Calderón de la Barca - La Dama Duende (Acto Primero)
Acto PrimeroSalen don MANUEL y COSME, de camino |
Vanse y salen doña ÁNGELA e ISABEL ÁNGELA: Vuélveme a dar, Isabel, esas tocas. ¡Pena esquiva! Vuelve a amortajarme viva ya que mi suerte crüel lo quiere así. ISABEL: Toma presto porque, si tu hermano viene y alguna sospecha tiene, no la confirme con esto de hallarte de esta manera que hoy en palacio te vio. ÁNGELA: ¡Válgame el cielo, que yo entre dos paredes muera, donde apenas el sol sabe quien soy! Pues la pena mía en el término del día ni se contiene, ni cabe donde inconstante la luna que aprende influjos de mí, no puede decir "Ya vi que lloraba su fortuna." Donde, en efecto, encerrada, sin libertad he vivido, porque enviudé de un marido, con dos hermanos casada. Y luego delito sea sin que toque en liviandad, depuesta la autoridad ir donde tapada vea un teatro en quien la fama para su aplauso inmortal con acentos de metal a voces de bronce llama. ¡Suerte injusta! ¡Dura estrella! ISABEL: Señora, no tiene duda de que mirándote viuda, tan moza, bizarra y bella, tus hermanos cuidadosos te celen, porque este estado es el más ocasionado a delitos amorosos. Y más en la corte hoy donde se han dado en usar unas viuditas de azahar; que al cielo mil gracias doy cuando en las calles las veo tan honestas, tan fruncidas, tan beatas y aturdidas, y en quedándose en mateo es el mirarlas contento, pues sin toca y devoción faltan más a cualquier son que una pelota de viento. Y este discurso doblado para otro tiempo, señora, como no habemos agora en el forastero hablado a quien tu honor encargaste y tu galán hoy hiciste. ÁNGELA: Parece que me leíste el alma en eso que hablaste. Cuidadosa me ha tenido no por él, sino por mí, porque después cuando oí de las cuchilladas rüido, me puse--mas son quimeras-- Isabel, a imaginar que él había de tomar mi disgusto tan de veras, que había de sacar la espada en mi defensa. Yo fui necia en empeñarle así; mas una mujer turbada, ¿qué mira, o qué considera? ISABEL: Yo no sé si lo estorbó, mas sé que no nos siguió tu hermano más. ÁNGELA: ¡Oye, espera! Sale don LUIS LUIS: ¿Ángela? ÁNGELA: Hermano y señor, turbado y confuso vienes. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué tienes? LUIS: Harto tengo, tengo honor. ÁNGELA: (¡Ay de mí! Sin duda es Aparte que don Luis me conoció.) LUIS: Y así siento mucho yo que te estime poco. ÁNGELA: Pues, ¿has tenido algún disgusto? LUIS: Lo peor es, cuando vengo a verte, el disgusto tanto que tuve, Ángela. ISABEL: (¡Otro susto!) Aparte ÁNGELA: Pues yo, ¿n qué te puedo dar, hermano, disgusto? Advierte... LUIS: Tú eres la causa, y el verte... ÁNGELA: (¡Ay de mí!) Aparte LUIS: ...Ángela estimar tan poco, de nuestro hermano. ÁNGELA: (¡Eso sí!) Aparte LUIS: Pues cuando vienes con los disgustos que tienes, cuidados te dé, no en vano. El enojo que tenía, con el huésped me pagó, pues, sin conocerle yo, hoy le [he] herido en profecía. ÁNGELA: Pues, ¿cómo fue? LUIS: Entré en la plaza de palacio, hermano, a pie, hasta el palenque, porque toda la desembaraza de coches, y caballeros la guarda. A un corro me fui de amigos, adonde vi que alegres y lisonjeros los tenía una tapada, a quien todos celebraron lo que dijo, y alabaron de entendida y sazonada. Desde el punto que llegué otra palabra no habló, tanto, que a alguno obligó a preguntarla por qué. ¿Porque yo llegaba había con tanto extremo callado? Todo me puso en cuidado. Miré si la conocía, y no pude, porque ella se puso más en taparse, en esconderse y guardarse. Viendo que no pude vella, seguilla determiné. Ella siempre atrás volvía a ver si yo la seguía cuyo gran cuidado fue espuela de mi cuidado. Yendo de esta suerte, pues, llegó un hidalgo, que es de nuestro huésped crïado a decir que le leyese