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Miguel de Cervantes

Personajes del Quijote

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha

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El objetivo del presente artículo es presentar a los personajes principales y secundarios de la obra cumbre de la literatura española publicada en dos partes – “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” (1605) y “El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha” (1615), incluyendo una breve descripción de los mismos y una mención al capítulo en el que aparecen por primera vez en la novela.

Personajes principales

Don Quijote de la Mancha

Don Quijote de la Mancha, de nombre Alonso Quijano, mejor conocido como El Caballero de la Triste Figura, El Caballero de los Leones, es el protagonista de la novela y constituye un consagrado mito de la literatura universal, y el más universal y profundo de la literatura española. Cervantes lo concibe, en su aspecto más externo, como herramienta para ridiculizar los libros de caballerías, cuyo género, ya superado en la época en que vivió el gran novelista español, provocaba particulares prevenciones estéticas en el autor, que veía tales obras como disparatadas, inverosímiles y escritas con un estilo falso e innecesariamente ampuloso.

Esta posición didáctica justifica la actitud cruel y burlesca adoptada por el autor, imponiéndose el personaje de tal modo a su función paródica que se lleva de la mano a su propio creador haciéndole enorgullecerse de haberle dado vida y no perdonando en la segunda parte a Avellaneda por haberle querido usurpar su paternidad. Al representar en su locura al viejo héroe de aventuras caballerescas que fracasa fuera de su ambiente y de su mundo, el profundo humorismo cervantino resuelve la situación con un auténtico sentimiento trágico que palpita imperiosamente bajo la vestidura cómica de la novela. Don Quijote es el prototipo del hombre bueno y noble que quiere imponer su ideal por encima de las convenciones sociales y de las bajezas de la vida cotidiana, actuando a modo de redentor humano de una prosaica realidad que todos los días le hiere y ofende, erigiéndose campeón de las más puras esencias del amor, el honor y la justicia.

Su mismo peregrinar por los polvorientos caminos de la tierra manchega, entre mesoneros, arrieros y esbirros, en lucha con la realidad dura y mezquina, contribuye a su profunda simpatía humana, aun con sus equívocos y extravagancias. Alonso Quijano, convertido por sus sueños en don Quijote de la Mancha, es ante todo un hombre de carne y hueso, y así, y precisamente en virtud de su misma humanidad, penetra en el mundo de lo universal y de lo simbólico. Era un hidalgo campesino.

Su historia empieza en la edad crítica de los cincuenta años, cuando, como decía un humorista contemporáneo, los hombres se enamoran de las sirenas. Tenía recia complexión. Un leve recuerdo de afecto juvenil le hace acordarse de una muchacha de El Toboso, a la que automáticamente convierte en su Dulcinea, o dama de sus pensamientos. Sus rasgos físicos y su alucinada "triste figura", cargado con las viejas armas que porta en sus huesudos miembros, le rodean de un aura de heroísmo que se sobrepone irremediablamente a la caricatura.

Es una interpretación irónica del mundo caballeresco que Cervantes conoció y amó. Existieron casos reales de locura que pudieron sugerir, exteriormente, la idea del gran protagonista de la novela. Se ha pensado en varios personajes apellidados Quijada, como por ejemplo don Luis Quijada, secretario de Carlos V y preceptor de don Juan de Austria, que tenía unos rasgos curiosamente coincidentes con los quijotescos, o un pariente de la esposa de Cervantes que llevaba aquel apellido; Zapata, en su Miscelánea, refiere el caso de un caballero que enloqueció y que quiso imitar las aventuras de Orlando, como ocurre en el Quijote de Avellaneda, y cuya demencia se explica como una tara hereditaria.

Don Quijote, en su primera salida, va solo contra el mundo, aunque posteriormente su necesidad de una figura que a la vez le sirva de contraste y le preste su hermandad se cubrirá con Sancho Panza, que a partir del capítulo VII será representante del buen sentido, el reclamo a las cosas de la tierra, y que si alguna vez frena la fantasía de su errante señor, otras la deja más profundamente abandonada a su primera e infantil humanidad. Desde entonces, Don Quijote y Sancho permanecen unidos y opuestos, hermanos pero a la vez jerárquicamente distintos, dentro de los cánones de la variedad y el claroscuro barrocos.

