Vanse los dos
LUIS: Echando al mayor mundo todo el velo
asombra la celeste artillería
y entre pedazos de tiniebla fría
por donde daba luz escupe hielo.
Mas tomando con lástima del suelo
el hacha eterna el que los años guía
huye el horror y resucita el día
en el alcázar del sereno cielo.
Así, con puros rayos celestiales
en tanta tempestad, tu sol previenes,
hermosa Blanca, y a mis ojos tales.
Oh bien haya el rigor de tus desdenes;
por que si no se hubieran hecho males
era imposible conocer los bienes.
Salen Doña LEONOR e INÉS
LEONOR: Vengo a reñirte, enojada;
paciencia puedes tener.
LUIS: ¿Tú, Leonor? Debe de ser
porque estás hermosa, airada.
LEONOR: Todo lo que has dicho oí
al indiano caballero,
que de tus bodas tercero
agora se va de aquí.
¿Es justo que tome estado
un hombre de tu valor
antes que yo? ¡Qué rigor!
Pues es fuerza que, casado,
esclava venga yo a ser
de una muy necia cuñada
que a la suegra más cansada
sostituye por poder.
¡Qué buen cuidado de hermano!
De tales obligaciones
en buen estado me pones;
quiero besarte la mano.
¡Qué buen marido me das
sirviendo toda mi vida
a una ninfa bien prendida!
Ya la imagino detrás
y la doncella delante,
y decirme, muy tirana:
"Deja, Leonor, la ventana,"
no queriendo que levante
los ojos a ver pasar
caballo, coche o carroza.
Como si una mujer moza
se pudiese consolar
de no ver lo que otros ven,
habiéndose hecho los ojos
si para llorar enojos
para ver la luz también.
¿Es bien que esté en mi labor,
y que ella todo lo mire;
y en tanto que yo suspire,
decir muy a lo señor:
"Qué bien a caballo va
Sástago con sus soldados;
lució en los toros pasados;
bien visto en la corte está;
bravos tudescos sacó."
Y yo en la sala, a lo fresco,
que labre y mire en tudesco
mientras el otro pasó.
Gallardos, de mar a mar,
pasan el Duque y Marqués,
la silla, el coche. ¿No ves
que a pausas me ha de sangrar
darme tentaciones tales?
¿Sin ser mi padre me das
madrastra? Mas no podrás;
que hoy quiero que me señales
monasterio y alimentos.
LUIS: Tienes, Leonor, mil razones;
que olvidan obligaciones
amorosos pensamientos.
Estoy corrido de ver
que me intentase casar;
palabra te quiero dar
de que no tendré mujer
antes que tengas marido,
hallando sujeto igual.
LEONOR: Siendo rica y principal,
¿tan desdichada he nacido,
tan sin méritos estoy
que de nadie soy mirada?
LUIS: Leonor, si alguno te agrada
y es tu igual, licencia doy
a que me digas quién es
y la tengas de casarte.
LEONOR: No sé cómo acierte a hablarte.
LUIS: Si lo he de saber después,
¿no es mejor saberlo agora?
No te turbes. ¿Qué claveles
son ésos, que tú no sueles
tener conmigo?
INÉS: Señora,
habla, que es linda ocasión.
LEONOR: Si te hablo claro, hermano,
este caballero indiano
me mira con afición,
y crïados de su casa
a los nuestros han contado
que ya un hábito le han dado,
que a esto ha venido y que pasa
su hacienda de nueve mil
pesos de renta, que yo
no le había visto.
LUIS: ¿No?
LEONOR: No,
que aunque el amor es sutil,
no pudo desde su reja
penetrar mi celosía.
LUIS: Yo no quiero, hermana mía,
que de mi amor tengas queja;
fuera de que la afición
que tengo a este caballero,
ya de mis bodas tercero
que no es poca obligación,
concertará fácilmente
las vuestras con gusto mío,
que del tuyo bien confío
que el concierto te contente.
