Lope de Vega - La dama boba (Acto Segundo)
Acto Segundo
|
Vase el MAESTRO y sale CLARA CLARA: ¿Danzaste? FINEA: ¿Ya no lo ves? Persígueme todo el día con leer, con escribir, con danzar, ¡y todo es nada!... Sólo Laurencio me agrada. CLARA: ¿Cómo te podré decir una desgracia notable? FINEA: Hablando; porque no hay cosa de decir dificultosa, a mujer que viva y hable. CLARA: Dormir en día de fiesta, ¿es malo? FINEA; Pienso que no; aunque si Adán se durmió, buena costilla le cuesta. CLARA: Pues si nació la mujer de una dormida costilla, que duerma no es maravilla. FINEA: Agora vengo a entender sólo con esa advertencia, por qué se andan tras nosotras los hombres, y en unas y otras hacen tanta diligencia; que, si aquesto no es asilla deben de andar a buscar su costilla, y no hay parar hasta topar su costilla. CLARA: Luego, si para el que amó un año, y dos, harto bien, ¿le dirán los que le ven que su costilla topó? FINEA: A lo menos, los casados. CLARA: ¡Sabia estás! FINEA: Aprendo ya; que me enseña Amor, quizá, con lecciones de cuidados. CLARA: Volviendo al cuento: Laurencio me dio un papel para ti; púseme a hilar --¡ay de mía, cuánto provoca el silencio!--, metí en el copo el papel, y como hilaba al candil y es la estopa tan sutil, aprendióse el copo en él. Cabezas hay disculpadas, cuando duermen sin cojines y sueños como rocines que vienen con cabezadas. Apenas el copo ardió, cuando, puesta en él de pies, me chamusqué, ya lo ves... FINEA: ¿Y el papel? CLARA: Libre quedó, como el Santo de Pajares. Sobraron estos renglones en que hallarás más razones que en mi cabeza aladares. FINEA: ¿Y no se podrán leer? CLARA: Toma y lee. FINEA: Yo sé poco. CLARA: ¡Dios libre de un fuego loco la estopa de la mujer! Sale OCTAVIO y habla aparte OCTAVIO: (Yo pienso que me canso en enseñarla, porque es querer labrar con vidrio un pórfido; ni el danzar ni el leer aprender puede, aunque está menos ruda que solía). FINEA: ¡Oh, padre mentecato y generoso! ¡Bien seas venido! OCTAVIO: ¿Cómo mentecato? FINEA: Aquí el maestro de danzar me dijo que era yo mentecata, y enojéme; mas él me respondió que este vocablo significaba una mujer que riñe y luego vuelve con amar notable; y como vienes tú riñendo agora, y has de mostrarme amor en breve rato, quise también llamarte mentecato. OCTAVIO: Pues, hija, no creáis a todas gentes, ni digáis ese nombre, que no es justo. FINEA: No lo haré más. Mas diga, ¿señor padre sabe leer? OCTAVIO: Pues ¿eso me preguntas? FINEA: Tome, ¡por vida tuya, y éste lea. OCTAVIO: ¿Este papel? FINEA: Sí, padre. OCTAVIO: Oye, Finea: Lee "Agradezco mucho la merced que me has hecho, aunque toda esta noche la he pasado con poco sosiego, pensando en tu hermosura..." FINEA: ¿No hay más? OCTAVIO: No hay más; que está muy justamente, quemado lo demás. ¿Quién te le ha dado? FINEA: Laurencio, aquel discreto caballero de la academia de mi hermana Nise, que dice que me quiere con extremo. OCTAVIO: (De tu ignorancia, mi desdicha temo. Esto trujo a mi casa el ser discreta Nise, el galán, el músico, el poeta, el lindo, el que se precia de oloroso, el afeitado, el loco y el ocioso). ¿Hate pasado más con éste, acaso? FINEA: Ayer, en la escalera, al primer paso, me dio un abrazo. OCTAVIO: (¡En buenos pasos anda Aparte mi pobre honor, por una y otra banda! La discreta, con necios en concetos, y la boba, en amores con discretos. A ésta no hay que llevarla por castigo, y más que lo podrá entender su esposo). Hija, sabed que estoy muy enojado. No os dejéis abrazar. ¿Entendéis, hija? FINEA: Sí, señor padre; y cierto que me pesa aunque me pareció muy bien entonces. OCTAVIO: Sólo vuestro marido ha de ser digno de esos abrazos. Sale TURÍN TURIN: En tu busca vengo. OCTAVIO: ¿De qué es la prisa tanta? TURIN: De que al campo van a matarse mi señor Liseo y Laurencio, ese hidalgo marquesote que desvanece a Nise con sonetos. OCTAVIO: (¿Qué importa que los padres sean discretos, si les falta a los hijos la obediencia? Liseo habrá entendido la imprudencia de este Laurencio, atrevidillo y