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La Ilustracion

Alberto Lista y Aragón (1775-1848): Obra

Siglo XVIII: Literatura española de la Ilustración

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Los estudios críticos sobre la obra de Lista publicados en las últimas décadas del siglo XIX alumbran ciertos aspectos literarios y biográficos que merecen ser sacados del olvido. Cabe destacar el detenido estudio de Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar –Bosquejo histórico–crítico de la poesía castellana en el siglo XVIII– referido a los poetas andaluces (Muñoz de León, López de Palma, González de León, Repiso Hurtado, Jaén) y, especialmente, a la escuela sevillana, que en sus reflexiones era conceptuada como una auténtica pléyade que contrastaba con el mal gusto reinante en Sevilla, la patria de los Herrera, de los Riojas, de los Arguijos, es decir «uno de los centros más gloriosos de noble, limpia y elevada poesía [que] había caído en el siglo XVIII en un abismo de vulgaridad y de la afectación literaria que dejaba atrás, si cabe, los delirios  cultos y conceptuosos y las insulseces prosaicas de Madrid, Zaragoza, de Valencia y de Salamanca. El contagio del estragado gusto de los Montoros y de los Benegasis, que también eran mirados como lumbreras del Parnaso, no sólo fue grande en las ciudades literarias de Andalucía, sino que acabó por paralizar toda inspiración y hasta el amor a la poesía, que había sido en todos tiempos cualidad peculiar de la imaginación amena…[…]» (Cueto, 1869: CLXXII).

El panorama crítico que Cueto traza de la poesía del siglo XVIII es, en gran medida, desolador, sólo la pléyade poética constituida por Núñez Castro, Roldán, Arjona, Reinoso, Matute, Mármol y el propio Lista, se libra de tan acerba crítica. Algunos poetas anteriores, como Muñoz de León, López de Palma o González de Lara, se libran de esta negativa visión por parte de Cueto, pues el resto de poetas sólo componía coplas chocarreras, sembradas de equívocos y de chuscadas de ruin linaje. Lista, como es evidente, escapa de tan severa crítica y Cueto emite una serie de reflexiones sobre su persona que han sido tenidas en cuenta hasta época reciente. Su labor como docente, su trato afable, su conversación amena, viva e ingeniosa, así como su formación enciclopédica configuran en opinión de Cueto una personalidad excepcional. Sin embargo, y a pesar de ello, nunca llegó Lista a los espacios más altos del arte, pues le faltaba «originalidad impetuosa, el arranque lírico, la magia peregrina que constituye el estro de los grandes poetas. Sabe expresar pensamientos e imágenes comunes con más gala, facilidad y limpieza que sus compañeros de Sevilla; imita con elegancia y gallardía, y a veces parece que quiere romper las trabas convencionales que embarazan su numen. Pero la educación y el gusto doctrinal reinante habían encadenado irremediablemente aquel ingenio, nacido para volar con las alas de su feliz instinto. Su facilidad misma se convirtió en su principal enemigo de su lozana musa, pues llegó de tal modo a connaturalizarse con el lenguaje artificial, que es a menudo difuso y palabrero, para seguir en demasía el espíritu de la imitación, la elocución estudiada y el arsenal mitológico, resabios de su escuela» (Cueto, 1869: CXCV). Cueto a pesar de conceptuar a Lista como un gran poeta, le acusa de ser artificioso, de utilizar extravagantes imágenes, como en el caso de la oda escrita a su discípulo predilecto Ventura de la Vega. En sus conclusiones, Cueto destaca de Lista su corpus poético religioso, especialmente su oda A Cristo. En lo concerniente a sus composiciones filosóficas elogia la titulada La vida humana y, especialmente, El himno del desgraciado, considerada por Cueto como una auténtica joya literaria, escrita con sutil inspiración y con un intimismo sincero.