Porque quien la celosía
dijo que no penetraba,
claro está que le miraba
si vio que el otro le vía.
Huyeron de una pendencia
dos, y el uno se alabó
de que el otro se escondió,
juzgando por diferencia
el huír y el esconder,
siendo todo cobardía;
y así tú cuando él te vía
también le pudiste ver.
Pero no lo examinemos;
él vendrá y yo le querré
por cuñado; en cuya fe
los cuatro nos casaremos.
De suerte que, si cansada
es la cuñada, Leonor,
quedarás, si no es mejor,
con el cuñado vengada.
LEONOR: Fío de tu entendimiento
que lo sabrás disponer.
De golpe tanto placer,
Aparte a INÉS
(¡Ay, Inés!, temo el contento,
que también suele matar.
INÉS: ¿Y Tello no tendrá aquí
su papel?
LEONOR: Dile. . .
INÉS: ¿Qué?
LEONOR: Di
que le comience a estudiar.
Dame pluma y tinta luego;
a don Juan escribiré
lo que ha de decir. No sé
cómo mi poco sosiego
no dió enojo a don Luis.
¡Oh bienes, aunque dichosos,
siempre venís sospechosos
cuando de prisa venís!)
Salen Don JUAN y Don BERNARDO
BERNARDO: Conozco la obligación.
JUAN: A mi fortuna agradezco
quitaros a vos cuidados
y dar a Blanca remedio.
BERNARDO: Sois mi amigo en que se cifra
cuanto encareceros puedo;
que una hermana a un hombre mozo
es un insufrible peso;
no habré tenido en mi vida
mejor San Juan.
JUAN: Y yo pienso
que hoy está de gracia toda
la luz del zafir eterno;
alguna conjunción magna
de benévolos aspectos
influye fiestas, Bernardo,
paces, gustos, casamientos.
Tengo por feliz auspicio
tratar el de Blanca en tiempo
que la fortuna mayor
mira bien al Sol y a Venus;
de que procede también
que siendo en el cielo inmenso
Júpiter, señor del año,
propicio a reyes y a imperios,
ganados, trigos y frutos,
paz y prósperos sucesos,
el Júpiter español,
también con igual contento,
se muestre alegre esta noche;
y como del Rey sabemos
que tiene Dios en sus manos
el corazón, por lo mesmo
el buen Rey tiene en las suyas
los corazones del reino.
No es noble, ni hombre de bien,
quien no se alegra, pues vemos
que del Sol viene la luz,
como del entendimiento
a las acciones del hombre
la razón; y, fuera desto,
dijo un ángel a los padres
de San Juan, que el nacimiento
de su hijo había de ser
alegre al mundo universo.
Luego alegrarse esta noche
es justo, como decreto
de Dios por boca de un ángel.
Yo entré con un caballero
a ver el sitio, Bernardo,
donde esta noche veremos
tres soles en una aurora,
que son, sin Edipos griegos,
Rey, Reina y Infantes; mira
todo el problema deshecho.
Del Conde de Monterrey
el jardín, por los extremos
que tiene al prado ventanas,
dispuso el Marqués Crescencio,
por orden del Conde Duque,
desta suerte: un teatro en medio
con más de trescientas luces,
que han de competir ardiendo
entre faroles de vidrio
con duplicados reflejos
a veinte y cuatro blandones,
y, juntas ellas con ellos,
a cuantas luces se asomen
a las ventanas del cielo
que como es fiesta, Bernardo,
que le ha de tener por techo
bordarále de diamantes,
porque no parezca negro.
Aquí, el primero en la dicha,
representará Vallejo
una comedia, en que ha escrito
don Francisco de Quevedo
los dos actos, que serán
el primero y el tercero,
porque el segundo, que abraza
los dos, dicen que ha compuesto
don Antonio de Mendoza.
Pintarte estos dos ingenios
era atrevimiento en mí
y no fuera gloria en ellos;
porque son tan conocidos,
que sólo decirte puedo
que, por partir el laurel,
dividieron el Imperio.
