El mágico prodigioso (Acto Segundo)

Calderón de la Barca, El mágico prodigioso
Personajes
| Acto I | Acto II | Acto III

Acto Segundo

Salen CIPRIANO, MOSCÓN y CLARÍN,
vestidos de

galanes

 

CIPRIANO: (Altos pensamientos míos,
Aparte
 ¿dónde, dónde me traéis,
 si ya por cierto tenéis
 que son locos desvaríos
 los que intentáis,
 pues, atreviéndoos al cielo,
 precipitados de un vuelo
 hasta el abismo bajáis?
 Vi a Justina... ¡A Dios pluguiera
 que nunca viera a Justina,
 ni en su perfección divina
 la luz de la cuarta esfera!
 Dos amantes la pretenden,
 uno del otro ofendido;
 y yo, a dos celos rendido,
 aun no sé los que me ofenden:
 sólo sé que mis recelos
 me despeñan con sus furias
 de un desdén a las injurias,
 de un agravio a los desvelos.
 Todo lo demás ignoro,
 y en tan abrasado empeño,
 cielos, Justina es mi dueño,
 cielos, a Justina adoro.)
 Moscón.
MOSCÓN: Señor.
CIPRIANO: Ve si está
 Lisandro en casa.
MOSCÓN: Es razón.
CLARÍN: No es; yo iré, porque Moscón
 hoy no puede entrar allá.
CIPRIANO: ¡Oh qué cansada porfía
 siempre la de los dos fue!
 ¿Por qué no puede? ¿Por qué?
CLARÍN: Porque hoy, señor, no es su día
 mío sí, y de buena gana
 a dar el recado voy;
 que yo allá puedo entrar hoy,
 y Moscón no, hasta mañana.
CIPRIANO: ¿Qué nueva locura es ésta,
 añadida al porfïar?
 Ni tú ni él habéis de entrar
 ya, pues su luz manifiesta
 Justina.
CLARÍN: De fuera viene.
 hacia su casa.

Salen LIVIA y JUSTINA, con mantos, por una
puerta

 

JUSTINA: ¡Ay de mí!
 Livia, Cipriano está aquí.
CIPRIANO: (Disimular me conviene Aparte
 de mis celos los desvelos,
 hasta apurarlos mejor.
 Sólo la hablaré en mi amor,
 si lo permiten mis celos.)
 No en vano, señora, ha sido
 haber el traje mudado,
 para que, como crïado,
 pueda, a vuestros pies rendido,
 serviros. A mereceros
 esto lleguen mis suspiros.
 dad licencia de serviros,
 pues no la dais de quereros.
JUSTINA: Poco, señor, han podido
 mis desengaños con vos,
 pues no han podido...
CIPRIANO: ¡Ay Dios!
JUSTINA: ... mereceros un olvido.
 ¿De qué manera queréis
 que os diga cuánto es en vano
 la asistencia, Ciprïano,
 que a mis umbrales tenéis?
 Si días, si meses, si años,
 si siglos a ellos estáis,
 no esperéis que a ellos oigáis
 sino sólo desengaños,
 porque es mi rigor de suerte,
 de suerte mis males fieros,
 que es imposible quereros,
 Ciprïano, hasta la muerte.

Vase JUSTINA

 

CIPRIANO: La esperanza que me dais
 ya dichoso puede hacerme.
 si en muerte habéis de quererme,
 muy corto plazo tomáis.
 Yo le acepto, y si a advertir
 llegáis cuán presto ha de ser,
 empezad vos a querer,
 que yo ya empiezo a morir.
CLARÍN: En tanto que mi señor,
 Livia, triste y discursivo,
 está de esqueleto vivo
 desengañando a su amor,
 dame los brazos.
LIVIA: Paciencia
 ten, mientras que considero
 si es tu día; que no quiero
 encargar yo mi conciencia.
 Martes sí, miércoles no
CLARÍN: ¿Qué cuentas, pues ha callado
 Moscón?
LIVIA: Puede haberse errado,
 y no quiero errarme yo;
 porque no quiero, si arguyo
 que justicia he de guardar,
 condenarme por no dar
 a cada uno lo que es suyo.
 Pero bien dices, tu día
 es hoy.
CLARÍN: Pues dame los brazos.
LIVIA: Con mil amorosos lazos.
MOSCÓN: ¿Oye usarcé, reina mía?
 Bien ve usarcé, con la gana
 que hoy aquesos lazos hace.
 Dígolo porque me abrace
 con la misma a mí mañana.
LIVIA: Excusada es la sospecha
 de que a usted no satisfaga,
 ni quiera Júpiter que haga
 yo una cosa tan mal hecha
 como usar de demasía
 con nadie. Yo abrazaré
 con mucha equidad a usté
 cuando le toque su día.

Vase LIVIA

 

CLARÍN: Por lo menos, no he de vello
 yo.
MOSCÓN: Pues eso ¿qué ha importado?
 ¿Puede a mí haberme agraviado
 jamás, si reparo en ello,
 una moza que no es mía?
CLARÍN: No.
MOSCÓN: Luego yo bien porfío
 que no ha sido en daño mío
 lo que no ha sido en mi día.
 Mas ¿qué hace nuestro amo allí
 tan suspenso?
CLARÍN: Por si a hablar
 llega algo, quiero escuchar.
MOSCÓN: Y yo también.
CIPRIANO: ¡Ay de mí!

