Tirso de Molina - El Burlador de Sevilla (Acto Primero)
Acto Primero Salen don JUAN Tenorio e ISABELA, duquesa ISABELA: Duque Octavio, por aquí podrás salir más seguro. JUAN: Duquesa, de nuevo os juro de cumplir el dulce sí. ISABELA: Mis glorias serán verdades promesas y ofrecimientos, regalos y cumplimientos, voluntades y amistades. JUAN: Sí, mi bien. ISABELA: Quiero sacar una luz. JUAN: ¿Pues, para qué? ISABELA: Para que el alma dé fe del bien que llego a gozar. JUAN: Mataréte la luz yo. ISABELA: ¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre? JUAN: ¿Quién soy? Un hombre sin nombre. ISABELA: ¿Que no eres el duque? JUAN: No. ISABELA: ¡Ah de palacio! JUAN: Detente. Dame, duquesa, la mano. ISABELA: No me detengas, villano. ¡Ah del rey! ¡Soldados, gente! Sale el REY de Nápoles, con una vela en un candelero REY: ¿Qué es esto? ISABELA: ¡El rey! ¡Ay, triste, REY: ¿Quién eres? JUAN: ¿Quién ha de ser? Un hombre y una mujer. REY: (Esto en prudencia consiste.) Aparte ¡Ah de mi guarda! Prendé a este hombre. ISABELA: ¡Ay, perdido honor! Vase ISABELA. Sale don PEDRO Tenorio, embajador de España, y GUARDA PEDRO: ¿En tu cuarto, gran señor voces? ¿Quién la causa fue? REY: Don Pedro Tenorio, a vos esta prisión os encargo, siendo corto, andad vos largo. Mirad quién son estos dos. Y con secreto ha de ser, que algún mal suceso creo; porque si yo aquí los veo, no me queda más que ver. Vase el REY PEDRO: Prendedle. JUAN: ¿Quién ha de osar? Bien puedo perder la vida; mas ha de ir tan bien vendida que a alguno le ha de pesar. PEDRO: Matadle. JUAN: ¿Quién os engaña? Resuelto en morir estoy, porque caballero soy, del embajador de España. Llegue; que, solo, ha de ser él quien me rinda. PEDRO: Apartad; a ese cuarto os retirad todos con esa mujer. Vanse los otros Ya estamos solos los dos; muestra aquí tu esfuerzo y brío. JUAN: Aunque tengo esfuerzo, tío, no le tengo para vos. PEDRO: Di quién eres. JUAN: Ya lo digo. Tu sobrino. PEDRO: ¡Ay, corazón, que temo alguna traición! ¿Qué es lo que has hecho, enemigo? ¿Cómo estás de aquesta suerte? Dime presto lo que ha sido. ¡Desobediente, atrevido! Estoy por darte la muerte. Acaba. JUAN: Tío y señor, mozo soy y mozo fuiste; y pues que de amor supiste, tenga disculpa mi amor. Y pues a decir me obligas la verdad, oye y diréla. Yo engañé y gocé a Isabela la duquesa. PEDRO: No prosigas. Tente. ¿Cómo la engañaste? Habla quedo, y cierra el labio. JUAN: Fingí ser el duque Octavio. PEDRO: No digas más. ¡Calla! ¡Baste! (Perdido soy si el rey sabe Aparte este caso. ¿Qué he de hacer? Industria me ha de valer en un negocio tan grave.) Di, vil, ¿no bastó emprender con ira y fiereza extraña tan gran traición en España con otra noble mujer, sino en Nápoles también, y en el palacio real con mujer tan principal? ¡Castíguete el cielo, amén! Tu padre desde Castilla a Nápoles te envió, y en sus márgenes te dio tierra la espumosa orilla del mar de Italia, atendiendo que el haberte recibido pagaras agradecido, y estás su honor ofendiendo. ¡Y en tan principal mujer! Pero en aquesta ocasión nos daña la dilación. Mira qué quieres hacer. JUAN: No quiero daros disculpa, que la habré de dar siniestra. Mi sangre es, señor, la vuestra; sacadla, y pague la culpa. A esos pies estoy rendido, y ésta es mi espada, señor. PEDRO: Alzate, y muestra valor, que esa humildad me ha vencido. ¿Atreveráste a bajar por ese balcón? JUAN: Sí atrevo, que alas en tu favor llevo. PEDRO: Pues yo te quiero ayudar. Vete a Sicilia o Milán, donde vivas encubierto. JUAN: Luego me iré. PEDRO: ¿Cierto? JUAN: Cierto. PEDRO: Mis cartas te avisarán en qué para este suceso triste, que causado has. JUAN: Para mí alegre dirás. Que tuve culpa confieso. PEDRO: Esa mocedad te engaña. Baja, pues, ese balcón. JUAN: (Con tan justa pretensión, Aparte gozoso me parto a España). Vase don JUAN y