Veránla Sus Majestades
dentro de un verde aposento
que forman arcos de flores;
porque fué discreto acuerdo
que todo fuese jardín
adonde todo era cielo.
De cortinas carmesíes
los arcos se cubren dentro;
que para tales retratos
estrellas quisieron serlo.
Tendrán su lugar los Condes
y las damas, previniendo
añadir cuadro al jardín
con diferente pretexto.
Porque en vez de ayudar todo
con tanta fiesta deshecho,
que del jardín, con más flores
que hay en los campos Hibleos
hoy en la Casa del Campo
han visto los jardineros
seis fuentes más, y es la causa
que, con justo sentimiento,
lloró de envidia del Prado,
que aun hay en jardines celos,
diciendo que le bastaba
ser en verano e invierno
ciudad portátil de coches
con inmortales paseos.
Y, afligido, Manzanares,
que le pareció desprecio,
juró que habían de verle
en julio y agosto seco.
Hay para damas tapadas
dos teatros, al de en medio
casi iguales, en que habrá
disfraces de pensamientos.
Por lo alto, como almenas,
del jardín en cinco puestos
previenen músicos voces,
eco el aire, amor, silencio,
porque parezcan en alto,
de verdes olmos cubiertos,
ruiseñores al aurora
que alternan voces y versos.
Hecha la primer comedia,
harán colación, y luego
la comodidad querrá
pedir licencia y consejo
a la autoridad cansada,
y volverán a sus puestos
los Reyes y los Infantes,
con capas de color, ellos,
y la Reina, con valona,
quitándole al sol el cerco,
que es mejor que el de abaninos,
el de diamantes tan bellos.
Las damas lo mismo harán;
aunque, por falta de espejos,
se miren unas en otras,
cristales para de presto.
Traerán valonas y tocas,
mantos de humo y sombreros;
que los humos, de ser soles,
aun allí querrán tenellos.
Dicen que a todos darán
abanillos, y con ellos
búcaros de olor, en quien
vaya por agua amor ciego
al llanto de los galanes,
que han de mirar encubiertos
la fiesta, y por ver si amor
descubre también deseos.
Sentados, hará Avendaño
una comedia, que creo
es retrato desta noche,
en cuyo confuso lienzo
tomó Lope la invención,
y se ha estudiado y compuesto
todo junto en cinco días.
Mas ¿para qué me detengo,
sí, alegremente engañado,
de tanta fiesta, no veo
que dejo un amante noble,
como esperando, temiendo
la respuesta que de vos
también en su nombre espero,
que, sin presunción de engaño,
favorable os aconsejo?
Porque no puede hallar Blanca
más honrado caballero;
vos cuñado, amigo yo,
si mañana amanecemos
ella casada, vos libre
deste peso, yo contento
de que servir a los tres
es obligación y es premio.
BERNARDO: A la mucha noticia que tenía,
don Juan, dese gallardo caballero
añade vuestro abono y cortesía
cuanto gozar en la experiencia espero;
daréle a Blanca, que es la prenda mía
de más valor, y, agradecido, quiero
emplear su hermosura en su nobleza,
que la virtud es la mayor riqueza.
Y bien se echa de ver su entendimiento
en no querer más dote que su gusto.
JUAN: Pues yo casar a doña Blanca intento,
fïado estoy en que le viene al justo,
lo menos dije de lo más que siento.
BERNARDO: Fuera en tanta amistad término injusto
no ser don Luis como le habéis pintado.
JUAN: De sus partes estoy bien informado.
BERNARDO: Ya que el caballero la ocasión me ofrece,
de cierta condición quiero advertiros,
con que tendrá don Luis lo que merece
y yo, Don Juan, el gusto de serviros.
JUAN: Decid cuanto sentís, cuanto os parece
de mi proposición.
BERNARDO: Para deciros
con llaneza y verdad mi pensamiento,
como a tan grande amigo, estadme atento.
