La Celestina: undécimo acto

La Celestina - Fernando de Rojas
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Argumento del undécimo acto

Despedida Celestina de Melibea, va por la calle sola hablando. Ve a Sempronio y a Pármeno que van a la Magdalena por su señor. Sempronio habla con Calisto. Sobreviene Celestina. Van a casa de Calisto. Declárale Celestina su mensaje y negocio recaudado con Melibea. Mientras ellos en estas razones están, Pármeno y Sempronio entre sí hablan. Despídese Celestina de Calisto, va para su casa, llama a la puerta. Elicia le viene a abrir. Cenan y vanse a dormir.

CALISTO, CELESTINA, PÁRMENO, SEMPRONIO,ELICIA.

CELESTINA.- ¡Ay, Dios, si llegase a mi casa con mi mucha alegría a cuestas! A Pármeno y a Sempronio veo ir a la Magdalena. Tras ellos me voy y, si ahí no estuviere Calisto, pasaremos a su casa a pedirle albricias de su gran gozo.

SEMPRONIO.- Señor, mira que tu estada es dar a todo el mundo qué decir. Por Dios, que huyas de ser traído en lenguas, que al muy devoto llaman hipócrita. ¿Qué dirán sino que andas royendo los santos? Si pasión tienes, súfrela en tu casa; no te sienta la tierra, no descubras tu pena a los extraños. Pues está en manos el pandero que lo sabrá bien tañer.

CALISTO.- ¿En qué manos?

SEMPRONIO.- De Celestina.

CELESTINA.- ¿Qué nombráis a Celestina? ¿Qué decís de esta esclava de Calisto? Toda la calle del Arcediano vengo a más andar tras vosotros por alcanzaros y jamás he podido con mis luengas haldas.

CALISTO.- ¡Oh joya del mundo, acorro de mis pasiones, espejo de mi vista! El corazón se me alegra en ver esa honrada presencia, esa noble senectud. Dime, ¿con qué vienes? ¿Qué nuevas traes? ¡Que te veo alegre y no sé en qué está mi vida!

CELESTINA.- En mi lengua.

CALISTO.- ¿Qué dices, gloria y descanso mío? Declárame más lo dicho.

CELESTINA.- Salgamos, señor, de la iglesia, y de aquí a la casa te contaré algo con que te alegres de verdad.

PÁRMENO.- Buena viene la vieja, hermano; recaudado debe de haber.

SEMPRONIO.- Escucha.

CELESTINA.- Todo este día, señor, he trabajado en tu negocio y he dejado perder otros en que harto me iba. Muchos tengo quejosos por tenerte a ti contento. Más he dejado de ganar que piensas, pero todo vaya en buena hora, pues tan buen recaudo traigo. Y óyeme, que en pocas palabras te lo diré, que soy corta de razón. A Melibea dejo a tu servicio.

CALISTO.- ¿Qué es esto que oigo?

CELESTINA.- Que es más tuya que de sí misma, más está a tu mandado y querer que de su padre Pleberio.

CALISTO.- Habla cortés, madre, no digas tal cosa, que dirán estos mozos que estás loca. Melibea es mi señora, Melibea es mi Dios, Melibea es mi vida; yo su cautivo, yo su siervo.

SEMPRONIO.- Con tu desconfianza, señor, con tu poco preciarte, con tenerte en poco, hablas esas cosas con que atajas su razón. A todo el mundo turbas diciendo desconciertos. ¿De qué te santiguas? Dale algo por su trabajo, harás mejor, que eso esperan esas palabras.

CALISTO.- Bien has dicho. Madre mía, yo sé cierto que jamás igualará tu trabajo y mi liviano galardón. En lugar de manto y saya, por que no se dé parte a oficiales, toma esta cadenilla, ponla al cuello y procede en tu razón y mi alegría.

PÁRMENO.- ¿Cadenilla la llama? ¿No lo oyes, Sempronio? No estima el gasto. Pues yo te certifico no diese mi parte por medio marco de oro, por mal que la vieja la reparta.

SEMPRONIO.- Oírte ha nuestro amo. Tendremos en él qué amansar y en ti qué sanar, según está hinchado de tu mucho murmurar. Por mi amor, hermano, que oigas y calles, que por eso te dio Dios dos oídos y una lengua sola.

PÁRMENO.- ¡Oirá el diablo! Está colgado de la boca de la vieja, sordo, y mudo, y ciego, hecho personaje sin son, que, aunque le diésemos higas, diría que alzábamos las manos a Dios rogando por buen fin de sus amores.

SEMPRONIO.- Calla, oye, escucha bien a Celestina. En mi alma todo lo merece, y más que le diese. Mucho dice.

CELESTINA.- Señor Calisto, para tan flaca vieja como yo de mucha franqueza usaste, pero como todo don o dádiva se juzgue grande o chica respecto del que lo da, no quiero traer a consecuencia mi poco merecer ante quien sobra en cualidad y en cuantidad, mas medirse ha con tu magnificencia, ante quien no es nada. En pago de la cual te restituyo tu salud, que iba perdida; tu corazón, que te faltaba; tu seso, que se alteraba. Melibea pena por ti más que tú por ella, Melibea te ama y desea ver, Melibea piensa más horas en tu persona que en la suya, Melibea se llama tuya y esto tiene por título de libertad. Y con esto amansa el fuego, que más que a ti la quema.

CALISTO.- ¿Mozos, estoy yo aquí? ¿Mozos, oigo yo esto? Mozos, mirad si estoy despierto. ¿Es de día o de noche? ¡Oh señor Dios, padre celestial, ruégote que esto no sea sueño! ¡Despierto, pues, estoy! Si burlas, señora, de mí por me pagar en palabras, no temas, di verdad, que para lo que tú de mí has recibido más merecen tus pasos.