entra el REY PEDRO: Ejecutando, señor, tu justicia justa y recta, el hombre... REY: ¿Murió? PEDRO: ...escapóse de las cuchillas soberbias. REY: ¿De qué forma? PEDRO: De esta forma: aun no lo mandaste apenas, cuando, sin dar más disculpa, la espada en la mano aprieta, revuelve la capa al brazo, y con gallarda presteza, ofendiendo a los soldados y buscando su defensa, viendo vecina la muerte, por el balcón de la huerta se arroja desesperado. Siguióle con diligencia tu gente. Cuando salieron por esa vecina puerta, le hallaron agonizando como enroscada culebra. Levantóse, y al decir los soldados, "¡Muera, muera!", bañado de sangre el rostro, con tan heroica presteza se fue, que quedé confuso. La mujer, que es Isabela, --que para admirarte nombro-- retirada en esa pieza, dice que fue el duque Octavio quien, con engaño y cautela, la gozó. REY: ¿Qué dices? PEDRO: Digo lo que ella propia confiesa. REY: ¡Ah, pobre honor! Si eres alma del hombre, ¿por qué te dejan en la mujer inconstante, si es la misma ligereza? ¡Hola! Sale un CRIADO CRIADO: ¿Gran señor? REY: Traed delante de mi presencia esa mujer. PEDRO: Ya la guardia viene, gran señor, con ella. Trae la GUARDA a ISABELA ISABELA: (¿Con qué ojos veré al rey?) Aparte REY: Idos, y guardad la puerta de esa cuadra. Di, mujer, ¿qué rigor, qué airada estrella te incitó, que en mi palacio, con hermosura y soberbia, profanases sus umbrales? ISABELA: Señor... REY: Calla, que la lengua no podrá dorar el yerro que has cometido en mi ofensa. ¡Aquél era del duque Octavio! ISABELA: ¡Señor! REY: No, no importan fuerzas, guardas, crïados, murallas, fortalecidas almenas, para Amor, que la de un niño hasta los muros penetra. Don Pedro Tenorio, al punto a esa mujer llevad presa a una torre, y con secreto haced que al duque le prendan; que quiero hacer que le cumpla la palabra, o la promesa. ISABELA: Gran señor, ¡volvedme el rostro! REY: Ofensa a mi espalda hecha, es justicia y es razón castigarla a espaldas vueltas. Vase el REY PEDRO: Vamos, duquesa. ISABELA: (Mi culpa Aparte no hay disculpa que la venza, mas no será el yerro tanto si el duque Octavio lo enmienda). Vanse todos. Salen el duque OCTAVIO, y RIPIO su criado RIPIO: ¿Tan de mañana, señor, te levantas? OCTAVIO: No hay sosiego que pueda apagar el fuego que enciende en mi alma Amor. Porque, como al fin es niño, no apetece cama blanda, entre regalada holanda, cubierta de blanco armiño. Acuéstase. No sosiega. Siempre quiere madrugar por levantarse a jugar, que al fin como niño juega. Pensamientos de Isabela me tienen, amigo, en calma; que como vive en el alma, anda el cuerpo siempre en vela, guardando ausente y presente, el castillo del honor. RIPIO: Perdóname, que tu amor es amor impertinente. OCTAVIO: ¿Qué dices, necio? RIPIO: Esto digo, impertinencia es amar como amas. ¿Vas a escuchar? OCTAVIO: Sí, prosigue. RIPIO: Ya prosigo. ¿Quiérete Isabela a ti OCTAVIO: ¿Eso, necio, has de dudar? RIPIO: No, mas quiero preguntar, ¿Y tú no la quieres? OCTAVIO: Sí. RIPIO: Pues, ¿no seré majadero, y de solar conocido, si pierdo yo mi sentido por quien me quiere y la quiero? Si ella a ti no te quisiera, fuera bien el porfïarla, regalarla y adorarla, y aguardar que se rindiera; mas si los dos os queréis con una mesma igualdad, dime, ¿hay más dificultad de que luego os desposéis? OCTAVIO: Eso fuera, necio, a ser de lacayo o lavandera la boda. RIPIO: ¿Pues, es quienquiera una lavandriz mujer, lavando y fregatrizando, defendiendo y ofendiendo, los paños suyos tendiendo, regalando y remendando? Dando, dije, porque al dar no hay cosa que se le iguale, y si no, a Isabela dale, a ver si sabe tomar. Sale un CRIADO CRIADO: El embajador de España en este punto se apea en el zaguán, y desea, con ira y fiereza extraña, hablarte, y si no entendí yo mal, entiendo es prisión. OCTAVIO: ¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión? Decid que entre. Entra Don PEDRO Tenorio con guardas PEDRO: Quien así con tanto descuido duerme, limpia tiene la conciencia. OCTAVIO: Cuando viene vueselencia a honrarme y favorecerme, no es justo que duerma yo. Velaré toda mi vida. ¿A qué y por qué es la venida? PEDRO: Porque aquí el rey me envió. OCTAVIO: Si el rey mi señor se acuerda de mí en aquesta ocasión, será justicia y razón que por él la vida pierda. Decidme, señor, qué dicha o qué estrella me ha guïado, que de mí el rey se ha acordado? PEDRO: Fue, duque, vuestra desdicha. Embajador del rey soy. De él os traigo una embajada. OCTAVIO: Marqués, no me inquieta nada. Decid, que aguardando estoy. PEDRO: A prenderos me ha envïado el rey. No os alborotéis. OCTAVIO: ¿Vos por el rey me prendéis? Pues, ¿en qué he sido culpado? PEDRO: Mejor lo sabéis que yo, mas, por si acaso me engaño, escuchad el desengaño, y a lo que el rey me envió. Cuando los negros gigantes, plegando funestos toldos ya del crepúsculo huían, tropezando unos en otros, estando yo con su alteza tratando ciertos negocios porque antípodas del sol son siempre los poderosos, voces de mujer oímos, cuyos ecos menos roncos, por los artesones sacros nos repitieron "¡Socorro!" A las voces y al rüido acudió, duque, el rey propio, halló a Isabela en los brazos de algún hombre poderoso; mas quien al cielo se atreve sin duda es gigante o monstruo. Mandó el rey que los prendiera, quedé con el hombre solo. Llegué y quise desarmarle, pero pienso que el demonio en él tomó forma humana, pues que, vuelto en humo, y polvo, se arrojó por los balcones, entre los pies de esos olmos, que coronan del palacio los chapiteles hermosos. Hice prender la duquesa, y en la presencia de todos dice que es el duque Octavio el que con mano de esposo la gozó. OCTAVIO: ¿Qué dices? PEDRO: Digo lo que al mundo es ya notorio, y que tan claro se sabe, que a Isabela, por mil modos, [presa, ya lo ha dicho al rey. Con vos, señor, o con otro, esta noche en el palacio, la habemos hallado todos. OCTAVIO: Dejadme, no me digáis tan gran traición de Isabela, mas... ¿si fue su amor cautela? Proseguid, ¿por qué calláis? (Mas, si veneno me dais Aparte que a un firme corazón toca, y así a decir me provoca que imita a la comadreja, que concibe por la oreja, para parir por la boca. ¿Será verdad que Isabela, alma, se olvidó de mí para darme muerte? Sí, que el bien suena y el mal vuela. Ya el pecho nada recela, juzgando si son antojos, que por darme más enojos, al entendimiento entró, y por la oreja escuchó, lo que acreditan los ojos.) Señor marqués, ¿es posible que Isabela me ha engañado, y que mi amor ha burlado? ¡Parece cosa imposible! ¡Oh mujer, ley tan terrible de honor, a quien me provoco a emprender! Mas ya no toco en tu honor esta cautela. ¿Anoche con Isabela hombre en palacio? ¡Estoy loco! PEDRO: Como es verdad que en los vientos hay aves, en el mar peces, que participan a veces de todos cuatro elementos; como en la gloria hay contentos, lealtad en el buen amigo, traición en el enemigo, en la noche oscuridad, y en el día claridad, y así es verdad lo que digo. OCTAVIO: Marqués, yo os quiero creer, no hay ya cosa que me espante, que la mujer más constante es, en efecto, mujer. No me queda más que ver, pues es patente mi agravio. PEDRO: Pues que sois prudente y sabio elegid el mejor medio. OCTAVIO: Ausentarme es mi remedio. PEDRO: Pues sea presto, duque Octavio. OCTAVIO: Embarcarme quiero a España, y darle a mis males fin. PEDRO: Por la puerta del jardín, duque, esta prisión se engaña. OCTAVIO: ¡Ah veleta, ah débil caña! A más furor me provoco, y extrañas provincias toco, huyendo de esta cautela. Patria, adiós. ¿Con Isabela hombre en palacio? ¡Estoy loco! |