Al irse acercando cada uno por su lado, CIPRIANO con
la acción da a entrambos

 

 ¡Que tanto, Amor, desconfíes!
CLARÍN: ¡Ay de mí!
MOSCÓN: ¡Ay de mí! también.
CLARÍN: Llamar a este sitio es bien
 la Isla de los Ay-de-míes.
CIPRIANO: ¿Aquí estábades los dos?
CLARÍN: Yo bien juraré que estaba.
MOSCÓN: Yo y todo.
CIPRIANO: Desdicha, acaba
 de una vez conmigo. ¡Ay Dios!
 ¿Viose en tan nuevos extremos
 el humano corazón?
CLARÍN: ¿Adónde vamos, Moscón?
MOSCÓN: En llegando lo sabremos.
 Pero fuera del lugar
 camina.
CLARÍN: Excusado es
 salir al campo, pues
 no tenemos que estudiar.
CIPRIANO: Clarín, vete a casa.
MOSCÓN: ¿Y yo?
CLARÍN: ¿Tú te habías de quedar?
CIPRIANO: Los dos me habéis de dejar.
CLARÍN: A entrambos nos lo mandó.

Vanse CLARÍN y MOSCÓN

 

CIPRIANO: Confusa memoria mía,
 no tan poderosa estés
 que me persüadas que es
 otra alma la que me guía.
 Idólatra me cegué,
 ambicioso me perdí,
 porque una hermosura vi,
 porque una deidad miré;
 y entre confusos desvelos
 de un equívoco rigor
 conozco a quien tengo amor,
 y no de quien tengo celos.
 Ya tanto aquesta pasión
 arrastra mi pensamiento,
 tanto--¡ay de mí!--este tormento
 lleva mi imaginación
 que diera--despecho es loco,
 indigno de un noble ingenio--
 al más diabólico genio
 --harto al infierno provoco--
 ya rendido, y ya sujeto
 a penar y padecer,
 por gozar a esta mujer
 diera el alma.

Dentro

 

DEMONIO: Yo la aceto.

Suena ruido de truenos como tempestad y
rayos

 

CIPRIANO: ¿Qué es ésto, cielos puros?
 ¡Claros a un tiempo, y en el mismo oscuros!
 Dando al día desmayos,
 los truenos, los relámpagos y rayos
 abortan de su centro
 los asombros que ya no caben dentro.
 De nubes todo el cielo se corona,
 y, preñado de horrores, no perdona
 el rizado copete de este monte.
 Todo nuestro horizonte
 es ardiente pincel del Mongibelo,
 niebla el sol, humo el aire, fuego el cielo.
 ¡Tanto ha que te dejé, filosofía,
 que ignoro los efectos de este día!
 Hasta el mar sobre nubes se imagina
 desesperada rüina,
 pues, crespo sobre el viento en leves plumas,
 le pasa por pavesas las espumas.
 Naufragando, una nave
 en todo el mar parece que no cabe;
 pues el amparo más seguro y cierto
 es cuando huye la piedad del puerto.
 El clamor, el asombro y el gemido
 fatal presagio han sido
 de la muerte que espera; y lo que tarda
 es porque esté muriendo lo que aguarda.
 Y aun en ella también vienen portentos;
 no son todos de cielos y elementos.
 El bajel, prodigiosa maravilla,
 desde el tope a la quilla
 todo negro, su máquina sustenta,
 si no es que se vistió de su tormenta.
 A chocar en la tierra
 viene. Ya no es del mar sólo la guerra,
 pues la que se le ofrece,
 un peñasco le arrima en que tropiece,
 porque la espuma en sangre se salpique.

Dentro TODOS

 

TODOS: Que nos vamos a pique.
DEMONIO: En una tabla quiero
 salir a tierra, para el fin que espero.
CIPRIANO: Porque su horror se asombre,
 burlando su poder, escapa un hombre,
 y el bajel, que en las ondas ya se ofusca,
 el camarín de los tritones busca,
 y en crespo remolino,
 es cadáver del mar, cascado el pino.

Sale el DEMONIO, mojado, como que
sale del mar

 

DEMONIO: (Para el prodigio que intento, Aparte
 hoy me ha importado fingir
 sobre campos de zafir
 este espantoso portento;
 y en forma desconocida
 de la que otra vez me vio,
 cuando en este monte yo
 miré mi ciencia excedida,
 vengo a hacerle nueva guerra,
 valiéndome así mejor
 de su ingenio y de su amor.)
 Dulce madre, amada tierra,
 dame amparo contra aquel
 monstruo que de sí me arroja.
CIPRIANO: Pierde, amigo, la congoja
 y la memoria crüel
 de tu reciente fortuna,
 viendo en tu mayor trabajo
 que no hay firme bien debajo
 de los cercos de la luna.
DEMONIO: ¿Quién eres tú, a cuyas plantas
 mí fortuna me ha traído?
CIPRIANO: Quien, de la piedad movido
 de ruinas y penas tantas,
 serte de alivio quisiera.
DEMONIO: Imposible vendrá a ser;
 que no le puedo tener
 yo jamás.
CIPRIANO: ¿De qué manera?
DEMONIO: Todo mi bien he perdido,
 pero sin razón me quejo,
 pues ya con la vida dejo
 mis memorias al olvido.
CIPRIANO: Ya que de aquel torbellino
 el terremoto cesó,
 y el cielo a su paz volvió,
 manso, quieto y cristalino,
 con tal priesa que su grave
 enojo nos da a entender
 que sólo debió de ser
 hasta consumir tu nave,
 dime quién eres, siquiera
 por la piedad que me das.
DEMONIO: Más de lo que has visto y más
 de lo que decir pudiera
 me cuesta el llegar aquí;
 que es mi fortuna crüel.
 La menor es del bajel.
 ¿Quieres ver si es cierto?
CIPRIANO: Sí.

