Lope de Vega - Noche de San Juan (Acto Primero)

Lope de Vega - Noche de San Juan: Comedia
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Acto Primero

Salen Doña LEONOR, dama, e INÉS,
criada
 
 
LEONOR: No sé si podrás oír
 lo que no puedo callar.
INÉS: Lo que tú supiste errar,
 ¿no lo sabré yo sufrir?
LEONOR: Perdona el no haberte hablado,
 Inés, queriéndote bien.
INÉS: Ya es favor de aquel desdén
 pesarte de haber callado.
LEONOR: No me podrás dar alcance
 sin un romance hasta el fin.
INÉS: Con achaques de latín,
 hablan muchos en romance.
LEONOR: Las destemplanzas de amor
 no requieren consonancias.
INÉS: Si sabes mis ignorancias,
 lo más claro es lo mejor.
LEONOR: ¿Tengo de decir, Inés,
 aquello de escucha?
INÉS: No,
 porque si te escucho yo,
 necio advertimiento es.
 
LEONOR: Vive un caballero indiano
 enfrente de nuestra casa,
 en aquellas rejas verdes,
 cuando está en ellas, doradas.
 Hombre airoso, limpio y cuerdo,
 don Juan Hurtado se llama;
 dijera mejor, pues hurta,
 don Juan Ladrón, sin Guevara.
 Éste, que mirando en ellas,
 las tardes y las mañanas,
 no curioso de pintura
 los retratos de mi sala,
 sino mi persona viva,
 como papagayo en jaula
 siempre estaba en el balcón
 diciendo a todos: "¿Quién pasa?"
 Debió de pasar amor,
 que como el rey que va a caza
 a las águilas se atreve,
 cuanto y más a humildes garzas.
 Parándose alguna vez,
 preguntóle cómo estaba;
 respondió: "Como cautivo,"
 y miraba mis ventanas.
 De sus ojos y su voz
 a mi labor apelaba;
 mas pocas veces defienden
 las almohadillas las almas.
 Muchas, te confieso, amiga,
 que los ojos levantaba
 por ver si estaba a la reja,
 que no por querer mirarla.
 Di en cansarme si le vía,
 ¡oh, qué necia confianza!
 que pesándome de verle,
 de no verle me pesaba.
 Dicen los que saben desto,
 Inés, que el amor se causa
 de unos espíritus vivos
 que los ojos de quien ama
 a los opuestos envían,
 y como veneno abrasan
 de aquellas sutiles venas
 la sangre más delicada.
 Por esta razón, los niños,
 en los brazos de sus amas,
 enferman de quien los mira,
 aunque es la causa contraria;
 que allí mira el niño amor,
 pero aquí padece el alma,
 que las niñas de los ojos
 las de las almas retratan.
 En la Vitoria una fiesta,
 que en guerra de amor no falta
 la vitoria a quien porfía
 y más si está la esperanza
 tan cerca del Buen Suceso
 el tal indiano esperaba
 que yo llegase a la pila;
 llegué, y al tomar el agua,
 como que hacía lo mismo
 me echó un papel en la manga.
 ¿No te dije yo al principio
 cómo Hurtado se llamaba?
 ¿Pues qué mayor sutileza
 viniendo entre gente tanta?
 Tomaba con una mano
 el agua y con otra echaba
 el papel, en que fué cierto
 lo que dicen del que anda
 entre la cruz y la pila.
 Pasaron dos horas largas
 mientras en la iglesia estuve,
 donde, por más que rezaba
 más al papel atendía
 que a las imágenes santas.
 Quise romperle mil veces,
 y cuando ya le sacaba
 parece que me decía:
 "Señora, ¿por qué me rasgas?
 ¿Qué perderás en saber
 cómo escriben a sus damas
 los amantes?" Pero yo,
 aunque con mudas palabras,
 "No, traidor," le respondía,
 "aquí morirás, que llamas
 para papeles de amores
 suelen ser manos honradas".
 Entre si le rasgo, o no
 ¡oh, cuánto yerra quien halla
 luz para atajar principios
 y los remedios dilata!
 Comencé a rasgarle, y luego
 detuvo el amor la espada,
 porque es ángel que defiende
 papeles cuando honras mata.
 Volvió, en fin, por las razones,
 y la razón desampara,
 afeándome la muerte
 de un pobre papel sin armas.
 El vino conmigo, en fin,
 y en mi aposento, sentada
 en mi cama, vi el papel,
 cortés, como quien engaña,
 y breve, como discreto,
 y aquella máscara santa
 del matrimonio, en los hombres
 treta que ha perdido a tantas.
 Anduve desde este día
 triste y alegre, cansada
 de sufrir mis pensamientos,
 que resistidos desmayan.
 Don Juan, como pescador
 que al pez el sedal alarga,
 cuando ya le tiene asido
 y va mudando la caña,
 envióme una mujer
 destas que cuentan por habas
 los sucesos por venir;
 negro monjil, tocas blancas,
 cuentas de no dar ninguna,
 que cruz y muerte rematan,
 cruz de matrimonios que hacen
 y muertes de honras que acaban.
 Yo no sé, por no cansarte,
 con qué hechizos o palabras
 trocó mi honesto deseo,
 que a dos visitas estaba
 como don Juan me quería,
 claro está, que enamorada.
 Respondí al papel, y a muchos,
 por esta fingida santa,
 a quien mi casa venera
 y a quien mi hermano regala.
 En fin, dando yo lugar,
 todas las noches me habla
 por esas rejas don Juan;
 porque, después de acostada,
 vuelvo a vestirme y salir;
 porque cuando el amor danza,
 no hay Conde Claros, Inés,
 que así salte de la cama.
 Hablamos hasta que el sol
 nos envía, con el alba,
 a decir que ya es de día,
 porque los ojos no bastan.
 Así pasamos las noches,
 y te prometo que es tanta
 la blandura y discreción
 de don Juan, y que me trata
 con tan honesto respeto,
 que, perdida y obligada,
 pienso advertir a mi hermano
 de que mi vida se pasa
 sin que de mi estado trate;
 que, divertido en sus damas,
 como caballero mozo,
 ni se casa, ni me casa;
 porque somos las mujeres
 fruta que con flor agrada,
 y del tiempo en que se coge
 siempre es mejor la mañana.
 Esta, Inés, la historia ha sido,
 y, cuanto amorosa, casta,
 no le di mano sin ser
 sobre lágrimas prestadas.
 A quien no lo pareciere,
 pruebe a ser un año amada,
 que oír y no responder
 sólo es bueno para estatuas.
 Yo defendí mi valor;
 pero donde el cielo es causa
 y dos almas se conforman,
 ninguna prudencia basta.
 
