El mágico prodigioso (Acto Primero)

Calderón de la Barca, El mágico prodigioso
Personajes
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Acto Primero

Salen CIPRIANO, vestido de estudiante,
y
CLARÍN y MOSCÓN, de gorrones, con
unos
libros

 

CIPRIANO: En la amena soledad
 de aquesta apacible estancia,
 bellísimo laberinto
 de flores, rosas y plantas,
 podéis dejarme, dejando
 conmigo--que ellos me bastan
 por compañía--los libros
 que os mandé sacar de casa;
 que yo, en tanto que Antioquía
 celebra con fiestas tantas
 la fábrica de ese templo
 que hoy a Júpiter consagra,
 y su traslación, llevando
 públicamente su estatua
 adonde con más decoro
 y honor esté colocada,
 huyendo del gran bullicio
 que hay en sus calles y plazas,
 pasar estudiando quiero
 la edad que al día le falta.
 Idos los dos a Antioquía,
 gozad de sus fiestas varias,
 y volved por mí a este sitio
 cuando el sol cayendo vaya
 a sepultarse en las ondas,
 que entre oscuras nubes pardas
 al gran cadáver de oro
 son monumentos de plata.
 Aquí me hallaréis.
MOSCÓN: No, puedo,
 aunque tengo mucha gana
 de ver las fiestas, dejar
 de decir, antes que vaya
 a verlas, señor, siquiera
 cuatro o cinco mil palabras.
 ¿Es posible que en un día
 de tanto gusto, de tanta
 festividad y contento,
 con cuatro libros te salgas
 al campo solo, volviendo
 a su aplauso las espaldas?
CLARÍN: Hace mi señor muy bien;
 que no hay cosa más cansada
 que un día de procesión
 entre cofadres y danzas.
MOSCÓN: En fin, Clarín, y en principio,
 viviendo con arte y maña,
 eres un temporalazo
 lisonjero, pues alabas
 lo que hace, y nunca dices
 lo que sientes.
CLARÍN: Tú te engañas,
 que es el mentís más cortés
 que se dice cara a cara;
 que yo digo lo que siento.
CIPRIANO: Ya basta, Moscón; ya basta,
 Clarín. Que siempre los dos
 habéis con vuestra ignorancia
 de estar porfiando, y tomando
 uno de otro la contraria.
 Idos de aquí, y, como digo,
 volved aquí cuando caiga
 la noche, envolviendo en sombras
 esta fábrica gallarda
 del universo.
MOSCÓN: ¿Qué va,
 que, aunque defendido hayas
 que es bueno no ver las fiestas,
 que vas a verlas?
CLARÍN: Es clara
 consecuencia. Nadie hace
 lo que aconseja que hagan
 los otros.
MOSCÓN: (Por ver a Livia, Aparte
 vestirme quisiera de alas.)

Vase MOSCÓN

 

CLARÍN: (Aunque, si digo verdad, Aparte
 Livia es la que me arrebata
 los sentidos. Pues ya tienes
 más de la mitad andada
 del camino, llega, Livia,
 al "na," y sé, Livia, liviana.)

Vase CLARÍN

 

CIPRIANO: Ya estoy solo, ya podré,
 si tanto mi ingenio alcanza,
 estudiar esta cuestión
 que me trae suspensa el alma
 desde que en Plinio leí
 con misteriosas palabras
 la difinición de Dios.
 Porque mi ingenio no halla
 este Dios en quien convengan
 misterios ni señas tantas,
 esta verdad escondida
 he de apurar.

Pónese a leer. Sale el DEMONIO, de
galán, y lee CIPRIANO

 

DEMONIO: (Aunque hagas Aparte
 más discursos, Ciprïano,
 no has de llegar a alcanzarla,
 que yo te la esconderé.)
CIPRIANO: Ruido siento en estas ramas.
 ¿Quién va? ¿Quién es?
DEMONIO: Caballero,
 un forastero es, que anda
 en este monte perdido
 desde toda esta mañana,
 tanto que, rendido ya
 el caballo, en la esmeralda
 que es tapete de estos montes
 a un tiempo pace y descansa.
 A Antioquía es el camino
 a negocios de importancia;
 y apartándome de toda
 la gente que me acompaña,
 divertido en mis cuidados,
 caudal que a ninguno falta,
 perdí el camino y perdí
 crïados y camaradas.
CIPRIANO: Mucho me espanto de que
 tan a vista de las altas
 torres de Antioquía, así
 perdido andéis. No hay, de cuantas
 veredas a aqueste monte
 o le línean o le pautan,
 una que a dar en sus muros,
 como en su centro, no vaya.
 por cualquiera que toméis
 vais bien.
DEMONIO: Ésa es la ignorancia:
 a la vista de las ciencias,
 no saber aprovecharlas.
 Y supuesto que no es bien
 que entre yo en ciudad extraña,
 donde no soy conocido,
 solo y preguntando, hasta
 que la noche venza al día,
 aquí estaré lo que falta;
 que en el traje y en los libros
 que os divierten y acompañan
 juzgo que debéis de ser
 grande estudiante, y el alma
 esta inclinación me lleva
 de los que en estudios tratan.