DEMONIO: Yo soy, pues saberlo quieres,
 un epílogo, un asombro
 de venturas y desdichas,
 que unas pierdo y otras lloro.
 Tan galán fui por mis partes,
 por mi lustre tan heroico,
 tan noble por mi linaje
 y por mi ingenio tan docto,
 que, aficionado a mis prendas
 un rey, el mayor de todos
 --puesto que todos le temen,
 si le ven airado el rostro--
 en su palacio cubierto
 de diamantes y piropos
 --y aun si los llamase estrellas
 fuera el hipérbole corto--
 me llamó valido suyo,
 cuyo aplauso generoso
 me dio tan grande soberbia
 que competí al regio solio,
 quiriendo poner las plantas
 sobre sus dorados tronos.
 Fue bárbaro atrevimiento:
 castigado lo conozco.
 Loco anduve; pero fuera,
 arrepentido, más loco.
 Más quiero en mi obstinación
 con mis alientos brïosos
 despeñarme de bizarro
 que rendirme de medroso.
 Si fueron temeridades,
 no me vi en ellas tan solo
 que de sus mismos vasallos
 no tuviese muchos votos.
 De su corte, en fin, vencido,
 aunque en parte vitorioso,
 salí arrojando venenos
 por la boca y por los ojos,
 y pregonando venganzas,
 por ser mi agravio notorio,
 logrando en las gentes suyas
 insultos, muertes y robos.
 Los anchos campos del mar
 sangriento pirata corro,
 Argos ya de sus bajíos,
 y lince de sus escollos.
 En aquel bajel que el viento
 desvaneció en leves soplos,
 en aquel bajel que el mar
 convirtió en ruina sin polvo,
 esas campañas de vidro
 hoy corría codicioso,
 hasta examinar un monte
 piedra a piedra y tronco a tronco;
 porque en él un hombre vive,
 y a buscarle me dispongo,
 a que cumpla una palabra
 que él me ha dado y yo le otorgo.
 Embistióme esta tormenta;
 y aunque pudo prodigioso
 mi ingenio enfrenar a un tiempo
 al euro, al cierzo y al noto,
 no quise desesperado,
 por otras causas, por otros
 fines, convertirlos hoy
 en regalados favonios.
 Que pude, dije, y no quise.
 (Aquí de su ingenio noto Aparte
 los riesgos, puesto que así
 de mágicas le aficiono.)
 No te espantes del despecho,
 ni del prodigio tampoco,
 de aquél, porque yo con iras
 me diera muerte a mí propio;
 ni de éste, porque con ciencias
 daré al sol pálido asombro.
 Soy, en la magia que alcanzo,
 el registro poderoso
 de esos orbes. Línea a línea
 los he discurrido todos.
 Y porque no te parezca
 que sin ocasión blasono,
 mira si a este mismo instante
 quieres que lo inculto y tosco
 de este Nembrot de peñascos,
 más bruto que el babilonio,
 te facilite lo horrible,
 sin que pierda lo frondoso.
 Éste soy, huérfano huésped
 de estos fresnos, de estos chopos;
 y aunque éste soy, a tus plantas
 quiero pedirte socorro;
 y quiero, en el que me dieres,
 librarte el bien que te compro
 con el afán de mi estudio,
 que en experiencias abono,
 trayéndote a tu albedrío...
 (Aquí en el amor le toco) Aparte
 ...cuanto te pida el deseo
 más avaro y codicioso.
 Y en tanto que no le aceptes,
 ya de cortés, ya de corto,
 págate de los deseos,
 sí es que en ti no los malogro;
 que por la piedad que muestras,
 que agradezco y que conozco,
 seré tu amigo tan firme
 que ni el repetido monstruo
 de sucesos, la Fortuna,
 que entre baldones y elogios,
 próspera y adversa, muestra
 lo avaro y lo generoso,
 ni en su continua tarea,
 corriendo y volando a tornos,
 el tiempo, imán de los siglos,
 ni el cielo, ni el cielo proprio,
 a cuyos astros el mundo
 debe el bellísimo adorno,
 tendrán poder de apartarme
 de tu lado un punto solo,
 como aquí me des amparo;
 y aun todo aquesto es muy poco
 para lo que yo intereso,
 si mis pensamientos logro.

