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De Francia partió la niña

En palabras de José Luís Alborg, el Romancero constituye la poesía nacional por excelencia: "un inmenso poema disperso y popular", que representa una de las pocas cumbres excelsas en la literatura universal, capaz de llegar al alma de todo un pueblo sin distinción de clases y sin necesidad de preparación intelectual.

De Francia partió la niña, 
de Francia la bien guarnida,
íbase para París, 
do padre y madre tenía.
Errado lleva el camino,
  errada lleva la guía,
arrimárase a un roble 
por esperar compañía.
Vio venir un caballero 
que a París lleva la guía.
La niña, desque lo vido, 
de esta suerte le decía:
-Si te place, caballero,
 llévesme en tu compañía.
-Pláceme, dijo, señora, 
pláceme, dijo, mi vida.
Apeóse del caballo 
por hacerle cortesía;
puso la niña en las ancas 
y él subiérase en la silla.
En el medio del camino 
de amores la requería.
La niña, desque lo oyera, 
díjole con osadía:
-Tate, tate, caballero, 
no hagáis tal villanía,
hija soy de un malato 
y de una malatía,


el hombre que a mi llegase 
malato se tornaría.
El caballero, con temor, 
palabra no respondía.
A la entrada de París 
la niña se sonreía.
-¿De qué vos reís, señora? 
¿De qué vos reís, mi vida?
-Ríome del caballero 
y de su gran cobardía:
¡tener la niña en el campo 
y catarle cortesía!
Caballero, con vergüenza ,
  estas palabras decía:
-Vuelta, vuelta, mi señora, 
que una cosa se me olvida.
La niña, como discreta, 
dijo: -Yo no volvería,
ni persona, aunque volviese,
  en mi cuerpo tocaría:
hija soy del rey de Francia 
y la reina Constantina,
el hombre que a mí llegase 
muy caro le costaría.