Lope de Vega - Noche de San Juan(Acto Segundo)

Lope de Vega - Noche de San Juan: Comedia
Personajes | Acto I | Acto II | Acto III

Acto Segundo

Salen Doña BLANCA y ANTONIA
 
 
BLANCA: Largo día.
ANTONIA: Temerario.
BLANCA: Nunca le he visto mayor.
ANTONIA: Es, en secretos de amor,
 la luz el mayor contrario.
BLANCA: ¡Ay, noche, que siempre en ti
 libra amor sus esperanzas,
 corre, que si no le alcanzas
 no queda remedio en mí!
 Apresura el negro coche
 donde las mías están,
 ya que fuiste de San Juan,
 que es la más pública noche.
 De Europa, en el mar te baña
 sobre el amoroso toro,
 y ven con máscara de oro
 desde las Indias a España.
 Si, coronada de rosas,
 esperan otros amantes
 la aurora, yo los diamantes
 de tus alas perezosas.
 Despierta, noche, que estoy
 sin vida por ti. ¿Qué aguardas?
 Pero tanto más te tardas
 cuanto más voces te doy.
ANTONIA: Haste aliñado tan presto,
 que has hecho mayor el día.
BLANCA: Previene amor la osadía,
 y él me ha vestido y compuesto;
 que ya mi hermano ha sabido
 que quiero salir al Prado,
 porque con esto, engañado,
 no repare en el vestido.
 ¿Has avisado al cochero?
ANTONIA: ¿A las cuatro de la tarde
 le he de avisar?
BLANCA: ¡Qué cobarde
 me entretiene el bien que espero!
 Todo pienso que ha de ser
 estorbo a mi pretensión.
ANTONIA: La misma imaginación
 no te deja entretener.
 Suspende sólo un momento
 al pensamiento el cuidado.
BLANCA: Ya pienso, y lo que he pensado
 es el mismo pensamiento.
 ¿Aguardaré desta suerte
 a don Pedro?
ANTONIA: Tal estás,
 que, con ser mujer, me das
 mis ansias de hablarte y verte.
BLANCA: ¿Tendrá mi propio cuidado
 don Pedro?
ANTONIA: En la calle está.
BLANCA: ¿Podrá verme?
ANTONIA: Bien podrá;
 pero no será acertado.
BLANCA: ¿Si vio hacer las escrituras?
ANTONIA: Todo pienso que lo vio.
BLANCA: ¿Y quieres que tenga yo
 mis esperanzas seguras?
 Yo muero, y la noche duerme,
 ¡ay de mí!
ANTONIA: Sosiega un poco.
BLANCA: Mejor podrá mi amor loco
 matarme que entretenerme.
ANTONIA: Toma un libro que hay aquí
 de comedias.
BLANCA: ¿Para qué?
 Pues si es de amores, yo sé
 que él puede buscarla en mí.
 ¿No has visto aquellos afectos
 tan vivos de dos amantes?
 Pues di a los representantes
 que vengan a hurtarme afectos.
ANTONIA: A lo menos tú pudieras
 imitar sus relaciones
 con que tus locas pasiones,
 amorosa, entretuvieras.
BLANCA: Bien dices, y tú serás
 la criada de la dama.
ANTONIA: Di, que ya el vulgo te aclama,
 si acción a los versos das.
 porque en muchas ocasiones
 que prevenirle pretende,
 celebra lo que no entiende
 no más de por las acciones.
 