INÉS: Aunque has pensado que yo
 no entendía tu inquietud
 y estimaba la virtud
 de quien el papel te dio,
 sabe que todo lo sé
 y de Tello, su criado,
 que alguna vez me ha fïado
 tus pensamientos, en fe
 de un poco de voluntad.
LEONOR: ¿Quiéresle bien?
INÉS: Es discreto.
LEONOR: Bueno andaba mi secreto.
INÉS: ¿Parécete novedad
 que donde mira el señor
 siga su ejemplo el crïado.
LEONOR: Mi hermano, Inés, ha llamado.
 ¡Ay, Dios!
INÉS: ¿De qué es el temor?
LEONOR: De venir con él don Juan,
 a quien él jamás habló.
INÉS: ¿Don Juan?
LEONOR: Ya le he visto yo,
 y mil sospechas me dan.
 
Salen Don JUAN, Don LUIS y TELLO
 
 
LUIS: Creed, señor don Juan, que estoy corrido
 si bien no culpa, encogimiento ha sido
 no haberos visitado.
JUAN: Confieso que en lo mismo estoy culpado,
 siendo mi obligación.
LUIS: Antes la mía,
 que ofreceros debía,
 mi casa y mi amistad, por caballero,
 vecino y forastero.
JUAN: Mostráis lo cortesano y lo discreto
 en honrarme, don Luis, y yo os prometo
 que el amor me debéis con que os hacía
 mil visitas el alma cuando os vía,
 con mil ansias de ser amigo vuestro.
LUIS: Estrellas tuvo el pensamiento nuestro,
 ellas nos concertaron, pues ha sido
 igual amor el que nos ha vencido;
 servíos desta casa llanamente.
JUAN: Esclavo seré suyo eternamente.
 ¿Es vuestra hermana esta señora?
LUIS: Hoy quiero
 que conozcáis mi hermana. El caballero,
 Leonor, que miras es don Juan Hurtado,
 ya sé que tu retiro recatado
 aun no sabrá que fué nuestro vecino
 desde que a España de las Indias vino.
JUAN: (¡Cielos, qué dicha es ésta!) Aparte
 Señora, a tantas honras, la respuesta
 es el silencio mudo,
 que es la lengua mejor de quien no pudo
 satisfacer su obligación hablando.
LEONOR: Y yo, señor don Juan, quiero, imitando,
 si no el ejemplo, el pensamiento vuestro,
 decir callando del contento nuestro
 alguna parte breve
 por mi hermano y por mí.
LUIS: Todo se debe
 al valor de don Juan.
JUAN: Embarazado
 de tantas honras, casi estoy turbado;
 aunque no lo supiera,
 por hermanos, señores, os tuviera,
 viendo tan parecida cortesía.
LUIS: Retírate, Leonor, que hablar querría
 a solas con don Juan.
LEONOR: Como quisieres,
 aunque la condición de las mujeres
 lleva mal los secretos.
 
Aparte a TELLO
 
 
JUAN: (Tello, ¿que es esto?
TELLO: Del amor efetos;
 que se pega también, y es cosa llana
 que a don Luis se le pegó su hermana.

JUAN: Si hacemos amistad, ¡ay, Leonor mía!,
 aquí veré tu sol sin celosía.)
 
[Aparte las dos]
 
 
LEONOR: (Inés, detrás desta cortina quiero
 escuchar a mi hermano, que me muero
 de varios pensamientos combatida.
INÉS: ¿No ves que es amistad?
LEONOR: ¿Y si es fingida?)
 
