La Celestina: décimotercer acto

La Celestina - Fernando de Rojas
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Argumento del décimotercer acto

Despertado Calisto de dormir, está hablando consigo mismo. De aquí a un poco está llamando a Tristán y a otros sus criados. Torna a dormir Calisto. Pónese Tristán a la puerta. Viene Sosia llorando. Preguntado de Tristán, Sosia cuéntale la muerte de Sempronio y Pármeno. Van a decir las nuevas a Calisto, el cual, sabiendo la verdad, hace gran lamentación.

CALISTO, TRISTÁN, SOSIA.

CALISTO.- ¡Oh cómo he dormido tan a mi placer después de aquel azucarado rato, después de aquel angélico razonamiento! Gran reposo he tenido. El sosiego y descanso, ¿procede de mi alegría, o lo causó el trabajo corporal mi mucho dormir, o la gloria y placer del ánimo? Y no me maravillo que lo uno y lo otro se juntasen a cerrar los candados de mis ojos, pues trabajé con el cuerpo y persona y holgué con el espíritu y sentido la pasada noche. Muy cierto es que la tristeza acarrea pensamiento, y el mucho pensar impide el sueño, como a mí estos días es acaecido con la desconfianza que tenía de la mayor gloria, que ya poseo. ¡Oh señora y amor mío, Melibea! ¿Qué piensas ahora? ¿Si duermes o estás despierta? ¿Si piensas en mí o en otro? ¿Si estás levantada o acostada? ¡Oh dichoso y bienandante Calisto, si verdad es que no ha sido sueño lo pasado! ¿Soñelo o no? ¿Fue fantaseado o pasó en verdad? Pues no estuve solo; mis criados me acompañaron. Dos eran. Si ellos dicen que pasó, en verdad creerlo he, según derecho. Quiero mandarlos llamar para más confirmar mi gozo. ¡Tristanico, mozos! ¡Tristanico, levántate de ahí!

TRISTÁN.- Señor, levantado estoy.

CALISTO.- Corre, llámame a Sempronio y a Pármeno.

TRISTÁN.- Ya voy, señor.

CALISTO

Duerme y descansa, penado,
   desde ahora,
pues te ama tu señora
   de su grado.
Venza placer al cuidado
   y no le vea,
pues te ha hecho su privado
   Melibea.

TRISTÁN.- Señor, no hay ningún mozo en casa.

CALISTO.- Pues abre esas ventanas; verás qué hora es.

TRISTÁN.- Señor, bien de día.

CALISTO.- Pues tórnalas a cerrar y déjame dormir hasta que sea hora de comer.

TRISTÁN.- Quiero bajarme a la puerta por que duerma mi amo sin que ninguno le impida, y a cuantos le buscaren se le negaré. ¡Oh qué grita suena en el mercado! ¿Qué es esto? Alguna justicia se hace o madrugaron a correr toros. No sé qué me diga de tan grandes voces como se dan. De allá viene Sosia, el mozo de espuelas; él me dirá qué es esto. Desgreñado viene el bellaco; en alguna taberna se debe haber revolcado. Y si mi amo le cae en el rastro, mandarle ha dar dos mil palos, que, aunque es algo loco, la pena le hará cuerdo. Parece que viene llorando. ¿Qué es esto, Sosia? ¿Por qué lloras? ¿De dó vienes?

SOSIA.- ¡Oh malaventurado yo! ¡Oh qué pérdida tan grande! ¡Oh deshonra de la casa de mi amo! ¡Oh qué mal día amaneció éste! ¡Oh desdichados mancebos!

TRISTÁN.- ¿Qué es? ¿Qué has? ¿Por qué te matas? ¿Qué mal es éste?

SOSIA.- Sempronio y Pármeno...

TRISTÁN.- ¿Qué dices, Sempronio y Pármeno? ¿Qué es esto, loco? ¡Aclárate más, que me turbas!

SOSIA.- Nuestros compañeros, nuestros hermanos...

TRISTÁN.- O tú estás borracho, o has perdido el seso, o traes alguna mala nueva. ¿No me dices qué es eso que dices de esos mozos?

SOSIA.- Que quedan degollados en la plaza.

TRISTÁN.- ¡Oh mala fortuna la nuestra si es verdad! ¿Vístelos cierto o habláronte?

SOSIA.- Ya sin sentido iban, pero el uno, con harta dificultad, como me sintió que con lloro le miraba, hincó los ojos en mí, alzando las manos al cielo, cuasi dando gracias a Dios y como preguntando si me sentía de su morir. Y en señal de triste despedida abajó su cabeza con lágrimas en los ojos, dando bien a entender que no me había de ver más hasta el día del gran Juicio.

TRISTÁN.- No sentiste bien, que sería preguntarte si estaba presente Calisto. Y pues tan claras señas traes de este cruel dolor, vamos presto con las tristes nuevas a nuestro amo.

SOSIA.- ¡Señor, señor!

CALISTO.- ¿Qué es eso, locos? ¿No os mandé que no me recordaseis?

SOSIA.- Recuerda y levanta, que si tú no vuelves por los tuyos, de caída vamos. Sempronio y Pármeno quedan descabezados en la plaza como públicos malhechores, con pregones que manifestaban su delito.