Esta unión provoca una doble corriente de mutuas influencias que perfecciona y humaniza la unión de las figuras extremas que mejor han encarnado el idealismo más desenfrenadamente puro y la realidad más simpáticamente limitada y doméstica. Don Quijote irradia esplendores de su grandeza, en contraste con la técnica del humorismo, desde su primera salida solitaria por los campos de la Mancha, durante el duro mes de julio, presentándonos las imágenes de su investidura de caballero en la venta, entre arrieros y mozas del partido, y de las brutales palizas que sufre de parte de maldicientes y arrogantes, montado en su seco y estilizado Rocinante.

He aquí a don Quijote, hermano nuestro y símbolo de amor y de justicia que se enfrenta contra los eternos castillos españoles que son los molinos de viento, consolidando uno de los mitos literarios más arraigados. Estas imágenes contrastan después con su espíritu doctrinal, cuando habla a los cabreros o cuando proyecta su sombra de místico ante la mesa de una venta, entre soldados, nobles y artesanos, exponiendo, en el discurso de las armas y de las letras, la teoría de las dos Españas del siglo XVI, las dos posiciones del tiempo de Carlos V: la heredada de don Juan de Austria, el héroe de Lepanto, y la de la burocracia escolástica y teológica del enlutado Felipe II

En la oscuridad de la noche se destaca su figura, entre las antorchas de la aventura del muerto, sugerida quizá por el traslado a Castilla del cadáver de San Juan de la Cruz. Así se aproxima la divina locura del poeta mayor y más iluminado de los místicos españoles con la locura humana del más justiciero y casto enamorado de los caballeros. Su figura oscila entre el dolor de los palos de los arrieros y de los segovianos, las befas de los duques superficiales y la victoria sobre el Caballero de los Espejos, en los campos más verdes y floridos o en la doble luz de ficción y novela de las figuras de retablo de maese Pedro.

Además, dejará la doliente grupa de su buen caballo de carne para montar a Clavileño, el cual le transporta en su fantasía, por encima de las nubes y de las estrellas, como un nuevo Pegaso del soñador de las más bellas ilusiones, al igual que también penetra en las entrañas de la tierra para descubrir los alocados secretos de la novela de la cueva de Montesinos, juntamente con la obsesión por el encanto de Dulcinea. Precisamente porque es un hombre concreto, tanto en sus acciones magistrales como en sus aspectos grotescos, don Quijote puede elevarse a la categoría de símbolo y de mito literario.

Los aspectos personales de don Quijote aparecen, en función de la novela en que se hallan, de maneras distintas en sus dos partes. En la primera, se combinan los episodios que de un modo directo se refieren a las dos figuras centrales y que en gran parte son los más famosos, como mito literario, de toda la obra -molinos de viento, rebaños de ovejas, aventura del muerto, conquista del yelmo de Mambrino, liberación de los galeotes, acontecimientos diversos en la venta, etc.-, y luego una gran variedad de temas que se insertan de forma ya indirecta y completamente lateral y extraña.

Esos episodios no son sino un resumen de todos los géneros novelescos que estaban de moda: el pastoril, el amoroso a la manera italiana, el morisco, la "novela ejemplar", etc. En la segunda parte, será el mismo Cervantes quien nos dice que el lector, indudablemente con penetrante intuición, preferiría las hazañas y las conversaciones de don Quijote y de su escudero a los demás asuntos, apenas relacionados con ellos, como la intervención de los protagonistas, por ejemplo, en las bodas de Camacho, donde se cae de lleno en la misma línea de la acción.