Muchas fiestas, don Juan, a la Vitoria
he visto entrar el cielo de una dama,
descubriendo su sol manto de gloria
y en nubes de humo la celeste llama;
tanta inquietud ha puesto en mi memoria,
que los amantes de la antigua fama,
aunque fuesen Leandros, aunque Apolos,
sombra no son de mis suspiros solos.
Tal gracia, tal donaire y bizarría,
de tanta honestidad acompañada,
parece que en cuidado puesto había
a la Naturaleza descuidada,
que como tantas cosas juntas cría,
que no se advierte que repara en nada,
aquí tomó de espacio los pinceles,
con puntas de jazmines y claveles.
Cayósele una vez, don Juan, un guante;
alcéle, y con turbada diligencia
volví al marfil el velo, que un diamante
rompió por no sufrir la diferencia;
tomóle agradecida de semblante.
¿Quién ha visto matar con reverencia?
Pues cuando me acerqué y ella la hizo,
en el sol de sus ojos me deshizo.
Este día, atrevido y confïado,
en que mi amor había conocido,
seguí su coche y pregunté a un crïado
su calidad, su casa y su apellido;
al nombre de Leonor Solís y Prado,
que respondió, dejándole florido,
le repliqué con eso, cuando pasa
el sol por el León el mundo abrasa.
Llegué a su calle, y supe que era hermana
de ese don Luis; y así, don Juan, querría
que en estas ferias, que el amor allana,
me dé su hermana y le daré la mía;
con esto queda, en lengua castellana,
hecho el concierto en justa cortesía,
pues en el dote vengo a conformarme,
siendo el que yo le doy el que ha de darme.
JUAN: (¿A quién jamás sucedió Aparte
desdicha como la mía,
que yo mismo persuadía
lo mismo que me mató?
¿Que busqué el veneno yo?
¿Que yo mi homicida fuí?
[.................]
¿que yo vine a concertar
en cuánto me ha de matar?
¿Y que las armas les di?
Esto no fue culpa mía,
sino de mi mala estrella;
perdí a Leonor cuando en ella
más esperanza tenía;
fui como aquel que bebía
en fuente donde mortal
ponzoña dejó animal;
que, como estaba sereno,
no pude ver el veneno
en fe de beber cristal.
Fui como rudo villano
que, del nido codicioso
del ruiseñor amoroso,
puso en el áspid la mano;
fui tahur, fuí diestro en vano,
que aunque juegue y acometa,
puntas tire, naipes meta,
el que jugaba con él,
menos sabio y más cruel,
le dio con la misma treta.
¿Qué haré? Pues decir no puedo
a Don Bernardo que adoro
a Leonor, por su decoro
y por tener justo miedo
de su hermano, si bien quedo
sin esperanza; morir
es fuerza, pues a decir
voy que a Bernardo la dé,
si hasta decirlo podré
después de muerto vivir.)
A él
Bernardo, pensando estuve,
después que oí vuestro amor,
si hablar a Blanca es mejor,
que por eso me detuve;
tal respeto siempre tuve
al gusto de las mujeres.
(¡Oh, pobre esperanza, hoy mueres!) Aparte
BERNARDO: Don Juan, gente de valor
para materias de honor
no admite sus pareceres;
que aunque es bueno su consejo,
cuando la ciega pasión
más con la misma razón
que con ellas me aconsejo:
ella es el mejor espejo
a cuyas verdades paso
el parecer deste caso,
y Blanca no ha menester
darme a mí su parecer,
basta saber que la caso.
JUAN: No más, con eso me voy;
mas bien será que la habléis.
BERNARDO: Luego que os vais.
JUAN: Bien haréis.
(¡Ay, cielos, muriendo estoy!) Aparte
Con vos a la tarde soy,
aunque es noche de San Juan;
vos, como amante y galán,
tendréis que hacer.
BERNARDO: No tendré;
sólo esperando estaré
si el bien que pido me dan.