Acto Segundo
Salen CIPRIANO, MOSCÓN y CLARÍN,
vestidos de
galanes
CIPRIANO: (Altos pensamientos míos,
Aparte
¿dónde, dónde me traéis,
si ya por cierto tenéis
que son locos desvaríos
los que intentáis,
pues, atreviéndoos al cielo,
precipitados de un vuelo
hasta el abismo bajáis?
Vi a Justina... ¡A Dios pluguiera
que nunca viera a Justina,
ni en su perfección divina
la luz de la cuarta esfera!
Dos amantes la pretenden,
uno del otro ofendido;
y yo, a dos celos rendido,
aun no sé los que me ofenden:
sólo sé que mis recelos
me despeñan con sus furias
de un desdén a las injurias,
de un agravio a los desvelos.
Todo lo demás ignoro,
y en tan abrasado empeño,
cielos, Justina es mi dueño,
cielos, a Justina adoro.)
Moscón.
MOSCÓN: Señor.
CIPRIANO: Ve si está
Lisandro en casa.
MOSCÓN: Es razón.
CLARÍN: No es; yo iré, porque Moscón
hoy no puede entrar allá.
CIPRIANO: ¡Oh qué cansada porfía
siempre la de los dos fue!
¿Por qué no puede? ¿Por qué?
CLARÍN: Porque hoy, señor, no es su día
mío sí, y de buena gana
a dar el recado voy;
que yo allá puedo entrar hoy,
y Moscón no, hasta mañana.
CIPRIANO: ¿Qué nueva locura es ésta,
añadida al porfïar?
Ni tú ni él habéis de entrar
ya, pues su luz manifiesta
Justina.
CLARÍN: De fuera viene.
hacia su casa.
Salen LIVIA y JUSTINA, con mantos, por una
puerta
JUSTINA: ¡Ay de mí!
Livia, Cipriano está aquí.
CIPRIANO: (Disimular me conviene Aparte
de mis celos los desvelos,
hasta apurarlos mejor.
Sólo la hablaré en mi amor,
si lo permiten mis celos.)
No en vano, señora, ha sido
haber el traje mudado,
para que, como crïado,
pueda, a vuestros pies rendido,
serviros. A mereceros
esto lleguen mis suspiros.
dad licencia de serviros,
pues no la dais de quereros.
JUSTINA: Poco, señor, han podido
mis desengaños con vos,
pues no han podido...
CIPRIANO: ¡Ay Dios!
JUSTINA: ... mereceros un olvido.
¿De qué manera queréis
que os diga cuánto es en vano
la asistencia, Ciprïano,
que a mis umbrales tenéis?
Si días, si meses, si años,
si siglos a ellos estáis,
no esperéis que a ellos oigáis
sino sólo desengaños,
porque es mi rigor de suerte,
de suerte mis males fieros,
que es imposible quereros,
Ciprïano, hasta la muerte.
Vase JUSTINA
CIPRIANO: La esperanza que me dais
ya dichoso puede hacerme.
si en muerte habéis de quererme,
muy corto plazo tomáis.
Yo le acepto, y si a advertir
llegáis cuán presto ha de ser,
empezad vos a querer,
que yo ya empiezo a morir.
CLARÍN: En tanto que mi señor,
Livia, triste y discursivo,
está de esqueleto vivo
desengañando a su amor,
dame los brazos.
LIVIA: Paciencia
ten, mientras que considero
si es tu día; que no quiero
encargar yo mi conciencia.
Martes sí, miércoles no
CLARÍN: ¿Qué cuentas, pues ha callado
Moscón?
LIVIA: Puede haberse errado,
y no quiero errarme yo;
porque no quiero, si arguyo
que justicia he de guardar,
condenarme por no dar
a cada uno lo que es suyo.
Pero bien dices, tu día
es hoy.
CLARÍN: Pues dame los brazos.
LIVIA: Con mil amorosos lazos.
MOSCÓN: ¿Oye usarcé, reina mía?
Bien ve usarcé, con la gana
que hoy aquesos lazos hace.
Dígolo porque me abrace
con la misma a mí mañana.
LIVIA: Excusada es la sospecha
de que a usted no satisfaga,
ni quiera Júpiter que haga
yo una cosa tan mal hecha
como usar de demasía
con nadie. Yo abrazaré
con mucha equidad a usté
cuando le toque su día.
Vase LIVIA
CLARÍN: Por lo menos, no he de vello
yo.
MOSCÓN: Pues eso ¿qué ha importado?
¿Puede a mí haberme agraviado
jamás, si reparo en ello,
una moza que no es mía?
CLARÍN: No.
MOSCÓN: Luego yo bien porfío
que no ha sido en daño mío
lo que no ha sido en mi día.
Mas ¿qué hace nuestro amo allí
tan suspenso?
CLARÍN: Por si a hablar
llega algo, quiero escuchar.
MOSCÓN: Y yo también.
CIPRIANO: ¡Ay de mí!
Al irse acercando cada uno por su lado, CIPRIANO con
la acción da a entrambos
¡Que tanto, Amor, desconfíes!
