Lope de Vega - La dama boba (Acto Tercero)
Acto Tercero Sale FINEA |
Sale FINEA FINEA: Clara, Laurencio, me dio nuevas de tanta alegría. Luego a mi padre dejé, y aunque ella me lo callara, yo tengo quien me avisara, que es el alma que te ve por mil vidrios y cristales, por donde quiera que vas porque en mis ojos estás con memorias inmortales. Todo este grande lugar tiene colgado de espejos mi amor, juntos y parejos para poderte mirar. Si vuelvo el rostro, allí veo tu imagen; si a estotra parte, también; y ansí viene a darte nombre de sol mi deseo; que en cuantos espejos mira y fuentes de pura plata, su bello rostro retrata y su luz divina espira. LAURENCIO: ¡Ay, Finea! A Dios pluguiera que nunca tu entendimiento llegara, como ha llegado a la mudanza que veo, Necio, me tuve seguro, y sospechoso discreto; porque yo no te quería para pedirte consejo. ¿Qué libro esperaba yo de tus manos? ¿En qué pleito habías jamás de hacerme información en derecho? Inocente te quería, porque una mujer cordero es tusón de su marido, que puede traerla al pecho. Todos habéis lo que basta para casada, a lo menos; no hay mujer necia en el mundo, porque el no hablar no es defeto. Hable la dama en la reja, escriba, diga concetos en el coche, en el estrado, de amor, de engaños, de celos; pero la casada sepa de su familia el gobierno; porque el más discreto hablar no es santo como el silencio. Mira el daño que me vino de transformarse tu ingenio, pues va a pedirte, ¡ay de mí!, para su mujer, Liseo. ¡Ya deja a Nise, tu hermana! ¡Él se casa! ¡Yo soy muerto! ¡Nunca, plega a Dios, hablaras! FINEA: ¿De qué me culpas, Laurencio? A pura imaginación del alto merecimiento de tus prendas, aprendí el que tú dices que tengo. Por hablarte supe hablar, vencida de tus requiebros; por leer en tus papeles libros difíciles leo; para responderte, escribo; no he tenido otro maestro que Amor; Amor me ha enseñado. Tú eres la ciencia que aprendo. ¿De qué te quejas de mí? LAURENCIO: De mi desdicha me quejo; pero, pues ya sabes tanto, dame, señora, un remedio. FINEA: El remedio es fácil. LAURENCIO: ¿Cómo? FINEA: Si, porque mi rudo ingenio, que todos aborrecían, se ha transformado en discreto, Liseo me quiere bien, con volver a ser tan necio como primero le tuve, me aborrecerá Liseo. LAURENCIO: Pues, ¿sabrás fingirte boba? FINEA: Sí; que lo fui mucho tiempo, y el lugar donde se nace saben andarle los ciegos. Demás de esto, las mujeres naturaleza tenemos tan pronta para fingir o con amor o con miedo, que, antes de nacer, fingimos. LAURENCIO: ¿Antes de nacer? FINEA: Yo pienso que en tu vida lo has oído. Escucha. LAURENCIO: Ya escucho atento. FINEA: Cuando estamos en el vientre de nuestras madres, hacemos entender a nuestros padres, para engañar sus deseos, que somos hijos varones; y así verás que, contentos, acuden a sus antojos con amores, con requiebros, y esperando el mayorazgo, tras tantos regalos hechos, sale una hembra, que corta la esperanza del suceso. Según esto, si pensaron que era varón, y hembra vieron, antes de nacer fingimos. LAURENCIO: Es evidente argumento; pero yo veré si sabes hacer, Finea, tan presto mudanza de extremos tales. FINEA: Paso, que viene Liseo. LAURENCIO: Allí me voy a esconder. FINEA: Ve presto. LAURENCIO: Sígueme, Pedro. PEDRO: En