Romance de Antequera

En palabras de José Luís Alborg, el Romancero constituye la poesía nacional por excelencia: "un inmenso poema disperso y popular", que representa una de las pocas cumbres excelsas en la literatura universal, capaz de llegar al alma de todo un pueblo sin distinción de clases y sin necesidad de preparación intelectual.

De Antequera partió el moro 
tres horas antes del día,
con cartas en la su mano 
en que socorro pedía.
Escritas iban con sangre, 
más no por falta de tinta.
El moro que las llevaba 
ciento y veinte años había,
la barba tenía blanca, 
la calva le relucía;
toca llevaba tocada, 
muy grande precio valía.
La mora que la labrara 
por su amiga la tenía;
alhaleme en su cabeza 
con borlas de seda fina;
caballero en una yegua, 
que caballo no quería.
Solo con un pajecico 
que le tenga compañía,
no por falta de escuderos, 
que en su casa hartos había.
Siete celadas le ponen 
de mucha caballería,
mas la yegua era ligera, 
de entre todos se salía;
por los campos de Archidona 
a grandes voces decía:
-¡Oh buen rey, si tú supieses 
mi triste mensajería,
mesarías tus cabellos 
y la tu barba vellida!
El rey, que venir lo vido, 
a recebirlo salía
con trescientos de caballo, 
la flor de la morería.
-Bien seas venido, el moro, 
buena sea tu venida.
-Alá te mantenga, el rey, 
con toda tu compañía.



-Dime, ¿qué nuevas me traes 
de Antequera, esa mi villa
-Yo te las diré, buen rey, 
si tú me otorgas la vida.
-La vida te es otorgada, 
si traición en ti no había.
-¡Nunca Alá lo permitiese 
hacer tan gran villanía!,
mas sepa tu real alteza 
lo que ya saber debría,
que esa villa de Antequera 
en grande aprieto se vía,
que el infante don Fernando 
cercada te la tenía.
Fuertemente la combate 
sin cesar noche ni día;
manjar que tus moros comen, 
cueros de vaca cocida.
Buen rey, si no la socorres, 
muy presto se perdería.
El rey, cuando aquesto oyera, 
de pesar se amortecía;
haciendo gran sentimiento, 
muchas lágrimas vertía;
rasgaba sus vestiduras, 
con gran dolor que tenía,
ninguno le consolaba, 
porque no lo permitía;
mas después, en sí tornando, 
a grandes voces decía:
-Tóquense mi añafiles, 
trompetas de plata fina;
júntense mis caballeros 
cuantos en mi reino había,
vayan con mis dos hermanos 
a Archidona, esa mi villa,


en socorro de Antequera, 
llave de mi señoría.
Y ansí, con este mandado 
se junto gran morería;
ochenta mil peones fueron 
el socorro que venía,
con cinco mil de caballo, 
los mejores que tenía.
Ansí en la Boca del Asna 
este real sentado había
a la vista del infante, 
el cual ya se apercebía,
confiando en la gran victoria 
que de ellos Dios le daría,
sus gentes bien ordenadas; 
de San Juan era aquel día
cuando se dió la batalla 

de los nuestros tan herida,
que por ciento y veinte muertos 
quince mil moros había.
Después de aquesta batalla 
fue la villa combatida
con lombardas y pertrechos 
y con una gran bastida
conque le ganan las torres 
de donde era defendida.
Después dieron el castillo 
los moros a pleitesía,
que libres con sus haciendas 
el infante los pornía
en la villa de Archidona, 
lo cual todo se cumplía;
y ansí se ganó Antequera 
a loor de Santa María.