CIPRIANO: Puedo decir que al mar albricias pido
 de que te hayas perdido,
 y a este monte llegaras,
 donde verás bien claras
 muestras de la amistad que ya te ofrezco
 si feliz por mi huésped te merezco.
 Y así vente conmigo;
 que he de estimarte por seguro amigo.
 Mi huésped has de ser mientras quisieres
 servirte de mi casa.
DEMONIO: ¿Ya me adquieres
 por tuyo?
CIPRIANO: Con los brazos
 firme nuestra amistad eternos lazos.
 (¡Oh si a alcanzar llegase Aparte
 que aqueste hombre la magia me enseñase!
 Pues con ella quizá mi amor podría
 en parte divertir la pena mía;
 o podría mí amor quizá con ella
 en todo conseguir la causa bella
 de mi rabia, mi furia y mi tormento.)
DEMONIO: (Ya al ingenio y amor le miro atento.) Aparte

Salen CLARÍN y MOSCÓN, cada uno por su puerta,
corriendo

 

CLARÍN: ¿Estás vivo, señor?
MOSCÓN: ¿Civilidades
 gastas por novedades
 Claro está, pues le miras, que está vivo.
CLARÍN: He usado de este modo admirativo
 para ponderación, noble lacayo,
 del milagro que fue no darle un rayo
 de tantos como vio aquesta montaña.
MOSCÓN: Pues el mirarle ¿no te desengaña?
CIPRIANO: Éstos son mis crïados.
 ¿A qué volvéis?
MOSCÓN: A darte más enfados.
DEMONIO: Tienen alegre humor.
CIPRIANO: A mí me tienen
 cansado, porque siempre necios vienen.
MOSCÓN: ¿Quién es aqueste hombre,
 señor?
CIPRIANO: Un huésped mío, no os asombre.
CLARÍN: ¿Para qué quieres huéspedes ahora?
CIPRIANO: Lo que merece tu valor ignora.

Aparte MOSCÓN y CLARÍN

 

MOSCÓN: Mi señor hace bien. ¿Has de heredalle?
CLARÍN: No; pero tiene talle
 el tal huésped, si acaso no me engaño,
 de estarse en casa un año y otro año.
MOSCÓN: ¿De qué lo infieres?
CLARÍN: Cuando apriesa pasa
 un huésped, decir suelen, "No hará en casa
 mucho humo." Y de aquéste...
MOSCÓN: Di.
CLARÍN: ...presumo...
MOSCÓN: ¿Qué?
CLARÍN: ...que ha de hacer en casa mucho humo.
CIPRIANO: ¿Para qué te repares?
 Vente conmigo.
DEMONIO: Voy a obedecerte.
CIPRIANO: Tu descanso procuro.

Vase CIPRIANO

 

DEMONIO: (Yo tu muerte. Aparte
 Y pues ya he conseguido
 el mirarme en tu casa introducido,
 ir a alterar mi saña determina
 de otra suerte también la de Justina.)

Vase el DEMONIO

 

CLARÍN: ¿No sabes qué he pensado?
MOSCÓN: ¿Qué?
CLARÍN: Que aquel terremoto ha reventado
 algún volcán, que mucho azufre he olido.
MOSCÓN: Que es el huésped a mí me ha parecido.
CLARÍN: Malas pastillas gasta. Mas ya infiero
 la causa.
MOSCÓN: ¿Qué es?
CLARÍN: El pobre caballero
 debe de tener sarna, y hase untado
 con ungüente de azufre.
MOSCÓN: En ello has dado.

Vanse CLARÍN y MOSCÓN. Salen LELIO y FABIO,
criado

 

FABIO: En fin, ¿vuelves a esta calle?
LELIO: La vida en ella perdí,
 y vuelvo a buscarla aquí:
 quiera Amor que yo la halle.
FABIO: ¡Ay de mí!
 A las puertas estás
 de la casa de Justina.
LELIO: ¿Qué importa, si hoy determina
 mi amor declararse más?
 Que pues a ver he llegado
 que a otro de noche se fía,
 no es mucho que yo de día
 desahogue mi cuidado.
 Retírate tú, porque
 el entrar solo es mejor.
 Mi padre es gobernador
 de Antioquía. Bien podré,
 con este aliento y la furia
 que a despeñarme camina,
 en casa entrar de Justina,
 y quejarme de su injuria.

Vase FABIO, y sale JUSTINA

 

JUSTINA: Livia... Mas ¿quién está al paso?
LELIO: Yo soy.
JUSTINA: Pues ¿qué novedad,
 señor, qué temeridad
 obliga...?
LELIO: Cuando me abraso
 tanto, a mis celos sujeto,
 no lo he de estar a tu honor.
 Perdona, que con mi amor
 ha espirado tu respeto.
JUSTINA: ¿Pues cómo tan atrevido
 osas...
LELIO: Como estoy furioso.
JUSTINA: ...entrar...
LELIO: Como estoy celoso.
JUSTINA: ...aquí...
LELIO: Como estoy perdido.
JUSTINA: ...sin advertir y sin ver
 el escándalo que da;
 que...?
LELIO: No te aflijas, pues ya
 tienes poco que perder.
JUSTINA: Mira, Lelio, mi opinión.
LELIO: Justina, eso mejor fuera
 que tu voz se lo dijera
 a quien por ese balcón
 sale de noche. No quiero
 más de que sepas que sé
 tus liviandades, porque
 menos ingrato y severo
 tu honor esté con mi amor;
 aunque es desdén más injusto
 porque tienes otro gusto,
 que porque tienes honor.
JUSTINA: Calla, calla, no hables más.
 ¿Quién a mi casa se atreve,
 ni quién en mi ofensa mueve
 paso y voz? ¿Tan ciego estás,
 tan atrevido y tan loco,
 que con fingidas quimeras
 eclipsar las luces quieras
 que aun al sol tienen en poco?
 ¿Hombre de mi casa?
LELIO: Sí.
JUSTINA: ¿Por mi balcón?
LELIO: Mi dolor
 lo diga, ingrata.
JUSTINA: ¡Ay honor!
 Volved por vos y por mí.