Vanse todos. Sale TISBEA, pescadora, con una caña de pescar en la mano TISBEA: Yo, de cuantas el mar, pies de jazmín y rosa, en sus riberas besa con fugitivas olas, sola de amor exenta, como en ventura sola, tirana me reservo de sus prisiones locas. Aquí donde el sol pisa soñolientas las ondas, alegrando zafiros las que espantaba sombras, por la menuda arena, unas veces aljófar, y átomos otras veces del sol, que así le adora, oyendo de las aves las quejas amorosas, y los combates dulces del agua entre las rocas, ya con la sutil caña, que el débil peso dobla del necio pececillo, que el mar salado azota, o ya con la atarraya, que en sus moradas hondas prenden cuantos habitan aposentos de conchas, seguramente tengo, que en libertad se goza el alma, que, Amor áspid no le ofende ponzoña. En pequeñuelo esquife, y ya en compañía de otras, tal vez al mar le peino la cabeza espumosa. Y cuando más perdidas querellas de Amor forman, como de todos río envidia soy de todas. Dichosa yo mil veces, Amor, pues me perdonas, si ya por ser humilde no desprecias mi choza. Obeliscos de paja mi edificio coronan, nidos; si no, hay cigarras o tortolillas locas. Mi honor conservo en pajas como fruta sabrosa, vidrio guardado en ellas para que no se rompa. De cuantos pescadores con fuego Tarragona de piratas defiende en la argentada costa, desprecio soy, encanto, a sus suspiros sorda, a sus ruegos terrible, a sus promesas roca. Anfriso, a quien el cielo, con mano poderosa, prodigió, en cuerpo y alma, dotado en gracias todas, medido en las palabras, liberal en las obras, sufrido en los desdenes, modesto en las congojas, mis pajizos umbrales, que heladas noches ronda, a pesar de los tiempos las mañanas remoza, pues ya con ramos verdes, que de los olmos corta, mis pajas amanecen ceñidas de lisonjas, ya con vigüelas dulces, y sutiles zampoñas, músicas me consagra, y todo no le importa, porque en tirano imperio vivo de Amor señora, que halla gusto en sus penas, y en sus infiernos gloria. Todas por él se mueren, y yo, todas las horas, le mato con desdenes, de Amor condición propia; querer donde aborrecen, despreciar donde adoran, que si le alegran muere, y vive si le oprobian. En tan alegre día, segura de lisonjas, mis juveniles años Amor no los malogra; que en edad tan florida, Amor, no es suerte poca, no ver, tratando en redes, las tuyas amorosas. Pero, necio discurso, que mi ejercicio estorbas, en él no me diviertas en cosa que no importa. Quiero entregar la caña al viento, y a la boca del pececillo el cebo. ¡Pero al agua se arrojan dos hombres de una nave, antes que el mar la sorba, que sobre el agua viene, y en un escollo aborda! Como hermoso pavón hace las velas cola, adonde los pilotos todos los ojos pongan. Las olas va escarbando, y ya su orgullo y pompa casi la desvanece, agua un costado toma. Hundióse, y dejó al viento la gavia, que la escoja para morada suya, que un loco en gavias mora. Dentro gritos de "¡Que me ahogo!" Un hombre al otro aguarda, que dice que se ahoga. ¡Gallarda cortesía, en los hombros le toma! Anquises le hace Eneas si el mar está hecho Troya. Ya nadando, las aguas con valentía corta, y en la playa no veo quien le ampare y socorra. Daré voces. ¡Tirseo, Anfriso, Alfredo, hola! Pescadores me miran, plega a Dios que me oigan, mas milagrosamente ya tierra los dos toman, sin aliento el que nada, con vida el que le estorba. Saca en brazos CATALINÓN a don JUAN, mojados CATALINÓN: ¡Válgame la Cananea, y qué salado es el mar! Aquí puede bien nadar el que salvarse desea, que allá dentro es desatino donde la muerte se fragua. Donde Dios juntó tanta agua ¿no juntara tanto vino? Agua, y salada. Extremada cosa para quien no pesca. Si es mala aun el agua fresca, ¿qué será el agua salada? ¡Oh, quién hallara una fragua de vino, aunque algo encendido! Si del agua que he bebido hoy escapo, no más agua. Desde hoy abrenuncio de ella, que la devoción me quita