LXXXI
Es el alba una sombra
de tu sonrisa,
y un rayo de tus ojos
la luz del día;
pero tu alma
es la noche de invierno negra y helada.
LXXXII
Errante por el mundo fui gritando:
"La gloria, ¿dónde está?"
Y una voz misteriosa constetóme:
"Más allá..., más allá..."
En pos de ella seguí por el camino
que la voz me marcó.
Halléla al fin, pero en aquel instante
el humo se trocó.
Mas el humo, fomando denso velo,
se empezó a remontar
y, penetrando en la azulada esfera, al cielo fue a parar
LXXXIII
Negros fantasmas,
nubes sombrías,
huyen ante el destello
de luz divina.
Esa luz santa,
niña de los ojos negros,
es la esperanza.
Al calor de sus rayos,
mi fe gigante
contra desdenes lucha
sin amenguarse
en este empeño
es, si grande el martirio,
mayor el premio.
Y si aún muestras, es quiva,
alma de nieve;
si aún no me quisieras,
yo he de quererte.
Mi amor es roca
donde se estrellan tímidas del mar las olas
LXXXIV
Yo soy el rayo, la dulce brisa,
lágrima ardiente, fresca sonrisa,
flor peregrina, rama tronchada;
yo soy quien vibra, flecha acerada.
Hay en mi esencia, como en las flores
de mil perfumes, suaves vapores,
y su fragancia fascinadora,
trastorna el alma de quien adora.
Yo mis aromas doquier prodigo
ya el más horrible dolor mitigo,
y en grato, dulce, tierno delirio
cambio el más duro, crüel martirio.
¡Ah!, yo encadeno los corazones,
más son de flores los eslabones.
Navego por los mares,
voy por el viento
alejo los pesares
del pensamiento.
yo, en dicha o pena,
reparto a los mortales
con faz serena.
Poder terrible, que en mis antojos
brota sonrisas o brota enojos;
poder que abrasa un alma helada,
si airado vibro flecha acerada.
Doy las dulces sonrisas
a las hermosas;
coloro sus mejillas
de nieve y rosas;
humedezco sus labios,
y sus miradas
hago prometer dichas
no imaginadas.
Yo hago amable el reposo,
grato, halagüeño,
o alejo de los seres
el dulce sueño,
Todo a mi poderío
rinde homenaje;
todo a mi corona
dan vasallaje.
Soy Amor, rey del mundo,
niña tirana,
ámame, y tú la reina
serás mañana.
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LXXXV
¿No has sentido en la noche,
cuando reina la sombra
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora?
¿No sentiste en tu oído de virgen
las silentes y trágicas notas
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota?
¿No sentiste una lágrima mía
deslizarse en tu boca,
ni sentiste mi mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa?
¿No viste entre sueños
por el aire vagar una sombra,
ni sintieron tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba?
Pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca.
LXXXVI
Yo me acogí, como perdido nauta,
a una mujer, para pedirle amor,
y fue su amor cansancio a mis sentidos,
hielo a mi corazón.
Y quedé, de mi vida en la carrera,
que un mundo de esperanza ayer pobló,
como queda un viandante en el desierto:
¡A solas con Dios!
LXXXVII
¡Quién fuera luna,
quién fuera brisa,
quién fuera sol!
..............................
¡Quién del crepúsculo
fuera la hora,
quién el instante
de tu oración!
¡Quién fuera parte
de la plegaria
que solitaria
mandas a Dios!
.........................
¡Quién fuera luna
quién fuera brisa,
quién fuera sol! ...
LXXXVIII
Apoyando mi frente calurosa
en el frío cristal de la ventana,
en el silencio de la oscura noche
de su balcón mis ojos no apartaba.
En medio de la sombra misteriosa
su vidriera lucía iluminada,
dejando que mi vista penetrase
en el puro santuario de su estancia.
Pálido como el mármol el semblante;
la blonda cabellera destrenzada,
acariciando sus sedosas ondas,
sus hombros de alabastro y su garganta,
mis ojos la veían, y mis ojos
al verla tan hermosa, se turbaban.
Mirábase al espejo; dulcemente
sonreía a su bella imagen lánguida,
y sus mudas lisonjas al espejo
con un beso dulcísimo pagaba...
Mas la luz se apagó; la visión pura
desvanecióse como sombra vana,
y dormido quedé, dándome celos
el cristal que su boca acariciara.
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