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El Caballero - Don Quijote de la Mancha en Sierra Morena
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Antes de hablar de El Caballero, una de las más ingeniosas composiciones de Moreto, citaríamos de buena gana ante el tribunal de la crítica al refundidor para preguntarle qué derecho cree tener para apoderarse de la primera comedia antigua que se le presenta y para adherirse, como planta parásita, a la gloria de un autor difunto. Preguntaríamos a estos arrimones literarios que refunden trabajos ajenos si quieren hacer las comedias de Moreto, Tirso, etc., o si quieren hacer las suyas. Ya nos figuramos que bajo la máscara del anónimo se esconderá algún literato famoso, profundo conocedor del teatro antiguo y moderno, poeta si los hay, entendido en la lengua y en las costumbres de la época y lindo versificador; ya hemos echado de ver todas esas raras cualidades en la refundición que de El Caballero hemos visto. Si refundir es hacer bajar y subir los telones en otros pasajes de la acción diversos de aquellos en que Moreto creyó subdividir su intriga; si consiste en añadir algunas trivialidades a las que desgraciadamente puede encerrar el original, haciendo desaparecer de paso algunas de sus bellezas; si consiste en decir cinco actos, en vez de tres jornadas; si estriba en estropear la versificación haciendo consonar trato con cinco y cuarto, entonces esta refundición es de las más completas que en estos teatros hemos visto: y en ese caso confesaremos que Moreto no tiene más defecto que no haber alcanzado a conocer a su refundidor por la desgraciada casualidad de haber nacido algunos centenares de años antes que él; casualidad en que anduvo algo torpe el señor Moreto, porque a haber adivinado nuestros antiguos maestros la existencia de sus refundidores, o hubieran dejado el nacer para más tarde o el escribir para los comedidos enmienda planas que el ilustrado siglo XIX les va entre drama y drama deparando.
El Caballero es, por lo demás, linda comedia; un carácter verdaderamente caballeresco, diestramente colocado en las situaciones más cómicas que podían prestar lucimiento a la idea del poeta, es su mérito principal; participa de todas las bellezas de que era capaz Moreto y de los defectos de su tiempo; no el gracioso de los más felices, sobre todo en las primeras escenas, y aun se nota en él alguna inconsecuencia de carácter, hija del descuido con que se escribían estos papeles, destinados desde luego a excitar la risa del vulgo y nada más, a pesar de la verosimilitud y de las conveniencias teatrales: hay escondidos, tapadas y no pocos acuchillamientos, medios disculpables en nuestros poetas antiguos, en atención a que eran las costumbres del tiempo, más o menos exageradas. Hay rasgos cómicos admirables, y entre ellos citaremos la escena de Manzano con don Lope, en que, apurado aquél por las preguntas rápidas de éste, concluye con decirle:
y no me pregunte tanto.
Es de un efecto asombroso la escena del caballero y doña Ana en el cuarto acto, y perfectamente dialogada: la naturalidad y viveza con que la han representado la señora Antera Baus y Luna ha contribuido no poco a darle singular realce.
El desenlace es rapidísimo y está hecho como en las más de las comedias antiguas, en que parece, por lo general, que el poeta, fatigado de la complicación larguísima de su propio enredo, atropella las dificultades y corta más bien que desata. Acaso bajo la pluma del refundidor habrá desaparecido alguna circunstancia que lo hiciese más suave en el original.
Aconsejamos, por lo demás, al refundidor que siga refundiendo cuanto tope, porque lo hace a las mil maravillas: y aun le aconsejaríamos de buena gana que comenzase por refundir sus propios versos, que a la legua se distinguen de los de Moreto, entre los cuales deben estar en gran manera asombrados de hallarse en tan alta sociedad. Y aun si no quiere que la sombra irritada de Moreto le persiga doquiera, despierto y dormido, en su casa y en la calle, en público y en secreto, como el remordimiento sigue al culpable, bueno será que, ya que refunda, imite aquellas refundiciones que hemos visto bien hechas alguna vez, entre las cuales le citaríamos algunas del señor Solís, ya que parece preciso que haya refundidores y que tengan todos derecho a no respetar las obras maestras, defectuosas o no, de nuestros célebres poetas.
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