una carta. Respondí que iba de prisa, y creí que detenerme quisiese con este intento, porque la mujer [le] habló al pasar y tanto dio en porfïar que le dije no sé qué. Llegó en aquella ocasión en defensa del crïado nuestro huésped, muy soldado. Sacamos, en conclusión, las espadas. Todo es esto pero más pudiera ser. ÁNGELA: Miren la mala mujer en qué ocasión te había puesto; que hay mujeres tramoyeras. Pondré que no conocía quién eras, y que lo hacía solo porque la siguieras. Por eso estoy harta yo de decir--si bien te acuerdas-- que mires que no te pierdas por mujercillas que no saben más que aventurar los hombres. LUIS: ¿En qué has pasado la tarde? ÁNGELA: En casa me he estado entretenida en llorar. LUIS: ¿Hate nuestro hermano visto? ÁNGELA: Desde esta mañana, no ha entrado aquí. LUIS: ¡Qué mal yo estos descuidos resisto! ÁNGELA: Pues deja los sentimientos; que al fin sufrirle es mejor; que es nuestro hermano mayor y comemos de alimentos. LUIS: Si tú estás tan consolada, yo también, que yo por ti lo sentía; y porque así veas, no dárseme nada a verle voy, y aún con él haré una galantería. Vase ISABEL: ¿Qué dirás, señora mía, después del susto crüel de lo que en casa nos pasa? Pues el que hoy ha defendido tu vida, huésped y herido, le tienes dentro de casa. ÁNGELA: Yo, Isabel, lo sospeché cuando de mi hermano oí la pendencia, y cuando vi que el herido el huésped fue. Pero aun bien no lo he creído porque cosa extraña fuera que un hombre a Madrid viniera y hallase recién venido una dama que rogase que su vida defendiese, un hermano que le hiriese, y otro que le aposentase. Fuera notable suceso y, aunque todo puede ser, no lo tengo de creer sin vello. ISABEL: Y si para eso te dispones, yo bien sé por donde verle podrás y aun más que velle. ÁNGELA: Tú estás loca. ¿Cómo? Si se ve de mi cuarto tan distante el suyo? ISABEL: Parte hay por donde este cuarto corresponde al otro. Esto no te espante. ÁNGELA: No porque verlo deseo sino sólo por saber, dime, ¿cómo puede ser? Que lo escucho y no lo creo. ISABEL: ¿No has oído que labró en la puerta una alacena tu hermano? ÁNGELA: Ya lo que ordena tu ingenio he entendido yo. ¿Dirás que, pues es de tabla, algún agujero hagamos por donde al huésped veamos? ISABEL: Más que eso mi ingenio entabla. ÁNGELA: Di. ISABEL: Por cerrar y encubrir la puerta que se tenía y que a este jardín salía y poder volverla a abrir, hizo tu hermano poner portátil una alacena. Ésta, aunque de vidrios llena, se puede muy bien mover. Yo lo sé bien, porque cuando la alacena aderecé la escalera la arrimé y ella se fue desclavando poco a poco de manera que todo junto cayó, y dimos en tierra yo, alacena y escalera de surte que en falso agora la tal alacena está y, apartándose podrá cualquiera pasar, señora. ÁNGELA: Esto no es determinar sino prevenir primero. Ves aquí, Isabel, que quiero a esotro cuarto pasar; he quitado la alacena, ¿por allá no se podrá quitar también? ISABEL: Claro está, y para hacerla más buena en falso se han de poner dos clavos, para advertir que sólo la sepa abrir el que lo llega a saber. ÁNGELA: Al crïado que viniere por luz y por ropa, di que vuelva a avisarte a ti si acaso el huésped saliere de casa; que según creo, no le obligará la herida a hacer cama. ISABEL: ¿Y, por tu vida, irás? ÁNGELA: Un necio deseo tengo de saber si es él el que mi vida guardó, porque si le cuesto yo sangre y cuidado, Isabel, es bien mirar por su herida, si es que, segura de miedo de ser conocida, puedo ser con él agradecida. Vamos, que tengo de ver la alacena, y si pasar puedo al cuarto, he de cuidar, sin que él lo llegue a entender, desde aquí de su regalo. ISABEL: Notable cuento será [si se da] cuenta. ÁNGELA: No hará; que hombre que su esfuerzo igualo a su gala y discreción, puesto que de