BLANCA: Una mañana de abril,
 cuando nueva sangre cobra
 cuanto en tierra, en aire, en agua
 o corre, o vuela, o se moja;
 cuando por los secos ramos
 nuevo humor pimpollos brota,
 en cuyas pequeñas cunas
 están los frutos sin forma;
 cuando filomenas dulces
 cantan, y piensan que lloran,
 haciendo músicos libros
 de los álamos las copas
 con achaques del color
 (invención de gente moza,
 que contra el recogimiento
 tal vez por remedio toma)
 bajé a la Casa del Campo,
 cuando la celeste concha,
 abierto el dorado nácar
 flores bañaba en aljófar.
 Llevaba por compañía
 esas dos esclavas solas,
 que por el color pudieran
 servir para el sol de sombra.
 Tuve licencia de entrar,
 y entre los cuadros que a Flora
 viste de tomillo el arte
 lazos de sus verdes orlas,
 anduve mirando fuentes
 que despeñadas se arrojan
 de la altura en que se crían
 a lo llano, en que se postran.
 Las nuevas rosas cogía
 de las ramas espinosas
 tan doncellas, que aun guardaban
 la clausura de las hojas.
 Las que mostraban color
 abríalas con la boca,
 trocando aliento con ellas
 por quedarme con la copia.
 Miraba otra vez atenta
 aquella estatua famosa
 del nieto de Carlos Quinto,
 que ya los cielos coronan;
 padre de nuestro divino
 monarca y señor, que adoran
 dos mundos, por quien España
 tantas esperanzas logra,
 y aquel valiente caballo,
 que renueva la memoria
 del que llevaron los griegos
 fatal engaño de Troya,
 tan vivo, que imaginaba
 que escuchara temerosa
 los relinchos por Atlante
 de tanta grandeza heroica.
 Un obelisco de mármol
 no lejos, por unas diosas
 y sátiros vierte plata
 sobre las inquietas ondas.
 Hay unos olmos enfrente,
 que de yedras trepadoras
 han hecho eternos vestidos,
 galas de su verde pompa.
 Allí me senté cansada,
 cuando por la senda propia
 vino don Pedro a matarme,
 que yo no pienso otra cosa.
 Mira tú si son estrellas
 las que las almas provocan;
 pues se me turbó la mía
 con unas nuevas congojas.
 Aquí puedes tú pensar
 qué palabras, qué lisonjas
 me diría, cuando a un hombre
 la soledad ocasiona.
 Allí entró por las esclavas,
 esto del sol y la sombra,
 y que tras la noche negra
 venía la blanca aurora.
 Que era yo la primavera,
 y que presidiendo a todas
 las flores, las repartía
 colores blancas y rojas.
 Oíle, y vi ser verdad,
 que no importa que la honra
 sea diamante, cuando hay cera
 por donde ternezas oiga.
 Como si le hubiera visto
 y concertado las horas
 que había de estar allí,
 hace que a los pies me pongan
 una toalla, dos cajas,
 ésta azahar, aquélla alcorzas.
 Y muy hallado conmigo,
 suena la música ronca
 en un cubo que traía
 su poco de cantimplora
 (y de plata, por lo menos).
 Y quitándole a una bota,
 de aquello que a un hombre afrenta
 una torneada gorra,
 enjuaga un criado aprisa
 una cristalina copa
 y me brinda el tal galán,
 como si fuera su novia.
 Para este brindis había
 una colorada lonja,
 por quien Garrobillas hace
 que gasten tantas arrobas.
 Yo atónita del suceso
 y del hombre estaba absorta,
 y comiendo por los ojos,
 aun no acertaba a la boca.
 Acabóse aquesta fiesta
 y comenzamos por otra,
 que fue pedirme una mano.
 (Tengo por cosa notoria
 que compañeros de mesa
 luego apelan a las bodas.)
 Allí le dije quién era,
 y él, la cara vergonzosa,
 retira la mano al pecho
 y el pensamiento reporta.
 Pidióme perdón, humilde,
 y perdonéle, amorosa;
 que quien ofensas desea,
 a pocos ruegos perdona.
 Y en tanto que los criados
 (hallados ya con las moras,
 que, al ejemplo de los dueños,
 fácilmente se conforman)
 de segunda mesa estaban
 atentos a lo que sobra,
 presumiendo que tenían
 para su señor señora.
 Con notable cortesía,
 me contó de su persona
 y casa, bien cuerdamente,
 una bien trazada historia.
 Allí supe de sus pleitos,
 que no era jornada ociosa
 supe su nombre, y su patria
 que era, en Navarra, Pamplona.
 Con esto se iba encendiendo
 del sol la dorada antorcha;
 con que me volví a la villa,
 y él de mi casa se informa,
 donde papeles, deseos
 y terceras amorosas
 de mi voluntad le dieron
 la merecida victoria.
 Tú sabes ya lo demás.
 Este fué el principio, Antonia,
 deste suceso, a quien ya
 sólo para ser su esposa
 me falta que aquesta noche
 sus estrellas me socorran.
 Y no más, porque mi hermano
 de ver su cuñado torna.
 Amor, si eres dios, ¿qué esperas?
 Así olorosos aromas
 te sacrifiquen amantes
 que favorezcas ahora
 mi pretensión, pues es justa,
 para que yo reconozca
 que remuneras las penas
 con las merecidas glorias.
 
Sale don BERNARDO
 
 
BERNARDO: En el hábito en que estás
 y en la corta bizarría
 echo de ver, Blanca mía,
 que esta noche al campo vas.
 ¿Quieres hacerme un placer,
 pues que yo te dejo ir?
BLANCA: ¿En qué te puedo servir?
BERNARDO: Merced me puedes hacer.
 Vete en cas de mi Leonor,
 pues que ya somos hermanos,
 y besarásle las manos;
 paga, que es justo su amor;
 y las dos os podréis ir
 juntas esta noche al Prado.
BLANCA: Tú verás con el cuidado
 que yo la voy a servir.
BERNARDO: Yo te daré que la lleves,
 como que es tuya, una joya.
BLANCA: ¡Bravo amor!
BERNARDO: ¡Ardese Troya!
 muestra el amor que me debes.
BLANCA: ¿Dónde está la joya?
BERNARDO: Ven
 y escoge de las que traigo.
BLANCA: ¿Tú liberal? Mas ya caigo,
 Bernardo, en que quieres bien.
 (Los cielos me dan favor Aparte
 contra el mayor enemigo.
BERNARDO: ¡Qué murmuras, Blanca?
BLANCA: Digo
 que es muy hermosa Leonor.
BERNARDO: Dila mil cosas de mí,
 que quiero que la enamores.
BLANCA: Toda esta noche es de amores.
 ¡Oh, si amaneciese ansí!
 