Una vez alcanzada la cumbre de la madurez, el novelista disfruta presentando a don Quijote tanto en episodios triunfales, como en la victoria sobre Sansón Carrasco bajo la apariencia de Caballero de los Espejos, o en la aventura del carro de los leones, como en la suave intimidad de la casa del Caballero del Verde Gabán, o al recoger la rebelión del personaje ante su falso autor Avellaneda. Podemos observar cómo, hacia el final de la novela, va triunfando el "quijotismo", en la manera de ser de Sancho y en toda la inmensa red de aventuras del capítulo de los duques, donde el mundo caballeresco se impone en la vida y en los sentimientos, con la simulación de la burla, con lo que se constituye una formidable puesta en escena de toda una sociedad que entra en aventuras y puebla campos, castillos y aldeas; de ínsulas, cabalgatas y seres fantásticos y grotescos.

Además, en toda la segunda parte en general se observa una evolución hacia la cordura de don Quijote desviada por la propia fantasmagoría construida a propósito en los episodios de los duques. Vencido el protagonista en Barcelona, la novela termina con el dolor de la peor derrota que sufre el caballero errante y su angustioso regreso a su aldea, recobrando la razón en su lecho de muerte.

Entre la primera y segunda partes que realmente escribió Cervantes apareció el segundo tomo del Ingenioso hidalgo don Quijote... del licenciado Alonso Fernández de Avellaneda. Cervantes se disgustó mucho con la usurpación y con el tono de desdén empleado por Avellaneda en sus observaciones, y, en el prólogo de su segunda parte y en los capítulos finales, satirizó muy duramente al autor apócrifo que se ocultaba bajo un seudónimo.

El Quijote de Avellaneda no deja de ser una vulgar falsificación de la concepción fundamental de la novela, convirtiendo a don Quijote en un carácter brutal y monomaníaco, carente de flexibilidad y gracia. Sus contemporáneos sólo comprendieron a don Quijote en su aspecto más superficial y cómico, si bien el Romanticismo, especialmente el alemán, valorizó el tipo de don Quijote interpretándolo como un carácter humanamente melancólico y de profundo contenido filosófico.

Sancho Panza

Sancho Panza es el fiel escudero y fiel amigo de Don Quijote. Es una figura fundamental que complementa la del protagonista con la que constituye el máximo y natural contraste, en la más poderosa técnica de paralelismo. Sancho, escudero del loco caballero andante, es un pueblerino lleno de fe y también de astucia, de materialismo y de bondad, de ambición ingenua y de sentido común. Su personaje nace necesariamente para contener y refutar la fantasía desviada de su señor.

En la primera salida, en la que don Quijote va solo, nos damos cuenta de que a su lado falta una figura que le relacione con la verdadera realidad de las cosas y le ofrezca su simpática compañía. Es necesario el escudero, que, a partir de la segunda salida, acompañará en todo momento a don Quijote. En adelante, Sancho se halla en un constante "devenir" con respecto a su figura física, como si el pensamiento cervantino aún no la tuviera precisada.

Así, en el episodio del vizcaíno, le llama "Sancho Zancas", o piernas largas, mostrándolo muy diferente del tipo que más adelante se perfilará, esto es, de aquella "personilla" baja y barriguda que fue captada por los pintores y grabadores modernos, y que verdaderamente corresponde mejor a su restringido campo psicológico y a sus reacciones vitales. Del mismo modo, existe indecisión en cuanto a los nombres que se dan a su esposa, entre los cuales se impone el de Teresa Panza en la segunda parte de la obra.

Sancho Panza ha venido a convertirse en el signo del materialismo, en contraste con el idealismo de don Quijote, aunque, al igual que el caballero, conviene advertir que se trata de un carácter humano y no abstracto, y por lo tanto dotado de una gama de matices concretos que no pueden encerrarse en la mecánica de un arquetipo. Contra los típicos personajes de la novela picaresca, aquí se nos describe a un Sancho, hombre del pueblo, infantil y egoísta, pero a la vez leal, y, a pesar de su especial escepticismo, confiado en los sueños de su señor.

En su perfecta realización humana, Sancho cumple una función trascendental. Observando por ejemplo el episodio ejemplar de los molinos de viento, nos podemos dar cuenta de que Sancho capta la apariencia y la impresión de las cosas mientras su buen sentido le lleva a no separar la apariencia del fundamento real, aunque luego siempre creerá en la promesa de la ínsula. Cuando para diversión de los duques le vemos transformado en gobernador de Barataria, a lo largo de algunos sabrosos capítulos él es el auténtico protagonista de la novela, hasta el punto que dura ese episodio.