Sale el DEMONIO por la puerta que está a las
espaldas de JUSTINA

 

DEMONIO: (Acudiendo mi furor Aparte
 a los dos cargos que tengo,
 a esta casa a entablar vengo
 el escándalo mayor
 del mundo; y pues ya este amante
 tan despechado y tan ciego
 está, avívese su fuego.
 Ponerme quiero delante
 y, como huyendo, después
 de ser visto, retirarme.)

Hace como que va a salir, y en viéndole LELIO,
se reboce; y vuelve a entrarse por donde salió

 

JUSTINA: Hombre, ¿vienes a matarme?
LELIO: No, sino a morir.
JUSTINA: ¿Qué ves,
 que de nuevo te has mudado?
LELIO: Los engaños tuyos veo.
 Di ahora que mi deseo
 mis ofensas ha inventado.
 Un hombre de este aposento
 iba a salir: como vio
 gente, embozado volvió
 a retirarse.
JUSTINA: En el viento
 te finge tu fantasía
 ilusiones.

Quiere entrar, y detiénele

 

LELIO: ¡Pena brava!
JUSTINA: ¿Pues de noche no bastaba,
 Lelio, mas también de día
 la luz quieres engañar?

Apártala, y éntrase por donde estaba el
DEMONIO

 

LELIO: Si es engaño o no es engaño,
 así veré el desengano.
JUSTINA: No te lo quiero excusar,
 porque la inocencia mía,
 a costa de esta licencia,
 desvanezca la apariencia
 de la noche con el día.

Sale LISANDRO, viejo

 

LISANDRO: Justina.
JUSTINA: (Esto me faltaba. Aparte
 ¡Ay de mí, si Lelio sale,
 estando Lisandro aquí! )
LISANDRO: Mis desdichas, mis pesares
 vengo a consolar contigo.
JUSTINA: ¿Qué tienes, que en el semblante
 muestras disgusto y tristeza?
LISANDRO: No es mucho, cuando se rasgue
 el corazón. Con el llanto
 pasar no puedo adelante.

Va a salir LELIO, y viendo a LISANDRO, se
detiene

 

LELIO: (Ahora acabo de creer Aparte
 que sombra los celos hacen,
 pues no está en este aposento.
 No tuvo por dónde echarse
 el hombre que vi.)

JUSTINA habla aparte a LELIO

 

JUSTINA: No salgas,
 Lelio, que está aquí mi padre.
LELIO: Esperaré a que se ausente,
 convalecido en mis males.)

Retírase LELIO

 

JUSTINA: ¿De qué lloras? ¿Qué suspiras?
 ¿Qué tienes, señor? ¿Qué traes?
LISANDRO: Tengo el dolor más sensible,
 traigo la pena más grave,
 que vio la tierna piedad,
 para ejemplos miserables,
 con que la crueldad se baña
 de tanta inocente sangre.
 Al gobernador envía
 el César Decio inviolable
 un decreto... Hablar no puedo.
JUSTINA: (¿Quién vio pena semejante? Aparte
 Lisandro, compadecido
 de los cristianos ultrajes,
 conmigo habla, sin saber
 que Lelio puede escucharle,
 hijo del Gobernador.)
LISANDRO: En fin, Justina...
JUSTINA: No pases,
 señor, si así has de sentirlo,
 con el discurso adelante.
LISANDRO: Déjame que le repita;
 que contigo, es aliviarle.
 En él manda...
JUSTINA: No prosigas,
 cuando es tan justo que engañes
 tu vejez con más sosiego.
LISANDRO: Cuando, porque me acompañes
 en los sentimientos vivos
 que bastan para matarme,
 te doy cuenta del decreto
 más crüel que vio la margen
 del Tibre, con sangre escrito
 para manchar sus cristales,
 ¿me diviertes? De otra suerte
 solías, Justina, escucharme
 estas lástimas.
JUSTINA: Señor,
 no son los tiempos iguales.
LELIO: (No oigo todo lo que hablan, Aparte
 sino destroncado a partes.)

Sale FLORO por la otra parte

 

FLORO: (Licencia tiene un celoso Aparte
 que llega a desengañarse
 de una hipócrita virtud,
 sin que más respetos guarde.
 Con este intento hasta aquí
 Mas con ella está su padre.
 Esperaré otra ocasión.)
LISANDRO: ¿Quién pisa aquestos umbrales?
FLORO: (Ya no es posible, ¡ay de mí!, Aparte
 el volverme sin hablarle.
 Daréle alguna disculpa.)
 Yo soy
LISANDRO: ¿Tú en mi casa?
FLORO: A hablarte
 vengo, si me das licencia,
 sobre un negocio importante.
JUSTINA: (Duélete de mí, Fortuna; Aparte
 que son éstos muchos lances.)
LISANDRO: Pues ¿qué mandas?
FLORO: (¿Qué diré
 Aparte
 que de este empeño me saque?)
LELIO: (¡Floro en casa de Justina Aparte
 con libertad entra y sale!
 No son fingidos aquestos
 celos; ya éstos son verdades.)
LISANDRO: Mudado traes el color.
FLORO: No te admires, no te espantes,
 que vengo a darte un aviso,
 que es a tu vida importante,
 de un enemigo que tienes,
 que de tu muerte en alcance
 anda. Esto basta que diga.
LISANDRO: (Sin duda que Floro sabe Aparte
 que yo soy cristiano, y viene
 con esta causa a avisarme
 de mi peligro.) Prosigue,
 y nada, Floro, me calles.