A finales del siglo XIX Blanco García referirá datos biográficos y literarios –basados, en ocasiones, en los estudios de Pérez de Anaya, Méndez Bejarano, Ferrer del Río, Eugenio de Ochoa, Manuel Merry y Cueto, entre otros– desde una perspectiva distinta, pues engarza determinados episodios biográficos con un corpus poético sacro en consonancia con su estado eclesiástico, prefiriendo de dicho corpus las composiciones de hondo tono lírico. En su Historia de la Literatura Española en el siglo XIX, cuyo primer volumen, el referido precisamente a la época de Lista, se publicó en el año 1891, Blanco y García, tras aludir a su afrancesamiento y posterior destierro, destaca sus publicaciones en el periódico El Censor y sus cargos como docente, especialmente como profesor en el Colegio San Mateo durante el Trienio Liberal. Del corpus poético de Lista elogia La muerte de Jesús, modélica composición poética de hondo sentimiento, nacida desde lo más íntimo de su ser. De menor trascendencia en opinión  de Blanco sería El sacrificio de la esposa y El canto del esposo cuyos versos reproducen el epitalamio del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Por el contrario, las poesías morales, censorias o heroicas serán analizadas por Blanco desde una óptica negativa: «Para lo que no nació Lista fue para manejar la lira de Tirteo, ni para ejercer en poesía el oficio de moralista o censor; sus cantos heroicos son lo más frío y desagradable de la colección, y las máximas doctrinales se apoyan en el frágil cimiento de la alegoría, cuando no se convierten en repeticiones vulgares, quedando siempre dueña del campo la descripción nimia, aunque por lo común animada y espléndida. En las octavas reales de La vida humana está perfectamente definida esta manera en lo que tiene de favorable y en lo defectuoso» (1891: 29).

Las traducciones e imitaciones de Horacio serán, para Blanco, modélicas, perfectas, de lo mejor que se ha escrito en lengua castellana. Así, en la versión de las odas Qualem ministrum..., Sic te Divina, Diffugere nives, abundan las reminiscencias de Herrera, de Rioja, de Meléndez, de suerte que «las odas de Horacio son para él como un tema convenido y tratado de nuevo, o a lo más como un tesoro de imágenes del que copia o suprime lo que le place» (1891: 30). En opinión de Blanco García tanto las obras de Horacio como las Geórgicas de Mozinho de Alburquerque o las composiciones poéticas de Tasso nada pierden de su valor en las traducciones de Lista, superando, incluso, a sus originales, tal como sucede en la adaptación de algunos sonetos de Petrarca al verterlos al castellano. En las reflexiones de Blanco García se percibe con nitidez las preferencias y fuentes literarias de Lista, cuyo bello ideal era «pensar como Rioja y decir como Calderón». Referentes literarios que se podrían ampliar a otros círculos de escritores, pues entre sus modelos se encontraban también Herrera y Fray Luis de León.

Blanco reflexiona sobre la doctrina estética de Lista desde una perspectiva semejante a la de Cueto. Elogia, fundamentalmente, las composiciones religiosas que en su opinión conforman el corpus poético más interesante, especialmente la composición La muerte de Jesús, cuyos versos habían merecido con anterioridad ser incluidos en el Álbum Literario Español de Ferrer del Río como la pieza más señera de su producción (1846: 8–11), crítico, este último, que ponderó en su estudio las excelencias de Lista en todos los aspectos, destacando de él su poliédrica labor literaria y sus profundos conocimientos literarios, considerándole émulo de Fray Luis de León, especialmente su su Canto del Esposo, felicísima imitación del Cantar de los Cantares. Desde poesías profanas hasta las filosóficas o amatorias, Ferrer del Río, a diferencia de Cueto y Blanco, serán consideradas como auténticas muestras del buen hacer lírico; modélicas en su composición y en la inspiración.