Escóndense las dos
 
 
LUIS: Señor don Juan, ya que habemos
 nuestras almas declarado,
 fuera engaño haber callado
 lo que en su centro tenemos;
 sin prólogos, sin extremos,
 ya sois dueño de la mía.
LEONOR: ¡Ay, qué desdicha sería,
 Inés, que se declarase!
INÉS: Mas aguardo que te case.
TELLO: (No hay secreto sin espía: Aparte
 las dos escuchando están;
 que mujeres, por saber,
 y más cuando hay que temer,
 ventanas en bronce harán.
LUIS: Yo quiero, señor don Juan,
 al más hermoso sujeto
 deste lugar, y aunque a efeto
 de casarme, como es justo,
 no corresponde a mi gusto,
 ni en público ni en secreto.
 Creer que es honestidad
 a mi amor, está muy bien;
 que en un público desdén
 hay secreta voluntad.
 Tenéis vos tanta amistad
 con el dueño desta dama,
 que no fué mayor la fama
 de Pólux y de Castor;
 por donde piensa mi amor
 que la fortuna me llama.
 Pero ya ¿qué tiempo aguardo,
 cuando tan bien me entendéis,
 pues dice que lo sabéis
 la amistad de don Bernardo?
 Que este mi desdén gallardo
 trujo de Sevilla aquí,
 como su hermano, y yo fui
 dichoso en que van despacio
 sus negocios en palacio,
 pero muy aprisa en mí.
 Blanca me mata, en efeto;
 yo me querría casar;
 nadie lo puede tratar
 como un amigo discreto;
 vos lo sois, y yo sujeto
 a cuanto vos concertéis.
 En dote no reparéis,
 que bien sabréis cuál me veo
 si en posesión o en deseo
 alguna prenda tenéis.
JUAN: Si no tuviera por cierto
 el fin de tan justo amor,
 sabiendo vuestro valor,
 no me obligara al concierto;
 será de Bernardo acierto,
 de Blanca será ventura;
 en vuestro valor segura,
 bien os empleáis los dos,
 vos en ella y ella en vos;
 a tal fe, tal hermosura.
 Y así, desde ahora os doy
 parabién, que lo que es justo
 lleva de su parte el gusto;
 conque a decírselo voy.
 De Blanca seguro estoy,
 que si os trató con desdén,
 no fué desprecio; que quien
 sabe que se ha de casar
 todo lo quiere guardar
 para cuando le esté bien.
 Allá en Sevilla tenía
 ciertos pensamientos yo,
 que la ausencia dividió,
 y de experiencia sabía
 que una amorosa porfía
 quiere presta ejecución;
 yo os traeré resolución
 tan presta, si me la dan,
 que hoy, víspera de San Juan,
 juréis de la posesión.
LUIS: Echaréme a vuestros pies.
JUAN: Dejad cumplimientos vanos.
LUIS: Dadme siquiera las manos.
JUAN: Guardaldas para después.
 Vamos, Tello.
TELLO: Mira a Inés
 con la divina Leonor.
JUAN: ¿Acecharon?
TELLO: Sí, señor.
JUAN: Tello, si don Luis se casa,
 yo soy dueño desta casa.
TELLO: San Juan nos dé su favor.

Vanse los dos
 
 
LUIS: Echando al mayor mundo todo el velo
 asombra la celeste artillería
 y entre pedazos de tiniebla fría
 por donde daba luz escupe hielo.
 Mas tomando con lástima del suelo
 el hacha eterna el que los años guía
 huye el horror y resucita el día
 en el alcázar del sereno cielo.
 Así, con puros rayos celestiales
 en tanta tempestad, tu sol previenes,
 hermosa Blanca, y a mis ojos tales.
 Oh bien haya el rigor de tus desdenes;
 por que si no se hubieran hecho males
 era imposible conocer los bienes.
 
Salen Doña LEONOR e INÉS
 
 
LEONOR: Vengo a reñirte, enojada;
 paciencia puedes tener.
LUIS: ¿Tú, Leonor? Debe de ser
 porque estás hermosa, airada.
LEONOR: Todo lo que has dicho oí
 al indiano caballero,
 que de tus bodas tercero
 agora se va de aquí.
 ¿Es justo que tome estado
 un hombre de tu valor
 antes que yo? ¡Qué rigor!
 Pues es fuerza que, casado,
 esclava venga yo a ser
 de una muy necia cuñada
 que a la suegra más cansada
 sostituye por poder.
 ¡Qué buen cuidado de hermano!
 De tales obligaciones
 en buen estado me pones;
 quiero besarte la mano.
 ¡Qué buen marido me das
 sirviendo toda mi vida
 a una ninfa bien prendida!
 Ya la imagino detrás
 y la doncella delante,
 y decirme, muy tirana:
 "Deja, Leonor, la ventana,"
 no queriendo que levante
 los ojos a ver pasar
 caballo, coche o carroza.
 Como si una mujer moza
 se pudiese consolar
 de no ver lo que otros ven,
 habiéndose hecho los ojos
 si para llorar enojos
 para ver la luz también.
 ¿Es bien que esté en mi labor,
 y que ella todo lo mire;
 y en tanto que yo suspire,
 decir muy a lo señor:
 "Qué bien a caballo va
 Sástago con sus soldados;
 lució en los toros pasados;
 bien visto en la corte está;
 bravos tudescos sacó."
 Y yo en la sala, a lo fresco,
 que labre y mire en tudesco
 mientras el otro pasó.
 Gallardos, de mar a mar,
 pasan el Duque y Marqués,
 la silla, el coche. ¿No ves
 que a pausas me ha de sangrar
 darme tentaciones tales?
 ¿Sin ser mi padre me das
 madrastra? Mas no podrás;
 que hoy quiero que me señales
 monasterio y alimentos.
LUIS: Tienes, Leonor, mil razones;
 que olvidan obligaciones
 amorosos pensamientos.
 Estoy corrido de ver
 que me intentase casar;
 palabra te quiero dar
 de que no tendré mujer
 antes que tengas marido,
 hallando sujeto igual.
LEONOR: Siendo rica y principal,
 ¿tan desdichada he nacido,
 tan sin méritos estoy
 que de nadie soy mirada?
LUIS: Leonor, si alguno te agrada
 y es tu igual, licencia doy
 a que me digas quién es
 y la tengas de casarte.
LEONOR: No sé cómo acierte a hablarte.
LUIS: Si lo he de saber después,
 ¿no es mejor saberlo agora?
 No te turbes. ¿Qué claveles
 son ésos, que tú no sueles
 tener conmigo?
INÉS: Señora,
 habla, que es linda ocasión.
LEONOR: Si te hablo claro, hermano,
 este caballero indiano
 me mira con afición,
 y crïados de su casa
 a los nuestros han contado
 que ya un hábito le han dado,
 que a esto ha venido y que pasa
 su hacienda de nueve mil
 pesos de renta, que yo
 no le había visto.
LUIS: ¿No?
LEONOR: No,
 que aunque el amor es sutil,
 no pudo desde su reja
 penetrar mi celosía.
LUIS: Yo no quiero, hermana mía,
 que de mi amor tengas queja;
 fuera de que la afición
 que tengo a este caballero,
 ya de mis bodas tercero
 que no es poca obligación,
 concertará fácilmente
 las vuestras con gusto mío,
 que del tuyo bien confío
 que el concierto te contente.
 Porque quien la celosía
 dijo que no penetraba,
 claro está que le miraba
 si vio que el otro le vía.
 Huyeron de una pendencia
 dos, y el uno se alabó
 de que el otro se escondió,
 juzgando por diferencia
 el huír y el esconder,
 siendo todo cobardía;
 y así tú cuando él te vía
 también le pudiste ver.
 Pero no lo examinemos;
 él vendrá y yo le querré
 por cuñado; en cuya fe
 los cuatro nos casaremos.
 De suerte que, si cansada
 es la cuñada, Leonor,
 quedarás, si no es mejor,
 con el cuñado vengada.
LEONOR: Fío de tu entendimiento
 que lo sabrás disponer.
 De golpe tanto placer,
 