Vanse. Salen Doña LEONOR e
INÉS
 
 
LEONOR: No trates de consolarme,
 que es consolarme ofenderme.
INÉS: ¿Adónde vas?
LEONOR: A perderme.
INÉS: ¿Qué piensas hacer?
LEONOR: Matarme;
 que no puede remediarme
 sino la muerte en tan fuerte
 desdicha.
INÉS: Señora, advierte. . .
LEONOR: No tienes que me advertir,
 que el más penoso morir
 es dilatando la muerte.
 ¡Ausentarse nos bastaba
 don Juan, que es luz de mis ojos,
 sin añadir los enojos
 de una violencia tan brava!
 Si mi hermano se casaba,
 ¿por qué me casaba a mí?
 Pero si a don Juan perdí,
 saldrá don Luis con matarme,
 mas no saldrá con casarme,
 puesto que haya dado el sí.
 Cánsese en locos intentos,
 más que el mar deshace espumas,
 que dagas no son las plumas
 que firman los casamientos;
 antes son los fundamentos,
 cuando no los junta amor,
 para apartarlos mejor;
 y esto de daga de hermano
 es tempestad de verano:
 poco rayo y gran temor.
INÉS: ¿De qué te espantas que huya
 de verte casar don Juan,
 puesto que tan cerca están
 de que todo se concluya?
LEONOR: A ser firmeza la suya,
 él viera que no podía
 vencer la muerte a la mía;
 mas como no la hay en él,
 por no matarme cruel,
 inconstante se desvía.
 
Sale TELLO, de camino
 
 
INÉS: ¿Quién viene aquí?
TELLO: ¿No lo ves?
INÉS: ¿Es Tello?
TELLO: Linda razón,
 Echame la bendición
 y dame, Leonor, los pies.
LEONOR: ¿Qué es esto?
TELLO: Partir, Señora.
LEONOR: ¿Partir? ¿Con tal brevedad?
 No tiene de sí piedad,
 Tello, quien se aparte agora,
 pues víspera de San Juan.
TELLO: Somos de Mantua marqueses,
 que por los ríos franceses
 la caza buscando van.
 Los tiempos son calurosos;
 pienso que Sierra Morena
 nos ha de dar mala cena,
 aunque hay conejos famosos;
 si bien no tienen igual
 con el Parque de Madrid.
LEONOR: Partid, ingratos, partid,
 para qué dejéis mortal
 una mujer que engañastes.
TELLO: ¿Yo, señora?
LEONOR: Sí, los dos;
 que habéis de dar cuenta a Dios
 del daño que me causastes.
TELLO: De Inés vaya, mas ¿de ti?
LEONOR: Tú, traidor, fuiste el primero
 pintándome caballero
 a un ladrón.
TELLO: ¿Ladrón?
LEONOR: Sí.
TELLO: ¿Sí?
 Antes hasta el nombre tiene
 hurtado.
LEONOR: Eso digo yo;
 que quien hasta el nombre hurtó
 este nombre le conviene.
TELLO: Pues yo tengo imaginado
 que fuera, Leonor discreta,
 mejor para ser poeta,
 porque fuera todo hurtado.
 Mas sé, que si visto hubieras
 lo que este pobre ha pasado,
 que restituyó lo hurtado,
 y aun lo por hurtar, dijeras.
 Ha hecho cosas crueles
 consigo, y tanto lloró,
 que pienso que jabonó
 con lágrimas tus papeles.
 No ha comido ni he podido
 hacer que tome un bizcocho;
 que hoy, Leonor, desde las ocho
 ayuna al partir Cupido.
 Allá, con razones tibias,
 dice que muere en tu fe,
 por más que le prediqué
 en un púlpito de Esquivias.
 Cuando vió traer las mulas,
 campanillas de un ausente
 (no sé cómo este accidente
 sin lágrimas disimulas),
 la manga desabotona
 del jubón y rompe aprisa
 la trenza de la camisa.
 No de romana matrona,
 sino de Scévola brazo,
 toma un cuchillo; yo corro
 al socorro, y el socorro
 se me volvió puntillazo,
 con que dando en un baúl
 en esta pierna, al contrario,
 un hábito trinitario
 traigo entre rojo y azul.
 Luego, por huir, topé
 con la esquina de un bufete,
 que es bufón que se entremete,
 o golpe o estorbo fué,
 y metióme en la barriga
 la esquina de tal manera,
 que dando pasos afuera
 anduve de viga en viga,
 hasta que di sobre un arca,
 adonde sin ser yo mona,
 haciéndome de corona
 vine a quedar por monarca.
LEONOR: Y el cuchillo, ¿en qué paró?
TELLO: Que, sin mandarlo Avicena,
 del corazón en la vena
 con la punta se picó.
 Mojó en la sangre una pluma,
 y apercibiendo papel,
 escribió con ella en él
 de sus desdichas la suma.
 Pelícano, en fin, Leonor,
 si no cernícalo, ha sido,
 que estoy, por mal prevenido,
 baldado de cazador.
LEONOR: Muestra, aquí dice: "Estas son
 hoy de mi fe las postreras
 reliquias." Alma, ¿qué esperas?
 Voy a echarme del balcón.
INÉS: ¿Señora?
TELLO: ¡Señora!
INÉS: Tente.
TELLO: Detente.
INÉS: ¿Estás loca?
LEONOR: Sí.
 Mataréme desde aquí
 luego que don Juan se ausente.
 Por eso dile que venga
 a verme, o que muerta soy.
TELLO: Espera, yo iré, ya voy.
LEONOR: Pues venga, y no se detenga,
 que si en la mula le veo,
 me arrojaré del balcón.
TELLO: Caerás en el pozo airón.
LEONOR: ¿Qué infierno como un deseo?
TELLO: ¡Oh, Hero, de gran valor!
 ¡Oh Leandro, que nadando
 vas en una mula, cuando
 navegas el mar de amor! (Vase.)
INÉS: Impertinente has estado
 en este necio coloquio.
LEONOR: Pues escucha un soliloquio,
 de mis desdichas traslado.
INÉS: No, por Dios, que son efetos
 de menos satisfacción
 y quitarás de invención
 lo que gastes de concetos.
 Poco más o menos, sé
 cuanto me puedes decir.