Siéntase

 

CIPRIANO: ¿Habéis estudiado?
DEMONIO: No;
 pero sé lo que me basta
 para no ser ignorante.
CIPRIANO: Pues ¿qué ciencia sabéis?
DEMONIO: Hartas.
CIPRIANO: Aun estudiándose una
 mucho tiempo no se alcanza,
 ¿y vos--¡grande vanidad!--
 sin estudiar sabéis tantas?
DEMONIO: Sí, que de una patria
 soy donde las ciencias más altas
 sin estudiarse se saben.
CIPRIANO: ¡Oh, quién fuera de esa patria!
 Que acá mientras más se estudia,
 más se ignora.
DEMONIO: Verdad tanta
 es ésta que sin estudios
 tuve tan grande arrogancia
 que a la cátedra de prima
 me opuse, y pensé llevarla,
 porque tuve muchos votos;
 y, aunque la perdí, me basta
 haberlo intentado; que hay
 pérdidas con alabanza.
 Si no lo queréis creer,
 decid qué estudiáis, y vaya
 de argumento; que aunque no
 sé la opinión que os agrada,
 y ella sea la segura,
 yo tomaré la contraria.
CIPRIANO: Mucho me huelgo de que
 a eso vuestro ingenio salga.
 Un lugar de Plinio es
 el que me trae con mil ansias
 de entenderle, por saber quién
 es el dios de quien habla.
DEMONIO: Ése es un lugar que dice
 --bien me acuerdo--estas palabras,
 "Díos es una bondad suma,
 una esencia, una sustancia;
 todo vista y todo manos."
CIPRIANO: Es verdad.
DEMONIO: ¿Qué repugnancia
 halláis en esto?
CIPRIANO: No hallar
 el dios de quien Plinio trata;
 que si ha de ser bondad suma,
 aun a Júpiter le falta
 suma bondad, pues le vemos
 que es pecaminoso en tantas
 ocasiones: Dánae hable
 rendida, Europa robada.
 Pues ¿cómo en suma bondad,
 cuyas acciones sagradas
 habían de ser divinas,
 caben pasiones humanas?
DEMONIO: Ésas son falsas historias
 en que las letras profanas
 con los nombres de los dioses
 entendieron disfrazada
 la moral filosofía.
CIPRIANO: Esa respuesta no basta,
 pues el decoro de Dios
 debiera ser tal, que osadas
 no llegaran a su nombre
 las culpas, aun siendo falsas;
 y apurando más el caso,
 si suma bondad se llaman
 los dioses, siempre es forzoso
 que a querer lo mejor vayan;
 pues ¿cómo unos quieren uno,
 y otros otro? Esto se halla
 en las dudosas respuestas
 que suelen dar sus estatuas.
 Porque no digáis después
 que alegué letras profanas...
 A dos ejércitos, dos
 ídolos una batalla
 aseguraron, y el uno
 la perdió: ¿no es cosa clara
 la consecuencia de que
 dos voluntades contrarias
 no pueden a un mismo fin ir?
 Luego, yendo encontradas,
 es fuerza, si la una es buena,
 que la otra ha de ser mala.
 Mala voluntad en Dios
 implica el imaginarla;
 luego no hay suma bondad
 en ellos, si unión les falta.
DEMONIO: Niego la mayor porqué
 aquesas respuestas, dadas
 así, convienen a fines
 que nuestro ingenio no alcanza,
 que es la providencia;
 y más debió importar la batalla
 al que la perdió el perderla,
 que al que la ganó el ganarla.
CIPRIANO: Concedo; pero debiera
 aquel dios, pues que no engañan
 los dioses, no asegurar
 la victoria; que bastaba
 la pérdida permitirla
 allí, sin asegurarla.
 Luego, si Dios todo es vista,
 cualquiera dios viera clara
 y distintamente el fin;
 y al verle, no asegurara
 el que no había de ser;
 luego, aunque sea deidad tanta,
 distinta en personas, debe
 en la menor circunstancia
 ser una sola en esencia.
DEMONIO: Importó para esa causa
 mover así los afectos
 con su voz.
CIPRIANO: Cuando importara
 el moverlos, genios hay,
 que buenos y malos llaman
 todos los doctos, que son
 unos espíritus que andan
 entre nosotros, dictando
 las obras buenas y malas,
 argumento que asegura
 la inmortalidad del alma;
 y bien pudiera ese dios,
 con ellos, sin que llegara
 a mostrar que mentir sabe,
 mover afectos.
DEMONIO: Repara
 en que esas contrariedades
 no implican al ser las sacras
 deidades una, supuesto
 que en las cosas de importancia
 nunca disonaron. Bien
 en la fábrica gallarda
 del hombre se ve, pues fue
 sólo un concepto al obrarla.
CIPRIANO: Luego, si ése fue uno solo,
 ése tiene más ventaja
 a los otros; y si son
 iguales, puesto que hallas
 que se pueden oponer
 --ésta no puedes negarla--
 en algo, al hacer el hombre,
 cuando el uno lo intentara,
 pudiera decir el otro,
 "No quiero yo que se haga."
 Luego, si Dios todo es manos,
 cuando el uno le crïara,
 el otro le deshiciera,
 pues eran manos entrambas
 iguales en el poder,
 desiguales en la instancia.
 ¿Quién venciera de estos dos?
DEMONIO: Sobre imposibles y falsas
 proposiciones no hay
 argumento. Di, ¿qué sacas
 de eso?
CIPRIANO: Pensar que hay un Dios,
 suma bondad, suma gracia,
 todo vista, todo manos,
 infalible, que no engaña,
 superior, que no compite,
 Dios a quien ninguno iguala,
 un principio sin principio,
 una esencia, una sustancia,
 un poder y un querer solo;
 y cuando como éste haya
 una, dos o más personas,
 una deidad soberana
 ha de ser sola en esencia,
 causa de todas las causas.
DEMONIO: ¿Cómo te puedo negar
 una evidencia tan clara?

