Miguel Hernández - Poesías Seleccionadas
Elegía a Ramón Sijé Yo quiero ser llorando el hortelano Alimentando lluvias, caracolas daré tu corazón por alimento. Un manotazo duro, un golpe helado, No hay extensión más grande que mi herida, Ando sobre rastrojos de difuntos, Temprano levantó la muerte el vuelo, No perdono a la muerte enamorada, En mis manos levanto una tormenta Quiero escarbar la tierra con los dientes, Quiero minar la tierra hasta encontrarte Volverás a mi huerto y a mi higuera: de angelicales ceras y labores. Alegrarás la sombra de mis cejas, Tu corazón, ya terciopelo ajado, A las aladas almas de las rosas |
Las abarcas desiertas Por el cinco de enero, Y al andar la alborada |
Ningún rey coronado tuvo pie, tuvo gana para ver el calzado de mi pobre ventana. Toda la gente de trono, toda gente de botas se rió con encono de mis abarcas rotas. Rabié de llanto, hasta cubrir de sal mi piel, por un mundo de pasta y un mundo de miel. Por el cinco de enero, de la majada mía mi calzado cabrero a la escarcha salía. Y hacia el seis, mis miradas hallaban en sus puertas mis abarcas heladas, mis abarcas desiertas. |
Vientos del pueblo me llevan Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta. Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa. No soy de un pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula? Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, |
aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba. Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra: las águilas, los leones y los toros de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba. La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas. |
El niño yuntero Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. Nace, como la herramienta, a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatisfecho arado. Entre estiércol puro y vivo de vacas, trae a la vida un alma color de olivo vieja ya y encallecida. Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta. Empieza a sentir, y siente la vida como una guerra, y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra. Contar sus años no sabe, y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador. Trabaja, y mientras trabaja masculinamente serio, se unge de lluvia y se alhaja de carne de cementerio. A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido. |
Cada nuevo día es más raíz, menos criatura, que escucha bajo sus pies la voz de la sepultura. Y como raíz se hunde en la tierra lentamente para que la tierra inunde de paz y panes su frente. Me duele este niño hambriento como una grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina. Lo veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y declarar con los ojos que por qué es carne de yugo. Me da su arado en el pecho, y su vida en la garganta, y sufro viendo el barbecho tan grande bajo su planta. ¿Quién salvará este chiquillo menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? Que salga del corazón de los hombre jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros. |
El último rincón El último y el primero:rincón para el sol más grande, sepultura de esta vida donde tus ojos no caben. Allí quisiera tenderme para desenamorarme. Por el olivo lo quiero, lo persigo por la calle, se sume por los rincones donde se sumen los árboles. Se ahonda y hace más honda la intensidad de mi sangre. Los olivos moribundos florecen en todo el aire y los muchachos se quedan cercanos y agonizantes. Carne de mi movimiento, huesos de ritmos mortales: me muero por respirar sobre vuestros ademanes. Corazón que entre dos piedras ansiosas de machacarte, de tanto querer te ahogas como un mar entre dos mares. De tanto querer me ahogo, y no me es posible ahogarme. Beso que viene rodando desde el principio del mundo a mi boca por tus labios. Beso que va a un porvenir, boca como un doble astro que entre los astros palpita por tantos besos parados, por tantas bocas cerradas sin un beso solitario. |
Tu pelo donde lo negro |
A mi hijo Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
Todo era azul Todo era azul delante de aquellos ojos y era Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío Muerte nupcial El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana: |
Sentado sobre los muertos |
Aunque le falten las armas, |
Nanas de la cebolla |
Desperté de ser niño: |
Vuelo |