Salen Don JUAN, de camino, y TELLO
 
 
JUAN: ¿Que no me puedo partir?
TELLO: Ya no es posible.
JUAN: ¿Por qué?
 
LEONOR: ¡Jesús! ¿don Juan de camino?
INÉS: Desmayóse.
TELLO: Llega presto.
JUAN: Buenas andan mis desdichas,
 buenos van mis pensamientos.
 ¡Leonor!, ¡ah, Leonor!
TELLO: Murióse.
JUAN: ¿Cómo murióse? En los cielos
 (si hay soplo que a tanto baste)
 se morirá el sol primero.
 Aquí, estrellas, que se eclipsa
 la luna deste hemisferio.
 Si soy la tierra, ¡ay de mí!,
 que vine a ponerme en medio.
 Aquí, celestiales luces,
 hermoso planeta Venus,
 que no habrá amor en el mundo
 y será su fin más presto.
 Aquí, polos, que tenéis
 de los cielos el gobierno,
 diamantes desenclavados
 de aquellos dorados techos.
 Primavera, que se mueren
 las rosas, acudid presto.
 Campos, mirad que os espera
 un luto de eterno invierno.
 Excelsos montes de nieve
 ésta falta en vuestros puertos,
 ¡adónde iréis por blancura
 que encubra vuestros defetos?
 Dadme esas manos, mi bien,
 ¡es posible, hermoso hielo,
 que no te despierta Fénix,
 el sol de mi ardiente fuego?
 ¡Ay, elementos, haced
 llanto! El aire, por su aliento
 aromático; las aguas,
 por el cristal de su pecho;
 la tierra, por tantas flores,
 y por tanta luz, el fuego.
 Ea, ¿qué aguardáis? Venid,
 sol, estrellas, luna, Venus,
 polos, montes, nieves, campos,
 agua, fuego tierra y vientos.
 Pues esto sufrís, cielos,
 ya el mundo se acabó, su sol se ha muerto.
TELLO: Nunca te he visto ensartar,
 con relámpagos y truenos,
 tantos desatinos juntos.
JUAN: Pues ¿qué quieres, si no veo
 señal de cielo en sus ojos,
 señal de azahar en su aliento?
 Oh, nunca pasara el mar,
 o al través diera mi leño
 en la canal de Bahama;
 fuérase a pique hasta el centro
 el navío en que venimos
 sepultara el mar mi cuerpo.
TELLO: ¿Y qué hicieran a Leonor
 los demás que estaban dentro,
 viniendo a lograr a España
 sus trabajos y sus pesos?
 ¡Por Dios, que había de pedir
 prestada para aquel tiempo
 su ballena al buen Madrid
 para meterme en su pecho!
JUAN: Quéjate, España, de mí,
 que a Colón he sido opuesto;
 que él trujo a España las Indias
 y yo sin Indias la dejo.
 Aquí la plata y el oro,
 para siempre se perdieron,
 las piedras y los diamantes.
TELLO: Ea, di que marineros
 y maestros y pilotos
 aprendan oficios nuevos;
 que buenas quedan las Indias,
 si quedan, por tus enredos,
 sin Cerro de Potosí,
 que vale infinitos pesos.
JUAN: Tello, yo no quiero vida;
 yo no quiero vida, Tello.
TELLO: Pues, ¿quién te ruega con ello?
JUAN: Ya no me queda remedio.
 Pues esto sufrís, cielos,
 ya el mundo se acabó, su sol se ha muerto.
 