CALISTO.- ¡Oh válgame Dios! ¿Y qué es esto que me dices? No sé si te crea tan acelerada y triste nueva. ¿Vístelos tú?

SOSIA.- Yo los vi.

CALISTO.- Cata, mira qué dices, que esta noche han estado conmigo.

SOSIA.- Pues madrugaron a morir.

CALISTO.- ¡Oh mis leales criados! ¡Oh mis grandes servidores! ¡Oh mis fieles secretarios y consejeros! ¿Puede ser tal cosa verdad? ¡Oh amenguado Calisto, deshonrado quedas para toda tu vida! ¿Qué será de ti, muertos tal par de criados? Dime, por Dios, Sosia, ¿qué fue la causa? ¿Qué decía el pregón? ¿Dónde los tomaron? ¿Qué justicia lo hizo?

SOSIA.- Señor, la causa de su muerte publicaba el cruel verdugo a voces, diciendo: «Manda la justicia mueran los violentos matadores».

CALISTO.- ¿A quién mataron tan presto? ¿Qué puede ser esto? No ha cuatro horas que de mí se despidieron. ¿Cómo se llamaba el muerto?

SOSIA.- Señor, una mujer que se llamaba Celestina.

CALISTO.- ¿Qué me dices?

SOSIA.- Esto que oyes.

CALISTO.- Pues si eso es verdad, mata tú a mí, yo te perdono, que más mal hay que viste ni puedes pensar si Celestina, la de la cuchillada, es la muerta.

SOSIA.- Ella misma es. De más de treinta estocadas la vi llagada, tendida en su casa, llorándola una su criada.

CALISTO.- ¡Oh tristes mozos! ¿Cómo iban? ¿Viéronte? ¿Habláronte?

SOSIA.- ¡Oh señor, que si los vieras, quebraras el corazón de dolor! El uno llevaba todos los sesos de la cabeza fuera, sin ningún sentido. El otro, quebrados entrambos brazos y la cara magullada. Todos llenos de sangre, que saltaron de unas ventanas muy altas por huir del alguacil. Y así, cuasi muertos, les cortaron las cabezas, que creo que ya no sintieron nada.

CALISTO.- Pues yo bien siento mi honra. Pluguiera a Dios que fuera yo ellos y perdiera la vida y no la honra, y no la esperanza de conseguir mi comenzado propósito, que es lo que más, en este caso desastrado, siento.¡Oh mi triste nombre y fama, cómo andas al tablero de boca en boca! ¡Oh mis secretos más secretos, cuán públicos andaréis por las plazas y mercados! ¿Qué será de mí? ¿A dónde iré? Que salga allá, a los muertos no puedo ya remediar. Que me esté aquí, parecerá cobardía. ¿Qué consejo tomaré? Dime, Sosia, ¿qué era la causa por que la mataron?

SOSIA.- Señor, aquella su criada, dando voces, llorando su muerte la publicaba a cuantos la querían oír, diciendo que porque no quiso partir con ellos una cadena de oro que tú le diste.

CALISTO.- ¡Oh día de congoja, oh fuerte tribulación, y en que anda mi hacienda de mano en mano y mi nombre de lengua en lengua! Todo será público cuanto con ella y con ellos hablaba, cuanto de mí sabían, el negocio en que andaban. No osaré salir ante gentes. ¡Oh pecadores de mancebos, padecer por tan súbito desastre! ¡Oh mi gozo, cómo te vas disminuyendo! Proverbio es antiguo que de muy alto grandes caídas se dan. Mucho había anoche alcanzado; mucho tengo hoy perdido. Rara es la bonanza en el piélago. Yo estaba en título de alegre si mi ventura quisiera tener quedos los ondosos vientos de mi perdición. ¡Oh fortuna, cuánto y por cuántas partes me has combatido! Pues, por más que sigas mi morada y seas contraria a mi persona, las adversidades con igual ánimo se han de sufrir, y en ellas se prueba el corazón recio o flaco. No hay mejor toque para conocer qué quilates de virtud o esfuerzo tiene el hombre, pues por más mal y daño que me venga, no dejaré de cumplir el mandado de aquella por quien todo esto se ha causado, que más me va en conseguir la ganancia de la gloria que espero que en la pérdida de morir los que murieron. Ellos eran sobrados y esforzados, ahora o en otro tiempo de pagar habían. La vieja era mala y falsa, según parece, que hacía trato con ellos, y así que riñeron sobre la capa del justo. Permisión fue divina que así acabase en pago de muchos adulterios que por su intercesión o causa son cometidos. Quiero hacer aderezar a Sosia y a Tristanico. Irán conmigo este tan esperado camino; llevarán escalas, que son altas las paredes. Mañana haré que vengo de fuera, si pudiere vengar estas muertes; si no, pagaré mi inocencia con mi fingida ausencia o me fingiré loco, por mejor gozar de este sabroso deleite de mis amores, como hizo aquel gran capitán Ulises por evitar la batalla troyana y holgar con Penélope, su mujer.
Fernando de Rojas - La Celestina
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