Levántase

 

CIPRIANO: ¿Tanto lo sentís?
DEMONIO: ¿Quién deja
 de sentir que otro le haga
 competencia en el ingenio?
 Y aunque responder no falta,
 dejo de hacerlo, porqué
 gente en este monte anda,
 y es hora de que prosiga
 a la ciudad mi jornada.
CIPRIANO: Id en paz.
DEMONIO: Quedad en paz.
 (Pues tanto tu estudio alcanza, Aparte
 yo haré que el estudio olvides,
 suspendido en una rara
 beldad. Pues tengo licencia
 de perseguir con mi rabia
 a Justina, sacaré
 de un efeto dos venganzas.)

Vase el DEMONIO

 

CIPRIANO: No vi hombre tan notable.
 Mas pues mis crïados tardan,
 volver a repasar quiero
 de tanta duda la causa.

Salen LELIO y FLORO

LELIO: No pasemos adelante;
 que estas peñas, estas ramas
 tan intrincadas que al mismo
 sol le defienden la entrada,
 sólo pueden ser testigos
 de nuestro duelo.
FLORO: La espada
 sacad; que aquí son las obras,
 si allá fueron las palabras.
LELIO: Ya sé que en el campo muda
 la lengua de acero habla
 de esta suerte.

Riñen

 

CIPRIANO: ¿Qué es aquesto?
 Lelio, tente; Floro, aparta;
 que basta que esté yo en medio,
 aunque esté en medio sin armas.
LELIO: ¿De dónde, di, Cipriano,
 a embarazar mi venganza
 has salido?
FLORO: ¿Eres aborto
 de estos troncos y estas ramas?

Salen MOSCÓN y CLARÍN

 

