La Celestina: segundo acto

La Celestina - Fernando de Rojas
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Argumento del segundo acto

Partida Celestina de Calisto para su casa, queda Calisto hablando con Sempronio, criado suyo; al cual, como quien en alguna esperanza puesto está, todo aguijar le parece tardanza. Envía de sí a Sempronio a solicitar a Celestina para el concebido negocio. Quedan entretanto Calisto y Pármeno juntos razonando.

CALISTO, PÁRMENO, SEMPRONIO.

CALISTO.- Hermanos míos, cien monedas dí a la madre. ¿Hice bien?

SEMPRONIO.- ¡Ay, sí hiciste bien! Allende de remediar tu vida, ganaste muy gran honra. ¿Y para qué es la fortuna favorable y próspera, sino para servir a la honra, que es el mayor de los mundanos bienes? Que esto es premio y galardón de la virtud, y por eso la damos a Dios, porque no tenemos mayor cosa que le dar, la mayor parte de la cual consiste en la liberalidad y franqueza. A ésta los duros tesoros comunicables la oscurecen y pierden, y la magnificencia y liberalidad la ganan y subliman. ¿Qué aprovecha tener lo que se niega aprovechar? Sin duda te digo que mejor es el uso de las riquezas que la posesión de ellas. ¡Oh qué glorioso es el dar! ¡Oh qué miserable es el recibir! Cuanto es mejor el acto que la posesión, tanto es más noble el dante que el recibiente. Entre los elementos, el fuego, por ser más activo, es más noble, y en las esferas puesto en más noble lugar. Y dicen algunos que la nobleza es una alabanza que proviene de los merecimientos y antigüedad de los padres. Yo digo que la ajena luz nunca te hará claro si la propia no tienes. Y, por tanto, no te estimes en la claridad de tu padre, que tan magnífico fue, sino en la tuya. Y así se gana la honra, que es el mayor bien de los que son fuera de hombre. De lo cual no el malo, mas el bueno, como tú, es digno que tenga perfecta virtud. Y aun te digo que la virtud perfecta no pone que sea hecho condigno honor. Por ende, goza de haber sido así magnífico y liberal, y de mi consejo tórnate a la cámara y reposa, pues que tu negocio en tales manos está depositado. De donde ten por cierto, pues el comienzo llevó bueno, el fin será muy mejor. Y vamos luego, porque sobre este negocio quiero hablar contigo más largo.

CALISTO.- Sempronio, no me parece buen consejo quedar yo acompañado y que váyase aquella que busca el remedio de mi mal. Mejor será que vayas con ella y la aquejes, pues sabes que de su diligencia pende mi salud, de su tardanza mi pena, de su olvido mi desesperanza. Sabido eres, fiel te siento, por buen criado te tengo. Haz de manera que en sólo verte ella a ti juzgue la pena que a mí queda y fuego que me atormenta, cuyo ardor me causó no poder mostrarle la tercia parte de esta mi secreta enfermedad, según tiene mi lengua y sentido ocupados y consumidos. Tú, como hombre libre de tal pasión, hablarla has a rienda suelta.

SEMPRONIO.- Señor, querría ir por cumplir tu mandado, querría quedar por aliviar tu cuidado. Tu temor me aqueja, tu soledad me detiene. Quiero tomar consejo con la obediencia, que es ir y dar prisa a la vieja. Mas, ¿cómo iré? Que, en viéndote solo, dices desvaríos de hombre sin seso, suspirando, gimiendo, maltrovando, holgando con lo oscuro, deseando soledad, buscando nuevos modos de pensativo tormento, donde, si perseveras, o de muerto o loco no podrás escapar, si siempre no te acompaña quien te allegue placeres, diga donaires, tanga canciones alegres, cante romances, cuente historias, pinte motes, finja cuentos, juegue a naipes, arme mates, finalmente, que sepa buscar todo género de dulce pasatiempo para no dejar trasponer tu pensamiento en aquellos crueles desvíos que recibiste de aquella señora en el primer trance de tus amores.

CALISTO.- ¿Cómo, simple? ¿No sabes que alivia la pena llorar la causa? ¡Cuánto es dulce a los tristes quejar su pasión! ¡Cuánto descanso traen consigo los quebrantados suspiros! ¡Cuánto relevan y disminuyen los lagrimosos gemidos el dolor! Cuantos escribieron consuelos no dicen otra cosa.

SEMPRONIO.- Lee más adelante, vuelve la hoja. Hallarás que dicen que fiar en lo temporal y buscar materia de tristeza, que es igual género de locura. Y aquel Macías, ídolo de los amantes, del olvido porque le olvidaba se queja. En el contemplar ésta es la pena de amor, en el olvidar el descanso. Huye de tirar coces al aguijón, finge alegría y consuelo y serlo ha. Que muchas veces la opinión trae las cosas donde quiere, no para que mude la verdad, pero para moderar nuestro sentido y regir nuestro juicio.

CALISTO.- Sempronio, amigo, pues tanto sientes mi soledad, llama a Pármeno y quedará conmigo. Y de aquí adelante sé, como sueles, leal, que en servicio del criado está el galardón del señor.

PÁRMENO.- Aquí estoy, señor.

CALISTO.- Yo no, pues no te veía. No te partas de ella, Sempronio, ni me olvides a mí, y ve con Dios. Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que hoy ha pasado? Mi pena es grande, Melibea alta, Celestina sabia y buena maestra de estos negocios. No podemos errar. Tú me la has aprobado con toda tu enemistad. Yo te creo, que tanta es la fuerza de la verdad que las lenguas de los enemigos trae a su mandar. Así que, pues ella es tal, más quiero dar a ésta cien monedas que a otra cinco.