CELESTINA.- Nunca el corazón lastimado de deseo toma la buena nueva por cierta ni la mala por dudosa. Pero, si burlo o si no, verlo has yendo esta noche, según el concierto dejo con ella, a su casa, en dando el reloj doce, a la hablar por entre las puertas, de cuya boca sabrás más por entero mi solicitud y su deseo, y el amor que te tiene y quién lo ha causado.

CALISTO.- Ya, ya, ¿tal cosa espero? ¿Tal cosa es posible haber de pasar por mí? Muerto soy de aquí allá, no soy capaz de tanta gloria, no merecedor de tan gran merced, no digno de hablar con tal señora de su voluntad y grado.

CELESTINA.- Siempre lo oí decir, que es más difícil de sufrir la próspera fortuna que la adversa, que la una no tiene sosiego y la otra tiene consuelo. ¿Cómo, señor Calisto, y no mirarías quién tú eres? ¿Y no mirarías el tiempo que has gastado en su servicio? ¿Y no mirarías a quien has puesto entremedias? Y, asimismo, que hasta ahora siempre has estado dudoso de la alcanzar y tenías sufrimiento, ahora que te certifico el fin de tu penar, ¿quieres poner fin a tu vida? Mira, mira que está Celestina de tu parte y que, aunque todo te faltase lo que en un enamorado se requiere, te vendería por el más acabado galán del mundo. Que te haría llanas las peñas para andar, que te haría las más crecidas aguas corrientes pasar sin mojarte. Mal conoces a quien tú das dinero.

CALISTO.- ¡Cata, señora! ¿Qué me dices? ¿Que vendrá de su grado?

CELESTINA.- Y aun de rodillas.

SEMPRONIO.- No sea ruido hechizo, que nos quieren tomar a manos a todos. Cata, madre, que así se suelen dar las zarazas en pan envueltas, por que no las sienta el gusto.

PÁRMENO.- Nunca te oí decir mejor cosa. Mucha sospecha me pone el presto conceder de aquella señora y venir tan aína en todo su querer de Celestina, engañando nuestra voluntad con sus palabras dulces y prestas por hurtar por otra parte, como hacen los de Egipto cuando el signo nos catan en la mano. Pues alahé, madre, con dulces palabras están muchas injurias vengadas. El falso bueyezuelo con su blando cencerrar trae las perdices a la red; el canto de la sirena engaña los simples marineros con su dulzor. Así ésta, con su mansedumbre y concesión presta, querrá tomar una manada de nosotros a su salvo. Purgará su inocencia con la honra de Calisto y con nuestra muerte, así como corderica mansa que mama su madre y la ajena. Ella, con su segurar, tomará la venganza de Calisto en todos nosotros, de manera, que, con la mucha gente que tiene, podrá cazar a padres e hijos en una nidada y tú estarte has rascando a tu fuego, diciendo «a salvo está el que repica».

CALISTO.- ¡Callad, locos, bellacos, sospechosos! Parece que dais a entender que los ángeles sepan hacer mal. Sí, que Melibea ángel disimulado es que vive entre nosotros.

SEMPRONIO.- ¿Todavía vuelves a tus herejías? Escúchale, Pármeno, no te pene nada, que si fuere trato doble, él lo pagará, que nosotros buenos pies tenemos.

CELESTINA.- Señor, tú estás en lo cierto; vosotros, cargados de sospechas vanas. Yo he hecho todo lo que a mí era a cargo. Alegre te dejo, Dios te libre y aderece. Pártome muy contenta. Si fuere menester para esto o para más, allí estoy muy aparejada a tu servicio.

PÁRMENO.- ¡Ji, ji, ji!

SEMPRONIO.- ¿De qué te ríes, por tu vida?

PÁRMENO.- De la prisa que la vieja tiene por irse. No ve la hora que haber despegado la cadena de casa. No puede creer que la tenga en su poder ni que se la han dado de verdad. No se halla digna de tal don, tan poco como Calisto de Melibea.

SEMPRONIO.- ¿Qué quieres que haga una puta vieja alcahueta, que sabe y entiende lo que nosotros callamos, y suele hacer siete virgos por dos monedas, después de verse cargada de oro, sino ponerse en salvo con la posesión, con temor no se la tornen a tomar después que ha cumplido de su parte aquello para que era menester? ¡Pues guárdese del diablo que sobre el partir no le saquemos el alma!

CALISTO.- Dios vaya contigo, madre. Yo quiero dormir y reposar un rato para satisfacer a las pasadas noches y cumplir con la por venir.

CELESTINA.- ¡Ta, ta, ta, ta!

ELICIA.- ¿Quién llama?

CELESTINA.- Abre, hija Elicia.

ELICIA.- ¿Cómo vienes tan tarde? No lo debes hacer, que eres vieja. Tropezarás donde caigas y mueras.

CELESTINA.- No temo eso, que de día me aviso por donde venga de noche, que jamás me subo por poyo ni calzada, sino por medio de la calle. Porque, como dicen, «no da paso seguro quien corre por el muro», y que «aquel va más sano que anda por llano». Más quiero ensuciar mis zapatos con el lodo que ensangrentar las tocas y los cantos. Pero no te duele a ti en ese lugar.

ELICIA.- Pues, ¿qué me ha de doler?

CELESTINA.- Que se fue la compañía, que te dejé y quedaste sola.

ELICIA.- Son pasadas cuatro horas después y ¿habíaseme de acordar de eso?

CELESTINA.- Cuanto más presto te dejaron más con razón lo sentiste. Pero dejemos su ida y mi tardanza. Entendamos en cenar y dormir.
Fernando de Rojas - La Celestina
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