Gutierre de Cetina - poesías seleccionadas

Gutierre de Cetina (1520-1557)
escribió mucha poesía en el estilo tradicional - letrillas, madrigales y canciones - y también sobresalió como autor de numerosos sonetos.en la nueva técnica italiana, en boga por esos tiempos.

Ojos claros, serenos

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquél que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay, tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.

No miréis más

No miréis más, señora,
con tan grande atención esa figura,
no os mate vuestra propia hermosura.

Huid, dama, la prueba
de lo que puede en vos la beldad vuestra.
Y no haga la muestra
venganza de mi mal piadosa y nueva.

El triste caso os mueva
del mozo convertido entre las flores
en flor, muerto de amor de sus amores.



Yo diría de vos tan altamente

(A doña María de Mendoza)

Yo diría de vos tan altamente
que el mundo viese en vos lo que yo veo,
si tal fuese el decir cual el deseo.
Mas si fuera del más hermoso cielo,
acá en la mortal gente,
entre las bellas y preciadas cosas,
no hallo alguna que os semeje un pelo,
sin culpa queda aquel que no os atreve.
El blanco, el cristal, el oro y rosas,
los rubís, y las perlas, y la nieve,
delante vuestro gesto comparadas,
son ante cosas vivas, las pintadas.
Ante vos las estrellas,
como delante el sol, son menos bellas.
El sol es más lustroso,
mas a mi parescer no es tan hermoso.
¡Qué puedo, pues, decir, si cuanto veo,
todo ante vos es feo!
Mudaos el nombre, pues, señora mía:
vos os llamad beldad, beldad María.

Cubrir los bellos ojos

Cubrir los bellos ojos
con la mano que ya me tiene muerto,
cautela fue por cierto;
que ansí doblar pensastes mis enojos.

Pero de tal cautela
harto mayor ha sido el bien que el daño,
que el resplandor extraño
del sol se puede ver mientras se cela.

Así que aunque pensastes
cubrir vuestra beldad, única, inmensa,
yo os perdono la ofensa,
pues, cubiertos, mejor verlos dejastes.


Ay, qué contraste fiero

¡Ay, qué contraste fiero,
señora, hay entre el alma y los sentidos,
por decir que os doláis de los gemidos!

Ninguno dellos osa:
cada cual se acobarda y se le excusa
al alma deseosa,
que de su turbación la lengua acusa.

Ella dice confusa
que os dirá el dolor mío,
si la deja el temor de algún desvío;
pero de un miedo frío
la cansa el corazón, y de turbada,
cuando algo os va a decir, no dice nada.

Al corazón no agrada
la excusa, y dice que es della la mengua,
que el quejarse es efecto de la lengua.
El uno al otro amengua;
el vano pensamiento
no sabe dar consejo al desatiento.



La razón sierva siento,
que sabía un tiempo entre ellos ser señora,
y el esfuerzo enflaquece de hora en hora.
La mano no usa agora
del medio que solía;
que el temor la acobarda y la desvía.

La sangre corre fría
a la parte más flaca, y de turbado,
el triste cuerpo tiembla y suda helado.
¡Ay, rabioso cuidado!
Pues si el alma contrasta a los sentidos,
¿quién dirá que os doláis de mis gemidos?