡Qué imagen soberbia!

EL MINISTRO: ¡Sin duda, era el que más valía entre los de mi tiempo!

DIEGUITO: Pues véalo usted ahora en medio del arroyo, oliendo a aguardiente, y saludando en francés a las proxenetas.

EL MINISTRO: ¡Veinte años! ¡Una vida! ¡E, inopinadamente, reaparece ese espectro de la bohemia! Yo me salvé del desastre renunciando
al goce de hacer versos. Dieguito, usted de esto no sabe nada, porque usted no ha nacido poeta.

DIEGUITO: ¡Lagarto! ¡Lagarto!

EL MINISTRO: ¡Ay, Dieguito, usted no alcanzará nunca lo que son ilusión y bohemia! Usted ha nacido institucionista, usted no es un renegado del mundo del ensueño. ¡Yo, sí!

DIEGUITO: ¿Lo lamenta usted, Don Francisco?

EL MINISTRO: Creo que lo lamento.

DIEGUITO: ¿El Excelentísimo Señor Ministro de la Gobernación, se cambiaría por el poeta Mala-Estrella?

EL MINISTRO: ¡Ya se ha puesto la toga y los vuelillos el Señor Licenciado Don Diego del Corral! Suspenda un momento el interrogatorio
su señoría, y vaya pensando cómo se justifican las pesetas que hemos de darle a Máximo Estrella.

DIEGUITO: Las tomaremos de los fondos de Policía.

EL MINISTRO: ¡Eironeia!

Su Excelencia se hunde en una poltrona, ante la chimenea que aventa sobre la alfombra una claridad trémula. Enciende un cigarro con
sortija, y pide La Gaceta. Cabálgase los lentes, le pasa la vista, se hace un gorro, y se duerme.

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