Así, es lógico que en muchas ocasiones se haya interpretado a Sancho como una transposición de don Quijote a un tono distinto. Ambos, el intelectual señor y el empírico escudero, pierden al soplo de una ilusión el equilibrio de su vivir y de su penar. La ínsula es para Sancho lo que Dulcinea es para don Quijote. En la compleja concepción cervantina, todo el mundo de la época se reagrupa en torno a las dos figuras del libro.

En la España caballeresca de los siglos XVI y XVII, existían dos tipos de hombres que se lanzaban al inmenso campo de batalla de la colonización de Europa y América: los españoles que combatían por una idea y los que simplemente buscaban un modo de lucro o de mando. Sancho, al encarnar esta segunda forma de ambición, nos brinda la lección de la inutilidad de su gobierno en Barataria, precisamente por las excelentes pruebas de capacidad política y de buen sentido que nos da y que se quiebran ante el desdén de la camarilla del duque, que no llega a comprender el auténtico fervor del pueblo ante las primitivas e ingeniosas sentencias del pacífico Sancho, merecedoras en algunos casos de la calificación de salomónicas.

Ante esto, el lector sin perjuicios se pone a favor de los ideales de don Quijote, aunque reconoce también la noble actitud de Sancho como gobernador. Uno de los tópicos más frecuentes al definir las figuras cervantinas es el de considerar al escudero como un cobarde. Sin embargo, lo viril de sus acciones queda patente en su pelea con el cabrero, en el episodio del loco Cardenio en Sierra Morena, y en algún otro pasaje. No se puede negar, por otra parte, que Sancho no comprende el afán de la lucha por la lucha que mueve a su señor, ni las cosas de caballerías. Como auténtico hombre del pueblo, sentirá mucho temor ante todo lo sobrenatural. Sancho encarna rudamente la virtud de la prudencia, pero no la tara de la cobardía.

El afecto y lealtad de Sancho por don Quijote se manifiestan en momentos como aquel de la segunda parte en que hablando con el escudero del Caballero de los Espejos dice: . Tampoco hay que olvidar, por otro lado, que en la concepción cervantina, siempre cargada de humorismo, Sancho desempeña un papel muy semejante al del típico gracioso de la obra, dentro del fundamento humano de la novela.

De hecho muchos de los rasgos caricaturescos que han contribuido a que se le tachara de "villanía" vienen por el contraste cómico, como son el miedo de Sancho ante los batanes, episodio en el cual se unen el misterio y el más grotesco realismo. También es una caricatura don Quijote, cuyos deseos idealistas le exaltan hasta la estilizada cumbre de los sueños señoriales del espíritu, a menudo más allá incluso de las propias intenciones del propio autor. Pero no hay que temer que se mecanice en las maneras de los graciosos de las comedias.

Tanto Sancho Panza como su amo, no vienen a darnos una lección de estética o de moral, ni a seguir las imposiciones de una moda. Existen porque su humanidad llena de desigualdades, sus expresivas salidas y la gracia de sus intervenciones en la acción viven su vida dentro del más sencillo y mejor modelo de arte. También hay que señalar la riqueza del lenguaje popular de Sancho, especialmente en sus proverbios, ensartándolos con suma gracia ante la irritación que su modo de hablar provoca en don Quijote. Ésto, junto a aquella intuición popular de profunda visión del mundo tan adecuada a un hombre sin letras, es el lado más encantador de su tipo y del libro.

Pero también puede añadirse que el humano sentimiento de Sancho al darse cuenta de que don Quijote, tras recobrar la cordura, se aproxima a la muerte, se manifiesta precisamente en la insistencia con que entonces vuelve a recordar a su amo sus sueños caballerescos, siendo por ello falsa la actitud de Sancho ante la muerte de don Quijote, como es falsa su actitud triste en todo el drama de Dulcinea.