PÁRMENO.- ¿Ya lloras? ¡Duelos tenemos! En casa se habrán de ayunar estas franquezas.

CALISTO.- Pues pido tu parecer, seme agradable, Pármeno. No abajes la cabeza al responder. Mas como la envidia es triste, la tristeza sin lengua, puede más contigo su voluntad que mi temor. ¿Qué dijiste, enojoso?

PÁRMENO.- Digo, señor, que irían mejor empleadas tus franquezas en presentes y servicios a Melibea, que no dar dineros a aquella que yo me conozco y, lo que peor es, hacerte su cautivo.

CALISTO.- ¿Cómo, loco, su cautivo?

PÁRMENO.- Porque a quien dices el secreto das tu libertad.

CALISTO.- Algo dice el necio, pero quiero que sepas que, cuando hay mucha distancia del que ruega al rogado, o por gravedad de obediencia, o por señorío de estado, o esquividad de género, como entre esta mi señora y mí, es necesario intercesor o medianero que suba de mano en mano mi mensaje hasta los oídos de aquella a quien yo segunda vez hablar tengo por imposible. Y pues que así es, dime si lo hecho apruebas.

PÁRMENO.- ¡Apruébelo el diablo!

CALISTO.- ¿Qué dices?

PÁRMENO.- Digo, señor, que nunca yerro vino desacompañado y que un inconveniente es causa y puerta de muchos.

CALISTO.- El dicho yo le apruebo; el propósito no entiendo.

PÁRMENO.- Señor, porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea a le buscar, la entrada causa de la ver y hablar; la habla engendró amor; el amor parió tu pena; la pena causará perder tu cuerpo y alma y hacienda. Y lo que más de ello siento es venir a manos de aquella trotaconventos, después de tres veces emplumada.

CALISTO.- ¡Así, Pármeno, di más de eso, que me agrada! Pues mejor me parece cuanto más la desalabas. Cumpla conmigo y emplúmenla la cuarta. Desentido eres, sin pena hablas; no te duele donde a mí, Pármeno.

PÁRMENO.- Señor, más quiero que airado me reprehendas porque te doy enojo, que arrepentido me condenes porque no te dí consejo, pues perdiste el nombre de libre cuando cautivaste tu voluntad.

CALISTO.- ¡Palos querrá este bellaco! Di, mal criado, ¿por qué dices mal de lo que yo adoro? Y tú, ¿qué sabes de honra? Dime, ¿qué es amor?, ¿en qué consiste buena crianza, que te me vendes por discreto? ¿No sabes que el primer escalón de locura es creer ser esciente? Si tú sintieses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga que la cruel flecha de Cupido me ha causado. Cuanto remedio Sempronio acarrea con sus pies, tanto apartas tú con tu lengua, con tus vanas palabras, fingiéndote fiel. Eres un terrón de lisonja, bote de malicias, el mismo mesón y aposentamiento de la envidia, que, por difamar la vieja, a tuerto o a derecho pones en mis amores desconfianza, sabiendo que esta mi pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejo y, si alguno se le diere, tal que no aparte ni desgozne lo que sin las entrañas no podrá despegarse. Sempronio temió su ida y tu quedada. Yo quíselo todo y así me padezco el trabajo de su ausencia y tu presencia. Valiera más solo que mal acompañado.

PÁRMENO.- Señor, flaca es la fidelidad que temor de pena la convierte en lisonja, mayormente con señor a quien dolor y afición priva y tiene ajeno de su natural juicio. Quitarse ha el velo de la ceguedad; pasarán estos momentáneos fuegos; conocerás mis agras palabras ser mejores para matar este fuerte cáncer que las blandas de Sempronio, que lo ceban, atizan tu fuego, avivan tu amor, encienden tu llama, añaden astillas que tenga que gastar, hasta ponerte en la sepultura.

CALISTO.- ¡Calla, calla, perdido! Estoy yo penando y tú filosofando. No te espero más. Saquen un caballo, límpienle mucho, aprieten bien la cincha, porque si pasare por casa de mi señora y mi Dios...

PÁRMENO.- ¡Mozos! ¿No hay mozo en casa? Yo me lo habré de hacer, que a peor vendremos de esta vez que ser mozos de espuelas. ¡Andar!, ¡pase! Mal me quieren mis comadres, etc. ¿Relincháis, don caballo? ¿No basta un celoso en casa o barruntáis a Melibea?

CALISTO.- ¿Viene ese caballo? ¿Qué haces, Pármeno?

PÁRMENO.- Señor, vesle aquí, que no está Sosia en casa.

CALISTO.- Pues ten ese estribo, abre más esa puerta y, si viniere Sempronio con aquella señora, di que esperen, que presto será mi vuelta.

PÁRMENO.- ¡Mas nunca sea! ¡Allá irás con el diablo! A estos locos decidles lo que les cumple, no os podrán ver. ¡Por mi ánima, que si ahora le diese una lanzada en el calcañar, que saliesen más sesos que de la cabeza! Pues anda, que a mi cargo ¡que Celestina y Sempronio te espulguen! ¡Oh desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos; yo me pierdo por bueno: ¡El mundo es tal! Quiero irme al hilo de la gente, pues a los traidores llaman discretos, a los fieles necios. Si creyera a Celestina con sus seis docenas de años a cuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me pondrá escarmiento de aquí adelante con él. Que si dijere «comamos», yo también; si quisiere derrocar la casa, aprobarlo; si quemar su hacienda,ir por fuego. ¡Destruya, rompa, quiebre, dañe, dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá, pues dicen «a río vuelto ganancia de pescadores»! ¡Nunca más perro a molino!

Fernando de Rojas - La Celestina
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