tanto, que aun agua bendita no pienso ver, por no vella. ¡Ah señor! Helado y frío está. ¿Si estará ya muerto? Del mar fue este desconcierto, y mío este desvarío. ¡Mal haya aquél que primero pinos en el mar sembró y el que sus rumbos midió con quebradizo madero! ¡Maldito sea el vil sastre que cosió el mar que dibuja con astronómica aguja, causando tanto desastre! ¡Maldito sea Jasón, y Tifis maldito sea! Muerto está. No hay quien lo crea. ¡Mísero Catalinón! ¿Qué he de hacer? TISBEA: Hombre, ¿qué tienes? CATALINÓN: En desventura iguales, pescadora, muchos males, y falta de muchos bienes. Veo, por librarme a mí, sin vida a mi señor. Mira si es verdad. TISBEA: No, que aun respira. CATALINÓN: ¿Por dónde, por aquí? TISBEA: Sí, pues, ¿por dónde...? CATALINÓN: Bien podía respirar por otra parte. TISBEA: Necio estás. CATALINÓN: Quiero besarte las manos de nieve fría. TISBEA: Ve a llamar los pescadores que en aquella choza están. CATALINÓN: ¿Y si los llamo, ¿vendrán? TISBEA: Vendrán presto, no lo ignores. ¿Quién es este caballero? CATALINÓN: Es hijo aqueste señor del camarero mayor del rey, por quien ser espero antes de seis días conde en Sevilla, a donde va, y adonde su alteza está, si a mi amistad corresponde. TISBEA: ¿Cómo se llama? CATALINÓN: Don Juan Tenorio. TISBEA: Llama mi gente. CATALINÓN: Ya voy. Vase CATALINÓN. Coge en el regazo TISBEA a don JUAN TISBEA: Mancebo excelente, gallardo, noble y galán. Volved en vos, caballero. JUAN: ¿Dónde estoy? TISBEA: Ya podéis ver, en brazos de una mujer. JUAN: Vivo en vos, si en el mar muero. Ya perdí todo el recelo que me pudiera anegar, pues del infierno del mar salgo a vuestro claro cielo. Un espantoso huracán dio con mi nave al través, para arrojarme a esos pies, que abrigo y puerto me dan, y en vuestro divino oriente renazco, y no hay que espantar, pues veis que hay de amar a mar una letra solamente. TISBEA: ¡Muy grande aliento tenéis para venir soñoliento, y más de tanto tormento! Mucho contento ofrecéis; pero si es tormento el mar, y son sus ondas crüeles, la fuerza de los cordeles, pienso que os hacen hablar. Sin duda que habéis bebido del mar la oración pasada, pues por ser de agua salada con tan grande sal ha sido. Mucho habláis cuando no habláis, y cuando muerto venís, mucho al parecer sentís, ¡plega a Dios que no mintáis! Parecéis caballo griego, que el mar a mis pies desagua, pues venís formado de agua, y estáis preñado de fuego. Y si mojado abrasáis, estando enjuto, ¿qué haréis? Mucho fuego prometéis, ¡plega a Dios que no mintáis! JUAN: A Dios, zagala, pluguiera que en el agua me anegara, para que cuerdo acabara, y loco en vos no muriera; que el mar pudiera anegarme entre sus olas de plata, que sus límites desata, mas no pudiera abrasarme. Gran parte del sol mostráis, pues que el sol os da licencia, pues sólo con la apariencia, siendo de nieve abrasáis. TISBEA: Por más helado que estáis, tanto fuego en vos tenéis, que en este mío os ardéis, ¡plega a Dios que no mintáis! Salen CATALINÓN, CORIDÓN y ANFRISO, pescadores CATALINÓN: Ya vienen todos aquí. TISBEA: Y ya está tu dueño vivo. JUAN: Con tu presencia recibo el aliento que perdí. CORIDÓN: ¿Qué nos mandas? TISBEA: Coridón, Anfriso, amigos... CORIDÓN: Todos buscamos por varios modos esta dichosa ocasión. Di lo que mandas, Tisbea, que por labios de clavel no lo habrás mandado a aquél que idolatrarte desea, apenas, cuando al momento, sin reservar en llano o sierra, surque el mar, tale la tierra, pise el fuego, el aire, el viento. TISBEA: (¡Oh, qué mal me parecía Aparte estas lisonjas ayer, y hoy echo en ellas de ver que sus labios no mentían!) Estando, amigos, pescando sobre este peñasco, vi hundirse una nave allí, y entre las olas nadando dos hombres, y compasiva di voces que nadie oyó; y en tanta aflicción llegó libre de la furia esquiva del mar, sin