En tiempo de Cervantes, tampoco lo comprendió Avellaneda, que sólo supo ver en Sancho un aspecto brutal, contra el cual el Sancho auténtico reaccionó en la segunda parte cervantina

Dulcinea del Toboso

Dulcinea del Toboso es el nombre literario de la dama de los pensamientos de don Quijote en la inmortal novela. Actualmente es el símbolo o mito literario de la mujer ideal tal como el poeta o el enamorado, aunque sea partiendo de un ser real-tal vez el más prosaico y cotidiano-la configura en sus sueños. La inefable validez poética del concepto de Dulcinea reside en el hecho de que el propio Cervantes deje su figura en una misteriosa penumbra respecto a su auténtica realidad.

Cuando don Quijote se decide a salir de su aldea y emprender las aventuras propias de un caballero errante, al reflexionar sobre la necesidad de una dama ideal, quiere, como Amadís de Gaula respecto a Oriana, elegir a una señora a cuyos pies pueda poner los triunfos y trofeos de sus victorias, y a tal efecto piensa .

Se llamaba Aldonza Lorenzo, pero el caballero trocó su nombre por el poético de Dulcinea, apellidándola "del Toboso" por ser éste su lugar. Pero a través de la obra veremos cómo la Dulcinea de sus sueños era sobre todo un "ser ideal". Aunque se citen los nombres de sus padres, Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales, grotescos de la aldea, a la "sayagüesa", don Quijote, al terminar sus alambicadas alabanzas, dice a Sancho Panza y en la segunda parte de la novela dice significativamente a la duquesa.

Su amor, afirma, ha sido puramente platónico. A su vez Sancho, que dice conocerla, la transforma según los rasgos domésticos y triviales de su propio carácter: recia y de gruesa voz, con la cabeza en su sitio y bien hecha, nada melindrosa y dispuesta a reír de todo y de tomarlo todo a chanza.

Cuando Sancho finge a su señor haber llevado una carta a Dulcinea, el novelista intuye el doble plano de las dos realidades de ese personaje, según sea imaginado por el caballero o por el escudero, ya que en realidad ninguno de los dos había visto la escena que comenta; pues tampoco Sancho había ido aquella vez al Toboso. Don Quijote imagina a su dama ensartando perlas o bordando en oro; Sancho inventa haberla visto.

Para don Quijote los granos de trigo, al ser tocados por su mano, se convertían en perlas, y cuando Sancho afirma que exhalaba un olor algo hombruno, Don Quijote le responde profundamente. La visita al Toboso, de noche en busca de la casa de Dulcinea, tiene el mismo hechizo de la doble verdad, y cuando, a la mañana siguiente, Sancho, como auténtico pícaro, finge ante dos vulgares campesinas el encantamiento de Dulcinea, el episodio se enriquece con un nuevo aspecto de humorismo y dolor.

Dulcinea es, pues, a través de todo el libro -y sólo se disuelve en la niebla del desengaño ante el umbral de la muerte- el símbolo de la gloria a que debe sacrificarse un caballero errante, y una creencia firme como la fe. Lo importante es -viene a decir don Quijote a los mercaderes toledanos- que sin verla debéis creer, confesar, asegurar, jurar y confirmar; pero al mismo tiempo es también la mujer de carne y hueso de la que el viejo don Quijote se enamoró. Unamuno vio profundamente que todo el heroísmo de don Quijote nace de ese amor a una mujer.

A través de la obsesión del desencanto de Dulcinea nacen las dos figuras: la ideal o perfecta y la dolorosamente encantada, como símbolo del choque entre la perfección soñada y la dura realidad. Es sumamente significativo que en un sueño caballeresco, narrado junto a la Gruta de Montesinos, don Quijote mezcle junto a fantasías medievales, el tema de su pobreza de hidalgo miserable y el tema de la villana Dulcinea encantada. Ricardo Rojas observa que, del mismo modo que en varios cuadros de Velázquez junto al tema central aparece otro reflejado en un espejo, también en la novela.