Sale LIVIA

LIVIA: Señor, el gobernador
 me ha mandado que te llame,
 y a la puerta está esperando.
FLORO: Mejor será que yo aguarde;
 (Pensaré en tanto el engaño.) Aparte
 y ansí es bien que le despaches.
LISANDRO: Estimo tu cortesía.
 Aquí volveré al instante.

Vanse LISANDRO y LIVIA

 

FLORO: ¿Eres tú la virtüosa
 que a las lisonjas süaves
 del templado viento llamas
 descomedidos ultrajes?
 Pues ¿cómo de tu recato
 y de tu casa las llaves
 rendiste?
JUSTINA: Floro, detente:
 no tan descortés agravies
 opinión de quien el sol
 hizo el más costoso examen
 de pura y limpia.
FLORO: Ya llega
 aquesa vanidad tarde,
 pues ya yo sé a quien has dado
 libre entrada...
JUSTINA: ¡Que así hables!
FLORO: ...por un balcón...
JUSTINA: No pronuncies.
FLORO: ...a tu honor.
JUSTINA: ¡Que así me trates!
FLORO: Sí, que no me merecen más
 hipócritas humildades.
LELIO: (Floro no fue el del balcón. Aparte
 Sin duda que hay otro amante,
 puesto que ni él ni yo fuimos.)
JUSTINA: Pues tienes ilustre sangre,
 no ofendas nobles mujeres.
FLORO: ¡Que noble mujer te llames
 cuando a tus brazos le admites
 y por tus balcones sale!
 Rindióte el poder; que como
 es gobernador su padre,
 te llevó la vanidad
 de ver que a Antioquía mande...
LELIO: (De mí habla.) Aparte
FLORO: ...sin mirar
 otros defectos más grandes
 que la autoridad le encubre
 en sus costumbres y sangre.
 Pero no...

Sale LELIO

 

LELIO: Floro, detente,
 y no en mi ausencia me agravies;
 que hablar del competidor
 mal son despechos cobardes.
 Y salgo a que no prosigas,
 corrido de tantos lances
 como contigo he tenido,
 sin que en ninguno te mate.
JUSTINA: ¿Quién, sin culpa, se vio nunca
 en tan peligrosos lances?
FLORO: Cuanto yo de ti dijera
 detrás te diré delante,
 y es verdad no sospechosa.
JUSTINA: Tente, Lelio; Floro, ¿qué haces?
LELIO: Tomar la satisfacción
 adonde escucho el desaíre.

Empuñan las espadas

 

FLORO: Yo, sustentar lo que dije
 donde lo dije.
JUSTINA: ¡Libradme,
 cielos, de tantas fortunas!
FLORO: Y yo sabré castigarte.

Sale el GOBERNADOR, GENTE y LISANDRO

 

TODOS: Teneos.
JUSTINA: ¡Ay infelice!
GOBERNADOR: ¿Qué es esto? Mas ¿no es bastante
 indicio espadas desnudas,
 para que pueda informarme?
JUSTINA: ¡Qué desdicha!
LISANDRO: ¡Qué pesar!
TODOS: Señor...
GOBERNADOR: Baste, Lelio, baste.
 ¿Tú inquieto, siendo mi hijo?
 ¿Tú de mi favor te vales
 para alterar a Antíoquía?
LELIO: Señor, advierte...
GOBERNADOR: Llevadles;
 que no ha de haber excepción
 ni privilegios de sangre
 para no igualar castigos,
 pues son las culpas iguales.
LELIO: (Celos truje, y llevo agravios.) Aparte
FLORO: (Penas a penas se añaden.) Aparte

Llévanlos

 

GOBERNADOR: En diferentes prisiones,
 y con gente que los guarde,
 a los dos tened. Y vos,
 Lisandro, ¿tan nobles partes
 es posible que manchéis
 sufriendo...
LISANDRO: No, no os engañen
 deslumbradas apariencias.
 porque Justina no sabe
 la ocasión.
GOBERNADOR: ...dentro en su casa,
 queréis que viva ignorante,
 mozos ellos y ella hermosa?
 En delito tan culpable
 me templo, porque no digan
 que sentencio como parte,
 siendo apasionado juez;
 mas vos que esto ocasionasteis,
 ya perdida la vergüenza,
 sé que volveréis a darme
 ocasión, que la deseo,
 para que nos desengañen
 de vuestra virtud mentida
 verdaderas liviandades.

Vanse el GOBERNADOR y su GENTE

 

JUSTINA: Mis lágrimas os respondan.
LISANDRO: Ya lloras sin fruto y tarde.
 ¡Oh qué mal, Justina, hice
 el día que a declararte
 llegué quién eras! ¡Oh nunca
 te contara que, en la margen
 de un arroyo, en ese monte
 fuiste parto de un cadáver!
 No me des satisfacciones.
JUSTINA: Los cielos han de abonarme.
LISANDRO: ¡Qué tarde será...
JUSTINA: No hay plazo
 que en la vida llegue tarde...
LISANDRO: para castigar delitos!
JUSTINA: ... para acrisolar verdades.
LISANDRO: Por lo que vi te condeno.
JUSTINA: Yo a ti por lo que ignoraste.
LISANDRO: Déjame, que voy muriendo,
 donde mi dolor me acabe.
JUSTINA: Pierda yo a tus pies la vida;
 pero no me desampares.