MOSCÓN: Corre, que con mi señor
 han sido las cuchilladas.
CLARÍN: Para acercarme a esas cosas
 no suelo yo correr nada;
 mas para apartarme, sí.
LOS DOS: Señor...
CIPRIANO: No habléis más palabra.
 Pues ¿qué es esto? Dos amigos
 que por su sangre y su fama
 hoy son de toda Antioquía
 los ojos y la esperanza,
 uno del gobernador
 hijo, y otro de la clara
 familia de los Colaltos,
 ¿así aventuran y arrastran
 dos vidas que pueden ser
 de tanto honor a su patria?
LELIO: Cipriano, aunque el respeto
 que debo por muchas causas
 a tu persona, este instante
 tiene suspensa mi espada,
 no la tienes reducida
 a la quietud de la vaina.
 Tú sabes de ciencias más
 que de duelos, y no alcanzas
 que a dos nobles en el campo
 no hay respeto que les haga
 amigos, pues sólo es medio
 morir uno en la demanda.
FLORO: Lo mismo te digo, y ruego
 que con tu gente te vayas,
 pues que riñendo nos dejas
 sin traición y sin ventaja.
CIPRIANO: Aunque os parece que ignoro
 por mi profesión las varias
 leyes del duelo que estudia
 el valor y la arrogancia,
 os engañáis; que nací
 con obligaciones tantas
 como los dos, a saber
 qué es honor y qué es infamia;
 y no el darme a los estudios
 mis alientos acobarda;
 que muchas veces se dieron
 las manos letras y armas.
 Si el haber salido al campo
 es del reñir circunstancia,
 con haber reñido ya
 esa calumnia se salva;
 y así, bien podéis decir
 de esta pendencia la causa;
 que yo, si, habiéndola oído,
 reconociere al contarla
 que alguno de los dos tiene
 algo que se satisfaga,
 de dejaros a los dos
 solos, os doy la palabra.
LELIO: Pues con esa condición
 de que, en sabiendo la causa,
 nos has de dejar reñir,
 yo me prefiero a contarla.
 Yo quiero a una dama bien,
 y Floro quiere a esta dama.
 ¡Mira tú cómo podrás
 convenirnos, pues no hay traza
 con que dos nobles celosos
 den a partido sus ansias!
FLORO: Yo quiero a esta dama, y quiero
 que no se atreva a mirarla
 ni aun el sol; y pues no hay
 medio aquí, y que la palabra
 nos has dado de dejarnos
 reñir, a un lado te aparta.
CIPRIANO: Esperad, que hay que saber
 más. ¿Es esta dama dama
 a la esperanza posible,
 o imposible a la esperanza?
LELIO: Tan principal es, tan noble,
 que si el sol celos causara
 a Floro, aun de él no podrá
 tenerlos con justa causa,
 porque presumo que el sol
 aun no se atreve a mirarla.
CIPRIANO: ¿Casáraste tú con ella?
FLORO: Ahí está mi confïanza.
CIPRIANO: ¿Y tú?
LELIO: ¡Plugiera a los cielos
 que a tanta dicha llegara!
 Que aunque es en extremo pobre,
 la virtud por dote basta.
CIPRIANO: Pues si a casaros con ella
 aspiráis los dos, ¿no es vana
 acción, culpable y indigna,
 querer antes disfamarla?
 ¿Qué dirá el mundo, si alguno
 de los dos con ella casa
 después de haber muerto al otro
 por ella? Que aunque no haya
 ocasión para decirlo,
 decirlo sin ella basta.
 No digo yo que os sufráis
 el servirla y festejarla
 a un tiempo, porque no quiero
 que de mí partido salga
 tan cobarde; que el galán
 que de sus celos pasara
 primero la contingencia,
 pasará después la infamia;
 pero digo que sepáis
 de cuál de los dos se agrada,
 y luego...
LELIO: Detente, espera;
 que es acción cobarde y baja
 ir a que la dama diga
 a quién escoge la dama.
 Pues ha de escogerme a mí
 o a Floro; si a mí, me agrava
 más el empeño en que estoy,
 pues es otro empeño que haya
 quien quiera a la que me quiere.
 Si a Floro escoge, la saña
 de que a otro quiera quien quiero
 es mayor: luego excusada
 acción es que ella lo diga,
 pues con cualquier circunstancia
 hemos en apelación
 de volver a las espadas:
 el querido por su honor,
 y el otro por su venganza.
FLORO: Confieso que esa opinión
 recibida es y asentada,
 mas con las damas de amores,
 que elegir y dejar tratan;
 y así hoy pedírsela intento
 a su padre. Y pues me basta,
 habiendo al campo salido,
 haber sacado la espada,
 mayormente cuando hay
 quien el reñir embaraza,
 con satisfacción bastante
 la vuelvo, Lelio, a la vaina.
LELIO: En parte me ha convencido
 tu razón; y aunque apurarla
 pudiera, más quiero hacerme
 de su parte, o cierta o falsa.
 Hoy la pediré a su padre.
CIPRIANO: Supuesto que aquesta dama
 en que los dos la sirváis
 ella no aventura nada,
 pues que confesáis los dos
 su virtud y su constancia,
 decidme quién es; que yo,
 pues que tengo mano tanta
 en la ciudad, por los dos
 quiero preferirme a hablarla,
 para que esté prevenida
 cuando a eso su padre vaya.
LELIO: Dices bien.
CIPRIANO: ¿Quién es?
FLORO: Justina,
 de Lisandro hija.
CIPRIANO: Al nombrarla
 he conocido cuán pocas
 fueron vuestras alabanzas;
 que es virtüosa y es noble.
 Luego voy a visitarla.
FLORO: El cielo en mi favor mueva
 su condición siempre ingrata.

Vase FLORO

 

LELIO: Corone amor, al nombrarme,
 de laurel mis esperanzas.

Vase LELIO

 

CIPRIANO: ¡Oh, quiera el cielo que estorbe
 escándalos y desgracias!

Vase CIPRIANO

 

MOSCÓN: ¿Ha oído vuesa merced
 que nuestro amo va a la casa
 de Justina?
CLARÍN: Sí, señor.
 ¿Qué hay, que vaya o que no vaya?
MOSCÓN: Hay que no tiene que hacer
 allá usarced.
CLARÍN: ¿Por qué causa?
MOSCÓN: Porque yo por Livia muero,
 que es de Justina crïada,
 y no quiero que se atreva
 ni el mismo sol a mirarla.
CLARÍN: Basta, que no he de reñir
 en ningún tiempo por dama
 que ha de ser esposa mía.
MOSCÓN: Aquesa opinión me agrada,
 y así es bien que diga ella
 quién la obliga o quién la cansa.
 Vámonos allá los dos,
 y escoja.
CLARÍN: De buena gana,
 aunque ha de escogerte temo.
MOSCÓN: ¿Ya tienes de eso confïanza?
CLARÍN: Sí, que escogen lo peor
 siempre las Livias ingratas.