Aparte a INÉS
 
 
 (¡Ay, Inés!, temo el contento,
 que también suele matar.
INÉS: ¿Y Tello no tendrá aquí
 su papel?
LEONOR: Dile. . .
INÉS: ¿Qué?
LEONOR: Di
 que le comience a estudiar.
 Dame pluma y tinta luego;
 a don Juan escribiré
 lo que ha de decir. No sé
 cómo mi poco sosiego
 no dió enojo a don Luis.
 ¡Oh bienes, aunque dichosos,
 siempre venís sospechosos
 cuando de prisa venís!)
 
Salen Don JUAN y Don BERNARDO
 
 
BERNARDO: Conozco la obligación.
JUAN: A mi fortuna agradezco
 quitaros a vos cuidados
 y dar a Blanca remedio.
BERNARDO: Sois mi amigo en que se cifra
 cuanto encareceros puedo;
 que una hermana a un hombre mozo
 es un insufrible peso;
 no habré tenido en mi vida
 mejor San Juan.
JUAN: Y yo pienso
 que hoy está de gracia toda
 la luz del zafir eterno;
 alguna conjunción magna
 de benévolos aspectos
 influye fiestas, Bernardo,
 paces, gustos, casamientos.
 Tengo por feliz auspicio
 tratar el de Blanca en tiempo
 que la fortuna mayor
 mira bien al Sol y a Venus;
 de que procede también
 que siendo en el cielo inmenso
 Júpiter, señor del año,
 propicio a reyes y a imperios,
 ganados, trigos y frutos,
 paz y prósperos sucesos,
 el Júpiter español,
 también con igual contento,
 se muestre alegre esta noche;
 y como del Rey sabemos
 que tiene Dios en sus manos
 el corazón, por lo mesmo
 el buen Rey tiene en las suyas
 los corazones del reino.
 No es noble, ni hombre de bien,
 quien no se alegra, pues vemos
 que del Sol viene la luz,
 como del entendimiento
 a las acciones del hombre
 la razón; y, fuera desto,
 dijo un ángel a los padres
 de San Juan, que el nacimiento
 de su hijo había de ser
 alegre al mundo universo.
 Luego alegrarse esta noche
 es justo, como decreto
 de Dios por boca de un ángel.
 Yo entré con un caballero
 a ver el sitio, Bernardo,
 donde esta noche veremos
 tres soles en una aurora,
 que son, sin Edipos griegos,
 Rey, Reina y Infantes; mira
 todo el problema deshecho.
 Del Conde de Monterrey
 el jardín, por los extremos
 que tiene al prado ventanas,
 dispuso el Marqués Crescencio,
 por orden del Conde Duque,
 desta suerte: un teatro en medio
 con más de trescientas luces,
 que han de competir ardiendo
 entre faroles de vidrio
 con duplicados reflejos
 a veinte y cuatro blandones,
 y, juntas ellas con ellos,
 a cuantas luces se asomen
 a las ventanas del cielo
 que como es fiesta, Bernardo,
 que le ha de tener por techo
 bordarále de diamantes,
 porque no parezca negro.
 Aquí, el primero en la dicha,
 representará Vallejo
 una comedia, en que ha escrito
 don Francisco de Quevedo
 los dos actos, que serán
 el primero y el tercero,
 porque el segundo, que abraza
 los dos, dicen que ha compuesto
 don Antonio de Mendoza.
 Pintarte estos dos ingenios
 era atrevimiento en mí
 y no fuera gloria en ellos;
 porque son tan conocidos,
 que sólo decirte puedo
 que, por partir el laurel,
 dividieron el Imperio.
 Veránla Sus Majestades
 dentro de un verde aposento
 que forman arcos de flores;
 porque fué discreto acuerdo
 que todo fuese jardín
 adonde todo era cielo.
 De cortinas carmesíes
 los arcos se cubren dentro;
 que para tales retratos
 estrellas quisieron serlo.
 Tendrán su lugar los Condes
 y las damas, previniendo
 añadir cuadro al jardín
 con diferente pretexto.
 Porque en vez de ayudar todo
 con tanta fiesta deshecho,
 que del jardín, con más flores
 que hay en los campos Hibleos
 hoy en la Casa del Campo
 han visto los jardineros
 seis fuentes más, y es la causa
 que, con justo sentimiento,
 lloró de envidia del Prado,
 que aun hay en jardines celos,
 diciendo que le bastaba
 ser en verano e invierno
 ciudad portátil de coches
 con inmortales paseos.
 Y, afligido, Manzanares,
 que le pareció desprecio,
 juró que habían de verle
 en julio y agosto seco.
 Hay para damas tapadas
 dos teatros, al de en medio
 casi iguales, en que habrá
 disfraces de pensamientos.
 Por lo alto, como almenas,
 del jardín en cinco puestos
 previenen músicos voces,
 eco el aire, amor, silencio,
 porque parezcan en alto,
 de verdes olmos cubiertos,
 ruiseñores al aurora
 que alternan voces y versos.
 Hecha la primer comedia,
 harán colación, y luego
 la comodidad querrá
 pedir licencia y consejo
 a la autoridad cansada,
 y volverán a sus puestos
 los Reyes y los Infantes,
 con capas de color, ellos,
 y la Reina, con valona,
 quitándole al sol el cerco,
 que es mejor que el de abaninos,
 el de diamantes tan bellos.
 Las damas lo mismo harán;
 aunque, por falta de espejos,
 se miren unas en otras,
 cristales para de presto.
 Traerán valonas y tocas,
 mantos de humo y sombreros;
 que los humos, de ser soles,
 aun allí querrán tenellos.
 Dicen que a todos darán
 abanillos, y con ellos
 búcaros de olor, en quien
 vaya por agua amor ciego
 al llanto de los galanes,
 que han de mirar encubiertos
 la fiesta, y por ver si amor
 descubre también deseos.
 Sentados, hará Avendaño
 una comedia, que creo
 es retrato desta noche,
 en cuyo confuso lienzo
 tomó Lope la invención,
 y se ha estudiado y compuesto
 todo junto en cinco días.
 Mas ¿para qué me detengo,
 sí, alegremente engañado,
 de tanta fiesta, no veo
 que dejo un amante noble,
 como esperando, temiendo
 la respuesta que de vos
 también en su nombre espero,
 que, sin presunción de engaño,
 favorable os aconsejo?
 Porque no puede hallar Blanca
 más honrado caballero;
 vos cuñado, amigo yo,
 si mañana amanecemos
 ella casada, vos libre
 deste peso, yo contento
 de que servir a los tres
 es obligación y es premio.
 