La huella de Herrera se percibe también con nitidez en las poesías religiosas de Lista, como en el caso de los versos finales de la oda A la Ascensión y en la titulada La Concepción de Nuestra Señora. Influencias literarias que en ocasiones son fáciles de percibir como en el caso de las composiciones místicas anteriormente citadas –El sacrificio de la esposa y El canto del esposo– que además de recordar a Fray Luis de León rememoran a San Juan de la Cruz.

Respecto a su corpus poético filosófico la influencia literaria nos remite a la escuela salmantina, especialmente a Meléndez Valdés. Se trata de un conjunto de composiciones en el que Lista rinde tributo a las preocupaciones ideológicas de su época. Composiciones de hondo contenido filantrópico y sociológico en donde se diluyen el propagandismo político y sus reflexiones como docente. El triunfo de la tolerancia, La bondad es natural al hombre, La amistad «vanamente» [se buscará] el entusiasmo y el alto vuelo de un gran poeta. Salvo contadísimas excepciones, Lista no logra convertir sus ideas en imágenes vividas ni late en su ritmo el fuego apasionado de Quintana o Schiller (Juretschke, 1951: 40).

De sus composiciones poéticas profanas merecen destacarse las tituladas Al sueño  y El himno del desgraciado, elogiadas por Leopoldo Augusto Cueto en su análisis Bosquejo histórico (1869, CXCVII). No desdeñó Lista las composiciones poéticas de contenido amoroso, en línea con la corriente erótica–pastoril de la época y en consonancia con la tendencia iniciada por Meléndez Valdés. Merecen ser citadas a este respecto los sonetos Mis primeros amores y el ciclo de romances El pescador Anfriso. Las traducciones de los cuatro sonetos de Petrarca, o el de Bondi, más la del romance La primavera, de Metastasio, entre otras, están tejidas bajo la presencia o tendencia pastoril y anacreóntica. Ejemplos de este tipo de composiciones los encontraríamos en las tituladas, entre otras, El vino y la amistad, El beso y Vergel de amor.

La figura de Lista se proyecta desde múltiples ángulos al igual que las fuentes literarias asumidas en sus escritos. Clásico por voluntad propia aspiraba «a pesar como Rioja y escribir como Calderón», al Rioja seudoautor de la Epístola moral a Fabio y de la Canción a las ruinas de Itálica. Influencia de índole variada y definida por los autores que traduce o imita: Horacio, Petrarca, Pope, Metastasio, Tasso, Delille… En la formación de su mundo estético influye Condillac, Blair y Batteux. Sensualista es su exaltación del método analítico, tal como se desprende de la lectura de sus artículos escritos en el Correo Literario y Económico de Sevilla o en sus Lecciones de Literatura Española pronunciadas en el Ateneo de Madrid en el año 1823, cuyo contenido propugna una «ideología de las bellas letras», rama de la Ideología General destinada al análisis de los objetos bellos y sublimes. En estas Lecciones Lista apunta una superación del sensualismo en dirección espiritualista que iba a desarrollarse más tarde en sus artículos De los sentimientos humanos publicados en El Tiempo de Cádiz. Artículos en los que  Lista abandona la pasividad del espíritu al modo de Condillac y apunta un principio peculiar y creador, que ya es algo más que inerte materia de análisis. La obra de arte no se reduce a un cálculo bien resuelto, «hay unos sentimientos que obran sobre el almas antes de que pueda sometérseles a raciocinio, que es el lenguaje del entendimiento» (Lista, Ensayos literarios y críticos, 1844: 7).

La poliédrica figura de Lista se proyecta desde múltiples ángulos. Hombre de honda formación intelectual, ejerció su magisterio con un sano eclecticismo que no se evade ante las mayores audacias románticas. Su significación en el pensamiento español en el siglo XIX es más que evidente. Todo ello, unido a la de ser un lírico de transición, notable crítico literario y profesor, hace posible que su nombre figure por derecho propio en el canon de la literatura española.

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