Vanse MOSCÓN y CLARÍN. Salen JUSTINA y
LISANDRO

 

JUSTINA: No me puedo consolar
 de haber hoy visto, señor,
 el torpe, el común error
 con que todo ese lugar
 templo consagra y altar
 a una imagen que no pudo
 ser deidad; pues que no dudo
 que al fin, si algún testimonio
 da de serlo, es el demonio,
 que da aliento a un bronce mudo.
LISANDRO: No fueras, bella Justina,
 quien eres, si no lloraras,
 sintieras y lamentaras
 esa tragedia, esa rüina
 que la religión divina
 de Cristo padece hoy.
JUSTINA: Es cierto, pues al fin soy
 hija tuya, y no lo fuera
 si llorando no estuviera
 ansias que mirando estoy.
LISANDRO: ¡Ay, Justina! No ha nacido
 de ser tú mi hija, no,
 que no soy tan feliz yo.
 Mas--¡ay Dios!--¿cómo he rompido
 secreto tan escondido?
 Afecto del alma fue.
JUSTINA: ¿Qué dices, señor?
LISANDRO: No sé.
 Confuso estoy y turbado.
JUSTINA: Muchas veces te he escuchado
 lo que ahora te escuché,
 y nunca quise, señor,
 a costa de un sufrimiento,
 apurar tu sentimiento
 ni examinar mi dolor;
 pero viendo que es error
 que de entenderte no acabe,
 aunque sea culpa grave,
 que partas, señor, te pido
 tu secreto con mi oído,
 ya que en tu pecho no cabe.
LISANDRO: Justina, de un gran secreto
 el efeto te callé,
 la edad que tienes, porqué
 siempre he temido el efeto;
 mas viéndote ya sujeto
 capaz de ver y advertir,
 y viéndome a mí que, al ir
 con este báculo dando
 en la tierra, voy llamando
 a las puertas del morir,
 no te tengo de dejar
 con esta ignorancia, no,
 porque no cumpliera yo
 mi obligación con callar:
 y así, atiende a mi pesar
 tu placer.
JUSTINA: Conmigo lucha
 un temor.
LISANDRO: Mi pena es mucha,
 pero esto es ley y razón.
JUSTINA: Señor, de esta confusión
 me rescata.
LISANDRO: Pues escucha.

 

 Yo soy, hermosa Justina,
 Lisandro... No de que empiece
 desde mi nombre te admires;
 que aunque ya sabes que es éste,
 por lo que se sigue al nombre
 es justo que te le acuerde,
 pues de mí no sabes más
 que mi nombre solamente.
 Lisandro soy, natural
 de aquella ciudad que en siete
 montes es hidra de piedra,
 pues siete cabezas tiene; de
 aquella que es silla hoy
 del romano imperio--¡oh, llegue
 del cristiano a serlo, pues
 Roma sólo lo merece!--.
 En ella nací de humildes
 padres, si es que nombre adquieres
 de humildes los que dejaron
 tantas virtudes por bienes.
 Cristianos nacieron ambos,
 venturosos descendientes
 de algunos que con su sangre
 rubricaron felizmente
 las fatigas de la vida
 con los triunfos de la muerte.
 En la religión cristiana
 crecí industriado, de suerte
 que en su defensa daré
 la vida una y muchas veces.
 Joven era, cuando a Roma
 llegó encubierto el prudente
 Alejandro, papa nuestro,
 que la apostólica sede
 gobernaba, sin tener
 donde tenerla pudiese;
 que como la tiranía
 de los gentiles crüeles
 su sed apaga con sangre
 de la que a mártires vierte,
 hoy la primitiva iglesia
 ocultos sus hijos tiene;
 no porque el morir rehusan,
 no porque el martirio temen,
 sino porque de una vez
 no acabe el rigor rebelde
 con todos, y, destrüida
 la iglesia, en ella no quede
 quien catequice al gentil,
 quien le predique y le enseñe.
 A Roma, pues, Alejandro llegó;
 y yendo oculto a verle,
 recibí su bendición,
 y de su mano clemente
 todos los órdenes sacros,
 a cuya dignidad tiene
 envidia el ángel, pues sólo
 el hombre serlo merece.
 Mandóme Alejandro, pues,
 que a Antioquía me partiese
 a predicar de secreto
 la ley de Cristo. Obediente,
 peregrinando a merced
 de tantas diversas gentes,
 a Antioquía vine; y cuando
 desde aquesos eminentes
 montes llegué a descubrir
 sus dorados chapiteles,
 el sol me faltó, y, llevando
 tras sí el día, por hacerme
 compañía, me dejó
 a que le sostituyesen
 las estrellas, como en prendas
 de que presto vendría a verme.
 Con el sol perdí el camino,
 y, vagando tristemente
 en lo intrincado del monte,
 me hallé en un oculto albergue,
 donde los trémulos rayos
 de tanta antorcha viviente,
 aun no se dejaban ya
 ver, porque confusamente
 servían de nubes pardas
 las que fueron hojas verdes.
 Aquí, dispuesto a esperar
 que otra vez el sol saliese,
 dando a la imaginación
 la jurisdicción que tiene,
 con las soledades hice
 mil discursos diferentes.
 De esta suerte, pues, estaba,
 cuando de un suspiro leve
 el eco mal informado
 la mitad al dueño vuelve.
 Retruje al oído todos
 mis sentidos juntamente,
 y volví a oir más distinto
 aquel aliento y más débil,
 mudo idioma de los tristes,
 pues con él solo se entienden.
 De mujer era el gemido,
 a cuyo aliento sucede
 la voz de un hombre, que a media
 voz decía de esta suerte,
 "Primer mancha de la sangre
 más noble, a mis manos muere,
 antes que a morir a manos
 de infames verdugos llegues."
 La infeliz mujer decía
 en medias razones breves,
 "Duélete tú de tu sangre,
 ya que de mí no te dueles."
 Llegar pretendí yo entonces
 a estorbar rigor tan fuerte;
 mas no pude, porque al punto
 las voces se desvanecen,
 y vi al hombre en un caballo,
 que entre los troncos se pierde.
 Imán fue de mi piedad
 la voz, que ya balbuciente
 y desmayada decía,
 gimiendo y llorando a veces,
 "Mártir muero, pues que muero
 por cristiana e inocente."
 Y siguiendo de la voz
 el norte, en espacio breve
 llegué donde una mujer,
 que apenas dejaba verse,
 estaba a brazo partido
 luchando ya con la muerte.
 Apenas me sintió cuando
 dijo, esforzándose, "Vuelve,
 sangriento homicida mío,
 ni aun este instante me dejes
 de vida." "No soy," le dije,
 "sino quien acaso viene,
 quizá del cielo guïado,
 a valeros en tan fuerte
 ocasión." "Ya que imposible
 es," dijo, "el favor que ofrece
 vuestra piedad a mi vida,
 pues que por puntos fallece,
 lógrese en ese infelice
 en quien hoy el cielo quiere,
 naciendo de mi sepulcro,
 que mis desdichas herede."
 Y espirando, vi...