LEONOR vuelve en sí
 
 
LEONOR: ¿Qué es esto, Inés? ¿Quién da voces?
INÉS: Albricias, señor, que ha vuelto
 del desmayo.
JUAN: ¡Leonor mía!
LEONOR: ¿Quién me llama?
JUAN: Ya volvieron
 el sol, la aurora, y el día,
 cielos, a su ser primero.
LEONOR: Atenta, cruel don Juan,
 a tus engaños, que han hecho
 sirenas del mar de amor
 mis desdichas y tu ingenio;
 no te quise interrumpir,
 por ver si en tantos enredos
 hallaba alguna verdad,
 de tu sentimiento ejemplo.
 Pero si alguna lo ha sido,
 ¿qué furia, qué movimiento
 de tu condición mudable
 te lleva a matarme, haciendo
 culpa la firmeza en mí
 con que te adoro y respeto?
 Que quien los respetos culpa,
 no quiere estimar los yerros,
 porque temerá que se hagan
 quien se ha de obligar con ellos.
 No es culpa la que procede
 de la fuerza, ni yo tengo
 más ley que tu voluntad,
 más fe que tu pensamiento.
 Dime tú, pues que de mí
 te dió el cielo el mero imperio:
 "Leonor, en esta desdicha
 este remedio tenemos";
 que si fuere atropellar
 vida, honor, hermanos, deudos,
 patria, y aun alma, aquí estoy.
JUAN: ¿Es eso cierto?
LEONOR: Y tan cierto
 que no hay a la ejecución
 un átomo solo en medio.
 Pues dame esa mano, y vamos
 donde firme juramento
 para siempre nos obligue,
 que ya con su manto negro
 nos viene a cubrir la noche,
 y sin ser vistos podremos
 salir, llegar y jurar;
 que depositada luego,
 en voluntades conformes,
 ¿qué importan fuerzas ni pleitos?
LEONOR: Inés, toma tú mis joyas,
 y cuando aquí vuelva Tello
 venid entrambos adonde
 él te enseñe y yo te espero.
 ¿Es amor esta locura?
 ¿Es lealtad este deseo?
 ¿Es verdad esta fineza?
JUAN: Tú, como del alma dueño,
 te responde. Tello, vamos,
 que esta noche por lo menos
 sí se alabare del hurto,
 no del prestado silencio,
 que entre tanta gente y voces
 seguros, señora, iremos,
 que lo que suele estorbar,
 sirve agora de remedio.
 Si dejar por su marido
 casa y padre es ley del cielo,
 ¿a quién ofendo en dejarlo,
 pues hoy al cielo obedezco?
 
Vanse los dos
 
 
TELLO: Plegue a Dios que no tengamos
 mal San Juan.
INÉS: ¡Ay, Tello, temo
 la condición de su hermano;
 que ser don Juan caballero
 de tanto valor, no importa,
 pues con este casamiento
 el de Blanca queda en blanco;
 fuera de no ser bien hecho
 sacarle su hermana ansí.
TELLO: No quiso hablar mi escarmiento;
 que si por lo del cuchillo
 me vi entre sus manos muerto,
 con esta ocasión ¿qué hiciera?
 ¡Oh, amantes!: ¿Qué atrevimiento
 perdona vuestra locura?
 Voy a seguirlos, que pienso
 que habrá menester las manos.
INÉS: Yo, Tello, entretanto, quiero
 sacar joyas y vestidos.
TELLO: Yo vendré por ti y por ellos.
 
Vase TELLO. Sale Don LUIS dirigiéndose a
alguien dentro

 
LUIS: Di, Fernando, a Marcial que saque el coche
 porque es breve la noche,
 y la puedan gozar en Soto o Prado.
INÉS: (Don Luis es éste; toda me ha turbado.) Aparte
LUIS: Inés, ¿adónde está Leonor, mi hermana?
 Que querría que fuese por mi esposa
 para que juntas esta noche hermosa
 (pues hace competencia al mejor día)
 comenzasen tan dulce compañía
 en músicas, en álamos y en fuentes.
INÉS: No habéis estado en eso diferentes,
 que ya, señor, tu pensamiento hurtado
 por ella fué para llevarla al Prado.
LUIS: ¡Oh qué placer me ha hecho, al fin discreta!
 ¿Qué paz puedo esperar que no prometa
 anticiparse a visitar a Blanca?
 Hoy le pienso añadir, con mano franca,
 dos mil escudos más.
INÉS: Eres gallardo.
LUIS: Dile, si aquí viniere don Bernardo,
 que ella y Leonor al Prado juntas fueron,
 pues tengo por sin duda que se vieron.
 