todo ha hecho noble experiencia en mi pecho, en la primera ocasión, de valiente en lo restado, de galán en lo lucido, en el modo de entendido, no me ha de causar cuidado que diga suceso igual, que fuera notable mengua que echara una mala lengua tan buenas partes a mal. Vanse. Salen don JUAN, don MANUEL, y un criado con luz JUAN: ¡Acostaos, por mi vida! MANUEL: Es tan poca la herida que antes, don Juan, sospecho que parece melindre el haber hecho casi ninguno de ella. JUAN: Harta ventura ha sido de mi estrella; que no me consolara jamás, si este contento me costara el pesar de teneros en mi casa indispuesto, y el de veros herido por la mano --si bien no ha sido culpa--de mi hermano. MANUEL: Él es buen caballero y me tiene envidioso de su acero, de su estilo admirado, y he de ser muy su amigo y su crïado. Sale don LUIS, y un criado con un azafate cubierto, y en él un aderezo de espada LUIS: Yo, señor, lo soy vuestro como en la pena que recibo muestro, ofreciéndoos mi vida; y porque el instrumento de la herida en mi poder no quede, pues ya agradarme ni servirme puede, bien como aquel crïado que a su señor algún disgusto ha dado, hoy de mí le despido. Ésta es, señor, la espada que os ha herido. A vuestras plantas viene a pediros perdón si culpa tiene. Tome vuestra querella con ella en mi venganza de mí y de ella. MANUEL: Sois valiente y discreto. En todo me vencéis. La espada aceto porque siempre a mi lado me enseñe a ser valiente. Confïado desde hoy vivir procuro porque, ¿de quién no vivirá seguro quien vuestro acero ciñe generoso? Que él solo me tuviera temeroso. JUAN: Pues don Luis me ha enseñado a lo que estoy por huésped obligado, otro regalo quiero que recibáis de mí. MANUEL: ¡Qué tarde espero pagar tantos favores! Los dos os competís en darme honores. Sale COSME cargado de maletas y cojines COSME: Doscientos mil demonios de su furia infernal den testimonios, volviéndose inclementes doscientas mil serpientes que asiéndome de un vuelo den conmigo de patas en el cielo, del mandato oprimidos de Dios, por justos juicios compelidos, si vivir no quisiera, sin injurias en Galicia o Asturias antes que en esta corte. MANUEL: Reporta. COSME: El reportorio se reporte. JUAN: ¿Qué dices? COSME: Lo que digo, que es traidor quien da paso a su enemigo. LUIS: ¿Qué enemigo? Detente. COSME: El agua de una fuente y otra fuente. MANUEL: ¿De aqueso te inquietas? COSME: Venía de cojines y maletas por la calle cargado, y en una zanja de una fuente he dado, y así lo traigo todo --como dice el refrán--puesto de lodo. ¿Quién esto en casa mete? MANUEL: Vete de aquí, que estás borracho. Vete. COSME: Si borracho estuviera menos mi enojo con el agua fuera. Cuando en un libro leo de mil fuentes que vuelven varias cosas sus corrientes, no me espanto si aquí ver determino que nace el agua a convertirse en vino. MANUEL: Si él empieza, en un año no acabará. JUAN: Él tiene humor extraño. LUIS: Solo de ti querría saber... Si sabes leer, como este día en el libro citado muestras, ¿por qué pediste tan pesado que una corta leyese? ¿Qué te apartas? COSME: Porque sé leer en libros y no en cartas. LUIS: Está bien respondido. MANUEL: Que no hagáis caso de él, por Dios, os pido. Ya le iréis conociendo y sabréis que es burlón. COSME: Hacer pretendo de mis burlas alarde. Para alguna os convido. MANUEL: Pues no es tarde, Porque me importa, hoy quiero hacer una visita. JUAN: Yo os espero para cenar. MANUEL: Tú, Cosme, esas maletas abre y saca la ropa. No las metas. JUAN: Si quisieres cerrar, ésta es del cuarto la llave. Que aunque tengo llave maestra por si acaso vengo tarde, más que las dos, otra no tiene, ni otra puerta tampoco. Así conviene y en el cuarto le deja, y cada día vendrán [a] aderezarle. |
Vanse y queda COSME Fin del Primer Acto
|