BERNARDO: A la mucha noticia que tenía,
 don Juan, dese gallardo caballero
 añade vuestro abono y cortesía
 cuanto gozar en la experiencia espero;
 daréle a Blanca, que es la prenda mía
 de más valor, y, agradecido, quiero
 emplear su hermosura en su nobleza,
 que la virtud es la mayor riqueza.
 Y bien se echa de ver su entendimiento
 en no querer más dote que su gusto.
JUAN: Pues yo casar a doña Blanca intento,
 fïado estoy en que le viene al justo,
 lo menos dije de lo más que siento.
BERNARDO: Fuera en tanta amistad término injusto
 no ser don Luis como le habéis pintado.
JUAN: De sus partes estoy bien informado.
BERNARDO: Ya que el caballero la ocasión me ofrece,
 de cierta condición quiero advertiros,
 con que tendrá don Luis lo que merece
 y yo, Don Juan, el gusto de serviros.
JUAN: Decid cuanto sentís, cuanto os parece
 de mi proposición.
BERNARDO: Para deciros
 con llaneza y verdad mi pensamiento,
 como a tan grande amigo, estadme atento.
 Muchas fiestas, don Juan, a la Vitoria
 he visto entrar el cielo de una dama,
 descubriendo su sol manto de gloria
 y en nubes de humo la celeste llama;
 tanta inquietud ha puesto en mi memoria,
 que los amantes de la antigua fama,
 aunque fuesen Leandros, aunque Apolos,
 sombra no son de mis suspiros solos.
 Tal gracia, tal donaire y bizarría,
 de tanta honestidad acompañada,
 parece que en cuidado puesto había
 a la Naturaleza descuidada,
 que como tantas cosas juntas cría,
 que no se advierte que repara en nada,
 aquí tomó de espacio los pinceles,
 con puntas de jazmines y claveles.
 Cayósele una vez, don Juan, un guante;
 alcéle, y con turbada diligencia
 volví al marfil el velo, que un diamante
 rompió por no sufrir la diferencia;
 tomóle agradecida de semblante.
 ¿Quién ha visto matar con reverencia?
 Pues cuando me acerqué y ella la hizo,
 en el sol de sus ojos me deshizo.
 Este día, atrevido y confïado,
 en que mi amor había conocido,
 seguí su coche y pregunté a un crïado
 su calidad, su casa y su apellido;
 al nombre de Leonor Solís y Prado,
 que respondió, dejándole florido,
 le repliqué con eso, cuando pasa
 el sol por el León el mundo abrasa.
 Llegué a su calle, y supe que era hermana
 de ese don Luis; y así, don Juan, querría
 que en estas ferias, que el amor allana,
 me dé su hermana y le daré la mía;
 con esto queda, en lengua castellana,
 hecho el concierto en justa cortesía,
 pues en el dote vengo a conformarme,
 siendo el que yo le doy el que ha de darme.
 