En Dulcinea, más "esencial" que Melibea, Julieta o Margarita, precisamente por la misma imprecisión de sus contornos literarios, Cervantes intuyó la más bella entelequia de mujer ideal. Las interpretaciones esotéricas del Quijote en el siglo XIX lograron hallar en ella las más insólitas significaciones. El simbolismo filosófico creyó ver en Dulcinea, y en otras interpretaciones sectarias se quiso hacer de ella la sátira del culto a la Virgen o aun de todas las verdades de la fe católica, según una postura hoy completamente abandonada.

Rocinante

Caballo de Don Quijote, flaco, pando, de aspecto burlesco para ser el caballo de un caballero.

Rucio

Asno acompañante de Sancho Panza, muy querido por este.

Personajes secundarios

Primera parte

  • El cura del pueblo de Don Quijote, licenciado Pedro Pérez. Hombre docto, graduado en Sigüenza (Cap. I).
  • El ama de llaves, que pasaba de los cuarenta. El mozo de campo. Vivían en la casa de Don Quijote (Cap. I).
  • La sobrina, Antonia Quijana, que no llegaba a los veinte.
  • Un ventero (Sr. Castellano) y dos "doncellas" (Doña Tolosa y Doña Molinera) que les dijeron a Don Quijote les servirían de por vida (Cap. II).
  • Un labrador, Juan Haldudo, y su criado Andrés (Cap. IV).
  • Unos mercaderes (Cap. IV).
  • Pedro Alonso, labrador vecino, que lo rescata de su primera aventura y accidente. (Cap. V).
  • Maese Nicolás, el barbero del pueblo (Cap. V).
  • El Sabio Frestón, que le robó los libros y el aposento a Don Quijote. También, para su desgracia, tornó los "gigantes" en molinos (Cap. VII).
  • Sancho sale sin despedirse de su mujer, Juana Panza (también llamada Teresa), e hijos (Sanchica, una hija nombrada en la obra) (Cap. VII).
  • Una señora vizcaína en un carruaje dirigiéndose a Sevilla. La acompañaban dos frailes de San Benito y varios escuderos (Cap. IX).
  • Seis cabreros. Antonio, "un mozo de hasta veinte y dos años, de muy buena gracia" que sabía de música y les cantó un romance (Cap. XI).
  • Dos mozos dan cuenta a Don Quijote de la muerte de aquella "mañana del famoso pastor estudiante llamado Crisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por esos andurriales". Los pastores, Pedro, Sarra y Ambrosio explican la desdicha de Grisóstomo (Cap. XII).
  • Seis pastores vestidos de negros y con coronas de guirnaldas en las cabezas. Dos gentiles hombres a caballo y otros tres mozos de a pie que se dirigían al entierro de Grisóstomo. Vivaldo y otros pastores practicaban con Don Quijote, entre otras cosas, sobre las poesías del difunto Grisóstomo que ellos habían salvado de las llamas (Cap. XIII).
  • "Más de 20" arrieros yangüeses (Cap. XV).
  • Un ventero, su mujer e hija. La asturiana Maritornes. Un arriero y un cuadrillero de la Santa Hermandad (Cap. XVI).
  • Hombres "fantasmas", entre ellos Pedro Martínez y Tenorio Hernández que mantearon a Sancho en la venta (Cap. XVII).
  • Pastores que cuidaban "dos ejércitos" de ovejas y carneros (Cap. XVIII).
  • 20 encamisados y 6 enlutados hasta los pies que trasportaban un féretro. Se dirigían de Baeza a Segovia. Uno de ellos se le presenta a Don Quijote como el cura Alonso López (Cap. XIX).
  • Un barbero que llevaba una bacía dorada por "yelmo" (Cap. XXI).
  • Unos galeotes y sus guardias. Ginés de Pasamonte, atrevido ladrón y bellaco (Cap. XXII).
  • Cardenio, un desdichado que por mal de amores vagaba errante por Sierra Morena (Cap. XXIV).
  • Luscinda, enamorada de Cardenio.
  • Dorotea, una hermosa joven que se hace pasar por la princesa Micomicona (Cap. XXIX).
  • Don Fernando, joven que trata de casarse con Luscinda, finalmente se queda con Dorotea.
  • Anselmo (personaje de la novela leida por el cura el curioso impertinente) un hombre que al dudar que se mujer le es fiel le pide a su amigo que intente cortejarla (Cap. XXXIII).
  • Lotario amigo de Anselmo, se enamora de la esposa de su amigo llamada Camila (Cap. XXXIII).
  • Ruy Pérez, el cautivo que llega a la venta. (Cap. XXXVII).
  • Zoraida o María, la novia del Cautivo. (Cap. XXXVII).
  • Juan Pérez de Viedma, Hermano del cautivo. (Cap. XLII).
  • Clara de Viedma, hija de Juan Pérez de Viedma. (Cap. XLII).
  • Don Luis, enamorado de Clara de Viedma. (Cap. XLIII).
  • Rucio, la mula de Sancho Panza.
  • Rocinante, el rocín de don Quijote. (cuyo pene es de más de 80 cm.)