vida a la arena, de éste en los hombros cargado, un hidalgo, ya anegado; y envuelta en tan triste pena, a llamaros envïé. ANFRISO: Pues aquí todos estamos, manda que tu gusto hagamos, lo que pensado no fue. TISBEA: Que a mi choza los llevemos quiero, donde agradecidos reparemos sus vestidos, y a ellos los regalemos, que mi padre gusta mucho de esta debida piedad. CATALINÓN: Extremada es su beldad. JUAN: Escucha aparte. CATALINÓN: Ya escucho. JUAN: Si te pregunta quién soy, di que no sabes. CATALINÓN: ¿A mí quieres advertirme aquí lo que he de hacer? JUAN: Muerto voy por la hermosa pescadora. Esta noche he de gozalla. CATALINÓN: ¿De qué suerte? JUAN: Ven y calla. CORIDÓN: Anfriso, dentro de un hora [los pescadores prevén] que canten y bailen. ANFRISO: Vamos, y esta noche nos hagamos rajas, y palos también. JUAN: Muerto soy. TISBEA: ¿Cómo, si andáis? JUAN: Ando en pena, como veis. TISBEA: Mucho habláis. JUAN: ¡Mucho encendéis! TISBEA: ¡Plega a Dios que no mintáis! |
Vanse todos. Salen don GONZALO de
Ulloa y el REY don Alfonso de Castilla REY: ¿Cómo os ha sucedido en la embajada, comendador mayor? GONZALO: Hallé en Lisboa al rey don Juan, tu primo, previniendo treinta naves de armada. REY: ¿Y para dónde? GONZALO: Para Goa me dijo, mas yo entiendo que a otra empresa más fácil apercibe; a Ceuta, o Tánger pienso que pretende cercar este verano. REY: Dios le ayude, y premie el cielo de aumentar su gloria. ¿Qué es lo que concertasteis? GONZALO: Señor, pide a Cerpa, y Mora, y Olivencia, y Toro, y por eso te vuelve a Villaverde, al Almendral, a Mértola, y Herrera entre Castilla y Portugal. REY: Al punto se firman los conciertos, don Gonzalo; mas decidme primero cómo ha ido en el camino, que vendréis cansado, y alcanzado también. GONZALO: Para serviros, nunca, señor, me canso. REY: ¿Es buena tierra Lisboa? GONZALO: La mayor ciudad de España. Y si mandas que diga lo que he visto de lo exterior y célebre, en un punto en tu presencia te podré un retrato. REY: Gustaré de oírlo. Dadme silla. GONZALO: Es Lisboa una octava maravilla. De las entrañas de España, que son las tierras de Cuenca, nace el caudaloso Tajo, que media España atraviesa. Entra en el mar Oceano, en las sagradas riberas de esta ciudad por la parte del sur; mas antes que pierda su curso y su claro nombre hace un cuarto entre dos sierras donde están de todo el orbe barcas, naves, caravelas. Hay galeras y saetías, tantas que desde la tierra para una gran ciudad adonde Neptuno reina. A la parte del poniente, guardan del puerto dos fuerzas, de Cascaes y Sangián, las más fuertes de la tierra. Está de esta gran ciudad, poco más de media legua, Belén, convento del santo conocido por la piedra y por el león de guarda, donde los reyes y reinas, católicos y cristianos, tienen sus casas perpetuas. Luego esta máquina insigne, desde Alcántara comienza una gran legua a tenderse al convento de Lobregas. En medio está el valle hermoso coronado de tres cuestas, que quedara corto Apeles cuando pintarlas quisiera, porque miradas de lejos parecen piñas de perlas, que están pendientes del cielo, en cuya grandeza inmensa se ven diez Romas cifradas en conventos y en iglesias, en edificios y calles, en solares y encomiendas, en las letras y en las armas, en la justicia tan recta, y en una Misericordia, que está honrando su ribera, y pudiera honrar a España, y aun enseñar a tenerla. Y en lo que yo más alabo de esta máquina soberbia, es que del mismo castillo, en distancia de seis leguas, se ven sesenta lugares que llega el mar a sus puertas, uno de los cuales es el Convento de Odivelas, en el cual vi por mis ojos seiscientas y treinta celdas, y entre monjas y beatas, pasan de mil y doscientas. Tiene desde allí a Lisboa, en distancia muy pequeña, mil y ciento y treinta quintas, que en nuestra provincia Bética llaman cortijos, y