JUAN: (¿A quién jamás sucedió Aparte
 desdicha como la mía,
 que yo mismo persuadía
 lo mismo que me mató?
 ¿Que busqué el veneno yo?
 ¿Que yo mi homicida fuí?
 [.................]
 ¿que yo vine a concertar
 en cuánto me ha de matar?
 ¿Y que las armas les di?
 Esto no fue culpa mía,
 sino de mi mala estrella;
 perdí a Leonor cuando en ella
 más esperanza tenía;
 fui como aquel que bebía
 en fuente donde mortal
 ponzoña dejó animal;
 que, como estaba sereno,
 no pude ver el veneno
 en fe de beber cristal.
 Fui como rudo villano
 que, del nido codicioso
 del ruiseñor amoroso,
 puso en el áspid la mano;
 fui tahur, fuí diestro en vano,
 que aunque juegue y acometa,
 puntas tire, naipes meta,
 el que jugaba con él,
 menos sabio y más cruel,
 le dio con la misma treta.
 ¿Qué haré? Pues decir no puedo
 a Don Bernardo que adoro
 a Leonor, por su decoro
 y por tener justo miedo
 de su hermano, si bien quedo
 sin esperanza; morir
 es fuerza, pues a decir
 voy que a Bernardo la dé,
 si hasta decirlo podré
 después de muerto vivir.)
 
A él
 
 
 Bernardo, pensando estuve,
 después que oí vuestro amor,
 si hablar a Blanca es mejor,
 que por eso me detuve;
 tal respeto siempre tuve
 al gusto de las mujeres.
 (¡Oh, pobre esperanza, hoy mueres!) Aparte
BERNARDO: Don Juan, gente de valor
 para materias de honor
 no admite sus pareceres;
 que aunque es bueno su consejo,
 cuando la ciega pasión
 más con la misma razón
 que con ellas me aconsejo:
 ella es el mejor espejo
 a cuyas verdades paso
 el parecer deste caso,
 y Blanca no ha menester
 darme a mí su parecer,
 basta saber que la caso.
JUAN: No más, con eso me voy;
 mas bien será que la habléis.
BERNARDO: Luego que os vais.
JUAN: Bien haréis.
 (¡Ay, cielos, muriendo estoy!) Aparte
 Con vos a la tarde soy,
 aunque es noche de San Juan;
 vos, como amante y galán,
 tendréis que hacer.
BERNARDO: No tendré;
 sólo esperando estaré
 si el bien que pido me dan.

Vase don JUAN. Salen Doña BLANCA, dama y
ANTONIA, criada
 
 
BLANCA: Pues, hermano, ¿qué quería
 don Juan, que se fue tan presto?
BERNARDO: Dame, Blanca, albricias.
BLANCA: ¿Yo?
 ¿De qué?
BERNARDO: De dos casamientos.
BLANCA: ¿Dos por lo menos? ¿De quién?
 Que tan inquieto te veo
 que pienso que te has casado.
BERNARDO: Sí, por eso estoy inquieto;
 tú lo estarás por lo mismo;
 trocado hermanas habemos
 don Luis de Solís y yo;
 don Juan ha sido el tercero,
 que le debo esta amistad
 y este cuidado le debo.
 Tú serás de don Luis
 y yo de Leonor; no puedo
 detenerme, porque voy
 a prevenir dos plateros
 para darle ricas joyas;
 porque, en firmando el concierto,
 no me gane por la mano
 don Luis, que es gran caballero,
 y querrá, con regalarte,
 vencer, galán, mi deseo.
 
Vase
 
 
BLANCA: ¿Hase visto igual locura?
 Sin duda ha perdido el seso
 mi hermano.
ANTONIA: Terrible nueva
 ha de ser para don Pedro
 el saber que te has casado.
BLANCA: ¿Cómo casado? Primero
 perderé, Antonia, mil vidas.
 
Sale don PEDRO
 
 
PEDRO: Estando a tu reja atento
 vi que salía tu hermano,
 y a pedirte albricias vengo
 de que hoy han tenido fin
 mis pleitos en el Consejo;
 que este gusto, hermosa Blanca,
 animó mi atrevimiento
 para verte donde sólo
 con el pensamiento llego.
 Agora sí que pedirte,
 Blanca, a don Bernardo puedo,
 y, casados, a Navarra,
 gustando tú, nos iremos;
 que yo sé que ha de agradarte
 la hermosura de aquel reino.
 Verás a Pamplona, adonde
 mi hacienda y mi regimiento
 te harán de aquella ciudad,
 y por tus méritos, dueño.
 ¿Qué tristeza es ésta?
BLANCA: Ha sido,
 don Pedro, contrario el cielo
 a los pleitos de mi amor
 cuando propicio a tus pleitos;
 hoy mi hermano me ha casado.
PEDRO: Tan presto, Blanca, me has muerto
 que parece que traías
 el arcabuz en el pecho
 y que apuntándome al mío
 diste con la lengua fuego.
 ¿Casada? ¿Con quién?
BLANCA: No sé.
 Aquí andaba un caballero
 sirviéndome, más preciado
 de amante que de discreto.
 Tiene una hermana que adora
 Bernardo, y han hecho trueco
 de damas, como si entrambos
 jugaran al mismo juego.
 Yo, quiere que a don Luis
 (que por extremo aborrezco)
 pase, y Leonor a Bernardo.
PEDRO: De esa manera yo pierdo,
 y no menos que la vida.
BLANCA: No perderás, si yo puedo.
PEDRO: ¿Pues habrá remedio alguno?
BLANCA: Los jueces son remedio:
 que de iguales voluntades
 confirman los casamientos.
PEDRO: ¿Cumplirás tú lo que dices?
BLANCA: Rüido siento, y sospecho
 que si no es el desposado,
 debe de ser el tercero.
 Vete, y fía de mi amor,
 que no he de tener más dueño
 que don Pedro, mientras viva.
PEDRO: Mira que dicen que el viento
 lleva palabras y plumas.
BLANCA: Plumas y palabras quiero
 que firmen y que confirmen
 que ser tu mujer prometo.
 Esta es noche de San Juan;
 si voy al Prado, está cierto
 que los dos iremos juntos
 donde quien pudiere hacerlo
 nos dé las manos en forma
 de promesa y juramento.
 No te detengas aquí.
PEDRO: Quisiera...
BLANCA: Vete, don Pedro,
 que a mi determinación
 no quiero agradecimiento,
 que te han de faltar palabras;
 y basta, que yo le creo.
PEDRO: Bien dices, y pues mi alma
 tienes, señora, en tu pecho,
 pregúntale allá de espacio
 lo que callo y lo que siento.
 