Segunda parte

  • Los "gigantes" que se tornaron en molinos
  • Tres aldeanas dirigiéndose en burro hacia El Toboso. Don Quijote sólo ve la transformación de su Dulcinea en labradora, a pesar de la treta burlesca de Sancho (Cap. X).
  • Carreta de comediantes disfrazados para representar una función titulada Las cortes de la muerte (Cap. XI). Se consideraban perros malditos.
  • Tomé Cecial, vecino y compadre de Sancho, es el escudero de quien se hace llamar el caballero de los Espejos o El Caballero del Bosque (en realidad, Sansón Carrasco) y dice estar enamorado de una tal Casildea de Vandalia (Cap. XII).
  • El hidalgo Diego de Miranda cabalgando a lomos de "una muy hermosa yegua tordilla, vestido un gabán de paño fino verde [...]; el aderezo de la yegua era [...] asimismo de morado y verde; [...] las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde" (Cap. XVI).
  • Don Lorenzo: hijo de Don Diego de Miranda.
  • Carretero y leonero llevando dos leones a la corte (Cap. XVII).
  • Labradores, estudiantes, cura, parientes, danzantes, músicos y zagales todos vestidos de fiesta para asistir a la mejor y más rica boda jamás celebrada en la Mancha. La novia, Quiteria la hermosa. El novio, Camacho el rico. (Cap.XX).
  • El desdichado Basilio, cuyo ingenio logró lo que más bien parecía milagro (Cap. XX).
  • El primo de un estudiante, de los que habían conducido a Don Quijote a la boda se Basilio, conducirá a nuestros protagonistas a la cueva de Montesinos (Cap. XXII).
  • Durandarte: primo de Montesinos que estaba encantado. Mujer de Durandarte: Belerma. Y escudero de este: Guadiana (convertido en río).
  • Sansón Carrasco: el bachiller que acaba con la locura Quijotesca haciéndose pasar primero por el Caballero de los Espejos y luego por el Caballero de la Blanca Luna. Habia visto impresa la obra del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
  • El ventero, Maese Pedro (Ginés de Pasamonte), su mono y su criado (cap. XXVI).
  • Habitantes de los rebuznos (cap. XXVIII).
  • Molineros y pescadores (cap. XXIX).
  • Duques y sus criados, dueñas, doncellas, (cap. XXX).
  • Sirvientes de Sancho en la ínsula.
  • Altisidora y su amiga.
  • Paje.
  • Doña Rodríguez.
  • Roque Guinart.
  • Bandoleros.
  • Ricote, amigo morisco de Sancho Panza que es expulsado de España por su religión y emigra a Alemania.
  • Ana Félix.
  • Tosilos.
  • Don Antonio Moreno.
  • Claudia Jerónima.
  • Avellaneda, autor del Falso Quijote.
  • Álvaro de Tarfe, personaje del Falso Quijote quien reconoce a Sancho y a Don Quijote como verdaderos protagonistas de la obra y decide ayudarlos a desenmascarar a Avellaneda.

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