todas con sus huertos y alamedas. En medio de la ciudad hay una plaza soberbia, que se llama del Ruzío, grande, hermosa, y bien dispuesta, que habrá cien años y aun más que el mar bañaba su arena, y agora de ella a la mar, hay treinta mil casas hechas, que, perdiendo el mar su curso, se tendió a partes diversas. Tiene una calle que llaman Rúa Nova, o calle nueva, donde se cifra el oriente en grandezas y riquezas, tanto que el rey me contó que hay un mercader en ella, que por no poder contarlo, mide el dinero a fanegas. El terrero, donde tiene Portugal su casa regia tiene infinitos navíos, varados siempre en la tierra, de sólo cebada y trigo, de Francia y Ingalaterra. Pues, el palacio real, que el Tajo sus manos besa, es edificio de Ulises, que basta para grandeza, de quien toma la ciudad nombre en la latina lengua, llamándose Ulisibona, cuyas armas son la esfera, por pedestal de las llagas, que, en la batalla sangrienta, al rey don Alfonso Enríquez dio la majestad inmensa. Tiene en su gran Tarazana diversas naves, y entre ellas las naves de la conquista, tan grandes que, de la tierra miradas, juzgan los hombres que tocan en las estrellas. Y lo que de esta ciudad te cuento por excelencia, es, que estando sus vecinos comiendo, desde las mesas, ven los copos del pescado que junto a sus puertas pescan que, bullendo entre las redes, vienen a entrarse por ellas. Y sobre todo el llegar cada tarde a su ribera más de mil barcos cargados de mercancías diversas, y de sustento ordinario, pan, aceite, vino y leña, frutas de infinita suerte, nieve de sierra de Estrella, que por las calles a gritos, puesta sobre las cabezas, la venden; mas, ¿qué me canso?, porque es contar las estrellas, querer contar una parte de la ciudad opulenta. Ciento y treinta mil vecinos tiene, gran señor, por cuenta, y por no cansarte más, un rey que tus manos besa. REY: Más estimo, don Gonzalo, escuchar de vuestra lengua esa relación sucinta, que haber visto su grandeza. ¿Tenéis hijos? GONZALO: Gran señor, una hija hermosa y bella, en cuyo rostro divino se esmeró naturaleza. REY: Pues yo os la quiero casar de mi mano. GONZALO: Como sea tu gusto, digo, señor, que yo la acepto por ella; pero ¿quién es el esposo? REY: Aunque no está en esta tierra, es de Sevilla, y se llama don Juan Tenorio. GONZALO: Las nuevas voy a llevar a doña Ana. [Dadme, gran señor, licencia.] REY: Id en buena hora, y volved, Gonzalo, con la respuesta. Vanse todos. Salen don JUAN Tenorio y CATALINÓN JUAN: Esas dos yeguas prevén, pues acomodadas son. CATALINÓN: Aunque soy Catalinón, soy, señor, hombre de bien, que no se dijo por mí, "Catalinón es el hombre", que sabes que aquese nombre me asienta al revés aquí. UAN: Mientras que los pescadores van de regocijo y fiesta, tú las dos yeguas apresta, que de sus pies voladores, sólo nuestro engaño fío. CATALINÓN: ¿Al fin pretendes gozar a Tisbea? JUAN: Si el burlar es hábito antiguo mío, ¿qué me preguntas, sabiendo mi condición? CATALINÓN: Ya sé que eres castigo de las mujeres. JUAN: Por Tisbea estoy muriendo, que es buena moza. CATALINÓN: Buen pago a su hospedaje deseas. JUAN: Necio, lo mismo hizo Eneas con la reina de Cartago. CATALINÓN: Los que fingís y engañáis las mujeres de esa suerte, lo pagaréis en la muerte. JUAN: ¡Qué largo me lo fiáis! Catalinón con razón te llaman. CATALINÓN: Tus pareceres sigue, que en burlar mujeres quiero ser Catalinón. Ya viene la desdichada. JUAN: Vete, y las yeguas prevén. CATALINÓN: (Pobre mujer, harto bien Aparte te pagamos la posada.) Vase CATALINÓN y sale TISBEA TISBEA: El rato que sin ti estoy estoy ajena de mí. JUAN: Por lo que finges ansí, ningún crédito te doy. TISBEA: ¿Por qué? JUAN: Porque si me amaras mi alma favorecieras. TISBEA: Tuya soy. JUAN: Pues, di, ¿qué esperas? ¿O en qué, señora, reparas? TISBEA: Reparo en que fue