muchos peligros andas. LAURENCIO: Tal estoy, que no los siento. Escóndense LAURENCIO y PEDRO. Salen LISEO y TURÍN LISEO: En fin, queda concertado. TURÍN: En fin, estaba del cielo que fuese tu esposa. LISEO: (Aquí Aparte está mi primero dueño). ¿No sabéis, señora mía, cómo ha tratado Miseno casar a Dúardo y Nise, y cómo yo también quiero que se hagan nuestras bodas con las suyas? FINEA: No lo creo; que Nise me ha dicho a mí que está casada en secreto con vos. LISEO: ¿Conmigo? FINEA: No sé si érades vos u Oliveros. ¿Quién sois vos? LISEO: ¿Hay tal mudanza? FINEA: ¿Quién decís?, que no me acuerdo. Y si mudanza os parece, ¿cómo no veis que en el cielo cada mes hay nuevas lunas? LISEO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? TURÍN: ¡Si le vuelve el mal pasado! FINEA: Pues, decidme; si tenemos luna nueva cada mes, ¿adónde están? ¿Qué se han hecho las viejas de tantos años? ¿Daisos por vencido? LISEO: (Temo Aparte que era locura su mal). FINEA: Guárdanlas para remiendo de las que salen menguadas. ¿Veis ahí que sois un necio? LISEO: Señora, mucho me admiro de que ayer tan alto ingenio mostrásedes. FINEA: Pues, señor, agora ha llegado al vuestro; que la mayor discreción es acomodarse al tiempo. LISEO: Eso dijo el mayor sabio. PEDRO: (Y esto escucha el mayor necio). Aparte LISEO: Quitado me habéis el gusto. FINEA: No he tocado a vos, por cierto. Mirad, que se habrá caído. LISEO: (¡Linda ventura tenemos! Aparte Pídole a Octavio a Finea, y cuando a decirle vengo el casamiento tratado, hallo que a su ser se ha vuelto). Volved, mi señora, en vos, considerando que os quiero por mi dueño para siempre. FINEA: ¿Por mi dueña? ¡Majadero! LISEO: ¿Así tratáis un esclavo que os da el alma? FINEA: ¿Cómo es eso? LISEO: Que os doy el alma. FINEA: ¿Qué es alma? LISEO: ¿Alma? El gobierno del cuerpo. FINEA: ¿Cómo es un alma? LISEO: Señora, como filósofo, puedo definirla, no pintarla. FINEA: ¿No es alma la que en el peso le pintan a San Miguel? LISEO: También a un ángel ponemos alas y cuerpo, y, en fin, es un espíritu bello. FINEA: ¿Hablan las almas? LISEO: Las almas obran por los instrumentos, por los sentidos y partes de que se organiza el cuerpo. FINEA: ¿Longaniza come el alma? TURÍN: ¿En qué te cansas? LISEO: No puedo pensar sino que es locura. TURÍN: Pocas veces de los necios se hacen los locos, señor. LISEO: Pues, ¿de quién? TURÍN: De los discretos; porque de diversas causas nacen efetos diversos. LISEO: ¡Ay, Turín! Vuélvome a Nise. Más quiero el entendimiento que toda la voluntad. Señora, pues mi deseo, que era de daros el alma, no pudo tener efeto, quedad con Dios. FINEA: Soy medrosa de las almas, porque temo que de tres que andan pintadas, puede ser la del infierno. La noche de los difuntos no saco, de puro miedo, la cabeza de la ropa. TURIN: Ella es loca sobre necio, que es la peor guarnición. LISEO: Decirlo a su padre quiero. Vanse LISEO y TURÍN. Salen LAURENCIO y PEDRO LAURENCIO: ¿Puedo salir? FINEA: ¿Qué te dice? LAURENCIO: Que ha sido el mejor remedio que pudiera imaginarse. FINEA: Sí; pero siento en extremo volverme a boba, aun fingida, y pues fingida los siento, los que son bobos de veras, ¿cómo viven? LAURENCIO: No sintiendo. PEDRO: Pues si un tonto ver pudiera su entendimiento a un espejo, ¿no fuera huyendo de