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Miguel de Cervantes

De Toledo a San Clemente por El Toboso y Belmonte (Tramo 1)

Rutas de Don Quijote de la Mancha

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Por delante esperan 2.443 kilómetros de uno de los corredores ecoturísticos más fascinantes del mundo: ciudades, pueblos, aldeas, iglesias, ermitas, castillos, molinos, ventas, llanuras, sierras, valles, ríos, lagunas, estepas, bosques, barrancos y … aventura, mucha aventura; como la que vivió Don Quijote con su inseparable Sancho hace más de 400 años de la pluma de Miguel de Cervantes por estas tierras castellano-manchegas. En esta Ruta tiene el viajero una cita con la historia, con la cultura, con la naturaleza y con las gentes de esta región teniendo como inigualable guía a la alargada figura de Don Quijote.

Rutas del Quijote - Tramo 1

“Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero, y, como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado de esta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos.”

Primera Parte, Capítulo III de Don Quijote de la Mancha

Tiene el viajero por delante 500 kilómetros desde la monumental ciudad de Toledo hasta la villa manchega de San Clemente. Caminos que, tras abandonar el Valle del Tajo y la Meseta Cristalina, transcurren en gran parte por esa perfecta y amplia llanura que es La Mancha. Un tramo dividido en dos por el río Gigüela que a duras penas erosiona la superficie en unas tierras donde los campos de viñedos y cereales conviven con amplias extensiones de olivares. Paisajes verdes en primavera, amarillos en verano y ocres en otoño e invierno que cobijan un puñado de humedales y complejos lagunares que atesoran una rica y variada avifauna. Y, aquí y allá, pequeñas sierras y elevaciones en las que se levantan molinos y castillos, que jalonan este amable recorrido. Un recorrido que tiene parada y fonda en las ciudades, villas y pueblos en los que el blanco encalado de la arquitectura popular convive con el rojizo apagado de los edificios civiles y eclesiásticos. Aquí el clima es caluroso en verano y frío en invierno, con primaveras cortas y otoños que embrujan; no obstante, cualquier momento es bueno para que el viajero se adentre por estos caminos, sobre todo sabiendo que al final de cada jornada le espera un rica gastronomía con productos de la huerta y carnes de caza como amos y señores de la mesa.

Parte el camino de la ciudad de Toledo. Sin duda el viajero se encuentra en una de las ciudades más bellas del mundo y es casi una obligación perderse por sus callejuelas y empaparse de su variado, amplio y magnífico conjunto monumental. El espectacular peñasco sobre el que se alza la ciudad abrazado por el río Tajo en un increíble meandro queda atrás cuando el viajero emprende, dirección sureste, el camino hacia tierras manchegas.

Olivares y tierras de cultivo nos acompañan en estos primeros pasos. Llanuras que ya nos no abandonarán y sólo se ven salpicadas por cerros en los que se levantan castillos como los de Almonacid de Toledo, que ya existía en época árabe; o el de Peñas Negras en Mora desde el que se divisa un mar de olivos de verde intenso. La propia villa moracha conserva un rico patrimonio arquitectónico y celebra el último domingo de abril la popular Fiesta del Olivo. Un poco antes, en Mascaraque, el viajero habrá optado por uno de los dos ramales en que se divide el tramo: el que le conducirá de Mora a Villacañas pasando entre otras localidades por Tembleque, con su magnífica Plaza Mayor, o El Romeral, con sus típicos molinos de viento; y el que se desvía hacia Huerta de Valdecarábanos con su hoy desmejorado castillo y La Guardia con sus cuevas excavadas en la roca, una antigua sinagoga y la popular ermita del Santo Niño.

En estas tierras de la Mesa de Ocaña encontramos algunos humedales que encierran una rica avifauna como las Zonas Húmedas de la Dehesa de Monreal o las lagunas de Longar y la Albardiosa en Lillo.

En Villacañas, villa en la que el viajero podrá visitar sus típicos silos o viviendas subterráneas, se vuelven a juntar los dos ramales aunque por poco tiempo. La Ruta de Don Quijote vuelve a dividirse antes de llegar a Quero con la intención de poder visitar los conjuntos lagunares que se extienden por estas tierras y localidades eminentemente manchegas como Villafranca de los Caballeros y Alcázar de San Juan (esta última conserva restos de la edad de Bronce, romanos, árabes, y una rica arquitectura civil, popular y religiosa en la que no faltan los característicos molinos de viento). De nuevo los caminos se unen en Campo de Criptana, donde el viajero vuelve a toparse con los molinos que nuestro inseparable compañero de viaje confundió con gigantes. Y tras los molinos… “la sin par Dulcinea del Toboso” igual que la imaginó Don Quijote puede el viajero encontrársela en la villa donde éste la imaginó; allí se levanta la Casa de Dulcinea y el Museo Cervantino, visitas ambas obligadas. Antes de continuar hacia el este la Ruta se desvía para acercarse a Miguel Esteban y Quintanar de la Orden.

La “recta final”, querido amigo viajero, ha comenzado. La provincia de Cuenca aguarda. Mota del Cuervo se levanta ante nosotros con su conjunto de molinos y un magnífico patrimonio arquitectónico. De allí seguimos camino hacia Belmonte, patria de Fray Luis de León que conserva un extraordinario conjunto monumental con su emblemático castillo. La laguna de los Capellanes, el río Záncara, el castillo de Haro y La Encomienda son puntos de interés en estas últimas etapas de nuestra ruta en la que no puede faltar un alto en la pequeña localidad de Villaescusa de Haro y la singular villa de La Alberca de Záncara.

El tramo termina, un merecido descanso espera al viajero al llegar a San Clemente, uno de los más destacados conjuntos monumentales de la provincia de Cuenca, que no es decir poco.

Fuente: Instituto Don Quijote de promoción turística, cultural y artesana de Castilla-la Mancha

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