Sale LIVIA

 

LIVIA: Señor,
 el mercader a quien debes
 aquel dinero a buscarte
 ahí con la justicia viene.
 Que no estás en casa dije.
 Por esotra puerta vete.

JUSTINA: ¡Cuánto siento que a estorbarte
 en aquesta ocasión llegue,
 que estaba a tu relación
 vida, alma y razón pendientes!
 Mas vete ahora, señor.
 la justicia no te encuentre.
LISANDRO: ¡Ay de mí! ¡Qué de desaires
 la necesidad padece!

Vase LISANDRO

 

JUSTINA: Sin duda entran hasta aquí,
 porque siento ahí fuera gente.
LIVIA: No son ellos; Ciprïano es.
JUSTINA: Pues ¿qué es lo que pretende
 Ciprïano aquí?

Salen CIPRIANO, CLARÍN y
MOSCÓN

 

CIPRIANO: Serviros,
 oh señora, solamente.
 Viendo salir la justicia
 de vuestra casa, se atreve
 a entrar aquí mi amistad,
 por la que a Lisandro debe,
 a sólo saber...(¡Turbado Aparte
 estoy!)... si acaso... (Qué fuerte Aparte
 hielo discurre mis venas!)
 en algo serviros puede
 mi deseo. (¡Qué mal dije! Aparte
 Que no es hielo, fuego es éste.)
JUSTINA: Guárdeos el cielo mil años;
 que en mayores intereses
 habéis de honrar a mi padre
 con vuestros favores.
CIPRIANO: Siempre
 estaré para serviros.
 (¿Qué me turba y enmudece?) Aparte
JUSTINA: Él ahora no está en casa.
CIPRIANO: Luego bien, señora, puede
 mi voz decir la ocasión
 que aquí me trae claramente;
 que no es la que habéis oído
 sola la que a entrar me mueve
 a veros.
JUSTINA: Pues ¿qué mandáis?
CIPRIANO: Que me oigáis. Yo seré breve.

 