CLARÍN: ¡Ay de mí!
MOSCÓN: ¡Ay de mí! también.
CLARÍN: Llamar a este sitio es bien
la Isla de los Ay-de-míes.
CIPRIANO: ¿Aquí estábades los dos?
CLARÍN: Yo bien juraré que estaba.
MOSCÓN: Yo y todo.
CIPRIANO: Desdicha, acaba
de una vez conmigo. ¡Ay Dios!
¿Viose en tan nuevos extremos
el humano corazón?
CLARÍN: ¿Adónde vamos, Moscón?
MOSCÓN: En llegando lo sabremos.
Pero fuera del lugar
camina.
CLARÍN: Excusado es
salir al campo, pues
no tenemos que estudiar.
CIPRIANO: Clarín, vete a casa.
MOSCÓN: ¿Y yo?
CLARÍN: ¿Tú te habías de quedar?
CIPRIANO: Los dos me habéis de dejar.
CLARÍN: A entrambos nos lo mandó.
Vanse CLARÍN y MOSCÓN
CIPRIANO: Confusa memoria mía,
no tan poderosa estés
que me persüadas que es
otra alma la que me guía.
Idólatra me cegué,
ambicioso me perdí,
porque una hermosura vi,
porque una deidad miré;
y entre confusos desvelos
de un equívoco rigor
conozco a quien tengo amor,
y no de quien tengo celos.
Ya tanto aquesta pasión
arrastra mi pensamiento,
tanto--¡ay de mí!--este tormento
lleva mi imaginación
que diera--despecho es loco,
indigno de un noble ingenio--
al más diabólico genio
--harto al infierno provoco--
ya rendido, y ya sujeto
a penar y padecer,
por gozar a esta mujer
diera el alma.
Dentro
DEMONIO: Yo la aceto.
Suena ruido de truenos como tempestad y
rayos
CIPRIANO: ¿Qué es ésto, cielos puros?
¡Claros a un tiempo, y en el mismo oscuros!
Dando al día desmayos,
los truenos, los relámpagos y rayos
abortan de su centro
los asombros que ya no caben dentro.
De nubes todo el cielo se corona,
y, preñado de horrores, no perdona
el rizado copete de este monte.
Todo nuestro horizonte
es ardiente pincel del Mongibelo,
niebla el sol, humo el aire, fuego el cielo.
¡Tanto ha que te dejé, filosofía,
que ignoro los efectos de este día!
Hasta el mar sobre nubes se imagina
desesperada rüina,
pues, crespo sobre el viento en leves plumas,
le pasa por pavesas las espumas.
Naufragando, una nave
en todo el mar parece que no cabe;
pues el amparo más seguro y cierto
es cuando huye la piedad del puerto.
El clamor, el asombro y el gemido
fatal presagio han sido
de la muerte que espera; y lo que tarda
es porque esté muriendo lo que aguarda.
Y aun en ella también vienen portentos;
no son todos de cielos y elementos.
El bajel, prodigiosa maravilla,
desde el tope a la quilla
todo negro, su máquina sustenta,
si no es que se vistió de su tormenta.
A chocar en la tierra
viene. Ya no es del mar sólo la guerra,
pues la que se le ofrece,
un peñasco le arrima en que tropiece,
porque la espuma en sangre se salpique.
Dentro TODOS
TODOS: Que nos vamos a pique.
DEMONIO: En una tabla quiero
salir a tierra, para el fin que espero.
CIPRIANO: Porque su horror se asombre,
burlando su poder, escapa un hombre,
y el bajel, que en las ondas ya se ofusca,
el camarín de los tritones busca,
y en crespo remolino,
es cadáver del mar, cascado el pino.
Sale el DEMONIO, mojado, como que
sale del mar
DEMONIO: (Para el prodigio que intento, Aparte
hoy me ha importado fingir
sobre campos de zafir
este espantoso portento;
y en forma desconocida
de la que otra vez me vio,
cuando en este monte yo
miré mi ciencia excedida,
vengo a hacerle nueva guerra,
valiéndome así mejor
de su ingenio y de su amor.)
Dulce madre, amada tierra,
dame amparo contra aquel
monstruo que de sí me arroja.
CIPRIANO: Pierde, amigo, la congoja
y la memoria crüel
de tu reciente fortuna,
viendo en tu mayor trabajo
que no hay firme bien debajo
de los cercos de la luna.
DEMONIO: ¿Quién eres tú, a cuyas plantas
mí fortuna me ha traído?
CIPRIANO: Quien, de la piedad movido
de ruinas y penas tantas,
serte de alivio quisiera.
DEMONIO: Imposible vendrá a ser;
que no le puedo tener
yo jamás.
CIPRIANO: ¿De qué manera?
DEMONIO: Todo mi bien he perdido,
pero sin razón me quejo,
pues ya con la vida dejo
mis memorias al olvido.
CIPRIANO: Ya que de aquel torbellino
el terremoto cesó,
y el cielo a su paz volvió,
manso, quieto y cristalino,
con tal priesa que su grave
enojo nos da a entender
que sólo debió de ser
hasta consumir tu nave,
dime quién eres, siquiera
por la piedad que me das.