Vanse, y salen don JUAN, TELLO y LEONOR, ella con
capotillo, sombrero y enaguas
 
 
JUAN: No fue Paris más contento
 a embarcarse para Troya
 con aquella griega joya
 que yo contigo me siento,
 ni de aquel robo violento
 de Briseida y Hesión,
 Aquiles y Telamón,
 ni Saturno con Filira,
 ni Neso con Deyanira,
 ni con Medea Jasón.
 Que aunque la gloria de verte
 en mi poder es tan alta,
 que solamente le falta,
 bella Leonor, merecerte,
 pudiera, a no ser tan fuerte
 de tu afición el valor,
 que se atreviera al honor;
 mas llegar una mujer
 a no tener que temer,
 pasa a cuanto puede amor.
 Sólo me ha causado pena
 la confusión de la gente
 atrevida e insolente,
 que por todas partes suena.
 La plaza de luces llena,
 ¿cómo estará sin testigo
 donde lo es el más amigo?
 No sé qué calle seguir;
 que mal me puedo encubrir
 llevando mi sol conmigo.
LEONOR: Aunque pretende el temor
 vencer la dulce osadía
 de mi amor, con más porfía
 vuelve a la batalla amor.
 Ya no temo su rigor,
 porque llegar a temer
 era dejar de querer,
 y no quiero yo dejar
 de quererte por hallar
 disculpa de ser mujer.
 Toda nuestra cobardía
 hasta los peligros es,
 teme el ser; pero después
 se convierte en valentía
 en la primer osadía
 de una mujer que hoy lloramos,
 culpadas todas estamos
 mas cuantas después nacimos,
 aquel daño que os hicimos
 con estos yerros pagamos.
 El que yo contigo espero
 como castigo me alcanza,
 que nos queréis por venganza
 de aquel engaño primero;
 pero yo, don Juan, te quiero
 (con ánimo de perder
 la vida) tanto, que el ser
 en hombre viene a mudarse,
 porque hasta determinarse
 es una mujer mujer.
TELLO: En vano el tiempo gastáis
 donde el peligro os avisa
 que en el espacio a la prisa
 vuestro remedio libráis;
 ya que en la estacada estáis,
 vencer importa el morir.
JUAN: Cuanto me puedes decir,
 Leonor, de tus obras creo.
TELLO: Por esta calle es rodeo,
 por ésta podemos ir.
JUAN: Yo pienso que favorece
 la confusión nuestro engaño.
LEONOR: Sólo el conocerme es daño,
 que en tanto bien me entristece.
JUAN: Tanto el alboroto crece,
 que ya parece locura.
TELLO: Por eso mismo procura
 tanta dama, tanto coche,
 hacer que tenga esta noche
 por variedad hermosura.
 
Tres mozos con capas de color, broqueles y espadas:
OCTAVIO, MENDOZA, y CELIO
 
 
OCTAVIO: ¡Bravo altar!
MENDOZA: Es muy Bautista
 aquella dama, aunque pasa
 no por desierto su casa,
 según cierto coronista.
CELIO: La oración, desa manera,
 no será para casarse.
OCTAVIO: ¿No es linda?
MENDOZA: Con enmoñarse,
 siendo otoño es primavera.
CELIO: El vestido mucho ayuda.
MENDOZA: ¿Nunca se ha de desnudar?
 ¿Ha la de andar a buscar
 el galán si se desnuda?
OCTAVIO: Notable pontifical
 en esta edad viene a ser
 un vestido de mujer.
CELIO: No hay en el mundo caudal
 para chapines y randas,
 pero todo lo merecen.
MENDOZA: Brava guerra nos ofrecen
 con las celadas y bandas.
OCTAVIO: Allí va cierto gazmonio
 con su servicio.
CELIO: ¿De quién?
OCTAVIO: Del diablo.
CELIO: Tratalde bien,
 que puede ser matrimonio.
 