sí? La razón de estar contentos es aquella confïanza de tenerse por discretos. FINEA: Háblame, Laurencio mío, sutilmente, porque quiero desquitarme de ser boba. Salen NISE y CELIA NISE: ¡Siempre Finea y Laurencio juntos! Sin duda se tienen amor. No es posible menos. CELIA: Yo sospecho que te engañan. NISE: Desde aquí los escuchemos. LAURENCIO: ¿Qué puede, hermosa Finea, decirte el alma, aunque sale de sí misma, que se iguale a lo que mi amor desea? Allá mis sentidos tienes; escoge de lo sutil, presumiendo que en abril por amenos prados vienes. Corta las diversas flores; porque, en mi imaginación, tales los deseos son. NISE: Éstos, Celia, ¿son amores o regalos de cuñado? CELIA: Regalos deben de ser; pero no quisiera ver cuñado tan regalado. FINEA: ¡Ay Dios; si llegase día en que viese mi esperanza su posesión. LAURENCIO: ¿Qué no alcanza una amorosa porfía? PEDRO: Tu hermana, escuchando. LAURENCIO: ¡Ay, cielos! FINEA: Vuélvome a boba. LAURENCIO: Eso importa. FINEA: Vete. NISE: Espérate, reporta los pasos. LAURENCIO: ¿Vendrás con celos? NISE: Celos son para sospechas; traiciones son las verdades. LAURENCIO: ¡Qué presto te persüades y de engaños te aprovechas! ¿Querrás buscar ocasión para querer a Liseo, a quien ya tan cerca veo de tu boda y posesión? Bien haces, Nise; haces bien. Levántame un testimonio, porque de este matrimonio a mí la culpa me den. Y si te quieres casar, déjame a mí. Vase LAURENCIO NISE: ¡Bien me dejas! ¡Vengo a quejarme, y te quejas! ¿Aun no me dejas hablar? PEDRO: Tiene razón mi señor. Cásate y acaba ya. Vase PEDRO NISE: ¿Qué es aquesto? CELIA: Que se va Pedro con el mismo humor; y aquí viene bien que Pedro es tan ruín como su amo. NISE: Ya le aborrezco y desamo. ¡Qué bien con las quejas medro! Pero fue linda invención anticiparse a reñir. CELIA: Y el Pedro, ¿quién le vio ir tan bellaco y socarrón? NISE: Y tú, que disimulando estás la traición que has hecho, lleno de engaños el pecho, con que me estás abrasando, pues, como sirena, fuiste medio pez, medio mujer, pues, de animal, a saber para mi daño veniste, ¿piensas que le has de gozar? FINEA: ¿Tú me has dado pez a mí, ni sirena, ni yo fui jamás contigo a la mar? ¡Anda Nise, que estás loca! NISE: ¿Qué es esto? CELIA: A tonta se vuelve. NISE: ¡A una cosa te resuelve! Tanto el furor me provoca, que el alma te he de sacar. FINEA: ¿Tienes cuenta de perdón? NISE: Téngola de tu traición; pero no de perdonar. El alma piensas quitarme en quien el alma tenía. Dame el alma que solía, traidora hermana, animarme. Mucho debes de saber, pues del alma me desalmas. FINEA: Todos me piden sus almas; almario debo de ser. Toda soy hurtos y robos; montes hay donde no hay gente. Yo me iré a meter serpiente; que ya no es tiempo de bobos. NISE: ¡Dame el alma! Salen OCTAVIO, FENISO y DUARDO OCTAVIO: ¿Qué es aquesto? FINEA: Almas me piden a mí; ¿soy yo Purgatorio? NISE: ¡Sí! FINEA: Pues procura salir presto. OCTAVIO: ¿No sabremos la ocasión de vuestro enojo? FINEA: Querer Nise, a fuerza de saber, pedir lo que no es razón. Alma, sirenas y peces dice que me ha dado a mí OCTAVIO: ¿Hase vuelto a boba? NISE: Sí. OCTAVIO: Tú, pienso que la embobeces. FINEA: Ella me ha dado ocasión; que me quita lo que es mío. OCTAVIO: Se ha vuelto a su desvarío, ¡muerto soy! FENISO: Desdichas