Vanse. Salen el DEMONIO, CIPRIANO, MOSCÓN y
CLARÍN

 

DEMONIO: Desde que en tu casa entré,
 te he visto sin alegría:
 profunda melancolía
 en tu semblante se ve.
 Tu alivio no es bien que estorbes,
 queriéndomelo ocultar,
 pues sabré destachonar
 la clavazón de los orbes,
 por sólo el menor deseo
 que te ofenda y te fatigue.
CIPRIANO: No habrá mágica que obligue
 al imposible que veo:
 son mis ansias infelices.
DEMONIO: Tu amistad me las confiese.
CIPRIANO: Quiero a una mujer.
DEMONIO: ¿Y es ése
 el imposible que dices?
CIPRIANO: Si tú supieras quién es...
DEMONIO: Curiosa atención te doy,
 mientras que burlando estoy
 de que tan cobarde estés.

 

CIPRIANO: La hermosa cuna temprana
 del infante sol, que enjuga
 lágrimas cuando madruga,
 vestido de nieve y grana;
 la verde prisión ufana
 de la rosa cuando avisa
 que ya sus jardines pisa
 abril, y entre mansos hielos
 al alba es llanto en los cielos
 lo que es en los campos risa;
 el detenido arroyuelo,
 que el mormurar más süave
 aun entre dientes no sabe,
 porque se los prende el hielo;
 el clavel, que en breve cielo
 es estrella de coral;
 el ave, que liberal
 vestir matices presuma,
 veloz cítara de pluma,
 al órgano de cristal;
 el risco que al sol engaña,
 si a derretirle se atreve,
 pues, gastándole la nieve,
 no le gasta la montaña;
 el laurel que el pie se baña
 con la nieve que atropella,
 y, verde Narciso de ella,
 burla sin temer desmayos
 en esta parte los rayos
 y los hielos en aquélla;
 al fin, cuna, grana, nieve,
 campo, sol, arroyo o rosa,
 ave que canta amorosa,
 risa que aljófares llueve,
 clavel que cristales bebe,
 peñasco sin deshacer,
 y laurel que sale a ver
 si hay rayos que le coronen
 son las partes que componen
 a esta divina mujer.
 Estoy tan ciego y perdido,
 porque mi pena te asombre,
 que, por parecerla otro hombre,
 me engañé con el vestido.
 Mis estudios di al olvido
 como al vulgo mi opinión,
 el discurso a mi pasión,
 a mi llanto el sentimiento,
 mis esperanzas al viento,
 y al desprecio mi razón.
 Dije, y haré lo que dije,
 que ofreciera liberal
 el alma a un genio infernal
 --de aquí mi pasión colige--
 porque este amor que me aflige
 premiase con merecella;
 pero es vana mi querella,
 tanto que presumo que es
 el alma corto interés,
 pues no me la dan por ella.

 

DEMONIO: ¿Tu valor ha de seguir
 los pasos desesperados
 de amantes que se acobardan
 en los primeros asaltos?
 ¿Tan lejos ejemplos viven
 de bellezas que postraron
 su vanidad a los ruegos,
 su altivez a los halagos?
 ¿Quieres lograr tus deseos,
 siendo su prisión tus brazos?
CIPRIANO: ¿Eso dudas?
DEMONIO: Pues envía
 allá fuera esos crïados,
 y quedemos los dos solos.
CIPRIANO: Idos allá fuera entrambos.
MOSCÓN: Yo obedezco.
CLARÍN: Y yo también.
 (El tal huésped es el diablo.) Aparte

Escóndese CLARÍN

 

CIPRIANO: Ya se fueron.
DEMONIO: (Poco importa Aparte
 que Clarín se haya quedado.)
CIPRIANO: ¿Qué quieres ahora?
DEMONIO: Esa puerta
 cierra.
CIPRIANO: Ya solos estamos.
DEMONIO: ¿Por gozar a esta mujer
 aquí dijeron tus labios
 que darás el alma?
CIPRIANO: Sí.
DEMONIO: Pues yo te acepto el contrato.
CIPRIANO: ¿Qué dices?
DEMONIO: Que yo le acepto.
CIPRIANO: ¿Cómo?
DEMONIO: Como puedo tanto,
 que te enseñaré una ciencia
 con que podrás a tu mando
 traer la mujer que adoras;
 que yo, aunque tan docto y sabio,
 traerla para otro no puedo.
 Las escrituras hagamos
 ante nosotros dos mismos.
CIPRIANO: ¿Quieres con nuevos agravios
 dilatar las penas mías?
 Lo que ofrecí está en mi mano,
 pero lo que tú me ofreces
 no está en la tuya, pues hallo
 que sobre el libre albedrío
 ni hay conjuros ni hay encantos.
DEMONIO: Hazme la cédula tú
 con tal condición.
CLARÍN: (¡Mal año! Aparte
 Según lo que agora he visto,
 no es muy bobo aqueste diablo.
 ¡Yo darle cédula! Aunque
 se me tuvieran mis cuartos
 sin alquilar veinte siglos,
 no la hiciera.)
CIPRIANO: Los engaños.
 son para alegres amigos,
 no para desconfïados.
DEMONIO: Quiero darte en testimonio
 de lo que yo puedo y valgo
 algún indicio, aunque sea
 de mi poder breve rasgo.
 ¿Qué ves de esta galería?
CIPRIANO: Mucho cielo y mucho prado,
 un bosque, un arroyo, un monte.
DEMONIO: ¿Qué es lo que más te ha agradado?
CIPRIANO: El monte, porque es, en fin,
 de la que adoro retrato.
DEMONIO: Soberbio competidor
 de la estación de los años,
 que te coronas de nubes
 por bruto rey de los campos,
 deja el monte, mide el viento:
 mira que soy quien te llamo.
 Y mira tú si a una dama
 traerás, si yo a un monte traigo.