castigo de Amor el que he hallado en ti. JUAN: Si vivo, mi bien, en ti, a cualquier cosa me obligo. Aunque yo sepa perder en tu servicio la vida, la diera por bien perdida, y te prometo de ser tu esposo. TISBEA: Soy desigual a tu ser. JUAN: Amor es rey que iguala con justa ley la seda con el sayal. TISBEA: Casi te quiero creer, mas sois los hombres traidores. JUAN: ¿Posible es, mi bien, que ignores mi amoroso proceder? Hoy prendes con tus cabellos mi alma. TISBEA: Ya a ti me allano, bajo la palabra y mano de esposo. JUAN: Juro, ojos bellos, que mirando me matáis, de ser vuestro esposo. TISBEA: Advierte, mi bien, que hay Dios y que hay muerte. JUAN: ¡Qué largo me lo fiáis! Ojos bellos, mientras viva yo vuestro esclavo seré, ésta es mi mano y mi fe. TISBEA: No seré en pagarte esquiva. JUAN: Ya en mí mismo no sosiego. TISBEA: Ven, y será la cabaña del amor que me acompaña, tálamo de nuestro fuego. Entre estas cañas te esconde, hasta que tenga lugar. JUAN: ¿Por dónde tengo de entrar? TISBEA: Ven, y te diré por dónde. JUAN: Gloria al alma, mi bien, dais. TISBEA: Esa voluntad te obligue, y si no, Dios te castigue. JUAN: ¡Qué largo me lo fiáis! Vanse y salen CORIDÓN, ANFRISO, BELISA y MÚSICOS CORIDÓN: Ea, llamad a Tisbea, y las zagalas llamad, para que en la soledad el huésped la corte vea. ANFRISO: ¡Tisbea, Lucindo, Antandra! No vi cosa más crüel, triste y mísero de aquél que en su fuego es salamandra. Antes que el baile empecemos, a Tisbea prevengamos. BELISA: Vamos a llamarla. CORIDÓN: Vamos. BELISA: A su cabaña lleguemos. CORIDÓN: ¿No ves que estará ocupada con los huéspedes dichosos, de quien hay mil envidiosos? ANFRISO: Siempre es Tisbea envidiada. BELISA: Cantad algo mientras viene, porque queremos bailar. ANFRISO: ¿Cómo podrá descansar cuidado que celos tiene? Cantan MÚSICOS: "A pescar sale la niña, tendiendo redes, y en lugar de pececillos, las almas prende". Sale TISBEA TISBEA: ¡Fuego, fuego, que me quemo, que mi cabaña se abrasa! Repicad a fuego, amigos, que ya dan mis ojos agua. Mi pobre edificio queda hecho otra Troya en las llamas, que después que faltan Troyas, quiere Amor quemar cabañas; mas si Amor abrasa peñas, con gran ira, fuerza extraña, mal podrán de su rigor reservarse humildes pajas. ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua! Amor, clemencia, que se abrasa el alma. ¡Ay choza, vil instrumento de mi deshonra, y mi infamia, cueva de ladrones fiera, que mis agravios ampara! Rayos de ardientes estrellas en tus cabelleras caigan, porque abrasadas estén, si del viento mal peinadas. ¡Ah falso huésped, que dejas una mujer deshonrada! ¡Nube que del mar salió, para anegar mis entrañas! ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua! Amor, clemencia, que se abrasa el alma. Yo soy la que hacía siempre de los hombres burla tanta. ¡Que siempre las que hacen burla, vienen a quedar burladas! Engañóme el caballero debajo de fe y palabra de marido, y profanó mi honestidad y mi cama. Gozóme al fin, y yo propia le di a su rigor las alas, en dos yeguas que crïé, con que me burló y se escapa. Seguidle todos, seguidle, mas no importa que se vaya, que en la presencia del rey tengo de pedir venganza. ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua! Amor, clemencia, que se abrasa el alma. Vase TISBEA CORIDÓN: Seguid al vil caballero. ANFRISO: Triste del que pena y calla, mas vive el cielo que en él me he de vengar de esta ingrata. Vamos tras ella nosotros, porque va desesperada, y podrá ser que vaya ella buscando mayor desgracia. CORIDÓN: Tal fin la soberbia tiene, su locura y confïanza paró en esto. Dentro se oye gritando TISBEA "¡Fuego, fuego!" ANFRISO: Al mar se arroja. CORIDÓN: Tisbea, detente y para. TISBEA: ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua! Amor, clemencia, que se abrasa el alma. Fin del Primer Acto |