DEMONIO: Más de lo que has visto y más
de lo que decir pudiera
me cuesta el llegar aquí;
que es mi fortuna crüel.
La menor es del bajel.
¿Quieres ver si es cierto?
CIPRIANO: Sí.
DEMONIO: Yo soy, pues saberlo quieres,
un epílogo, un asombro
de venturas y desdichas,
que unas pierdo y otras lloro.
Tan galán fui por mis partes,
por mi lustre tan heroico,
tan noble por mi linaje
y por mi ingenio tan docto,
que, aficionado a mis prendas
un rey, el mayor de todos
--puesto que todos le temen,
si le ven airado el rostro--
en su palacio cubierto
de diamantes y piropos
--y aun si los llamase estrellas
fuera el hipérbole corto--
me llamó valido suyo,
cuyo aplauso generoso
me dio tan grande soberbia
que competí al regio solio,
quiriendo poner las plantas
sobre sus dorados tronos.
Fue bárbaro atrevimiento:
castigado lo conozco.
Loco anduve; pero fuera,
arrepentido, más loco.
Más quiero en mi obstinación
con mis alientos brïosos
despeñarme de bizarro
que rendirme de medroso.
Si fueron temeridades,
no me vi en ellas tan solo
que de sus mismos vasallos
no tuviese muchos votos.
De su corte, en fin, vencido,
aunque en parte vitorioso,
salí arrojando venenos
por la boca y por los ojos,
y pregonando venganzas,
por ser mi agravio notorio,
logrando en las gentes suyas
insultos, muertes y robos.
Los anchos campos del mar
sangriento pirata corro,
Argos ya de sus bajíos,
y lince de sus escollos.
En aquel bajel que el viento
desvaneció en leves soplos,
en aquel bajel que el mar
convirtió en ruina sin polvo,
esas campañas de vidro
hoy corría codicioso,
hasta examinar un monte
piedra a piedra y tronco a tronco;
porque en él un hombre vive,
y a buscarle me dispongo,
a que cumpla una palabra
que él me ha dado y yo le otorgo.
Embistióme esta tormenta;
y aunque pudo prodigioso
mi ingenio enfrenar a un tiempo
al euro, al cierzo y al noto,
no quise desesperado,
por otras causas, por otros
fines, convertirlos hoy
en regalados favonios.
Que pude, dije, y no quise.
(Aquí de su ingenio noto Aparte
los riesgos, puesto que así
de mágicas le aficiono.)
No te espantes del despecho,
ni del prodigio tampoco,
de aquél, porque yo con iras
me diera muerte a mí propio;
ni de éste, porque con ciencias
daré al sol pálido asombro.
Soy, en la magia que alcanzo,
el registro poderoso
de esos orbes. Línea a línea
los he discurrido todos.
Y porque no te parezca
que sin ocasión blasono,
mira si a este mismo instante
quieres que lo inculto y tosco
de este Nembrot de peñascos,
más bruto que el babilonio,
te facilite lo horrible,
sin que pierda lo frondoso.
Éste soy, huérfano huésped
de estos fresnos, de estos chopos;
y aunque éste soy, a tus plantas
quiero pedirte socorro;
y quiero, en el que me dieres,
librarte el bien que te compro
con el afán de mi estudio,
que en experiencias abono,
trayéndote a tu albedrío...
(Aquí en el amor le toco) Aparte
...cuanto te pida el deseo
más avaro y codicioso.
Y en tanto que no le aceptes,
ya de cortés, ya de corto,
págate de los deseos,
sí es que en ti no los malogro;
que por la piedad que muestras,
que agradezco y que conozco,
seré tu amigo tan firme
que ni el repetido monstruo
de sucesos, la Fortuna,
que entre baldones y elogios,
próspera y adversa, muestra
lo avaro y lo generoso,
ni en su continua tarea,
corriendo y volando a tornos,
el tiempo, imán de los siglos,
ni el cielo, ni el cielo proprio,
a cuyos astros el mundo
debe el bellísimo adorno,
tendrán poder de apartarme
de tu lado un punto solo,
como aquí me des amparo;
y aun todo aquesto es muy poco
para lo que yo intereso,
si mis pensamientos logro.
CIPRIANO: Puedo decir que al mar albricias pido
de que te hayas perdido,
y a este monte llegaras,
donde verás bien claras
muestras de la amistad que ya te ofrezco
si feliz por mi huésped te merezco.
Y así vente conmigo;
que he de estimarte por seguro amigo.
Mi huésped has de ser mientras quisieres
servirte de mi casa.
DEMONIO: ¿Ya me adquieres
por tuyo?
CIPRIANO: Con los brazos
firme nuestra amistad eternos lazos.
(¡Oh si a alcanzar llegase Aparte
que aqueste hombre la magia me enseñase!
Pues con ella quizá mi amor podría
en parte divertir la pena mía;
o podría mí amor quizá con ella
en todo conseguir la causa bella
de mi rabia, mi furia y mi tormento.)
DEMONIO: (Ya al ingenio y amor le miro atento.) Aparte