 Hermosísima Justina,
 en quien hoy ostenta ufana
 la naturaleza humana
 tantas señas de divina:
 vuestra quietud determina
 hallar mi deseo este día;
 pero ved que es tiranía,
 como el efeto lo muestra,
 que os dé yo la quietud vuestra,
 y vos me quitéis la mía.
 Lelio, de su amor movido...
 (¡No vi amor más disculpado!) Aparte
 ...Floro, de su amor llevado...
 (¡No vi error más permitido!) Aparte
 ...el uno y otro han querido
 por vos matarse los dos;
 por vos lo he estorbado--¡ay Dios!--
 pero ved que es error fuerte
 que yo quite a otros la muerte
 para que me la deis vos.
 Por excusar el que hubiera
 escándalo en el lugar,
 de su parte os vengo a hablar,
 (¡oh nunca a hablaros viniera!) Aparte
 porque vuestra elección fuera
 árbitro de sus recelos
 y jüez de sus desvelos;
 pero ved que es gran rigor
 que yo componga su amor
 y vos dispongáis mis celos.
 Hablaros, pues, ofrecí,
 señora, para que vos
 escogierais de los dos
 cuál queréis...(¡infeliz fui!) Aparte
 que a vuestro padre...(¡ay de mí!) Aparte
 os pida. Aquesto pretendo;
 pero ved... (¡yo estoy muriendo!) Aparte
 que es injusto...(¡estoy temblando!) Aparte
 ...que esté por ellos hablando
 y que esté por mí sintiendo.
JUSTINA: De tal manera he extrañado
 vuestra vil proposición
 que el discurso y la razón
 en un punto me han faltado.
 Ni a Floro ocasión he dado,
 ni a Lelio, para que así
 vos os atreváis aquí:
 y bien pudiérades vos
 escarmentar en los dos
 del rigor que vive en mí.
CIPRIANO: Si yo, por haber querido
 vos a alguno, pretendiera
 vuestro favor, mi amor fuera
 necio, infame y mal nacido.
 Antes por haber vos sido
 firme roca a tantos mares,
 os quiero, y en los pesares
 no escarmiento de los dos;
 que yo no quiero que vos
 me queráis por ejemplares.
 ¿Qué diré a Lelio?
JUSTINA: Que crea
 los costosos desengaños
 de un amor de tantos años.
CIPRIANO: ¿Y a Floro?
JUSTINA: Que no me vea.
CIPRIANO: ¿Y a mí?
JUSTINA: Que osado no sea
 vuestro amor.
CIPRIANO: ¿Cómo, si es dios?
JUSTINA: ¿Será más dios para vos
 que para los dos lo ha sido?
CIPRIANO: Sí.
JUSTINA: Pues ya yo he respondido
 a Lelio, a Floro y a vos.

Vanse CIPRIANO y JUSTINA, cada uno por su
puerta

 

CLARÍN: Señora Livia.
MOSCÓN: Señora
 Livia.
CLARÍN: Aquí estamos los dos.
LIVIA: Pues ¿qué queréis vos? Y vos
 ¿qué queréis?
CLARÍN: Que usted ahora,
 por si por dicha lo ignora,
 sepa que bien la queremos.
 Para matarnos nos vemos;
 pero atentos a no dar
 escándalo en el lugar,
 que uno escoja pretendemos.
LIVIA: Es tan grande el sentimiento
 de que así me hayáis hablado
 que mi dolor me ha dejado
 sin razón ni entendimiento.
 ¡Qué uno escoja! ¿Hay sufrimiento
 en lance tan importuno?
 ¡Uno yo! ¿Pues oportuno
 no es para tener--¡ay Dios!--
 este ingenio a un tiempo dos?
 ¿Qué queréis que escoja uno?
CLARÍN: ¿Dos a un tiempo, cómo quieres?
 ¿No te embarazarán dos?
LIVIA: No, que de dos en dos los
 digerimos las mujeres.
MOSCÓN: ¿De qué suerte te prefieres
 a eso?
LIVIA: ¡Qué necia porfía!
 Queriéndós la lealtad mía
MOSCÓN: ¿Cómo?
LIVIA: Alternative.
CLARÍN: Pues
 ¿qué es alternative?
LIVIA: Es
 querer a cada uno un día.

Vase LIVIA

 

MOSCÓN: Pues yo escojo este primero.
CLARÍN: Mayor será el de mañana;
 yo le doy de buena gana.
MOSCÓN: Livia, en fin, por quien yo muero,
 hoy me quiere y hoy la quiero.
 Bien es que tal dicha goce.
CLARÍN: Oye usted, ya me conoce.
MOSCÓN: ¿Por qué lo dice? Concluya.
CLARÍN: Porque sepa que no es suya,
 en dando que den las doce.

Vanse MOSCÓN y CLARÍN. Salen FLORO: y LELIO, de
noche, cada uno por su puerta

 

LELIO: (Apenas la escura noche Aparte
 extendió su manto negro
 cuando yo a adorar la esfera
 de aquestos umbrales vengo;
 que aunque hoy por Ciprïano
 tengo suspenso el acero,
 no el afecto; que no pueden
 suspenderse los afectos.)
FLORO: (Aquí me ha de hallar el alba; Aparte
 que en otra parte violento
 estoy, porque, en fin, en otra
 estoy fuera de mi centro.
 ¡Quiera Amor que llegue el día
 y la respuesta que espero
 con Ciprïano, tocando
 o la ventura o el riesgo!)
LELIO: (Ruido en aquella ventana Aparte
 he sentido.)
FLORO: (Ruido han hecho Aparte
 en aquel balcón.)

Sale el DEMONIO al balcón

 

LELIO: (Un bulto Aparte
 sale de ella, a lo que puedo
 distinguir.)
FLORO: (Gente se asoma Aparte
 a él, que entre sombras veo.)
DEMONIO: (Para las persecuciones Aparte
 que hacer en Justina intento
 a disfamar su virtud
 de esta manera me atrevo.)