MENDOZA: ¿Ah, señor, el de la ninfa?
 ¿es de Esgueva o Manzanares?
JUAN: Calla, Tello, y no respondas.
TELLO: No tendrá paciencia un ángel.
CELIO: ¿Es alquilada o es propia?
OCTAVIO: ¿Dónde la lleva el bergante?
MENDOZA: ¿Cómo no lleva tendidos
 los cabellos virginales?
 Que crecen mucho esta noche,
 según los viejos romances.
OCTAVIO: No es de mal monte la leña,
 pues entre dos se reparte.
CELIO: ¡Cómo calla el socarrón!
MENDOZA: ¿Qué os espantáis de que calle,
 si está enseñado a callar?
TELLO: ¿Esto quieres tú que pase?
JUAN: Calla, Tello.
TELLO: Ya no puedo.
 Pícaros, si ya vinagres
 salís de alguna despensa,
 cueros vivos, hombres zaques,
 oliendo a tabaco el alma
 y las narices a parches,
 ¡por vida del rey de espadas,
 que si saco la de Juanes
 que ese quedará con vida,
 que huya y que no le alcance!
OCTAVIO: ¡Oh, qué gracioso mandicho
 es el que la lleva y trae!
JUAN: Tello, ¿estás loco?
TELLO: ¿Esto sufres?
 ¡Afuera!
JUAN: Voy a ayudarle.
LEONOR: Detente, don Juan, detente.
JUAN: Déjame, por Dios. ¡Cobardes,
 haced como habláis!
OCTAVIO: Justicia
 viene.
JUAN: ¿Ya buscáis achaques?
LEONOR: Triste de mí, qué he de hacer?
 ¿Hay desdicha más notable?
 Si me conocen, soy muerta;
 quiero en esta casa entrarme.

Salen ALGUACILES y gente
 
 
ALGUACIL: ¡Téngase al rey!
JUAN: Los que huyen
 se tengan, que es gente infame;
 que yo soy un caballero
 que estoy a negocios graves
 en la corte, y me quisieron,
 con palabras arrogantes,
 afrentar sin darles causa.
ALGUACIL: Y él, ¿quién es?
TELLO: Soy platicante
 de caballero, que ha poco
 que navega en estos mares,
 ¿Salté manda en qué le sirva?
ALGUACIL: Vengan los dos a la cárcel.
TELLO: ¿Cómo a la cárcel?
JUAN: (No veo Aparte
 a Leonor.)
TELLO: ¿Salté no sabe
 que es aquesta noche libre?
ALGUACIL: Allí va el señor Alcalde;
 vengan y hablarán con él.
JUAN: Vamos, que yo quiero hablarle,
 y sabrán vuesas mercedes
 la mucha que a mí me hace.
ALGUACIL: Vengan por aquí.
JUAN: (¡Ay, Leonor! Aparte
 Luego volveré a buscarte,
 si no es tanta mi desdicha
 que me detenga o me mate.)
 
Cuando los van llevando sale Don PEDRO y dice a uno
dellos
 
 
PEDRO: ¡Ah, caballero, qué es esto?
ESCRIBANO: Cuchilladas, disparates
 de esta noche.
PEDRO: ¡Era a mi puerta!
ESCRIBANO: ¿Mandáis más?
PEDRO: Que Dios os guarde.
 
 Cansado de esperarte,
 hermosa Blanca, de tu calle vengo,
 y no pudiendo hallarte,
 apenas alma ni esperanza tengo.
 ¡Ay Dios! si te ha forzado
 tu hermano al casamiento concertado?
 Es este pensamiento,
 forzado soy a despedir la vida,
 que si del casamiento
 cumpliste la escritura prometida
 y a la mía faltaste,
 al umbral de la muerte me dejaste.
 Música y grita suena;
 todos se alegran, todos son dichosos;
 yo, sólo, en tanta pena,
 no puedo alzar los ojos envidiosos;
 que no hay mayor desdicha
 que no tener entre dichosos dicha.
 
Salen con guitarras y sonajas y canten
así:
 
 
MUSICA: "Salen de Sanlúcar,
 rompiendo el agua,
 a la Torre del Oro
 barcos de plata.
 Verdes tienes los ojos,
 niña, los jueves,
 que si fueran azules,
 no fueran verdes.
 Salen de Valencia,
 noche de San Juan,
 dos pescadas saladas
 al fresco del mar."
 
Éntrense en grito y regocijo, y diga Don
PEDRO
 
 
PEDRO: Envidio el contento y gusto
 con que estos cantando van.
 ¿Que en la noche de San Juan
 sólo yo tenga disgusto?
 Yo sólo, amor, siempre injusto,
 por tus mudanzas indigno
 de tener nombre divino,
 dudoso entre el bien y el mal,
 del contento general
 soy en Madrid peregrino.
 Ya no tengo qué esperar,
 que en esta nueva mudanza
 aun no quiere la esperanza
 acompañar mi pesar.
 Ya quiere el alba llorar,
 pues ¿qué quieren mis desvelos?
 Ya sus cristalinos hielos
 ensartan perlas en flores,
 o los fingen mis temores,
 que vuelven los cielos celos.
 Quiero en mi posada entrar,
 aunque sé que no a dormir;
 que no haré poco en vivir
 si Blanca se ha de casar.
 Aquí siento suspirar;
 parece en la voz mujer.
 ¿Si ella vino? Puede ser
 que me aguarde con temor.
 La honra te vuelvo, amor,
 y conozco tu poder.
 
