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Pintadas aves que al pulir la aurora
con peines de oro sus compuestas hebras,
al son de arroyos, arpas de estas quiebras,
lisonjeáis cada mañana a Flora.
Aura suave que con voz sonora ,
murmurando las aves, te requiebras,
y las obsequias fúnebres celebras
de Pocris muerta, que tras celos llora.
Los pastores imitan la armonía
con que resucitando la memoria
de mi Sabina vivo entretenido.
Cantad, amigos, la firmeza mía;
que es la música imagen de la gloria,
y mientras dura, mi tormento olvido.
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Sansón, ¿qué vale cuando al campo sale
con las puertas a cuestas que de Gaza
arranca fiero, si una mujer traza
que en la tahona, ciego, a un bruto iguale?
¿Qué vale Alcides con amor; qué vale
cuando leones vence y despedaza,
si vuelta rueca su invencible maza
a hilar le obligan el amor y Onfale?
Sardanapalo no tuvo vergüenza
cuando sentado cual mujer le vieron
desceñirse la rueca por regalo.
¿Qué mucho, pues, que una mujer me venza,
no siendo yo más fuerte que lo fueron
Sansón, Alcides y Sardanápalo?
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¿Contó jamás la mentirosa fama
igual suceso y caso de esta suerte
en cuantas partes de sus plumas vierte
las nubes portentosas que derrama?
¿Contó jamás de un hombre que en la llama
se abrasa de amor, dios cobarde y fuerte,
que pretenda gozar y dar la muerte
a un mismo tiempo a quien adora y ama?
Rigor es inaudito y sin segundo;
mas, por vivir, a hacerle me provoco,
pues en su ejecución mi vida fundo.
Cuente la fama, pues, mi intento loco,
que yo sé que dirá después el mundo
que en un reino al revés todo esto es poco.
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Tres años ha, mi Dios, que las impías
persecuciones ocasionan llantos,
y en sus profetas y ministros santos
la crueldad ejecuta tiranías.
Tres años ha que de mi pecho fías
(a pesar de amenazas y de espantos)
tus fieles siervos, puesto que ha otros tantos
que el cielo cierra la oración de Elías.
En dos cuevas amparo y doy sustento
a cien profetas tuyos escondidos
del poder de la envidia y los engaños.
¡Ampara Tú, Señor, mi justo intento;
clemente abre a mis ruegos tus oídos;
baste, mi Dios, castigo de tres años!
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Adiós, ciudad gallega, noble y sabia,
asombro del alarbe y estorlinga,
estación del flamenco y del mandinga,
del escita y del que vive en el Arabia.
Adiós, fregona, cuyo amor me agravia,
gallega molletuda; adiós, Dominga,
que aunque lo graso de tu amor me pringa,
siento más el dejar a Ribadavia.
Adiós, fondón, traspuesto en tantos cabos,
y conocido de los mismos niños,
que aquí te dejo el alma con mil clavos.
Adiós, catujas, de mi amor brinquiños,
adiós, redondos y tajados nabos,
adiós, pescados, berzas, bacoriños.
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¡Oh, palacio cruel, casa encantada,
laberinto de engaños y de antojos,
adonde todo es lengua, todo es ojos;
cualquier cosa es mucho, y todo es nada!
Galera donde rema gente honrada
y anda la envidia en vela haciendo enojos;
hospital de incurables, que a hombres cojos
dan siempre una esperanza por posada.
Calma del tiempo, sueño de los días;
pues son viento las pagas de tus gajes;
vano manjar de camaleones buches.
Sean tus escuderos chirimías;
órganos tus lacayos y tus pajes;
tus dueñas y doncellas sacabuches.
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No fueras tú mujer, y no eligieras
interesables gustos. Si tú amaras,
mis dotes naturales abrazaras,
sus miserables bienes pospusieras.
Adora a un monstruo de oro; lisonjeras
mentiras apetece, estima avaras
felicidades torpes, pues reparas
en lo que esconden montes, pisan fieras.
Riquezas, de tu amor apetecidas,
herede yo, si así te satisfaces,
que premiaran tu amor; pero más justo
es que, imitando en la elección a Midas,
tengas, cuando en tu esposo el oro abraces,
con sed al interés, con hambre al gusto.
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¡Ah pelota del mundo, que no encierra
sino aire vil que se deshace luego!
¡De favor me das cartas, cuando llego
ofendida de un rey que me destierra!
Quien fe a las palabras da, ¡qué de ello yerra!
Prueba tu amor el mar cuando me anego,
tu cobardía saca a plaza el fuego,
y hasta el favor me niegas de la tierra.
Tres elementos, bárbaro, han mostrado
que eres cobarde, ingrato y avariento;
en el cuarto tu amor sólo has cifrado.
¡Qué a mi costa, villano, experimento
que en palabras y plumas me has pagado!
Mas quien de ellas fió, que cobre en viento.
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Reino famoso, adiós, que alegre hago
ausencia de tu célebre montaña,
pues que siendo mi patria, como extraña
diste a mi juventud siempre mal pago.
Adiós ciudad, sepulcro de Santiago,
que das pastor y das nobleza a España;
adiós, fin de la tierra, que el mar baña,
reino famoso, del inglés estrago.
Adiós, hermana, que en tus brazos dejo
tu nobleza, tu fama, tu hermosura;
porque eres de mujeres claro espejo.
Adiós juegos, amores, travesura;
que aunque mozo, desde hoy he de ser viejo,
si me ayudan el tiempo y la ventura.
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Un año, cielos, ha que amor me obliga
a la dicha mayor que darme pudo;
que, en fin, de puro dar, anda desnudo,
y por tener que dar, pide y mendiga.
A Sirena me dio, porque le siga,
en amoroso e indisoluble nudo;
mas con tal condición, que siendo mudo,
goce callando: ¡viose tal fatiga!
Callar y poseer sin competencia,
aunque el bien es mayor comunicado,
posible cosa es, pero terrible;
mas que tanto aquilaten la paciencia
que obliguen, si el honor anda acosado,
a que calle un celoso, es imposible. |