Vanse. Salen LEONOR, INÉS, y
TELLO
 
 
LEONOR: Aun no me cabe en el pecho,
 tanto bien me ha de matar.
TELLO: También el mar, con ser mar,
 es alguna vez estrecho.
LEONOR: ¡Jesús! ¡don Juan mi marido!
 ¿y con gusto de mi hermano?
 Poco estimo el bien que gano,
 pues que no pierdo el sentido.
 Debe de ser la ocasión.
 que como don Juan le tiene,
 corre el que de allí me viene
 por cuenta de su razón.
INÉS: Y sa mesté, señor Tello,
 ¿qué es lo que piensa de mí?
TELLO: Que soy tuísimo, y fui
 bella Inés, del pie al cabello.
 Para servicio de Dios
 en casándose don Juan,
 y a las Indias, si ellos van,
 iremos también los dos.
 Verás a Lima, el mejor
 fruto de española empresa;
 lima, que al rey en la mesa
 no se la ponen mejor.
 Lima dulce de Filipos,
 que no lima de Valencias,
 que no le hacen competencias
 Nápoles y Pausilipos.
 Verás el Cerro, en grandeza
 ilustre, aunque dulce y agro,
 el gran Potosí, el milagro
 mayor de naturaleza.
 Cuyas entrañas y centro
 son una imagen de plata,
 piadosa fuera, e ingrata
 a los que la rezan dentro.
 Es, por las Indias, el Rey
 envidiado de los reyes,
 que entre sus bárbaras leyes
 conserva de Dios la ley.
 En esta tierra tan nueva,
 cuyo Dios [es] el oro y plata,
 que del mundo en cuanto trata
 fueron el Adán y Eva.
 Allí las piedras se ven
 de tantas minas sacar,
 y las perlas en el mar,
 blancas y pardas también,
 como dicen los poetas,
 que son quien las ve nacer.
INÉS: ¿Cierto?
TELLO: Puédeslo creer.
INÉS: ¡Qué mentiras tan discretas!
TELLO: Espántome yo de quien
 no sabe que la poesía
 es moral filosofía
 y que se adorna también,
 como de sentencias graves,
 de fábulas, cuales son
 el Fénix, oposición
 del Sol, en drogas suaves.
 Dime: ¿quién oyó cantar
 al cisne? Pues desa suerte
 nacer al alba se advierte
 la perla en conchas del mar.
 ¿Quién sabe que si primero
 mira al Basilisco el hombre,
 le mata, trocando el nombre?
 ¿Quién, cuando corre ligero
 por el mar un galeón,
 la rémora, le detiene?
 Pues esto misterio tiene,
 hermosura e invención.
INÉS: Calla, que viene don Juan.
 
Sale don JUAN
 
 
LEONOR: Señor mío, yo esperaba
 vuestra venida, que estaba
 como las perlas están
 esperando su rocío;
 mas mirad que amanecéis
 escuro, y que así pondréis
 como el vuestro el color mío.
 
JUAN: ¡Ay de mí!
LEONOR: ¿Cómo ay de mí?
 ¡Ay de entrambos, si por dicha
 nació de alguna desdicha
 que vos suspiréis ansí!
JUAN: Leonor mía, yo os perdí.
LEONOR: ¿Eso cómo puede ser
 siendo yo vuestra mujer?
JUAN: Porque jamás vi pesar
 que no viniese a pisar
 los pasos que da el placer.
 Sale el bien, y el mal detrás
 va sus estampas siguiendo.
LEONOR: No os entiendo.
JUAN: Ni yo entiendo
 que pueda decirte más.
 ¡Oh contento!, ¿dónde estás?
TELLO: Sin duda algún triste caso
 le obliga.
LEONOR: Mil muertes paso.
JUAN: Si el mal te alcanza, ¿a qué vienes
 bien? Pero siempre los bienes
 fueron muy cortos de paso.
LEONOR: Mil veces queréis matarme
 con tan declarada muerte.
JUAN: Es tan escura mi suerte,
 que no acierto a declararme.
LEONOR: Mi hermano quiere casarme
 con vos. ¿Qué podéis temer?
 Vuestra mujer he de ser.
JUAN: ¿Qué importa, Leonor hermosa,
 si, para ser envidiosa,
 es la fortuna mujer?
LEONOR: Ya no puedo yo sufrillo.
JUAN: Ni yo tan grave tormento,
 pues no digo lo que siento
 y me muero por decillo.
LEONOR: Ya, don Juan, me maravillo
 desos respetos cansados;
 decidme vuestros cuidados,
 que si son bienes perdidos,
 más que mataron sentidos
 suelen matar esperados.
JUAN: No sé por dónde, mi bien,
 pueda mi mal comenzar.
LEONOR: Por donde suele acabar,
 que es saberse mal o bien.
JUAN: Bien dices; pero también
 es cosa fuerte, por Dios.
LEONOR: ¿Por qué, sintiéndola vos?
 ¿Es más que la muerte fuerte?
JUAN: Es más fuerte que la muerte.
LEONOR: Pues matémonos los dos.
JUAN: Yo, sí, con tanto pesar.
TELLO: ¡Inés!
INÉS: ¿Qué quieres decir?
TELLO: Que pienso que han de pedir
 el recado de matar.
LEONOR: Mi hermano. . .
JUAN: Aquí es fuerza hablar,
 y sabrás males que, iguales,
 no lo son los más mortales.
LEONOR: Cruel avariento eres.
 ¿Qué harás del bien, si aun no quieres
 partir conmigo los males?
 