Baja el DEMONIO por una escala

 

LELIO: (Mas ¡ay infeliz! ¡Qué miro!) Aparte
FLORO: (Pero ¡ay infeliz! ¡Qué veo!) Aparte
LELIO: (El negro bulto se arroja Aparte
 ya desde el balcón al suelo.)
FLORO: (Un hombre es, que de su casa Aparte
 sale. No me matéis, celos,
 hasta que sepa quién es.)
LELIO: (Reconocerle pretendo, Aparte
 y averiguar de una vez
 quién logra el bien que yo pierdo.)

Llegan el uno al otro con las espadas desnudas, y al
llegar se hunde el DEMONIO, y quedan los dos
afirmados

 

DEMONIO (No sólo he de conseguir Aparte
 hoy de Justina el desprecio,
 sino rencores y muertes.
 Ya llegan: ábrase el centro,
 dejando esta confusión
 a sus ojos.)

Húndese ahora

 

LELIO: Caballero,
 quienquiera que seáis, a mí
 me ha importado conoceros;
 y a todo trance restado
 con esta demanda vengo.
 Decid quién sois.
FLORO: Si os obliga
 a tan valiente despecho
 saber en quién ha caido
 vuestro amoroso secreto,
 más que el conocerme a vos
 me importa a mí el conoceros;
 que en vos es curiosidad,
 y en mí es más, porque son celos.
 ¡Vive Dios, que he de saber
 quién es de la casa dueño,
 y quién a estas horas gana,
 por ese balcón saliendo,
 lo que yo pierdo llorando
 a estas rejas!
LELIO: ¡Bueno es eso,
 querer deslumbrar ahora
 la luz de mis sentimientos,
 atribuyéndome a mí
 delito que sólo es vuestro!
 Quién sois tengo de saber,
 y dar muerte a quien me ha muerto
 de celos, saliendo ahora
 por ese balcón.
FLORO: ¡Qué necio
 recato, encubrirse cuando
 está el amor descubierto!
LELIO: En vano la lengua apura
 lo que mejor el acero
 hará.
FLORO: Con él os respondo.
LELIO: Quién ha sido, saber tengo,
 hoy el admitido amante
 de Justina.
FLORO: Ése es mi intento.
 Moriré, o sabré quién sois.

Salen CIPRIANO, MOSCÓN y CLARÍN

 

CIPRIANO: Caballeros, deteneos,
 si a aquesto puede obligaros
 haber llegado a este tiempo.
FLORO: Nada me puede obligar
 a que deje el fin que intento.
CIPRIANO: ¿Floro?
FLORO: Sí, que con la espada
 en la mano, nunca niego
 mi nombre.
CIPRIANO: A tu lado estoy;
 muera quien te ofende.
LELIO: Menos
 que temer me daréis todos
 que él me daba solo.
CIPRIANO: ¿Lelio?
LELIO: Sí.

A FLORO

 

CIPRIANO: Ya no estoy a tu lado,
 porque es fuerza estar en medio.
 ¿Qué es esto? ¡En un día dos veces
 he de hallarme a componeros!
LELIO: Ésta la última será,
 porque ya estamos compuestos;
 que con haber conocido
 quién es de Justina dueño,
 no le queda a mi esperanza
 ni aun el menor pensamiento.
 Si no has hablado a Justina,
 que no la hables te ruego
 de parte de mis agravios
 y mis desdichas, habiendo
 visto que Floro merece
 sus favores en secreto.
 De ese balcón ha bajado
 de gozar el bien que pierdo;
 y no es mi amor tan infame
 que haya de querer, atento
 a celos averiguados,
 con desengaños tan ciertos.

 

Vase LELIO

 

FLORO: Espera.
CIPRIANO: No has de seguirle...
 (De haberle oído estoy muerto) Aparte
 que si es él el que ha perdido
 ...lo que has ganado, y dispuesto
 a olvidar está, no es bien
 apurar su sufrimiento.
FLORO: Tú y él apuráis el mío
 con estas cosas a un tiempo;
 y así a Justina no hables
 por mí; que aunque yo pretendo
 a costa de mis agravios
 vengarme de sus desprecios,
 ya la esperanza de ser
 suyo cesó, porque creo
 que no es noble el que porfía
 sobre averiguados celos.

Vase FLORO

 

CIPRIANO: (¿Qué es esto, cielos? ¿Qué escucho?
 ¿El uno del otro a un tiempo
 unos mismos celos tienen,
 y yo de uno y otro los tengo?
 Los dos sin duda padecen
 algún engaño, y yo tengo
 que agradecerle, pues ya
 los dos desisten en esto
 de su pretensión. Desdichas,
 aunque haya sido consuelo
 este discurso, buscado
 de mis ansias, le agradezco.)
 Moscón, prevenme mañana
 galas; Clarín, tráeme luego
 espada y plumas; que amor
 se regala en el objeto
 airoso y lucido; y ya
 ni libros ni estudios quiero,
 porque digan que es amor
 homicida del ingenio.

Vanse todos

 

Fin del Primer Acto

Calderón de la Barca - El mágico prodigioso
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