son. DUARDO: ¿No decían que ya estaba con mucho seso? OCTAVIO: ¡Ay de mí! NISE: Yo quiero hablar claro. OCTAVIO: Di. NISE: Todo tu daño se acaba con mandar resueltamente --pues, como padre, podrás, y, aunque en todo, en esto más, pues tu honor no lo consiente-- que Laurencio no entre aquí. OCTAVIO: ¿Por qué? NISE: Porque él ha causado que ésta no se haya casado y que yo te enoje a ti. OCTAVIO: ¡Pues eso es muy fácil cosa! NISE: Pues tu casa en paz tendrás. Salen LAURENCIO y PEDRO PEDRO: ¡Contento, en efeto, estás! LAURENCIO: ¡Invención maravillosa! CELIA: Ya Laurencio viene aquí. OCTAVIO: Laurencio, cuando labré esta casa, no pensé que academia institüí; ni cuando a Nise crïaba pensé que para poeta, sino que a mujer perfeta, con las letras la enseñaba. Siempre alabé la opinión de que a la mujer prudente, con saber medianamente, le sobra la discreción. No quiero más poesías; los sonetos se acabaron, y las músicas cesaron; que son ya breves mis días. Por allá los podréis dar, si os faltan telas y rasos; que no hay tales Garcilasos como dinero y callar. Éste venden por dos reales, y tiene tantos sonetos, elegantes y discretos, que vos no lo haréis tales; ya no habéis de entrar aquí con este achaque. Id con Dios. LAURENCIO: Es muy justo, como vos me deis a mi esposa a mí; que vos hacéis vuestro gusto en vuestra casa, y es bien que en la mía yo también haga lo que fuere justo. OCTAVIO: ¿Qué mujer os tengo yo? LAURENCIO: Finea. OCTAVIO: ¿Estáis loco? LAURENCIO: Aquí hay tres testigos del "sí" que ha más de un mes me dio. OCTAVIO: ¿Quién son? LAURENCIO: Düardo, Feniso y Pedro. OCTAVIO: ¿Es esto verdad? FENISO: Ella de su voluntad Octavio, dársele quiso. DUARDO: Así es verdad. PEDRO: ¿No bastaba que mi señor lo dijese? OCTAVIO: Que, como simple, le diese a un hombre que la engañaba, no ha de valer. Di, Finea; ¿no eres simple? FINEA: Cuando quiero. OCTAVIO: ¿Y cuando no?... FINEA: No. OCTAVIO: ¿Qué espero? Mas, cuando simple no sea, con Liseo está casada. A la justicia me voy. Vase OCTAVIO NISE: Ven, Celia, tras él; que estoy celosa y desesperada. Vanse NISE y CELIA LAURENCIO: ¡Id, por Dios, tras él los dos! No me suceda un disgusto. FENISO: Por vuestra amistad es justo. DUARDO: ¡Mal hecho ha sido, por Dios! FENISO: ¿Ya habláis como desposado de Nise? DUARDO: Piénsolo ser. Vanse DUARDO y FENISO LAURENCIO: Todo se ha echado a perder; Nise mi amor le ha contado. ¿Qué remedio puede haber si a verte no puedo entrar? FINEA: No salir. LAURENCIO: ¿Dónde he de estar? FINEA: ¿Yo no te sabré esconder? LAURENCIO: ¿Dónde? FINEA: En casa hay un desván famoso para esconderte. ¡Clara! Sale CLARA CLARA: ¿Mi señora? FINEA: Advierte que mis desdichas están en tu mano. Con secreto lleva a Laurencio al desván. CLARA: ¿Y a Pedro? FINEA: También. CLARA: Galán, camine. LAURENCIO: Yo te prometo que voy temblando. FINEA: ¿De qué? PEDRO: Clara, en llegando la hora de muquir, di a tu señora que algún sustento nos dé. CLARA: Otro comerá peor que tú. PEDRO: ¿Yo al desván? ¿Soy gato? Vanse LAURENCIO, PEDRO y CLARA FINEA: ¿Porque de imposibles trato, esté público mi amor? En llegándose a saber una voluntad, no hay cosa más triste y escandalosa por una honrada mujer. Lo que tiene de secreto eso tiene Amor de gusto. |
Sale OCTAVIO Fin de la Comedia |