Múdase un monte de una parte a otra del
tablado

 

CIPRIANO: ¡No vi más confuso asombro!
 ¡No vi prodigio más raro!
CLARÍN: (Con el espanto y el miedo Aparte
 estoy dos veces temblando.)
CIPRIANO: Pájaro que al viento vuelas,
 siendo tus plumas tus ramos;
 bajel que en el viento surcas;
 siendo jarcias tus peñascos:
 vuélvete a tu centro, y deja
 la admiración y el espanto.
DEMONIO: Si ésta no es prueba bastante,
 pronuncien otra mis labios.
 ¿Quieres ver esa mujer
 que adoras?
CIPRIANO: Sí.
DEMONIO: Pues rasgando
 las duras entrañas, tú,
 monstruo de elementos cuatro,
 manifiesta la hermosura
 que en tu oscuro centro guardo.

Ábrese un peñasco, y está
JUSTINA durmiendo

 

 ¿Es aquélla la que adoras?
CIPRIANO: Aquélla es la que idolatro.
DEMONIO: Mira si dártela puedo,
 pues donde quiero la traigo.
CIPRIANO: Divino imposible mío,
 hoy serán centro tus brazos
 de mi amor, bebiendo al sol
 luz a luz y rayo a rayo.

Ciérrase el monte

 

DEMONIO: Detente, que hasta que firmes
 la palabra que me has dado,
 no puedes tocarla.
CIPRIANO: Espera,
 parda nube del más claro
 sol que amaneció a mis dichas...
 Mas con el viento me abrazo.
 Ya creo tus ciencias, ya
 confieso que soy tu esclavo.
 ¿Qué quieres que haga por ti?
 ¿Qué me pides?
DEMONIO: Por resguardo
 una cédula firmada
 con tu sangre y de tu mano.
CLARÍN: (El alma le diera yo Aparte
 por no haberme aquí quedado.)
CIPRIANO: Pluma será este puñal,
 papel este lienzo blanco,
 y tinta para escribirlo
 la sangre es ya de mis brazos.

Escribe con la daga en un lienzo, habiéndose
sacado sangre de un brazo

 

 (¡Qué hielo! ¡Qué horror! ¡Qué asombro!) Aparte
 Digo yo, el gran Ciprïano,
 que daré el alma inmortal...
 (¡Qué frenesí! ¡Qué letargo!) Aparte
 ...a quien me enseñare ciencias...
 (¡Qué confusiones! ¡Qué espantos!) Aparte
 ...con que pueda atraer a mí
 a Justina, dueño ingrato;
 y lo firmé de mi nombre
DEMONIO: (Ya se rindió a mis engaños Aparte
 el homenaje valiente,
 donde estaban tremolando
 el discurso y la razón.)
 ¿Has escrito?
CIPRIANO: Sí, y firmado.
DEMONIO: Pues tuyo es el sol que adoras.
CIPRIANO: Tuya por eternos años
 es el alma que te ofrezco.
DEMONIO: Alma con alma te pago,
 pues por tuya te doy
 la de Justina.
CIPRIANO: ¿Qué tanto
 término para enseñarme
 la magia tomas?
DEMONIO: Un año,
 con condición...
CIPRIANO: Nada temas.
DEMONIO: ...que en una cueva encerrados,
 sin estudiar otra cosa,
 hemos de vivir entrambos,
 sirviéndonos solamente
 a los dos este crïado,

Saca a CLARÍN

 

 que curioso se quedó,
 pues, con nosotros llevando
 su persona, este secreto
 de esta suerte, aseguramos.
CLARÍN: (¡Oh nunca yo me quedara! Aparte
 ¡Que habiendo vecinos tantos
 que acechen, no haya un demonio
 que venga al punto a llevarlos!)
CIPRIANO: Está bien. Dos dichas juntas
 ingenio y amor lograron,
 pues Justina será mía,
 y yo vendré a ser espanto
 del mundo con nuevas ciencias.
DEMONIO: No salió mi intento en vano.
CLARÍN: El mío sí.
DEMONIO: Ven con nosotros
 (Ya vencí el mayor contrario.) Aparte
CIPRIANO: Dichosos seréis, deseos,
 si tal posesión alcanzo.
DEMONIO: (No ha de sosegar mi envidia Aparte
 hasta que los gane a entrambos.)
 Vamos, y de aqueste monte
 en lo oculto y lo intrincado
 oirás la primer lición
 hoy de la mágica.
CIPRIANO: Vamos.
 que, con tal maestro mí ingenio,
 mi amor con dueño tan alto,
 eterno será en el mundo
 el mágico Ciprïano.  

Fin del Segundo Acto

Calderón de la Barca - El mágico prodigioso
Personajes
| Acto I | Acto II | Acto III