 ¿Eres tú, mi bien? Pues calla,
 no debe de ser. ¿Quién va?
LEONOR: Una mujer.
PEDRO: Ella es.
 ¿Ha mucho, mi bien, que estás
 esperándome? Perdona,
 que con amor pude errar
 en ir a buscarte. Dame
 los brazos, y entre, que ya
 mi casa te espera, dueño.
LEONOR: Y yo estaba, de esperar,
 sin vida, Teneos, ¡ay, Dios!,
 que ni soy la que esperáis
 ni vos sois lo que yo espero.
PEDRO: Decís muy bien: perdonad.
 ¿Pero cómo estáis aquí?
 Que he venido a recelar
 que alguna traición me han hecho.
LEONOR: Advertid que os engañáis.
 Bien podéis estar seguro
 que una airada tempestad
 de desdichas me ha traído.
 No puedo deciros más.
PEDRO: ¿Quién está con vos?
LEONOR: Si digo,
 señor, quién conmigo está,
 no es mucho que imaginéis
 el peligro que ignoráis;
 porque son tantos mis males,
 que por ventura podrán
 invisibles basiliscos,
 sólo mirando matar.
 Huid de verme y de hablarme,
 que son veneno mortal
 los males que fueron bienes.
PEDRO: Dejad los ojos, y hablad.
LEONOR: Quieren divertir mi pena
 con hablar y con llorar,
 cual a gusano de seda
 en truenos de tempestad,
 hacen al alma ruido
 porque no sienta mi mal.
 Con un caballero, a quien
 debo honesta voluntad,
 iba de la mano. ¡Ay, triste,
 cómo es imposible hallar
 a contradicción divina
 humana seguridad!
 ¡Qué fiesta habrá sin desdicha!
 ¡Qué contento sin azar!
 ¡Qué gusto sin su enemigo!
 ¡Qué bien sin dificultad!
 Criado y señor parecen,
 juntos siempre, el bien y el mal.
 Nunca el bien delante viene
 sin venir el mal detrás.
 Acuchilláronle aquí,
 pienso que muerto le habrán
 unos hombres que tenían
 por alma su necedad.
 Es privilegio del vulgo,
 en estando junto, hablar
 con libertad, e imposible
 castigar su libertad.
 Aquí me entré de temor,
 y cansada de esperar
 lloré perderle y perderme,
 porque todo ha sido igual.
 Pues en el talle y el traje
 ser caballero mostráis,
 amparad una mujer,
 ya por ser este lugar
 donde la halláis vuestra casa,
 ya porque obligado estáis
 a vuestro respeto mismo,
 que no le podéis negar,
 a título de ser noble,
 la obligación natural.
PEDRO: Extraña desdicha ha sido
 la vuestra; mas puede os dar
 consuelo que no es la mía
 a la vuestra desigual.
 A nuestros perdidos dueños
 podemos los dos llorar,
 el mío, porque no viene,
 y el vuestro, porque se va.
 Yo vi llevar unos hombres
 presos; pienso que serán
 los que decís; buenos iban,
 bien os podéis sosegar.
 Sólo de vos saber quiero
 el consejo que tomáis
 para que pueda serviros,
 que vuestro término da,
 traje y discreción, indicios
 de ser mujer principal.
 Mirad si os está mejor
 que a vuestra casa volváis,
 o queréis que venga el día
 si tenéis peligro allá;
 pues no es posible que tarde,
 que ya parece que dan
 de la risa del aurora
 aquellas nubes señal.
 Y parece que los montes
 lo verde argentando están
 por la espalda de la noche
 líneas de plata oriental.
 Aquí tendréis aposento,
 criadas honradas hay;
 mozo soy, no soy casado,
 no habrá celos, no temáis;
 aun no he vendido lo libre,
 si bien lo quise emplear
 en este bien que me falta.
 Dios sabe si volverá.
 Yo iré a la cárcel mañana
 a saber de ese galán,
 tan dichoso como yo,
 si perdió lo que lloráis;
 que por la misma fortuna
 bien nos podemos juntar,
 pues caminos y desdichas
 siempre hicieron amistad.
LEONOR: Aquí será bien quedarme,
 si vos licencia me dais,
 hasta que sepáis mañana
 si fué mi temor verdad.
 Que cuando sepáis quién soy,
 mi nombre y mi calidad
 (que agora es fuerza encubriros),
 yo sé que no os pesará
 de haberme dado favor
PEDRO: Bastantes indicios dais.
 Caballero soy, segura
 vuestro honor podéis fiar
 de mi nobleza y mi celo.
LEONOR: Conozco la voluntad
 con que ayudáis mi fortuna
 y mi temor animáis.
PEDRO: Extrañas cosas suceden
 una noche de San Juan.
LEONOR: (¡Ay, don Juan!) Aparte
PEDRO: (¡Ay, Blanca! ¡Ay, cielos! Aparte
 ¿Cómo es posible esperar
 que amanezca con más bien
 quien anochece tan mal?)

Fin del Segundo Acto