loco, y que sirve a su esposa). ¡Caso extraño! ¿Por dónde fueron? TURIN: Van, si no me engaño, hacia los Recoletos Agustinos. OCTAVIO: Pues ven tras mí. ¡Qué extraños desatinos! Vanse OCTAVIO y TURÍN CLARA: Parece que se ha enojado tu padre. FINEA: ¿Qué puedo hacer? CLARA: ¿Por qué le diste a leer el papel? FINEA: Ya me ha pesado. CLARA: Ya no puedes proseguir la voluntad de Laurencio. FINEA: Clara, no la diferencio con el dejar de vivir. Yo no entiendo cómo ha sido, desde que el hombre me habló; porque, si es que siento yo, él me ha llevado el sentido. Si duermo, sueño con él; si como, le estoy pensando, y si bebo, estoy mirando en agua la imagen de él. ¿No has visto de qué manera muestra el espejo, a quien mira, su rostro, que una mentira le hace forma verdadera? Pues lo mismo en vidrio miro que el cristal me representa. CLARA: A tus palabras atenta, de tus mudanzas me admiro. Parece que te tranformas en otra. FINEA: En otro dirás. CLARA: Es maestro con quien más para aprender te conformas. FINEA: Con todo eso, seré obediente al padre mío; fuera de que es desvarío quebrar la palabra y fe. CLARA: Yo haré lo mismo. FINEA: No impidas el camino que llevabas. CLARA: ¿No ves que amé porque amabas, y olvidaré porque olvidas? FINEA: Harto me pesa de amalle; pero a ver mi daño vengo, aunque sospecho que tengo de olvidarme de olvidalle. Vanse las dos. Salen LISEO y LAURENCIO LAURENCIO: Antes, Liseo, de sacar la espada, quiero saber la causa que os obliga. LISEO: Pues bien será que la razón os diga. LAURENCIO: Liseo, si son celos de Finea, mientras no sé que vuestra esposa sea, bien puedo pretender, pues fui primero. LISEO: Disimuláis, a fe de caballero, pues tan lejos lleváis el pensamiento de amar a una mujer tan ignorante. LAURENCIO: Antes, de que la quiera no os espante; que soy tan pobre como bien nacido, y quiero sustentarme con el dote. Y que lo diga ansí no os alborote, pues que vos, dilatando el casamiento, habéis dado más fuerzas a mi intento, y porque cuando llegan, obligadas, a desnudarse en campo las espadas, se han de tratar verdades llanamente; que es hombre vil quien en el campo miente. LISEO: ¿Luego, no queréis bien a Nise? LAURENCIO: A Nise yo no puedo negar que no la quise; mas su dote serán diez mil ducados, y de cuarenta a diez, ya veis, van treinta, y pasé de los diez a los cuarenta. LISEO: Siendo eso ansí, como de vos lo creo, estad seguro que jamás Liseo os quite la esperanza de Finea; que aunque no es la ventura de la fea, será de la ignorante la ventura; que así Dios me la dé que no la quiero, pues desde que la vi, por Nise muero. LAURENCIO: ¿Por Nise? LISEO: ¡Sí, por Dios! LAURENCIO: Pues vuestra es Nise, y con la antigüedad que yo la quise, yo os doy sus esperanzas y favores; mis deseos os doy y mis amores, mis ansias, mis serenos, mis desvelos, mis versos, mis sospechas y mis celos. Entrad con esta runfla y dalde pique; que no hará mucho en que de vos se pique. LISEO: Aunque con cartas tripuladas juegue, acepto la merced, señor Laurencio; que yo soy rico, y compraré mi gusto. Nise es discreta, yo no quiero el oro; hacienda tengo, su belleza adoro. LAURENCIO: Hacéis muy bien; que yo, que soy tan pobre, el oro solicito que me sobre; que aunque de entendimiento lo es Finea, yo quiero que en mi casa alhaja sea. ¿No están las escrituras de una renta en un cajón de un escritorio, y rinden aquello que se come todo el año? ¿No está una casa principal tan firme, como de piedra, al fin, yeso y ladrillo, y renta mil ducados a su dueño? Pues yo haré cuenta que es Finea una casa, una escritura, un censo y una viña, y seráme una renta con basquiña; demás que, si me quiere a mí, me basta; que no hay mayor ingenio que ser casta. LISEO: Yo os doy palabra de ayudaros tanto, que venga a ser tan vuestra como creo. LAURENCIO: Y yo con Nise haré, por Dios, Liseo, lo que veréis. LISEO: Pues démonos las manos de amigos, no fingidos cortesanos, sino como si fuéramos de Grecia, adonde tanto el amistad se precia. LAURENCIO: Yo seré vuestro Pílades. LISEO: Yo, Orestes. Salen OCTAVIO y TURÍN OCTAVIO: ¿Son éstos? TURÍN: Ellos son. OCTAVIO: ¿Y esto es pendencia? TURÍN: Conocieron de lejos tu presencia... OCTAVIO: ¡Caballeros! LISEO: Señor, seáis bien venido. OCTAVIO: ¿Qué hacéis aquí? LISEO: Como Laurencio ha sido tan grande amigo mío, desde el día que vine a vuestra casa, o a la mía, venimos a ver el campo solos, tratando nuestras cosas igualmente. OCTAVIO: De esa amistad me huelgo extrañamente. Aquí vine a un jardín de un grande amigo, y me holgaré de que volváis conmigo. LISEO: Será para los dos merced notable. LAURENCIO: Vamos a acompañaros y serviros. OCTAVIO: (Turín, ¿por qué razón me has engañado?) TURIN: Porque deben de haber disimulado, y porque, en fin, las más de las pendencias mueren por madurar; que a no ser esto, no hubiera mundo ya. OCTAVIO: Pues, di, ¿tan presto se pudo remediar? TURIN: ¿Qué más remedio de no reñir que estar la vida en medio? Vanse los cuatro. Salen NISE y FINEA NISE: De suerte te has engreído, que te voy desconociendo. FINEA: De que eso digas, me ofendo. Yo soy la que siempre he sido. NISE: Yo te vi menos discreta. FINEA: Y yo más segura a ti. NISE: ¿Quién te va trocando ansí? ¿Quién te da lección secreta? Otra memoria es la tuya. ¿Tomaste la anacardina? FINEA: Ni de Ana, ni Catalina, he tomado lección suya. Aquello que ser solía, soy; porque sólo he mudado un poco de más cuidado. NISE: ¿No sabes que es prenda mía Laurencio? FINEA: ¿Quién te empeñó a Laurencio? NISE: Amor. FINEA: ¿A fe? Pues yo le desempeñé, y el mismo Amor me le dio. NISE: ¡Quitaréte dos mil vidas, boba dichosa! FINEA: No creas que si a Laurencio deseas, de Laurencio me dividas. En mi vida supe más de lo que él me ha dicho a mí; eso sé y eso aprendí. NISE: Muy aprovechada estás; mas de hoy más no ha de pasarte por el pensamiento. FINEA: ¿Quién? NISE: Laurencio. FINEA: Dices muy bien. No volverás a quejarte. NISE: Si los ojos puso en ti, quítelos luego. FINEA: Que sea como tú quieres. NISE: Finea, déjame a Laurencio a mí. Marido tienes. FINEA: Yo creo que no riñamos las dos. NISE: Quédate con Dios. FINEA: Adiós. Vase NISE y sale LAURENCIO ¡En qué confusión me veo! ¿Hay mujer más desdichada? Todos dan en perseguirme... LAURENCIO: (Detente en un punto firme, Aparte Fortuna veloz y airada, que ya parece que quieres ayudar mi pretensión. ¡Oh, qué gallarda ocasión!) ¿Eres tú, mi bien? FINEA: No esperes, Laurencio, verme jamás. Todos me riñen por ti. LAURENCIO: Pues ¿qué te han dicho de mí? FINEA: Eso agora lo sabrás. ¿Dónde está mi pensamiento? LAURENCIO: ¿Tu pensamiento? FINEA: Sí. LAURENCIO: En ti; porque si estuviera en mí, ya estuviera más contento. FINEA: ¿Vesle tú? LAURENCIO: Yo no, jamás. FINEA: Mi hermana me dijo aquí que no has de pasarme a mí por el pensamiento más; por eso allá te desvía, y no me pases por él. LAURENCIO: Piensa que yo estoy en él, y echarme fuera querría. FINEA: Tras esto dice que en mí pusiste los ojos. LAURENCIO: Dice verdad; no lo contradice el alma que vive en ti. FINEA: Pues tú me has de quitar luego los ojos que me pusiste. LAURENCIO: ¿Cómo si en Amor consiste? FINEA: Que me los quites te ruego, con ese lienzo, de aquí, si yo los tengo en mis ojos. LAURENCIO; No más; cesen los enojos. FINEA: ¿No están en mis ojos? LAURENCIO; Sí. FINEA: Pues limpia y quita los tuyos que no han de estar en los míos. LAURENCIO: ¡Qué graciosos desvaríos! FINEA: Ponlos a Nise en los suyos. LAURENCIO: Ya te limpio con el lienzo. FINEA: ¿Quitástelos? LAURENCIO: ¿No lo ves? FINEA: Laurencio, no se los des, que a sentir penas comienzo. Pues más hay; que el padre mío bravamente se ha enojado del abrazo que me has dado. LAURENCIO: (¿Mas que hay otro desvarío?) Aparte FINEA: También me le has de quitar; no ha de reñirme por esto. LAURENCIO: ¿Cómo ha de ser? FINEA: Siendo presto. ¿No sabes desabrazar? LAURENCIO: El brazo derecho alcé; tienes razón, ya me acuerdo, y agora alzaré el izquierdo, y el abrazo desharé. FINEA: ¿Estoy ya desabrazada? LAURENCIO: ¿No lo ves? |
Sale NISE Fin del Segundo Acto |