Sale Don LUIS
 
 
LUIS: Don Juan, ¿ha venido ya?
JUAN: Aquí os estaba esperando.
LUIS: Mucho os debo.
JUAN: No, es muy poco.
LUIS: ¿Qué responde don Bernardo?
JUAN: Una cosa bien notable.
LUIS: ¿Cómo?
JUAN: Que está enamorado
 de la señora Leonor,
 y que así podréis trocaros,
 ahorrando el dote, si sois
 a un mismo tiempo cuñados.
LUIS: Eso me viene de perlas.
JUAN: Perlas significan llanto.
LUIS: Porque siendo doña Blanca
 buena para mí, su hermano
 es bueno para Leonor.
JUAN: Y es el argumento claro;
 no hay sino trocar hermanas.
 
A INÉS
 
 
TELLO: (No he visto tan mal cruzado
 en cuantos bailes se han hecho;
 porque le yerran entrambos;
 que Leonor quiere a don Juan,
 y si en esto no me engaño,
 Blanca no quiere a don Luis;
 luego no es baile acertado.
INÉS: Muchas melindrosas vemos,
 y después todos los años,
 paren como unas conejas.
TELLO: Es buen año de gazapos.
INÉS: Lástima tengo a mi ama.
TELLO: Y yo mayor a mi amo,
 pues dices que ha de parir
 y él ha de morir de parto;
 pues partiéndose a Sevilla,
 morirá cuando partamos.
INÉS: ¿Cuál hombre murió de amor?
TELLO: De amor, no; mas de hambre tantos
 que aun no los mata la muerte,
 que ellos se mueren de flacos;
 este año no habrá gallinas.
INÉS: ¿Cómo?
TELLO: Porque los salvados
 que habían de comer comemos.
INÉS: Ya llueve el cielo milagros.
LUIS: En fin, ¿quedastes en esto?
JUAN: En esto, don Luis, quedamos,
 y hoy se harán escrituras.
LUIS: Vuestra tristeza he notado
 en que no me habláis con gusto.
 ¿Qué es la causa? ¿Fáltaos algo?
 Mi casa y mi vida es poco
 para serviros.
JUAN: Estando
 alegre de vuestras bodas,
 un pliego, don Luis, me han dado
 que me obliga a que me parta
 a Sevilla a cierto caso
 de importancia, y aun de pena;
 sin esto dejo un cuidado
 que en este lugar tenía;
 que ya como amigo os hablo.
LUIS: Pésame, pues este día
 en que os conozco y os trato
 os pierdo.
JUAN: No perderéis,
 que, a tanto amor obligado,
 toda vuestra casa llevo
 en el alma.
LUIS: Mucho tardo
 en pedirte el parabién.
LEONOR: ¿Qué parabién, si has quebrado
 la palabra que me diste
 de no casarte hasta tanto
 que me casases a mí?
LUIS: Sí la cumplo. ¿En qué te engaño?
 A don Bernardo te doy,
 con don Bernardo te caso,
 don Bernardo es caballero,
 don Bernardo es mi cuñado.
 ¿De qué te quejas, Leonor?
LEONOR: Deja tantos don Bernardos,
 que no le querré en mi vida,
 si como fue Veinticuatro,
 don Bernardo, de Sevilla,
 fuera Bernardo del Carpio.
LUIS: ¿Por qué?
LEONOR: Porque no es mi gusto.
LUIS: ¿No es tu gusto? Leonor, paso.
LEONOR: Pues descártate de novio,
 y pasemos entrambos
 a otra mano nuestros gustos.
LUIS: Tu padre soy.
LEONOR: Ni aun mi hermano.
LUIS: Mira que está aquí don Juan.
LEONOR: Por él lo que siento callo.
LUIS: Presto quedaremos solos,
 que andas muy libre.
LEONOR: Yo ando
 como debo a quien yo soy.
 
Vase. Al salir Don JUAN, ásele Doña
LEONOR
 
 
LUIS: Venid, don Juan.
LEONOR: Oye, ingrato.
JUAN: ¿Ingrato yo?
LEONOR: Sí.
JUAN: ¿Por qué,
 si te casas?
LEONOR: ¿Yo me caso?
JUAN: ¿Pues eso quieres negar?
LEONOR: ¿Y puedo yo confesarlo?
JUAN: Mira que se va don Luis
 y vuelve de cuando en cuando
 la cabeza a ver si voy.
LEONOR: ¿Qué importa?
JUAN: ¿Estás loca?
LEONOR: Y tanto,
 que le diré que por ti,
 si te vas.
JUAN: No hay desengaño
 para consolar mi amor.
 Ya vuelve, suéltame.
LEONOR: Aguardo
 a que me mate.
JUAN: Yo juro
 de no irme.
LEONOR: ¡Ay, hombres falsos!
TELLO: Inés, adiós.
INÉS: ¿Lloras?
TELLO: No.
INÉS: ¿Pues que?
TELLO: Tomaba tabaco.

Vanse

Fin del Primer Acto